sábado, 12 de febrero de 2011

La heredera

Una de las situaciones que siempre he querido vivir es la de ser heredera de una tía lejana a la que nunca conocí, pero que me tenía en sus pensamientos como única posibilidad de ser su heredera. No he perdido la esperanza, aunque debo decir que el único temor que me embargaría al ser heredera es que me pasara lo que a Olivia de Havilland en la película del mismo nombre, aunque fea, no soy. Pero hete aquí que, como dicen en los cuentos infantiles cuando los protagonistas se ven con las esperanzas perdidas en el bosque de la desolación y el abandono: “… vieron una lucecita brillando alláaaa a lo lejos…” Resulta que con la maravillosa comunicación que se deriva de la internet, ahora soy candidata a no una, no señor, sino a varias herencias. Me explico. Últimamente han llegado a mi bandeja de entrada correos que vienen de remotas tierras, muchas de éstas, ni siquiera imaginadas. Casi todos los correos se manejan con el mismo argumento y con una redacción que los hace más creíbles. “Querida amada en Cristo” comienzan casi todos, lo que francamente le da a una la tranquilidad de estar leyendo correos de gente decente y seguidora de los preceptos que demanda la religión: “no tengo otra manera de comunicarme con usted más que por correo electrónico. Estoy desesperada y mi corazón sangra cuando escribo este mensaje para llamar su atención”. Aquí ya me andan conmoviendo, imaginar a un ser humano en esas condiciones siempre me desgarra el alma. “Soy una ciudadana de Costa de Marfil, mi esposo murió hace dos años e hijos no tengo. Tengo una enfermedad terminal y he agotado todos mis ahorros en atención médica. La razón que me impulsa a escribirle es que tengo un fondo para un proyecto de caridad pero se encuentra bloqueado en Costa de Marfil”. La amable señora prosigue su relato diciéndome que le mande todos mis datos, que con la gracia de Dios, me heredará dos millones de euros para hacer una fundación en su memoria. A estas alturas, ya tengo la garganta hecha nudo y el alma, pedazos. Me sobrepongo y pienso: “ni loca, capaz que me pasa lo que a Olivia”, pero, si alguna de mis tías lejanas me quiere heredar, no hay fijón.