lunes, 27 de diciembre de 2010

Los guías de turismo

Lamentablemente no suelo salir de viaje de placer con frecuencia, pero cuando lo hago, me gusta saber lo que voy a visitar e informarme primero. Muchos prefieren contratar un guía que los lleve a los lugares más significativos de la ciudad que visitan o de plano como le hago yo: me le pego a un grupo que ya lo contrató y me mantengo parando oreja para ver qué pesco. Cuando uno anda en esas andanzas, le pasan cosas de lo más barrocas con estos personajes tan necesarios en nuestras vacaciones. Sin ellos, viviríamos en la ignorancia turística. Están, por ejemplo, los que inician la recitación sobre la leyenda del Callejón del Beso a los cuales no hay que interrumpir en su perorata porque vuelven a empezar desde el principio y los que se pelean porque su leyenda de la “Llorona” es la auténtica y no la de otros estados y uno que me impresionó en Chichén-Itzá que era indígena maya y además de hablar su lengua natal se aventó la explicación en español, inglés, alemán y francés.
He aquí algunas anécdotas: un día, fui a Guanajuato, ciudad que se distingue por los chorrocientos escalones con que cuenta la entrada al edificio de la universidad. El grupo se detiene al final de la escalinata y a un interesado turista se le ocurre preguntar: -“Oiga joven, ¿Y cuántos escalones tiene esta escalera?”- A lo que el docto guía le contesta: -“Mire, se estima que en promedio cuenta de 230 a 232 escalones”. Todos se quedaron muy contentos con la respuesta, pero yo no me aguanté las ganas de decirle: - “¿Y eso pasa en tiempo de frío o de calor?”-. Fui fulminada por gélida mirada. En San Juan de Ulúa, que como se sabe, fue una cárcel pero que ahora se ha convertido en atracción turística, podemos encontrar la celda de Juan Charrasqueado y otra que se caracterizaba por entrar vivo y salir muerto a causa de un vinagrillo que en ella habitaba. Bueno, pues el grupo de damas seguía a un guía de lo más pintoresco, con acento “cojteño” y sangre liviana. El grupo se acerca a la tenebrosa celda y el guía le pide a la concurrencia: “Bueno, pues ahora les voy a pedir que cuenten hasta ocho para que vean lo que pasa”. Todos los integrantes del grupo comienzan: “1… 2…3… 8” Y el guía: -“¡¡¡Maaaamboooo!!!”- Dando inicio a un baile sicalíptico como pocos se han visto. De más está decir que el hombre se hizo merecededor de aplausos y copiosa propina. Y les recomiendo que hagan el viaje en el tranvía de esta bella capital potosina, con suerte les toque un conductor-guía que además de saberse el nombre completo de Doña Francisca De la Gándara y Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa les puede amenizar con una regia interpretación en la voz de Pedro Infante de la conocida canción “Acuarela Potosina” al llegar al barrio de San Miguelito. Que hacer turismo en tu ciudad, también es divertido.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Frutos del bosque tibios

Ahora que estamos en temporada de festejos navideños y convivios de todo tipo, deseo compartir una inquietud que se me manifiesta cada vez que voy a uno de ellos: los nombres de los platillos en los menús. Me explico: creo que es bueno adjetivar algo para describir o ponderar los atributos o las cualidades de lo que estamos comiendo. Así, nos encontramos en las cartas: “Sabroso mole de olla acompañado de tortillas hechas a mano”; “Delicioso fiambre de la casa”; “Suculentas tiras de pollo bañadas en salsa verde”: “Sabroso”, “delicioso” y “suculento” son cualidades que todo cristiano con dos dedos de frente entiende, de hecho, provocan en el comensal las ganas inmediatas de probar dicho platillo. El problema viene cuando en alguna boda o banquete o convivio de oficina, nos ponen en una mona tarjetita doble lo que vamos a comer en tan magna ocasión. “Mar y montaña”… sólo eso. Hay que pensarle, pero seguro son “frutos del mar” (elegante manera de nombrar a los mariscos) con trozos de res o cerdo bañadas de una salsa que quiso ser de… vayan ustedes a saber. O cuando nos agasajan con una “Suprema de pollo”, que no es más que una pechuga bañada de salsita verde; o la “Sopa con sorpresa de uva verde” que sí resulta sorprendente porque nunca encontramos los dos cuartos de una uva que según el decir del menú, navega en crema, la cual, y según apuestas que se dan entre los contertulios es de ¿piñón? ¿pistache? ¿queso? Lomo “noche y día” para indicarnos que las carnes irán bañadas de salsa blanca y oscura o el “Aperitivo selecto” en donde encontramos en un plato de 30 cm de circunferencia dos micro tomates, una hoja de lechuga escarola y un “cherry corn” navegando de selectísima manera… O uno que me encantó, que presentaban al asistente una ensalada “al Pedro Jiménez”. -¿Y ese señor quién es?- pregunto. El mesero encoge los hombros y contesta: “Pos sabe seño, pero pruébela, está sabrosa”. Suquet de rape sobre fondo de patata; florete de pepino, ensalada de rúcula; Tarrina de tubérculos; Turbot al horno; Meloso de ternera… yo de plano, prefiero las fonditas que me dicen exactamente qué estoy comiendo y que además me ofrecen “tortillitas hechas a mano, acompañadas de frijolitos chinos, salsita de molcajete y cafecito de olla” que como es sabido, así en diminutivo, es más sabrosito… Esta nota se la dedico a mi amiga “M” de León, con quien tuve el gusto de probar mi primera sopa de “Frutos del bosque tibios”.

