martes, 26 de enero de 2010

Una tarde familiar

Una tarde en familia es espectacular hasta que cumples trece años. Antes de esa edad, esperas el domingo con ilusión inmensa porque ese es el día en que tu mamá te pone guapa –a excepción de los bucles y de que te vistan igualita que a tu hermana, claro-. Vestidito vaporoso, calcetines “Periquita” y zapatitos de charol. Antes de salir te mandan al baño y mi madre carga una bolsita de plástico con un trapo viejo, un pañal de manta de cielo, húmedo. En ese tiempo no existían las toallas húmedas. Salimos a la plaza de Armas, papá y mamá adelante, tres hijitos atrás, los cuales permanecen sentados y estáticos mientras ven pasar a las familias a través del cristal del automóvil. El papá consigue estacionar su coche setentero frente a la catedral, mientras los chiquillos brincan de gozo –interno, por supuesto- ante la expectativa de una bola de nieve de “Don Cruz”. Si por alguna razón, la criatura se mancha los bigotes, mamá saca su trapito e inmediatamente pone remedio al estropicio. Hasta aquí los recuerdos de los años maravillosos. Hace poco, tuve la inmensa dicha de pasar una tarde con una familia entrañable, pero no por ello menos “peculiar”. Pondré en contexto: soy mujer sin hijos, por lo que valoraba de manera superlativa una tarde de vástagos y gritos... hasta ese día. Salimos en tremenda camioneta, tres adultos y dos peques... mal nos trepamos al auto y ya los críos comienzan a apabullar a sus sufridos padres con demandas alimenticias –no necesariamente ricos en minerales y proteínas- cual pajarillos salidos del cascarón. “¡Mamá! ¿Me compras un esquite?”... “Si hija...” “¡Pero que sea de Morales!”. Y allá vamos, desde el centro hasta Morales por el esquite. Luego sigue el peque: “¡¡¡¡Mamáaaa, yo quiero un gazpachooo!!!” Y rugen los motores rumbo al gazpacho. Cito la lista de las compras de esa tarde: tres cafés capuchinos ultradulces, cinco vasos de elote tierno con harto chile y crema, una tira de chile molido en sobrecitos individuales, mismo número de vasos con raspados multisabores, dos paletas Payaso, palomitas acarameladas, una bolsa de frituras preparadas –elote, crema y chile-. Pasada la tarde, llegamos cansados y satisfechos a casa de mi amiga y ella pregunta: “¿Quieren cenar?”. “¡¡¡Siiiii, unos hotdogs!!!! A la fecha, y de esto hace quince días, todavía no me puedo curar de la seguidilla* que me dio.

Esta nota se la dedico con todo mi cariño a “m” que es la hijita de “M”.

*Término vulgar para denominar a la diarrea.

sábado, 16 de enero de 2010

Cosas que hubiera preferido no saber

Iniciamos el año con un frío que cala hasta el tuétano. Y me puse a pensar en todo lo que nos dicen los mayores a través de los años y que poco a poco mata las ilusiones. Si algún niño pequeño y lleno de ilusiones casualmente está leyendo esto, favor de evitarlo, porque no me hago responsable de traumas ajenos.

1.Que no existe Santa Claus o el Niño Dios: ¿Qué mente perversa ideó semejante mentira? Eso es para hervirlo en aceite, para colgarlo o amarrarlo en la rueda. Durante por lo menos 10 años anda una de creída con ese argumento y haciendo cartas y yendo a la juguetería para escoger el regalo y mandando globos al cielo... caray, ¡que duro! Y no falta el acomedido que te diga que no es cierto, que son los papás...

2.El ratón de los dientes: hasta apellido tenía el condenado ratón. Pérez para mayor referencia. Mi padre me contó toda la historia: el ratón tenía un camión en donde recogía todos los dientes de los niños y se los llevaba a su fábrica de muebles, en donde convertía la materia prima en primorosos sillones, mesas, sillas y uno que otro banquito por aquello de los dientes careados. A cambio del fragmento dental, el ratón me dejaba una carta dándome las gracias y una moneda de a peso –verdadera fortuna en esos días-. Una vez me dejó unos aretitos de oro y eso no me gustó nadita, pero en fin, el ratón tenía sus razones. Yo, con la mente que me caracteriza, imaginé un mundo de ratones labradores que iban y venían laborando arduamente con los dientes de todos los niños del mundo...

