viernes, 27 de febrero de 2009

¿Cuál es mi paraíso, si se me va la vida en infiernitos?

Hace poco estaba cocinando en casa de mi madre –si, ya sé, pero a veces cocino- y se me cayó la sal en grano. Mi madre exclamó: -¡Cuidado! ¡Que pones a llorar a los niños del limbo! Mi desconcierto no tuvo límites, primero porque soy atea y segundo, porque según las últimas noticias obtenidas, el limbo no existe, lo eliminaron del mapa celestial y de la esperanza de miles de madres que esperaban que sus hijos vieran la gloria el día del juicio final. Pues bien, este hecho me hizo reflexionar sobre las otras tres opciones que nos quedan: cielo, purgatorio e infierno. Me quedé pensando –como muchos otros, en mi caso- que estos tres sitios pertenecientes a la metafísica más elemental, nos los construimos día con día. Y la mejor opción por construir supongo que es el cielo. De niña me construí varios paraísos. Por ejemplo: cuando iba a la dulcería C, -que por cierto tiene todavía los dulces más ricos que los besos de la novia- el cielo para mi, era trabajar ahí porque me habían informado fuentes fidedignas que la dueña permitía que las señoritas logradas que trabajaban ahí, podían comer todo el chocolate que sus amplios estómagos les permitiera contener. A mí eso se me hacía la gloria, pero analizando a las mencionadas señoritas, me di cuenta de que eran de “carita difícil” –como dice mi padre cuando ve una muchacha poco agraciada- y que, francamente, podía uno llegar al hartazgo fácilmente. Y si no me creen, pregúntenle a una amiga, que cuando le hizo el fuchi a la comida que le daba su madre, ella correspondió preguntándole que qué le gustaría comer entonces, a lo que ella respondió que dulces, por lo que la santa mujer -solícita como toda madre- procedió a cumplir los deseos de su disgustado vástago y le dio a comer dulces, chocolates y jaletinas durante una semana, hasta que la niña pidió a gritos aunque fuera un limón con sal. Ese, definitivamente, no podía ser el cielo. Pasados los años, cambié de paraíso varias veces: el paraíso era ir a ver películas de Walt Disney al cine Azteca con mis papás; que me llevaran con mis hermanos a la juguetería Félix para ver los regalos que nos traería el “Niño Dios” esa navidad; salir a toda velocidad en mi bicicleta “Vagabundo” con mis amigas; que me dejaran platicar con mis vecinas de la cuadra hasta las 10 de la noche; que el muchacho objeto de mi anhelo me volteara a ver de vez en cuando; que me sacaran a bailar las”calmaditas” en las tardeadas ochenteras; que un muchacho me pidiera mi teléfono, aunque después el paraíso se convirtiera en infierno porque el indino no me hablaba o si me hablaba, era para preguntarme por mi amiga “X”. Total, que me di cuenta ya medio tardecito que la vida tiene dos opciones: o estás en el paraíso o te la pasas instalado en el infierno, tú tienes esa opción. Eso del purgatorio como que no va conmigo, porque sería como vivir a medias tintas. Tengo la esperanza de que las autoridades eclesiásticas lo erradiquen y saquen a todas esas ánimas sufrientes. Así que he decidido –en la medida de lo posible- vivir en el paraíso que para mí es cualquiera de las cosas que están en mi lista de cien gustos, más los que se adhieran a ella con el tiempo. Mi paraíso es pasar tiempo conmigo, es encontrarle la pasión a lo que uno hace; es pensar que hoy, aquí y ahora, estoy viva; que tengo la opción de elegir darme a los demás; aunque a veces, el infierno sean los otros.