lunes, 29 de noviembre de 2010

El macalacachimba: historias de taxis

Por caprichos de la vida, he sido condenada al uso del transporte público de mi ciudad. Al principio, me chocaba estar horas parada en la esquina esperando un camión urbano o un taxi que me llevara a mi destino. Después le agarré cariño al asunto, porque, no cabe duda, las películas cuyas historias se desarrollan en Nueva York fueron una gran influencia para mí. Ahora me parece de lo más sofisticado hacer una seña y gritar ¡¡taxi!! con un berrido desesperado porque no sé chiflar como arriero. Además siempre llego a tiempo y no tengo que buscar estacionamiento. De las cosas más apasionantes al subir a un taxi, son las historias que se desencadenan en el interior de la unidad. Decidí entonces crear una clasificación de los abnegados conductores que nos prestan tan eficiente servicio.

Los coleccionistas: estos se destacan porque en el tablero del coche colocan, sin ningún tipo de curaduría, figuras con las más increibles, piadosas e irrisorias fisonomías. A saber: imágenes de santos que abarcan desde la santa muerte hasta la virgen de Schoenstatt; todas las figuras de la cajita feliz; personajes de manga… El que más me impresionó, es fanático del Pato Lucas. Su colección abarcaba 830 figuras que presume con orgullo a sus pasajeros: orgullo de su colección y de llegar a su destino ileso y con visibilidad cero por el tablero repleto de patos en todas las posiciones posibles.

El decorador de interiores: este es un clásico, de hecho, todos los choferes tienen un poco de decoradores. Son aquellos que cuelgan en el retrovisor el zapatito de su hijo, los cosabidos dados de peluche o esfera de espejitos ochentera o una sirena de mirada coqueta con esfera entre las manos; insectos encapsulados en resina en la palanca de velocidades, pie de metal en el acelerador, peluche de pelo largo en el tablero, camisetas del equipo de futbol preferido en los asientos delanteros; cubierta floral de tela nylon en el asiento trasero y espejito colocado estratégicamente en los laterales del coche. De aquí se derivan los decoradores de “concepto”: bandera tricolor durante fiestas patrias; cupido con flecha o pensamiento positivo con imán en febrero y micro piñata, si estamos en temporada navideña.

Los radioaficionados: estos conductores dominan todas las claves de radio. Un día, al subir al taxi, el chofer comenzó a transmitir lo siguiente: “Recogí 67 en buenas condiciones, cambio…”; “Si, está 2, 3 cambio…”; “ Si, con esta que me acusen de un 58”. No supe si tomarlo como un halago o ponerme nerviosa, pero desde ese día, cargo con mi código de claves, así me mantengo en 77, no me vayan a 69…

Los todólogos: estos saben de todo: política, situación económica del país, religión, violencia en la ciudad… Y para todo tienen la solución. Sugerencia: jamás de los jamases le saquen plática a un taxista a no ser que sea sobre el clima o si están seguros de poder patrocinarles una candidatura a diputado…

Los musicólogos: los que me caen mejor son los que ponen a la Sonora Santanera, música de trio o cumbia vallenato, le alegran a una el corazón… Nomás que aguas, porque una vez me tocó uno que se creía protagonista de canción de Arjona y ya me andaba; me bajé en la primera oportunidad que tuve y le dije: “No gracias, prefiero a Pérez Prado, ese sí que tenía candela…”

