domingo, 18 de septiembre de 2011

Las cosas que no sé hacer

Hace poco, una amiga nos invitó a participar en un intercambio de conocimientos. La idea me resultó genial, así que me dispuse a hacer una lista. No es tarea fácil, porque siempre apostamos por lo que sabemos hacer. Aclaro que no necesariamente quisiera aprender a hacerlas, ya que la bendita ignorancia me ha ayudado a mantenerme con vida:

  • No sé navegar un barco de vela;
  • No sé utilizar un taladro;
  • No sé abrir una botella de cerveza con el encendedor;
  • No sé hacer “donitas” de humo con el cigarro… eso influyó significativamente en que no me convirtiera en una “Femme fatale”;
  • No sé patinar o andar en bicicleta “sin manos”;
  • No sé hacer una tortilla española, bueno, sólo la mitad de ella, porque lo que no sé hacer en realidad, es darle la vuelta al revoltillo ese…
  • No sé hacer macetas de macramé, tarjetería española, bordado con listón ni monos dormilones de peluche, esto me salvó de tener una tienda de regalos… y algo más;
  • No sé pescar Marlin, ni cazar leones o ciervos;
  • No sé coser a máquina como mi madre…
  • No sé cocer un pollo o hacer “cuete mechado”;
  • No sé montar una casa de campaña;
  • No sé bailar tango;
  • No sé distinguir un vino afrutado de uno ligeramente agarroso;
  • No sé rapelear, hacer bici de montaña o navegar rápidos;
  • No sé sobrevivir a más de 10 kilómetros de distancia de mi pueblo natal, no digamos en la selva lacandona;
  • No sé usar una brújula;
  • No sé “hackear”, pero si “estoquear”…
  • No sé sembrar, cuidar plantas mucho menos cosechar; mejor voy al super…
  • No sé manejar un auto estándar: esto a mantenido con vida a los otros;
  • No sé caminar sobre la cuerda floja, pero ni falta que me hace, ya con vivir la vida es más que suficiente.
Aquí les pongo un vínculo relacionado: Ver

sábado, 10 de septiembre de 2011

El ángel exterminador

Hace ya algunos ayeres, vi una serie de dibujos animados en donde un gato era picado por el “gusanillo del juego”. El pobre animal entraba en un estado compulsivo en donde todo lo que quería era jugar. Por supuesto, se topaba con el malvado perro, el cual ganaba todas las partidas. Los castigos eran terribles, pero el gato no paraba de jugar, no importaba cuan terrible pudiera ser el castigo. Fue tal mi trauma ante esta visión, que le agarré una aversión inmensa a todo lo que me sonara a juego de mesa: ni cartas, ni Backgammon, ni Damas, ni nada. Recién fui a su casa de unos amigos que, a sabiendas de mi repulsión desmedida por tan deleznable actividad, me invitaron a jugar “Marathon”, que de todos, es el que más tolero. Como los quiero mucho, accedí a ir a la reunión. Cual sería mi sorpresa al ver que tenían dos tableros de Rumi muy puestos sobre el tapetillo verde de una mesa de juego. Ya ni modo de regresarme. Respiré hondo y me propuse disfrutar la velada sin chistar.

El juego hace brotar en el ser humano las pasiones más ruines y bajas que imaginarse puedan: los ojos se inyectan y lagrimean a la par, la avaricia se dispara –peor tantito si van de por medio fichas, frijoles o cualquier leguminosa que represente un alto valor en el mercado-, la mente se encuentra alerta, presta a protestar ante la suerte ajena aún cuando los efluvios del alcohol corren presurosos por la sangre; los peinados se descomponen, y las manos se retuercen al sostener en un rictus casi artrítico las veintisiete cartas en donde no sale ni “corrida”, ni “tercia” y hay que “comer” para poder “bajarse” –este acto, terror de todo jugador empedernido-. La amistad entrañable que te une a los jugadores queda nulificada cuando le tapas o le deshaces el juego a alguien; muchas veces he quedado clavada en mi silla ante la mirada fulminante de una jugadora despechada. Así que como dice un amigo, me quedo atornillada al asiento como protagonista de la película “El ángel exterminador”…

Aquí les pongo el enlace del corto animado que les cuento, para que se diviertan un rato… Ver.