lunes, 31 de mayo de 2010

¡Te ves más igual que antes!

Hace poco me tocó ir nuevamente a la reunión de generación de la preparatoria. Todavía no estoy segura si me gustan esta clases de reuniones o me dan una flojera infinita; lo que sí me queda claro es que son todo un tema para escribir en este blog. Cuando han pasado veintitantos años de no verse, las expectativas de hacerlo otra vez se convierten en una mezcla de miedo, curiosidad morbosa y gusto. Las damas ahí presentes me comentaron que una de las cosas que más trabajo les cuesta, es decidir qué ponerse. Es evidente que todos tenemos un promedio de 15 kilos de más y que todos arrastramos un pasado que fluctúa entre tormentoso, medio nublado o soleado con pequeños nubarrones. Nadie da su brazo a torcer y dice: –“Pues la verdad he estado en el “bote” diez veces por fraude, robo a mano armada o asesinato de mi suegra”-. Ni pensarlo. Casi todos, platican de lo maravillosa que ha sido su vida al lado del hombre que escogieron por compañero o bien, se limitan a verte con cara de escepticismo y proceden a darle pequeños sorbitos a su whisky con agua mineral, mientras el otro con cara de magnate le platica de los exitosos negocios en los que ha estado involucrados. Un compañero “amarra navajas” se la pasó haciéndose el gracioso con algunos de los ahí presentes. Le decía a una compañera soltera: -“Mengana, ¿Pero no sabías tú que Alberto siempre estuvo enamorado de ti en secreto?”-. La otra se ruboriza, le quiere creer, pero tiene sus dudas. –“Ossss, claro que sí- sigue el malvado, -“Mira vas a ver: ¡¡Albertoooo, ven gueeeey!!!! Llega Alberto, que ya peina las pocas canas que le quedan pegadas al cráneo, con cara de “no-me-estés molestando-que-yo-ni-te-hablaba” y el otro le suelta: -¿Verdad guey que tú estabas enamorado de Mengana? ¡Ya dile guey! Si lo sabe Dios, que lo sepa ella”. –“No pa’nada guey. ¿Cómo dices que te llamas? ¿Mengana? A ver, déjame ver tu gafete. No la neta ni me acuerdo de ti”. Eso, es ser mala leche. Hubo uno que me abrazó en evidente estado etílico y me dijo: “Rima, yo te quiero un chingo, guey, de veras que te quiero un chingo”. “Ah que bueno –le contesté- a mí también como que te me haces conocido, y me da gusto que me lo digas después de veintisiete años de no verte, Apolinar”. Lo dejé llorando. Tres me pidieron mi teléfono, quesque para conseguirme novio. Cuatro, que estaba más igual que antes, lo cual fue tomado como una ofensa absoluta por su servidora, porque en el gafete que tuvieron a bien ensartarme, con mi foto y nombre, salgo con cara de sargento mal pagado y peinado retro ochentero. Las señoras de mi mesa agasajaron a los asistentes con un tema de vital importancia en estas reuniones: las enfermedades, de las cuales hicieron gala con lujo de detalles, por lo que me soplé diez casos de úlcera gástrica, dos histerectomías, cuatro rebanadas de seno, ocho lipos y tres “lijadas de hueso nasal”; llegué a la conclusión de que la mitad de las comensales más bien gozaban por padecer progeria*. Ante tal derroche de morbo, no me quedó más remedio que decirle al del periódico que yo le redactaba la nota, con la condición de que la publicara en la página roja.

* Enfermedad que se caracteriza por envejecer de forma prematura.

domingo, 30 de mayo de 2010

Todas las almas van al cielo

Hoy partió Kuka, la hermosa perrita de mi amiga Y. Fue su compañera durante poco más de doce años. Lo sé, los que han tenido una mascota sabrá de lo que hablo. Kuka fue una perra muy especial para quienes la conocimos. Acompañó a mi amiga, le sirvió de almohada, de comedora de secretos, de cobija... y cuando le rascabas las orejas y la panza, ronroneaba... es el único canino que conozco que ronroneaba. Querida amiga, te acompaño, lloro contigo. Lo único que te puedo decir es que, tan descreída que soy, tengo la certeza de que todos los animales van al cielo.