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cybermom

El año pasado, mi padre le regaló de navidad a mi madre una laptop. Durante tres meses ella la contempló con escepticismo, miedo y reticencia total. Que le daban miedo tantos botones, que si la iba a echar a perder, que no tenía tiempo, que esa cosa le iba a sacar el alma, que era cosa del diablo… A los tres meses, decidió prenderla. Al principio no entendía nada, pero poco a poco y con la consigna de “nomás pícale, no pasa nada” de sus resignados hijos, que había intentado darle cursos de computación y que sólo obtuvieron lágrimas y rechinidos de dientes con la consabida rasgada de vestiduras por parte de la alumna. Pues comenzó a “picarle” a los botones de la mencionada computadora. Ahora, a ocho meses de esos eventos, les puedo decir que hemos creado un monstruo. Mi madre ya domina el correo electrónico, el skype, el buscador de Google, Youtube y todo el paquete office… incluso ya está inscrita en una red social y ni cuenta se dio.

Mi problema es que ahora me manda cartas como la siguiente:

Asunto: Brumas y lejanía (ya desde el título)

Querida Rima, dale gracias a Dios que aun recuerdo tu nombre, pues hace tanto tiempo que no te veo ya que nos ha separado una gran distancia, que la imagen de tu cara se esta perdiendo de los registros de mi mente. Alarmada busqué una foto tuya y por más que quise descubrir tus rasgos, fue inútil...[…]Yo aquí permanezco inmóvil en un rincón, tejiendo calceta, platicando con mi gata y abandonada por su familia. […]Pasan los días y con mis lágrimas y mis recuerdos, veo pasar mis horas amargas ya ni siquiera salpicadas de esperanzas. [...] tu goza la vida y no pienses en esta pobre anciana que musita tu nombre e invoca tu presencia, como un bálsamo salvador. Mojo tu mano con una lagrima, tu madre.

Omití algunos párrafos para que los lectores que no conocen a mi madre me asesinen por ser una hija ingrata. Que ahora, si no le hablo un día, se desboca en este tipo de correos… Otra de las apasionantes facetas que despertaron en ella, fue la de investigadora. Le hablo y me dice: “bueno hija ya me voy, que tengo una lista de cosas por investigar”. Sus investigaciones radican en la vida de asesinos en serie, masacres mundiales, declaraciones prohibidas por las buenas costumbres y demás lindezas. Pero lo que sí le reconozco, es que no se deja llevar por lo que dicen los correos que contienen presentaciones con pinturas adjudicadas a otros, instrucciones de vida y odia las cadenas de San Juditas, como yo. Sólo le pido a Dios que no se vuelva hacker y robe un banco.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cómo sobrellevar un mal de amores

Hace poco acompañé a una amiga en la convalecencia de la terrible enfermedad mejor conocida como “mal de amores”. Yo le llamo familiarmente “enamoriscar”; una amiga muy querida me hizo el favor de definir con sabias palabras: “Enamoriscar”: v. Empezar a sentir emoción y pasión hacia una persona, prenderse de “amor” de alguien o algo, sentir excitación y pasión…parecido al apendejamiento pero cuando piensas que ¡sí va en serio! Esta definición aplica al momento justo antes del enamoramiento, que es ese estado alterado de conciencia que dura aproximadamente seis meses, antes de que llegue el aburrimiento de la cotidianeidad. En fin, en este rubro hay miles de opiniones. El caso es que mi amiga cayó en las garras de tamaña enfermedad, pero el dueño de sus desvelos nomás la castigó con el látigo de su desprecio. Empezó entonces el proceso de “olvido” que es como un duelo de pérdida, pero más intenso, porque cuando la pérdida es física o por un motivo demoledor, pues ya ni qué hacer. Los síntomas son terribles: pérdida temporal del sueño, garra demoledora en la garganta, ganas de escuchar boleros todo el día o de leer poemas de Benedetti; ganas inmensas de convocar a todas tus amigas para que te consuelen y se unan a la causa contra el “desgraciado” que te abandonó; pérdida total o parcial de la autoestima; compras compulsivas de “jazmines para el alma”; salir con una bolsa de pan en la cabeza por si te encuentras al interfecto; lloriqueo y vómito matutino y el peor de todos: alimentar el juicio pensando que el objeto del deseo se arrepentirá y volverá corriendo para decirte que se equivocó.