lunes, 23 de febrero de 2009

Cartitas amistosas

Antes de que la computadora nos permitiera habitar la gran aldea global, se usaba mandar cartas. No había cosa más emocionante que recibir una carta de algún amigo querido o novio lejano. Me acuerdo que varias de mis compañeras se fueron en secundaria a estudiar a colegios en el extranjero. Siempre ponían una leyendita al final que decía ¡Writte back soon! Esto se me hacía de lo más ridículo, pero hay que entender que estaban estudiando inglés y había que apantallar a la amiga que se quedaba en el pueblo del aguamiel, con una envidia tremenda... Al cabo del tiempo, comencé a escribirme con muchos amigos y amigas de diversas partes: “¡Pásame tu dirección!” era la típica frase que nos decíamos movidos por el entusiasmo de seguir manteniendo contacto con la persona recién llegada a nuestras vidas. Cuando regresaba de la escuela y mi madre me decía: “Te llegó carta de fulano o de perengano”, tarde se me hacía para irme a mi cuarto y abrir el sobre... analizaba los timbres, el sello postal, hacía el cálculo de cuánto había tardado en llegar la carta desde aquellos lugares... era realmente un disfrute. Algunas eran escritas en papel de libreta de raya, otras, las más, en papel para escribir con alegorías sobre el amor o, no por ello menos cursis, de monitos como Snoopy o Hello Kitty. Yo tengo una caja con todas las cartas que me llegaron en esos días, y a veces las releo para acordarme de cosas, de personas que no sé en dónde andarán. Al paso del tiempo descubrí que escribir una carta era y debía de ser todo un rito; la buena escritura se rodea de cosas hermosas como una buena pluma fuente, un papel elegante o un sello para lacrar el sobre. Pocas personas conozco que sigan utilizando toda esta parafernalia alrededor de la escritura epistolar. Ahora, cuando mucho, recibimos sobres llenos de publicidad, cuentas por pagar... y nada más. Ahora, “dame tu dirección” se ha sustituido por “dame tu e-mail”. Pero el correo electrónico tiene sus ventajas: no estás obligado a dar tu dirección real por lo que si cae en manos de un psicópata, sólo lo pones en “correo no deseado” y listo, te libras de morir asesinado en la bañera de tu casa... Te mantiene en contacto tus amigos y amigas; encuentras a los desaparecidos hace años; permite decir lo indecible ocultándonos tras una pantalla. El único problema que yo le veo a esto es que JAMÁS nos libramos de recibir cadenas de santitos milagrosos, niñas que están desaparecidas, que Hotmail cierra su servicio, que tenemos que ayudar a Cleto, que en Taiwan comen fetos en el desayuno, que si mandamos chorrocientos correos nos darán un modelo de teléfono de ensueño y que venden gatitos envasados para adornar nuestra chimenea. Ahora lo único que conozco de mis amigos es su credulidad al reenviar estos correos, su ingenuidad al pensar que yo lo reenviaré. Finalmente seguimos en lo mismo: la carta cálida, hermosa y profunda, queda en el olvido. Por lo menos, sé que siguen vivos, caray.

martes, 17 de febrero de 2009

Hablemos como Arturo de Córdova

Una de las cosas que me causa más placer es ver películas mexicanas viejitas al lado de mi sacrosanta madre. Al principio, la toma de contacto con este tipo de películas fue por demás traumático. Me acuerdo que los sábados mis papás salían y mis hermanos y yo nos quedábamos con una señorita de las de antes, que dizque nos cuidaba. Nomás era cosa de que se fuera a dormir, y mi hermana y yo prendíamos la tele –de bulbos- para recetarnos a nuestras anchas películas como “Nosotros los pobres” y el resto de la saga lacrimógena. Pues bien... lo que se ve en esas películas no tiene nombre, sobre todo para la mente impresionable y morbosa de una niñita de 7 años: la escena del torito quemado, que ya es un clásico; la del “Camellito” destazado bajo las ruedas de un tranvía; Chachita declarando su amor incondicional a “Pedrito” me dejaban con los pelos de punta por el resto del fin de semana. Pero que descubro a Arturo de Córdova y todas sus películas de garra... ¡Qué hombre! Me encantaba ese señor... pero comencé a darme cuenta de que siempre que había una escena cumbre en la película, la protagonista caminaba de espaldas al galán y veía hacia un gran ventanal que daba al jardín de la mansión mientras él la tomaba de los hombros susurrándole al oído las razones por las cuales su pasión por ella no podía ser posible... luego ella cedía y se daba la vuelta, ofreciendo sus labios al galán, entonces el giraba ciento ochenta grados y se recargaba en la chimenea –siempre había una escalerota gigante y una chimenea- y entonces él era el que se hacía del rogar... y así se la pasaban media película en diálogos como estos:
- Es extraño, siempre pensé que te gustaba Delia del Campo ¡La veías con unos ojos!
- Con los únicos que tengo... Pero yo si estaba seguro que entre Lorenzo Mendoza y tú había más que una mera afinidad... ¡No negarás que te galanteaba!
- Bernardo... una mujer a la que nadie galantea no existe para su marido...
- ¿Quiere decir...? ¡Entonces admites que...!
- ¡Un momento! Me parece inconveniente tu tono de voz... Te olvidas que ya estamos divorciados... (Música de violín lastimero de fondo)
- Así que...
- Ahora puedo decirte toda la verdad...
- Toda...
- ¿Y por qué habría de ocultártela?
- ¡Claro! Como somos dos extraños...
- ...Dos extraños que no tienen nada que ocultarse
- Bernardo, mientras fuimos marido y mujer nadie existió para mí, sino tú...
- Cristina...
- ¿Brindamos? (dándole una copa de Martini seco con una aceituna) ¡Feliz año nuevo! Y que la libertad te traiga la dicha...
- (Cristina camina rumbo a la chimenea por décima vez)
- Año nuevo... otro año más (Bernardo le susurra al oído)
- Otro año más...