3.Si te rapas, te saldrá más pelo: sin comentarios, sigo escasa de pelo.

4. Si le pegas a tus mayores, se te secará la mano: mi curiosidad científica pudo más que mi respeto irrestricto: pegué, me la devolvieron y mi mano sigue intacta.

5.La de la verruga en la mano no la platico....

6.Con el tequila se quita la gripe... no se quita, tampoco se olvida y aunada a la enfermedad anda un cargando una cruz....

Además, me falta por comprobar las siguientes:
1. Con un pedazo de carne de zorrillo se quita la tos;
2. La orinoterapia quita todos los males del cuerpo;
3. Que la baba de caracol deja la piel suave y tersa;
4. Que la rata es un platillo delicioso.

Yo con estas cuatro me quedo con la ilusión.


Nota: El 5 de enero de 2003 el Ayuntamiento de Madrid rindió un homenaje a este personaje de leyenda instalando una placa conmemorativa en el mismo lugar donde el padre Coloma situó la vivienda del roedor con el siguiente texto: Aquí vivía, en una caja de galletas, Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño Rey Alfonso XIII. La ilustración de esta nota es la placa conmemorativa dedicada al singular personaje.

domingo, 3 de enero de 2010

Peccato di Cardinale: cómo sobrevivir a una cena elegante

Con motivo del fin de año, me invitaron a una cena elegante. Como soy egresada de colegio de monjas y pertenezco a una familia fina y educada, no me preocupé. Llegué con mucho aplomo, saludé a la concurrencia con corrección y amabilidad y cada vez que alguien decía algo gracioso, colocaba mi mano frente a la boca para que mi risilla no molestara a los demás. Llegado el momento, pasamos a la mesa que estaba dispuesta para veinticuatro comensales. Llamó mi atención la bella mantelería bordada a mano, las servilletas de lino –impecables- y la pequeña tarjetita impresa con el nombre de cada asistente. A mí me tocó sentarme entre una señora de peinado alto y collar de perlitas y un señor que se la pasó carraspeando durante toda la cena. Dos absolutos desconocidos. Después supe que eran matrimonio pero que andaban en broncas, así que la anfitriona me puso en medio de los dos conociendo, por supuesto, mis dotes para la diplomacia.

Muy derechita examiné lo que tenía frente a mí. Cinco tenedores del lado izquierdo, todos de diferente tamaño y forma, unas pinzas de aspecto amenazante y unos “pinchos”, que después supe para qué eran. A mi derecha, en rigurosa formación cucharas y cucharones y uno que otro cuchillo, todos de formas por demás exóticas. Dos copas para vino en fila frente a mí esperaban ser escanciadas con el fino vino de mesa con que nos regaló el anfitrión. La servilleta estaba doblada en forma de flor sobre el plato y cuando la desdoblé me fijé cómo estaba armada, pero era peor que origami japonés. Como hors d'oeuvre nos sirvieron un paté Lorrain con unas galletitas muy simpáticas acompañándolo y adornado con un jitomatito en forma de rosa y un pedacito de perejil chino -no de China, sino enchinado-. Como plat de résistance nos sirvieron unos caracolitos en su concha (escargots au vin) –que para esto eran los pinchos- y que yo comí, como dice el nombrecito franchute, con “harta resistencia” porque me imaginaba los del jardín de mi casa, viéndome con sus ojitos en las antenas. Ya el segundo plato, hasta me dieron ganas de darle la “vuelta al ruedo” con un pedacito de croissant porque estaba bien bueno el Chateubriand ese. A esas alturas yo ya cantaba la Marsellesa y todavía faltaba el Fromage que es una charola con quesos de lo más fino –entre más apestosos, más apetecibles- y más vino, por supuesto. Ya para cuando llegaron las Ciruelas al Cognac, yo tomaba prestado el tenedor de la señora de perlitas que me veía de fea forma por platicar con su carrasposo marido. No cabe duda que prefiero los tacos del “Fugi” en donde la única elegancia es levantar la parte trasera del taco y elevar con gracia el dedito meñique, porque, como ya sabemos, en la forma de tomar el taco, se nota el que es tragón.

Esta nota se la dedico con todo respeto a mis amigos franceses cuyo “frañol” es genial y de quienes he aprendido a degustar mil delicias de la cocina francesa.