En mis búsquedas para encontrar el remedio a tan terrible epidemia para cuya cura no existe todavía una vacuna, ingresé a la red. Absolutamente nada racional encontré para amortiguar los estragos del “mal de amores” que no conozcamos ya: embrujos, hechizos, actividades distractoras, hablar del problema hasta que tus amigas te dejen de hablar, compras compulsivas, cambio de “look” y así por el estilo. Además, seguir el dicho “un clavo saca a otro clavo” está de la patada, porque el nuevo clavo nunca se igualará al primero y corres el riesgo de quedar clavada en la pared como mariposa de colección.

Durante mi búsqueda, escuchaba la radio: en una hora transmitieron 15 canciones que hablaban de amor: contra él y en su favor, con temas que abarcaban desde el rechazo, nostalgia, saudade, coraje, desengaño, rencor, odio, envidia, mentira, soledad y anhelo… ¡Oh cielos! –me dije- esto sí que es terrible. Llegué hasta sitios en donde tratan de explicar ese sentimiento de manera científica: nombres como dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina llenaron mi cabeza. Llegué a la conclusión de que el amor es una “enfermedad del hipotálamo” y no me gustó. Cuando se está en ese estadio amoroso, lo mejor es revolcarse en él, regodearse en el dolor, escuchar boleros, leer poesía como locos, escribir para encontrar la catarsis, y de pasada experimentar algún embrujo… quien quite ¿no?

sábado, 23 de octubre de 2010

El vivo al pozo y el muerto al gozo

Ahora que se avecina la celebración del día de muertos, viene al caso narrar el triste encuentro con “El Enterrador”. Resulta que en donde trabajo, tuve a bien comprar, descontados en cómodas quincenas, dos servicios funerarios que incluyen agua para nescafé y de la normal. Llevo la mitad de mi vida laboral pagando los dichosos servicios funerarios, que incluyen hacerte talco, como atinadamente dice mi padre al respecto de las cremaciones. No me pregunten por qué dos. Tal vez me quería asegurar para mi siguiente reencarnación.

El caso es que llegó “El Enterrador” como le digo al que vende los paquetes de ida al Valle del Josafat. Ahora el hombre me venía ofreciendo (así dicen: “ahora le vengo ofreciéndo…”) un paquete difícil de rehusar, a saber: traslado de modo “discreto” de mis restos a Valle Ventura; sala de velación con vista a un hermoso jardín; servicio de elevador subterráneo (¿?) que sumerge el ataúd a lo más profundo para luego resurgir en la capilla, donde se celebrarán mis exequias. Todo esto, siempre acompañado de la consabida frase: “Dios no lo quiera, si usted llega a faltar”, dicha cada vez que me aumentaba una de las maravillosas características del paquete. Una vez celebrada la misa, mis restos se vuelven a sumergir para pasar directamente al asador. Un valor agregado importantísimo es que las instalaciones cuentan con ludoteca, para que los pequeños angelitos no anden jugando a la roña alrededor de mis restos. Además, mi cuadrito tendría un mantenimiento impecable y una de las cosas que más me llamó la atención es que ya se eliminaron de esos lugares de santo reposo las imágenes que demuestren pena por nuestra partida. Nada de virgenes llorosas ni ángeles compungidos, cosa que me chocó porque las estatuas de los cementerios son hermosas. Además, si muero, paradójicamente tengo un seguro de vida que pagará mi deuda con ellos, y así me pueda ir con la conciencia tranquila. Me quedé pensando que me la pasaría de poca abuela si me muero, en cambio en vida pasaría el resto de ella pagando todas estas ñoñerías. El pobre hombre por más que trató de venderme el jardín de las delicias, se topó con pared. Yo ya dejé instrucciones precisas de que si me muero, me hagan favor de llevarme como a todo el mundo a la funeraria, cierren la capilla, porque eso de andarse desvelando no opera ya y después de que me hagan talco, vaya por ahí, a algún lugar bonito y me usen sin temor para abonar las plantas. Se pueden quedar con la cajita, ya que es muy útil para guardar lápices y crayolas. Que la verdad, el cajón es ganancia, diría mi padre…