Después de ver estas películas, me quedo pensando que la vida en determinados momentos debería tener música de fondo, a veces, violines lastimeros, otras, música de suspenso, y las más de las veces alegres tambores. Que deberíamos tener a mano una chimenea para recargarnos cuando damos malas noticias y que una copa de Martini seco, puede aliviar muchas penas... Por lo pronto, espero que encuentren su música interior...

domingo, 15 de febrero de 2009

Alitas de petate

Para continuar con las historias familiares, omití de forma imperdonable a un personaje por demás “Sui generis”: el esposo de mi tía L: el tío B. La mencionada tía, hermana de mi abuela paterna, era una mujer encantadora, de profundos ojos claros y nariz aguileña. Yo ya la conocí en edad madura y cada 12 de diciembre, rigurosamente la íbamos a visitar en convite familiar. Estos tíos vivían en la calle de LDT, a unas cuantas cuadras de la casa de la abuela. Lo que a mí me encantaba de esa casa es que parecía castillo de cuento de terror. Mi tío, era un hombre alto, con una mirada de toro loco que daba cierto resquemor y que siempre hacia bromas con mi ombligo. No se la razón de semejante obsesión, pero invariablemente yo esperaba la dichosa bromita... Pues cuentan los que lo conocieron, que estaba loco. Yo más bien pienso que era sumamente creativo y no se quedaba con la duda de nada. Un día, se le ocurrió que si los pájaros volaban, él también podría revolotear de la misma manera sin ningún problema. Y construyó unas alas de petate. De nada valieron los esfuerzos de quienes lo estimaban o por lo menos, se preocupaban por él, para aclararle que esas inquietudes se manifestaban en el ser humano desde tiempos inmemoriales pasando por Da Vinci, involucrando a los hermanos Wrigth hasta llegar a la era espacial... él se empeñó y allá va, cuál intrépido Ícaro, a subir el cerro más alto que encontró y lanzarse al vacío con la ingenuidad del científico despistado. De más está decir que la fuerza de gravedad hizo muy bien su papel dando como resultado el consiguiente batacazo final. Esta experiencia aérea no mermó en nada su ánimo e iniciativa y decidió que lo mejor era dedicarse a la construcción. La casa en que vivían los tíos era de estilo neoclásico –típica casa de barrio, de techos altos, entresolada. Se pudiera decir que era una casa “normal” viendo la fachada, pero la realidad era que dentro de ella se cocinaban las construcciones más extrañas que mis ojos han visto. Por ejemplo, el tío decidía que se debía hacer una puerta para conectar al baño con el cuarto contiguo: construía entonces la puerta, que al más inspirado modo de los conventos europeos, medía 50 cm de ancho por 1.10 de alto. Uno tenía que inclinarse y pasar de ladito al mencionado recinto, que entonces se desplegaba con majestuosidad versallesca, pues el lugar contaba con araña de cristal, diván para reposar el baño de tina y un espacio de mármol pulido que los mejores bailarines de vals envidiarían. La casa estaba plagada de escaleras que no iban a ninguna parte y si iban, sólo era para subir al cuarto de las “injurias”. Además, agregaba terracitas voladas para tomar el sol con orientación hacia el oeste. Un día se le ocurrió escarbar en la sala y dio con unas puertas que dejaron correr a su ingrata imaginación pensando que eran los consabidos túneles de SLP, pero que luego resultaron ser acceso a las lumbreras de los caños de la ciudad. Construía bóvedas con jarritos de barro y finalmente compró el mesón de San Salvador para seguir volcando en él sus ánimos creadores. Mi tía L, se limitaba a verlo con sus profundos ojos de agüita y reírse de sus puntadas yo creo que por no llorar... estar casada con un hombre tan creativo y emprendedor como él puede resultar de lo más divertido si se mira con buenos ojos...