Te dedico esta pintura de Lisa Ballard, que se llama "Todas las almas van al cielo". Rima

viernes, 28 de mayo de 2010

¿A ver? ¡Apréndete esto!

Hoy estaba haciendo un análisis concienzudo de los números que pueblan mi cabeza:

Mi dirección;

Contraseña de la compu de mi casa

Contraseña de la compu de mi trabajo

Contraseña de los tres correos que tengo;

Contraseña de tarjeta de débito y crédito;

¿Quién se sabe su CURP completito? No conozco a nadie…

Número del ISSSTE;

Número de trabajadora de la educación;

Cédula profesional;

Número de tarjeta de 3 tiendas departamentales;

Nombre de 2,100 alumnos que han pasado por mi vida en… “x” años de trabajo académico (despejen la X);

Número de celular (si pierdo el aparatejo, pierdo a mi familia y como a 150 amigos);

El número telefónico de mi casa;

Clave del Registro Federal de Contribuyentes;

Las claves misteriosas de los descuentos del recibo de pago de mi trabajo;

Clave de los chorrocientosmil sitios a los que estoy inscrita;

Clave de las librerías on-line de las que soy asidua compradora;

Clave de doce redes sociales a las que pertenezco;

Lo que me queda de dinero en la cuenta a mitad de quincena;

Las tablas de multiplicar que aprendí con sangre, frente a un espejo (¡gracias libretas “Polito”;

La serie de Fibonacci;

La relación aurea;

La clave del modem de Internet;

El teorema de Pitágoras;

La primera y segunda ley de Newton;

Los versitos de los binomios y polinomios aprendidos como recitación;

Equivalencia de masa y energía de Einstein;

La fecha de nacimiento de familiares y amigos;

Fechas especiales como “aniversarios de…” “El día en que…”

Tiempo de cocción del huevo tibio…

Y luego me critican porque en el microondas ingreso mi NIP para calentar un café…

domingo, 23 de mayo de 2010

De como la prisa es poco elegante

Una de las cosas que más me desespera, es esperar. Es un hecho que tengo TOC, por lo mismo, comienzo a hacer todo con mucho tiempo de anticipación, así que si alguien va a pasar por mí, o tengo que esperar en el auto a que el (la) acompañante deposite en el banco, me queda mucho tiempo libre. El problema es que ese tiempo es intercalado… quince minutos por aquí, diez por allá, media hora entre que pasan y avisan que se van a tardar… no alcanza el tiempo para iniciar una nueva actividad y tampoco para terminar lo ya empezado. Y como sé que muchos de mis lectores sufren de estos inconvenientes he decidido proponerles una pequeña guía sobre cómo perder el tiempo en inutilidades para que no les llegue el ansia:

Durante la espera dentro de un auto:

Observen detenidamente las hojas de algún árbol que tengan disponible en su campo visual; traten de contar sus hojas sin perder de vista ninguna. De preferencia, escojan un pirul;

Es un excelente momento para borrar los 327 mensajitos de su celular, revisándolos de uno por uno y recordando qué fue lo que contestaron;

Imaginen las conversaciones de los transéuntes, salen cosas buenas de eso, nomás no se rían solos, es de mal gusto*;

Mientras pasan por ustedes:

Repasar las clases de origami que les dieron de pequeños;

Hacer bolitas de plastilina –DE PLASTILINA, DIJE-;

Ver el techo y descubrir figuritas –aplica igual para el piso-

Metérse a su correo electrónico cada cinco minutos a ver si ya llegó algo interesante;

Ponerse a leer el catálogo de ofertas del supermercado y todos los volantes que jamás leemos pero que tenemos acumulados en algún lugar de la cocina “por si se ofrece”;

En lo que da la hora para ir de antro:

Verse en el espejo y decirse siempre: “soy bella, soy amada y tengo un secreto”; la versión masculina aportada por un amigo es: “Soy guapo, alguien quiere conmigo y tengo varios secretos...”

