lunes, 29 de noviembre de 2010

El macalacachimba: historias de taxis

Por caprichos de la vida, he sido condenada al uso del transporte público de mi ciudad. Al principio, me chocaba estar horas parada en la esquina esperando un camión urbano o un taxi que me llevara a mi destino. Después le agarré cariño al asunto, porque, no cabe duda, las películas cuyas historias se desarrollan en Nueva York fueron una gran influencia para mí. Ahora me parece de lo más sofisticado hacer una seña y gritar ¡¡taxi!! con un berrido desesperado porque no sé chiflar como arriero. Además siempre llego a tiempo y no tengo que buscar estacionamiento. De las cosas más apasionantes al subir a un taxi, son las historias que se desencadenan en el interior de la unidad. Decidí entonces crear una clasificación de los abnegados conductores que nos prestan tan eficiente servicio.

Los coleccionistas: estos se destacan porque en el tablero del coche colocan, sin ningún tipo de curaduría, figuras con las más increibles, piadosas e irrisorias fisonomías. A saber: imágenes de santos que abarcan desde la santa muerte hasta la virgen de Schoenstatt; todas las figuras de la cajita feliz; personajes de manga… El que más me impresionó, es fanático del Pato Lucas. Su colección abarcaba 830 figuras que presume con orgullo a sus pasajeros: orgullo de su colección y de llegar a su destino ileso y con visibilidad cero por el tablero repleto de patos en todas las posiciones posibles.

El decorador de interiores: este es un clásico, de hecho, todos los choferes tienen un poco de decoradores. Son aquellos que cuelgan en el retrovisor el zapatito de su hijo, los cosabidos dados de peluche o esfera de espejitos ochentera o una sirena de mirada coqueta con esfera entre las manos; insectos encapsulados en resina en la palanca de velocidades, pie de metal en el acelerador, peluche de pelo largo en el tablero, camisetas del equipo de futbol preferido en los asientos delanteros; cubierta floral de tela nylon en el asiento trasero y espejito colocado estratégicamente en los laterales del coche. De aquí se derivan los decoradores de “concepto”: bandera tricolor durante fiestas patrias; cupido con flecha o pensamiento positivo con imán en febrero y micro piñata, si estamos en temporada navideña.

Los radioaficionados: estos conductores dominan todas las claves de radio. Un día, al subir al taxi, el chofer comenzó a transmitir lo siguiente: “Recogí 67 en buenas condiciones, cambio…”; “Si, está 2, 3 cambio…”; “ Si, con esta que me acusen de un 58”. No supe si tomarlo como un halago o ponerme nerviosa, pero desde ese día, cargo con mi código de claves, así me mantengo en 77, no me vayan a 69…

Los todólogos: estos saben de todo: política, situación económica del país, religión, violencia en la ciudad… Y para todo tienen la solución. Sugerencia: jamás de los jamases le saquen plática a un taxista a no ser que sea sobre el clima o si están seguros de poder patrocinarles una candidatura a diputado…

Los musicólogos: los que me caen mejor son los que ponen a la Sonora Santanera, música de trio o cumbia vallenato, le alegran a una el corazón… Nomás que aguas, porque una vez me tocó uno que se creía protagonista de canción de Arjona y ya me andaba; me bajé en la primera oportunidad que tuve y le dije: “No gracias, prefiero a Pérez Prado, ese sí que tenía candela…”

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cybermom

El año pasado, mi padre le regaló de navidad a mi madre una laptop. Durante tres meses ella la contempló con escepticismo, miedo y reticencia total. Que le daban miedo tantos botones, que si la iba a echar a perder, que no tenía tiempo, que esa cosa le iba a sacar el alma, que era cosa del diablo… A los tres meses, decidió prenderla. Al principio no entendía nada, pero poco a poco y con la consigna de “nomás pícale, no pasa nada” de sus resignados hijos, que había intentado darle cursos de computación y que sólo obtuvieron lágrimas y rechinidos de dientes con la consabida rasgada de vestiduras por parte de la alumna. Pues comenzó a “picarle” a los botones de la mencionada computadora. Ahora, a ocho meses de esos eventos, les puedo decir que hemos creado un monstruo. Mi madre ya domina el correo electrónico, el skype, el buscador de Google, Youtube y todo el paquete office… incluso ya está inscrita en una red social y ni cuenta se dio.