lunes, 9 de febrero de 2009

Canciones de amor y contra quien resulte responsable

Una de las cosas que resultan más nocivas para ese bello pero fatal sentimiento humano llamado amor, son las canciones que destilan melcocha, mejor conocidas como boleros románticos. Digo nocivas porque lo único que hacen es ponernos a ensoñar, pensar que somos las únicas en la vida de alguien y alimentar falsas expectativas en una relación. Daré pruebas de lo que afirmo. Comienzan ofreciéndonos “Alma, corazón y vida” y diciéndonos que somos “la gema que Dios convirtiera en mujer para bien de su vida”. Luego dicen al oído de forma contundente que nos van a confiar las ansias suyas con tres palabras que son su angustia: ¡cómo me gustas! Ya para entonces nosotras estamos entornando los ojitos y no podemos dormir de pensar que somos las musas de tal inspiración. Nos ofrecen “Tres regalos: el cielo, la luna y el mar”. Imaginen la cara de la fémina pensando que son dueñas de esos regalitos, aunque luego acabemos con un “Cheque en blanco”. Posteriormente y ya con mala maña, nos piden que los “besemos mucho” como si fuera esa noche la última vez. Son sinceros en afirmar que: “como se lleva un lunar” todos podemos una mancha llevar, o sea que se curan en salud; no nos están engañando, sabemos ya la clase de ficha que es el interfecto... Se la pasan pidiéndole al reloj que detenga su camino cada vez que nos despedimos de ellos, porque sutilmente llegamos a ellos como una tentación, llenando de ansiedad su pobre corazón. Pero después, pasado el tiempo, nos damos cuenta de que los muy canallas pasan cada noche con un amor y distinto amanecer, mientras nosotras permanecemos esperando la siguiente serenata y deseando escuchar nuevamente los románticos acordes de “despierta, dulce bien de mi vida”, recostadas en blanco diván de tul. Cuando llegan, cabizbajos y con la mirada gacha, nosotras ya los estamos viendo fijamente con ojos como “dos puñales de hoja damasquina”; entonces, se arrancan con “perdón vida de mi vida, perdón si te he faltado, ángel adorado, dame tu perdón...” Para entonces, ya estamos a punto de turrón y nos convertimos en perlas negras, esto es, raras, malignas y fatales... mientras ellos replican que siguen unidos a nuestra existencia, que fue un resbalón y que si viven cien años, cien años pensarán en nosotras. Rematan diciéndonos que nos quieren por bonitas y por nuestra “cara extraña” –los boleros tienen letras que la razón desconoce, pero si a mí me dicen eso, inmediatamente desconfío del interfecto-. Nos reclaman que nosotros los acostumbramos a todas esas cosas que son maravillosas y nosotras caemos redonditas ante el reclamo doloroso de que nos "hemos convertido en parte de su alma" y que ya nada los consuela sin nuestra adorable presencia en sus vidas... La culpa –afirman- la tienen ellos, por adorarnos como necios, y que qué caro es el precio que están pagando por el pecado cometido. “Dame tus manos, toma las mías” nos invitan con pérfidas intenciones...Aquí es donde les recomiendo a mis féminas lectoras que no se dejen engañar... déjenlo partir canturreando su poema más triste, deséenles que sean felices, felices, felices y aclaren que si pretenden remover las ruinas de lo que ellos construyeron, sólo cenizas hallarán de todo lo que fue nuestro amor... que para reclamos y demandas, el bolero tiene una vasta gama de buenos argumentos que podemos revertir alegremente...