domingo, 17 de octubre de 2010

Aventuras esotéricas

Antes de leer la siguiente nota, deseo hacer una advertencia a los lectores que gustan de las artes esotéricas: yo no creo en absolutamente en nada de esto, pero el placer morboso que me causan es mucho más fuerte que la abstención de incursionar en estos temas. Tengo profundo respeto por quienes creen en chamanes, santones, curanderos, brujas, lectores de tarot, quirománticos, visualizadores de marcianos en el espacio, perceptores de presencias inexplicables, adoradores de la “Santa Muerte” y sus derivados así como creyentes en Malverde y Juan Soldado; seguidores del Niño Fidencio y a los que se encomiendan al “Ánima sola de Juan Minero” tres veces al día. Hecha la mencionada advertencia, me siento con la libertad de explayarme a mis anchas con respecto al tema.

He tenido varios acercamientos a las artes esotéricas, sea por curiosidad “científica”, sea porque la naturaleza humana demanda conocer el futuro revelado en el poso de café turco. A todos estos, ya les conozco el modo. Normalmente, alguna amiga te recomienda con una “señora que vive allá por atrás de la última colonia perdida en los suburbios del desierto”. Para ponderar las artes de la adivina, mencionan tres casos de sucedidos que les acontecieron a personas conocidas; te dicen que “no cobran ni un peso” y que a veces vas y no te recibe porque la santa señora está en trance platicando con los ángeles. Mi primera experiencia en estas lides, fue harto truculenta, llena de misterio, con un cierto toque de arte dramático. Fui con una amiga al “consultorio” de la señora adivina, que se hacia llamar por sus seguidores con el apantallante nombre de “Lady Lola”: con ese nombre, ya como que me daba mala espina, pero como ya iba trepada en el coche de mi amiga, la cual no dejaba de ponderar las artes adivinatorias de la Lady, pues le seguí. Dejamos el auto a unos métros de una casa hecha de “material”, que tenía pintados en la fachada unos ojos estilo hindú, con muchos garigoles y florituras. Tocamos la puerta y esta se abrió igualito que como en la casa de los Monsters: rechinando y nadie atrás que la abriera. Después vi que tenía el clásico “hilito” para jalar la chapa. Pero el efecto no deja de ser impresionante. Una nube de humo nos envolvió y reconocí el olor del copal. Las paredes pintadas de blanco mostraban grandes islas descarapeladas que formaban figuras caprichosas parecidas a presencias que no dejaban de observarnos. Del techo colgaban hilos que tenían engarzadas cuentas de colores de todos tamaños y formas: cristales, plástico, conchas, botones… Animales disecados con cara de desesperados poblaban toda la habitación: tlacuaches, armadillos, mofetas y murciélagos. Un venado con cara de “Y yo que estoy haciendo aquí” me miraba fijamente con sus ojos de canica. A estas alturas ya estaba medio intimidada, porque lo que sea de cada quien, le echan ganas a la escenografía. Predeciblemente, de detrás de las cortinas de chaquirones y flores de plástico, hace su entrada triunfal la Lady, vestida con unas enaguas percudidas, blusa étnica, un montón de collares de papelillo, de esos que se usan para bailar el jarabe tapatío y un tocado que dejaría patidifusa a Frida Kahlo. Nos pidió que nos sentaramos en unos cojines y cerraramos los ojos para invocar a los espíritus que la ayudarían con nuestro caso desesperado. He de confesar que en el trayecto hacia la casa de la adivina, me puse a pensar qué le quería preguntar a la señora. Preguntas clásicas como “¿Encontraré al amor de mi vida? ¿Tendré un buen trabajo? ¿Cuántos años viviré? Y cosas por el estilo. Pero cuando vi todo lo que tenía colgado, mi lado periodístico ganó y no pude evitar preguntarle en qué momento decidió ser adivina; qué se necesita para obtener todo lo que tenía colgado ahí; en dónde podía yo tramitar mi licencia de adivina; cómo le hacia para contactar a las presencias de otro plano y en dónde había conseguido las flores del tocado que la adornaban.

Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Usted no cree. Así no puedo trabajar”. “¡Ah jijos!” –pensé- “¡Esta señora si que es adivina!”. Caí de hinojos, convencida de mi error. Pero por más que le insistí, no me dejó ingresar al portal místico. Cuando salí de la casa, sólo alcancé a escuchar a mis espaldas: “Pero, pus…ahí con lo que guste cooperar ¿no?”.

domingo, 10 de octubre de 2010

La última vez

Alicia es una amiga con la que tuve la suerte de encontrarme en los primeros años de kinder. Alta, muy alta desde mi perspectiva; delgada hasta la envidia, de pelo muy negro, blanca y con una carita de muñeca azorada, sus grandes ojos negros son un canto a la vida. Estoy segura que no es consciente de su belleza. Siempre locuaz, alegre, optimista y de risa fácil, Alicia y nuestro grupo de amigas, pasamos miles de aventuras adolescentes. Ella me enseñó a cantar, a coquetear a los muchachos, a disfrutar la vida, a reírnos como locas y a fumar, cosa que no le agradezco a estas alturas. Le gusta la música y cuando habla, todas las enseñanzas de vida las cita con frases de canciones. Miguel Bosé, su ídolo. Menudo, su pasión. Al paso del tiempo, tuvo dos hermosas hijas, igualitas a ella... gracias a Dios. La vida, los quehaceres, nos separaron mucho tiempo. Y la misma vida, nos volvió a unir. Después de 20 años y de dos matrimonios. Porque Alicia, sabe amar demasiado. A Alicia la mataron. De un modo vil y desalmado. Entraron a su casa a robar, y la mataron. La última vez que la vi, fue en una boda, guapísima, contenta con la vida y su circunstancia. La última vez… uno no piensa cuándo será la última vez que verá a una persona. Puede ser en una reunión, cruzando la calle, en la fila de un banco… no sé si esa inconsciencia nos haga la vida más llevadera y amable, pero lo que sí pienso, es que uno no debe tener facturas por pagar; uno no debe salir de casa de sus padres sin decirles que los amas; uno no debe ir al café con una amiga que se chuta todos tus conflictos sin decirle al final que la quieres; uno no debe ir por la vida sin reconocer los logros de los otros, los dones que nos dan con su presencia; uno debe ser agradecido con esa presencia, regocijarse porque esas personas han tocado, aunque sea en un punto, la línea de nuestra vida. La última vez que vi a Alicia, la vi sonriendo, y así la quiero recordar…

domingo, 3 de octubre de 2010

A veces se me olvida que existe Vivaldi

Aunque a muchas personas que se consideran cultas y conocedoras de la música clásica juzgan a Vivaldi como un compositor simplón y bonachón en contrapartida del barroquísimo y complejo Bach, a mi me encanta escucharlo. No cabe duda que la música alimenta el espíritu: Vivaldi tiene a mi parecer, composiciones que elevan el espíritu y le otorgan un descanso al alma cansada o adolorida. Pero a veces se me olvida que existe.

¿Cuántos correos recibe usted con mensajes alentadores, pensamientos positivos, decretos, reglas de vida, juicios acertados, afirmaciones, proverbios, refranes, poesías, acuerdos, frases célebres, sentencias aleccionadoras y ejemplos de vida? Esa es una de las actividades más frecuentes en la red. ¿Cuántos libros ha leído al respecto? Me he dado cuenta que las librerías son un indicador excelente para ver lo que aqueja al ser humano, sólo con ver los títulos de los libros de autoayuda y temas afines que se encuentran en sus estantes. Es chistoso, pero yo en lo personal creo que toda esa ayuda la tenemos frente a nuestras narices y no la vemos ni de reojo. Sucede que compramos un libro con la esperanza de encontrar respuestas a nuestros estados de ánimo, a situaciones difíciles por las que pasamos, cuando la respuesta se encuentra en nuestro interior. Y sucede que se compra el libro, se lee con avidez, se subrayan los párrafos que a nuestro entender puedan resultar significativos para sobrellevar la depresión, o las relaciones con nuestros próximos, o para mejorar nuestra calidad de vida o simplemente para tener una “filosofía de vida personal”. Conozco personas que se la pasan citando frases célebres o párrafos enteros de libros para otorgar al que escucha una “lección de vida”. Se me figura como cuando alguien va a comulgar y saliendo de la Iglesia le lanza un reperiquete a la esposa porque algo no se hizo como debía ser…

