lunes, 27 de diciembre de 2010

Los guías de turismo

Lamentablemente no suelo salir de viaje de placer con frecuencia, pero cuando lo hago, me gusta saber lo que voy a visitar e informarme primero. Muchos prefieren contratar un guía que los lleve a los lugares más significativos de la ciudad que visitan o de plano como le hago yo: me le pego a un grupo que ya lo contrató y me mantengo parando oreja para ver qué pesco. Cuando uno anda en esas andanzas, le pasan cosas de lo más barrocas con estos personajes tan necesarios en nuestras vacaciones. Sin ellos, viviríamos en la ignorancia turística. Están, por ejemplo, los que inician la recitación sobre la leyenda del Callejón del Beso a los cuales no hay que interrumpir en su perorata porque vuelven a empezar desde el principio y los que se pelean porque su leyenda de la “Llorona” es la auténtica y no la de otros estados y uno que me impresionó en Chichén-Itzá que era indígena maya y además de hablar su lengua natal se aventó la explicación en español, inglés, alemán y francés.
He aquí algunas anécdotas: un día, fui a Guanajuato, ciudad que se distingue por los chorrocientos escalones con que cuenta la entrada al edificio de la universidad. El grupo se detiene al final de la escalinata y a un interesado turista se le ocurre preguntar: -“Oiga joven, ¿Y cuántos escalones tiene esta escalera?”- A lo que el docto guía le contesta: -“Mire, se estima que en promedio cuenta de 230 a 232 escalones”. Todos se quedaron muy contentos con la respuesta, pero yo no me aguanté las ganas de decirle: - “¿Y eso pasa en tiempo de frío o de calor?”-. Fui fulminada por gélida mirada. En San Juan de Ulúa, que como se sabe, fue una cárcel pero que ahora se ha convertido en atracción turística, podemos encontrar la celda de Juan Charrasqueado y otra que se caracterizaba por entrar vivo y salir muerto a causa de un vinagrillo que en ella habitaba. Bueno, pues el grupo de damas seguía a un guía de lo más pintoresco, con acento “cojteño” y sangre liviana. El grupo se acerca a la tenebrosa celda y el guía le pide a la concurrencia: “Bueno, pues ahora les voy a pedir que cuenten hasta ocho para que vean lo que pasa”. Todos los integrantes del grupo comienzan: “1… 2…3… 8” Y el guía: -“¡¡¡Maaaamboooo!!!”- Dando inicio a un baile sicalíptico como pocos se han visto. De más está decir que el hombre se hizo merecededor de aplausos y copiosa propina. Y les recomiendo que hagan el viaje en el tranvía de esta bella capital potosina, con suerte les toque un conductor-guía que además de saberse el nombre completo de Doña Francisca De la Gándara y Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa les puede amenizar con una regia interpretación en la voz de Pedro Infante de la conocida canción “Acuarela Potosina” al llegar al barrio de San Miguelito. Que hacer turismo en tu ciudad, también es divertido.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Frutos del bosque tibios

Ahora que estamos en temporada de festejos navideños y convivios de todo tipo, deseo compartir una inquietud que se me manifiesta cada vez que voy a uno de ellos: los nombres de los platillos en los menús. Me explico: creo que es bueno adjetivar algo para describir o ponderar los atributos o las cualidades de lo que estamos comiendo. Así, nos encontramos en las cartas: “Sabroso mole de olla acompañado de tortillas hechas a mano”; “Delicioso fiambre de la casa”; “Suculentas tiras de pollo bañadas en salsa verde”: “Sabroso”, “delicioso” y “suculento” son cualidades que todo cristiano con dos dedos de frente entiende, de hecho, provocan en el comensal las ganas inmediatas de probar dicho platillo. El problema viene cuando en alguna boda o banquete o convivio de oficina, nos ponen en una mona tarjetita doble lo que vamos a comer en tan magna ocasión. “Mar y montaña”… sólo eso. Hay que pensarle, pero seguro son “frutos del mar” (elegante manera de nombrar a los mariscos) con trozos de res o cerdo bañadas de una salsa que quiso ser de… vayan ustedes a saber. O cuando nos agasajan con una “Suprema de pollo”, que no es más que una pechuga bañada de salsita verde; o la “Sopa con sorpresa de uva verde” que sí resulta sorprendente porque nunca encontramos los dos cuartos de una uva que según el decir del menú, navega en crema, la cual, y según apuestas que se dan entre los contertulios es de ¿piñón? ¿pistache? ¿queso? Lomo “noche y día” para indicarnos que las carnes irán bañadas de salsa blanca y oscura o el “Aperitivo selecto” en donde encontramos en un plato de 30 cm de circunferencia dos micro tomates, una hoja de lechuga escarola y un “cherry corn” navegando de selectísima manera… O uno que me encantó, que presentaban al asistente una ensalada “al Pedro Jiménez”. -¿Y ese señor quién es?- pregunto. El mesero encoge los hombros y contesta: “Pos sabe seño, pero pruébela, está sabrosa”. Suquet de rape sobre fondo de patata; florete de pepino, ensalada de rúcula; Tarrina de tubérculos; Turbot al horno; Meloso de ternera… yo de plano, prefiero las fonditas que me dicen exactamente qué estoy comiendo y que además me ofrecen “tortillitas hechas a mano, acompañadas de frijolitos chinos, salsita de molcajete y cafecito de olla” que como es sabido, así en diminutivo, es más sabrosito… Esta nota se la dedico a mi amiga “M” de León, con quien tuve el gusto de probar mi primera sopa de “Frutos del bosque tibios”.