sábado, 7 de febrero de 2009

Para la damita que nos acompaña... para el gentil caballero

Al tener una madre que bailaba a la menor provocación ritmos sicalípticos y provocadores, no tuve más remedio que entrar al aro. Llegaba de la escuela y ahí estaba ella, vestida de crinolina, zapatos de dos colores y con cola de caballo bailando el “Rock de la Cárcel”, o “Norma la de Guadalajara” que es su mambo predilecto... Por la tarde, al llegar de dar la vuelta, me jalaba del morral y me decía: Órale Rima, te voy a enseñar el nuevo pasito de cha cha chá que aprendí en mi clase de baile... ¡¡¡Y esto era darle gusto al cuerpo y al espíritu señores!!! Bueno, pues años más tardes y ya con la inquietud entre pecho y espalda, comencé a tomar lecciones de danzón con un galán incógnito de buena figura y mejor porte... El grupo era de lo más ecléctico, había de todo: parejas jubiladas; otras dedicadas a tendajones en el mercado; señoritas que se lograron; un sastre; señoras que se dedicaban a hacer gelatinas decorativas –ésta última me asombraba por modosita y por esas esculturas membranosas que confeccionaba con gran encono-, doctores de guayabera... y nosotros, que pasamos a ocupar el lugar de las mascotas del grupo, porque todos nos llevaban como 30 años y mi pareja y yo éramos peques sin experiencia en ritmos afroantillanos... Comenzó la lección, todos derechitos ensayando el cuadro básico del danzón, el vaivén, el montuno rapidito, el danzón floreado de 8 y dieciséis vueltas, floreo invertido, paseo, cuadro al centro, en rosa (sólo la mujer baila). Aprendí a diferenciar todos los tiempos de ese sensual baile: introducción, en donde las parejas se preparan para iniciar el baile; inicio; descanso con todo y abanico para ahuyentar el calor; montuno, que es rápido y cadencioso y finalmente, acabar dando dos pasos en firme: ¡todo un arte ese baile! Pero luego comenzó nuestro penar de tapanco en tapanco: dimos exhibiciones en asilos de ancianos, festivales del día de la danza; fiestas del santo patrono en los 7 barrios de la ciudad; bailes organizados por el profe y su esposa: ¡Esos bailes! en donde conocí al “Abuelo” y María Elena, pareja venida del DF: él de trajecito blanco y zapato blanco y negro; ella, un émulo de Tongolele en cuanto al cabello negrísimo con mechón blanquísimo y zapatillas de lentejuela roja de 15 cms. ¡Nomás! Me encantaban esos bailes, en dónde podíamos vestirnos de gala, arrastrar la boa y bailar con las mejores danzoneras del país: Acerina, Aragón, La Playa y otras más que ya no recuerdo. Los animadores jugaban un papel fundamental para animar el baile. Al grito de ¡Danzón dedicado a...! comenzaba el baile; las parejas se acercaban lentamente a la pista, tomaban sus posiciones y ¡¡¡a darle gusto al cuerpo!!!! Al cabo del tiempo, el galán incógnito dejó de bailar y yo me quedé rete frustrada porque me encanta mover el bote de tal manera que... bueno, unos amigos me han sugerido que por qué no le hago como María Rojo en “Danzón”: buscar una pareja de baile, que nomás quiera bailar conmigo, sin mayores pretensiones. Así que a sugerencia de ellos, haré un casting en breve para ver quién podría ser la pareja perfecta para estos menesteres. Me sugirieron un anuncio en el periódico con la siguiente redacción: “Señora en edad interesante busca pareja para bailar danzón; no importa físico pero sí que esté casado para evitar tentaciones; estatura promedio: ni muy alto, ni muy chaparro; presentar cartilla liberada, carta de antecedentes no penales; certificado de primaria mínimo; sea aseado y se ponga loción; jacarandoso y con ritmo; le guste el fandango y las desveladas; disponibilidad de tiempo después de las 7 pm; no importa que no platique, le guste el cine y no lea...se le requiere sólo para bailar”. Ustedes dirán si se animan, se aceptan propuestas y ya les avisaré cuando haré la prueba de fuego... Esta nota se la dedico con todo cariño a mis maestros de danzón: El Ing. Solano (qepd) y su esposa Lucha que me enseñaron que el baile es una de las maneras de expresión del ser humano más hermosa que hay...