Verse al espejo y aventarse besitos

Verse al espejo y acomodarse un chino

Verse al espejo y retocarse el lápiz labial; para los varones recomiendo un ligero golpe en la mandíbula acompañado de un guiño;

Verse al espejo y acomodarse el collar, aretes, el refajo y cambiar de fichú** porque el que decidimos llevar, no combina con el zapato;

Seguramente al creativo lector(a) se le ocurrirán más de dos cosas para perder el tiempo, pero finalmente, para no errar, lo mejor es empezar todo con una hora de retraso, que en nuestro querido país, así funciona la cosa.

*Nota 1: Esto lo pueden hacer los caballeros que esperan por la dama a que baje hecha un pimpollo;

**Nota 2: También conocido como pachmina, mañanita, rebozo, pañolón o mantilla.

domingo, 16 de mayo de 2010

De cómo consolar a la rosa y al jazmín…

Como ya he platicado, tengo alma de rumbera frustrada, timbalera arrabalera y danzonera de corazón. En esta ocasión pues, les platicaré de mis incursiones en el mundo de la farándula… Mi primera aparición en escena fue de hada en la conocida canción “Los Juguetes” de Cri Cri… ya saben: “Al sonar las tres de la mañana…” Salí con vaporoso vestido blanco y varita mágica confeccionada con un palo de escoba y harta diamantina plateada, me sentía soñada en el escenario… y no lo pude dejar hasta varios años después. Como no era rubia y de ojitos azules mis papeles escolares se limitaron a ser: árbol y flor en el festival de la primavera (las monjas se pintaban solas para hacer disfraces: con una flor de papel lustre pegada en las manos o ramas de papel crepé, una podía ser lo que fuera con un poco de imaginación y super-visión materna); monja envidiosa en la puesta en escena de la vida de nuestra Madre Fundadora; bailar el conocido son “El Rascapetate” con vestido de manta bordado de listones de colores. Pero eso no fue obstáculo para que mis ansias de bataclana se vieran mermadas. No señor, me propuse salir en escena las veces que fueran necesarias para alcanzar el anhelado aplauso de las masas.

Al paso de los años y con varias frustraciones encima, decidí entrar en la rondalla porque me gustaba el que tocaba la guitárra, ya saben, los músicos siempre tienen el valor agregado de “crecer en el escenario”. El grupo se componía de todos los virtuosos de la música que el colegio tenía entre sus filas: que sabías tocar el triángulo, la maraca o la bataca, vas pa’dentro. Como yo solamente poseía mi voz de contralto que no hacia juego con mi baja estatura me pusieron en la orilla de la primera fila. El uniforme del mencionado grupo coral consistía en pantalón color vino, blusa blanca y un sarape espantoso en negro y naranja fosforescente el cual jamás había pasado por la lavandería, por lo que el sudor de veinte generaciones se intuía en él. El repertorio fluctuaba entre “El Andariego”, “Cómo” y canciones en portugués como “Moro num pais tropical” que yo cantaba como podía y como me sonaba... Sergio Méndez hubiera muerto al oir nuestra interpretación. Comenzaron las giras al “interior de la república”. Fuimos a Sahuayo, Michoacán en un camión rentado y con la expectativa del triunfo entre ceja y ceja. Los padres de familia del colegio sahuayense nos recibieron “gustosos”. Me bajé del camión saludando a toda la afición. Me tocó llegar a una casa cuyos habitantes eran aproximadamente cuarenta y siete, entre hijos, nietos, abuelos y primos hermanos. Y seguro me vieron con falta de calcio porque de regreso la madre de aquellos cocijos me obsequió una bolsa de yute rellena de mangos petacones, corundas, uchepos, salsas de las dos, queso bola, tortillas, plátanos dominicos y siete naranjas. De más esta decir que mis compañeros se burlaron de mí, pero bien que le entraron al tentempié. Así, recorrí toda la zona centro-occidente y pueblecillos aledaños, bajo los acordes de “...y locas las fontanas, se contarán su amooooor” y “....un muñeco de carne mitad tú, mitad yo”. Tuve oportunidad de conocer al osito panda de Chapultepec, mientras mis compañeras se iban a la disco. El colmo fue cuando el de la guitárra se “enredó” –uso esa palabra porque cuando una anda ardida usa esas palabras altisonantes- con mi mejor amiga: se la pasaban recitándose los versos intercalados de las canciones de la rondalla de Saltillo. El colmo fue cuando él le dijo: “la próxima que salga en el radio del autobus, es lo que yo te digo”. Mi satisfacción fue infinita cuando la radio emitió “Yo quiero una novia pechugona”, me acomodé en mi asiento y seguí comiendo mi mango petacón con harto chile...