Mi problema es que ahora me manda cartas como la siguiente:

Asunto: Brumas y lejanía (ya desde el título)

Querida Rima, dale gracias a Dios que aun recuerdo tu nombre, pues hace tanto tiempo que no te veo ya que nos ha separado una gran distancia, que la imagen de tu cara se esta perdiendo de los registros de mi mente. Alarmada busqué una foto tuya y por más que quise descubrir tus rasgos, fue inútil...[…]Yo aquí permanezco inmóvil en un rincón, tejiendo calceta, platicando con mi gata y abandonada por su familia. […]Pasan los días y con mis lágrimas y mis recuerdos, veo pasar mis horas amargas ya ni siquiera salpicadas de esperanzas. [...] tu goza la vida y no pienses en esta pobre anciana que musita tu nombre e invoca tu presencia, como un bálsamo salvador. Mojo tu mano con una lagrima, tu madre.

Omití algunos párrafos para que los lectores que no conocen a mi madre me asesinen por ser una hija ingrata. Que ahora, si no le hablo un día, se desboca en este tipo de correos… Otra de las apasionantes facetas que despertaron en ella, fue la de investigadora. Le hablo y me dice: “bueno hija ya me voy, que tengo una lista de cosas por investigar”. Sus investigaciones radican en la vida de asesinos en serie, masacres mundiales, declaraciones prohibidas por las buenas costumbres y demás lindezas. Pero lo que sí le reconozco, es que no se deja llevar por lo que dicen los correos que contienen presentaciones con pinturas adjudicadas a otros, instrucciones de vida y odia las cadenas de San Juditas, como yo. Sólo le pido a Dios que no se vuelva hacker y robe un banco.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cómo sobrellevar un mal de amores

Hace poco acompañé a una amiga en la convalecencia de la terrible enfermedad mejor conocida como “mal de amores”. Yo le llamo familiarmente “enamoriscar”; una amiga muy querida me hizo el favor de definir con sabias palabras: “Enamoriscar”: v. Empezar a sentir emoción y pasión hacia una persona, prenderse de “amor” de alguien o algo, sentir excitación y pasión…parecido al apendejamiento pero cuando piensas que ¡sí va en serio! Esta definición aplica al momento justo antes del enamoramiento, que es ese estado alterado de conciencia que dura aproximadamente seis meses, antes de que llegue el aburrimiento de la cotidianeidad. En fin, en este rubro hay miles de opiniones. El caso es que mi amiga cayó en las garras de tamaña enfermedad, pero el dueño de sus desvelos nomás la castigó con el látigo de su desprecio. Empezó entonces el proceso de “olvido” que es como un duelo de pérdida, pero más intenso, porque cuando la pérdida es física o por un motivo demoledor, pues ya ni qué hacer. Los síntomas son terribles: pérdida temporal del sueño, garra demoledora en la garganta, ganas de escuchar boleros todo el día o de leer poemas de Benedetti; ganas inmensas de convocar a todas tus amigas para que te consuelen y se unan a la causa contra el “desgraciado” que te abandonó; pérdida total o parcial de la autoestima; compras compulsivas de “jazmines para el alma”; salir con una bolsa de pan en la cabeza por si te encuentras al interfecto; lloriqueo y vómito matutino y el peor de todos: alimentar el juicio pensando que el objeto del deseo se arrepentirá y volverá corriendo para decirte que se equivocó.

En mis búsquedas para encontrar el remedio a tan terrible epidemia para cuya cura no existe todavía una vacuna, ingresé a la red. Absolutamente nada racional encontré para amortiguar los estragos del “mal de amores” que no conozcamos ya: embrujos, hechizos, actividades distractoras, hablar del problema hasta que tus amigas te dejen de hablar, compras compulsivas, cambio de “look” y así por el estilo. Además, seguir el dicho “un clavo saca a otro clavo” está de la patada, porque el nuevo clavo nunca se igualará al primero y corres el riesgo de quedar clavada en la pared como mariposa de colección.

Durante mi búsqueda, escuchaba la radio: en una hora transmitieron 15 canciones que hablaban de amor: contra él y en su favor, con temas que abarcaban desde el rechazo, nostalgia, saudade, coraje, desengaño, rencor, odio, envidia, mentira, soledad y anhelo… ¡Oh cielos! –me dije- esto sí que es terrible. Llegué hasta sitios en donde tratan de explicar ese sentimiento de manera científica: nombres como dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina llenaron mi cabeza. Llegué a la conclusión de que el amor es una “enfermedad del hipotálamo” y no me gustó. Cuando se está en ese estadio amoroso, lo mejor es revolcarse en él, regodearse en el dolor, escuchar boleros, leer poesía como locos, escribir para encontrar la catarsis, y de pasada experimentar algún embrujo… quien quite ¿no?