jueves, 5 de febrero de 2009

Incursiones en el gremio del morral

Siempre fui muy inquietita para mis amistades. Después de que me volví atea en el SC, me dio por juntarme con puro jipiteco de morral y huarachudo... Estudiar DG en esa época era signo de engancharse con las bellas artes, el cine de muestra y los talleres de literatura, cosas que no he dejado de disfrutar, por supuesto. Lo primero que hice fue cambiar la decoración de mi cuarto: colcha comprada en “La Pancha”, artesanías mil colgadas del techo al suelo, carteles de todos colores con imágenes de Frida Kahlo –que en ese tiempo todavía no estaba tan choteadita, la pobre- muebles rústicos, muñecas de trapo y cartón, instrumentos musicales de carrizo, morrales bordados, blusa de manta y falda al tobillo del mismo material... Mi hermano llevaba a sus amigos a mi cuarto y les decía que mi habitáculo era una especie de extensión del conocido restaurant “El México de Frida”. Yo, me moría de risa ante tal comentario, porque los amigos de mi hermano son todos de un fresa sublime... Los lugares que la que esto escribe y frecuentaba en ese tiempo, eran cafetines en el centro que empezaban a aparecer y que imitaban las conocidas “Peñas” del DF. Me hice de dos que tres amigos medio poetas –o al menos ellos así lo pensaban- y otros tantos pintores. Nos juntábamos en un café por Bellas Artes a perder el tiempo, ver libros de arte y componer el mundo. Pero luego, me dio por llevarlos a mi casa. He de aclara que mis padres son muy tradicionales, nunca imaginaron que yo iba a llegarles con un galán de morral bordado. Primero les llevé a un amigo que usaba un sombrero de ala caída, de color indefinido con pluma de gallo en un costado. Mi papá inmediatamente lo bautizó como “Mercedes Sosa” por su cuerpecillo de bolita y su aspecto de poeta del boom latinoamericano. Esa relación no prosperó para alivio de mis padres y el mío propio, porque el cuate ni sabía escribir, nomás se hacía el interesante y se rodeaba de un halo de languidez propio de los poetas parisinos. Poco tiempo después, comencé a salir con un pintor: a mí se me hacía lo máximo ir a su estudio y ver cómo creaba de la nada –al menos eso decía él-, pues en mi fuero interno siempre quise ser pintora; ese cuate tenía un aire a lo Van Gogh y se comportaba como tal: neurótico, arrebatado y de ánimo melancólico; yo que soy una castañuela, pues de plano me rajé, porque eso de andarle componiendo la vida al otro y sacándolo de sus depres no dejaba nada bueno... Me di cuenta de algo muy importante, que sucede con las personas que son sensibles al arte y que lo crean: se necesita disciplina para hacer todo, y estos cuates vivían al día, se les hacía que era todo taaaan romántico. Mi madre suspiraba por los rincones maldiciendo al cielo por tener una hija tan rarita y de gustos dificilitos, mi padre permanecía callado, porque se me hace que él hubiera querido andar conmigo en esos rollos y mis hermanos me ocultaban avergonzados de sus amistades, como si fuera el monstruillo de la familia... Pero hete aquí que al final, la educación basada en valores trascendentales la hacen a una reflexionar y me di cuenta muy a tiempo de que, si no quería vivir en una buhardilla el resto de mis días, tenía que poner mis ojos en otros lares. Nada más alejado de la realidad, ahora vivo en una quasi buhardilla en el centro, me siguen gustando los jipitecos y sigo tirando para los eventos culturales... No cabe duda que la que nace pa’ maceta no sale del corredor. Nada más que ahora, le disimulo más.