lunes, 10 de mayo de 2010

Aquí nomás… traslomita

Hace poco salí “fueras” como dicen en mi tierra. Una de las cosas que más disfruto es ir viendo lo verde del camino… se encuentra uno cada letrero que a veces me pregunto incrédula si de verdad lo dicen en serio. Cuando cruzas la frontera entre un estado a otro de la república, casi siempre hay un letrerote que contiene una leyenda del calibre de “BIENVENIDOS A LA TIERRA DE LA GENTE BUENA”, entonces pienso: “y yo… que de dónde amigo vengo ¿de la tierra de la gente mala?” o “LUGAR DE GENTE HONRADA Y TRABAJADORA”. ¿Ellos se calificarán? Casi siempre, el letrero va acompañado de la frase “Aquí el peatón es primero”, lo cual afirmo, con conocimiento de causa, es una mentira vil…Nomás bájense del auto y verán... Una de las cosas que observé durante el trayecto fueron los nombres de las comunidades, algunos realmente ingeniosos: “Soledad de Abajo”, “Palo Alto”, “San José de las Ordeñas”, “Maravillas”, “Nube Alta”, “Encinillas”, “Pozo Seco”, “Las guapas” y así por el estilo. Lo que si me parece una mentada de progenitora fue la señalización de las carreteras… bueno, la que existe, porque en general, no hay. Ibamos como flechas transitando por uno de esos puentes que te hacen dar una machincuepa para agarrar otro camino y observo en el punto más alto de la mencionada construcción un letrero que dice “Paso escolar”, observo que en ambos lados se encuentra un talúd de por lo menos 45 grados de inclinación protegido por una barra de contensión ¿Por dónde pasaran estas inocentes criaturas? me pregunto… Seguimos por un camino aledaño, obligados por un Federal que nos desvió porque “hay carrera” y que amablemente nos instruye para regresar a la carretera: “pase tres comunidades, a la cuarta dé vuelta a la izquierda y agarre derecho”. Suena fácil, pero en el trayecto encontramos 8,654 comunidades entre caseríos, risueños pueblecillos, agónicas casuchas de palma y una casaiglesiacanchaescuela que no sabemos si cuenta como “comunidad” en el mapa… Vemos a un grupo de damiselas encantadores vestidas de domingo cacaraceando alrededor de un puesto de yuquis*. Les preguntamos que como se llega a “X”: las nativas se voltean a ver, se rien como zonzas y nos dicen que no saben, que les preguntemos a los señores, los cuales a su vez, se encuentran acuartelados afuera de la única tienda de las inmediaciones, echándo chela y viéndo pasar la vida con la mirada perdida, debajo de un pirul. Preguntamos al menos maltratado y nos responde entre nubes de alcohol y mirada vidriosa: “Mire joven, agarra por donde empieza el ocaso, y se sigue derecho, cuando llegue a una huizachera, ahí mero da vuelta a la izquierda y se sigue hasta topar”. Agradecemos al GPS campirano y nos vemos unos a otros para ver si alguien entendió dada nuestra condición de citadinos, preguntándonos por dónde fregados empieza el ocaso y apelando a nuestros conocimientos botánicos para que no se nos pase la huizachera. Les comento a mis compañeros, con un dejo de resignación: “No se apuren, nomás seguimos la querencia como los burros y segurito llegamos”. Me voltean a ver con mirada asesina. Seguimos el trayecto. Pasamos por un poblado y yo sigo con mis observaciones antropológicas, esta vez, los nombres de los comercios: Cenaduría “El mil amores”; Mueblería “Eros… tenemos la cama ideal”; BARños “Los Tocadores… Se admiten damas y niños acompañados de un adulto”; Mariachi “La espuela de oro”; “El Moquete” cantina, y uno que desde lejos promete con unas letrotas: “La Guarida” Agua Caliente, ambiente familiar. Pregúnte por nuestras tarifas.

Seguimos nuestro trayecto, viendo de cuando en cuando unas casas al más puro estilo “Country”. “Lomas de Amapolas” y “Flowers Ranch” son los nombres que ostentan orgullosas las entrada de las fincas… ignoro quién pueda ser el propietario. “El güero” nombre muy socorrido para las vulcanizadoras y “Doña Lucha” para los restaurantes. Pero cuando veo la refaccionaria “La última frontera” entonces sí me empiezo a sentir algo incómoda. Pregunto si traemos gasolina. Silencio sepulcral. Mi reino por un mapa que diga “Usted está aquí”. ¿Alguien trae una rosa de los vientos, sextante, brújula o de perdido se sabe las constelaciones? Porque aquí en México señores, para transitar por caminos y carreteras, tiene uno que consignar en su bagaje cultural los conocimientos de Americo Vespucio, mínimo.

*Nota: los yuquis son un dulce helado hecho a base de hielo raspado cubierto de sirope de sabores elaborado con azúcar y tamarindo, chamoy, limón, guayaba o cualquier otra fruta de temporada.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Lady Di

A algunos de mis amigos les comenté lo que sucedió en el edificio de departamentos en el que vivo. Sucede que ella era una mujer obesa, escasa de pelo y profusa en ornamentos. Las uñas postizas que se ponía tenían “concepto” –navidad igual a pinitos; día de la revolución, uña tricolor-, pedrería de fantasía para rematar. Vivía sola; era de esas personas que por no tener nada qué hacer se adjudicaba tareas como juntar el dinero del mantenimiento del edificio, convocar a reuniones de vecinos y promover que la puerta del edificio estuviera siempre cerrada. Toda una portera al más puro estilo de película de Pedro Infante. Pues resulta que un día llego a mi casa y me encuentro al ministerio público en acción dentro de su departamento. Llevaba cinco días muerta y nadie en el edificio nos habíamos dado cuenta. Ni un olor, nada. Me acordé de las películas de miedo. De que estas cosas le suceden a otros en países distantes o las vemos en una escena de tv. Se dijeron muchas cosas, que si le había dado un infarto, que si estaba borracha y además tomaba anfetaminas. Cuando entraron a su casa, vieron que la tenía decorada con varias estatuillas de santos. Y un San Antonio puesto boca abajo ocupaba el lugar central. Me dijeron que le hablaba a un novio que tuvo a los quince años y que ahora, casado, vivía en otra ciudad. Los vecinos observaban cómo sacaban el cuerpo y “sanitizaban” el lugar de los hechos; todos nos veíamos con cara de culpa, con remordimiento por no hacerle caso a la mujer fastidiosa del 1. Le ofrecieron misas, y al día siguiente, al pie de su puerta, cinco veladoras ardían para lavar la culpa, para exorcizar pecados... y rosas esparcidas a la entrada me hicieron pensar: “igualito que Lady Di”.