Reconozco que he leído libros de autoayuda. Y como los he leído, puedo decir sin temor a equivocarme que me chocan, tanto como me molesta que ocupen un espacio precioso en una librería. Opinión muy personal, pero así es. Me intriga saber cómo vive una persona siguiendo reglamentariamente los cuatro acuerdos, o las premisas de ¿Quién se ha robado mi queso? En el momento de la lectura lloramos conmovidos, pero al apagar la computadora, la información se queda perdida en la red, sin nadie que la rescate. Todo este rollo viene al caso porque a veces se nos olvida que existe Vivaldi…, y la sobremesa con la familia…, y la plática sabrosa con una amiga… y los días de campo…, y la alegría de un perro que nos recibe gustoso…, y la risa ante un buen chiste…, y el sonido de la lluvia y los truenos, que me encantan…, y sentirme chiquita ante la inmensidad del cielo. Y como estas, podría mencionar mil formas de sentirnos bien, de querer seguir adelante. Y que no se me olvide, también me gusta Bach.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Esperanzas con “porte pagado”

Uno de mis más preciados recuerdos infantiles entrados a la adolescencia es la llegada de la revista “Selecciones”. Muchas personas que conozco la alucinan por sus relatos lacrimosos y sensibleros, pero lo cierto es que todo mundo la ha leído alguna vez. Además, es una lectura para el baño fabulosa: breve, concisa y precisa. Pero lo que más me gustaba de esta revista era su publicidad por correo, toda una aventura. Llegaba en un sobre con porte pagado y bien rellenito de ilusiones. No sé cuántos papeles contenía, pero era divertidísimo juntarnos en familia y comenzar el largo proceso de cumplir con todas las indicaciones precisas para ganarse un auto. Primero te decían que de entre los 6 millones de suscriptores TU HABÍAS SIDO SELECCIONADO POR UNA COMPUTADORA –lo cual sonaba de lo más sofisticado-PARA PARTICIPAR EN EL MAGNO SORTEO DE 25 AUTOS ÚLTIMO MODELO. Eso, por supuesto, ya te hacía sentir orgulloso. Ahora pienso que la dichosa computadora que nos seleccionaba era la de Blas Pascal, porque después me enteré que a todo mundo le mandaban lo mismo. Posterior a esto, tenías que despegar una llave de metal, que era la llave del auto de tus sueños. Con esa llave te ibas al segundo papel en donde venían una serie de 8 recuadros platinados que debías rascar para saber si te salía tres veces la palabra “ganador”. Siempre salía, así que podías continuar con el mercado de sueños. Pasada la primera prueba “crispa nervios”, debías buscar una plantilla de cuadritos de colores con líneas desprendibles que mostraba la disponibilidad de colores del coche en cuestión: vino, plata, rojo, verde… escogías el tuyo y lo pegabas en otra plantilla, llenabas un formato con tus generales y metías todo en un sobre –incluidas tus esperanzas de ganar- también con porte pagado. Y córrele al super “El Águila” para mandarlo cuanto antes. Me acuerdo que también mandaban plantillas con todos los libros que podías comprar o con las colecciones de discos disponibles: “28 joyas musicales”, “Lo mejor de Ray Conniff” o “Serenatas con rondalla”. Nunca nos ganamos nada, pero esos momentos alrededor de la mesa armando el numerito, fueron de lo más divertidos. Y como quiera, eso se agradece.

domingo, 12 de septiembre de 2010

En la cama de Hidalgo

Ahora que se acerca el Bicentenario de la Independencia no puedo evitar platicar esta anécdota que pertenece a mi hermana. Resulta que las vacaciones familiares siempre se redujeron a un perímetro no mayor a un estado de la república. Sea porque a mi padre no le gusta viajar o por falta de presupuesto, siempre acabábamos en Taboada o en alguna zona aledaña. En esa ocasión el Valiant rojo de mi padre nos llevó a Dolores Hidalgo, cuna de la Independencia. Las vacaciones consistían en hacer un recorrido por cuanta tienda de cerámica y talavera encontrábamos, haciendo las delicias de mi madre y el aburrimiento de los hijos y, por supuesto, recorrido obligado por la casa museo de nuestro padre de la patria, el cura Hidalgo. No sé cuántos años tendríamos pero creo que yo nueve y mi hermana, siete a lo mucho. El caso es que entramos a la añeja casa y comenzamos a recorrerla observando detenidamente, y cuando digo “detenidamente” es literal. Veíamos cada documento histórico escrito en delicada caligrafía, juegos de escritorio, casullas para oficiar misa primorosamente bordadas en oro y filigranas por alguna beata devota del lugar; el jarro donde el cura depositaba el agua, la cazuela donde le cocinaban el mole; la miniatura pintada a mano; los libros añejos y deshojados por el tiempo; el amplio patio donde el cura debió pasar sus tardes leyendo libros subversivos que desencadenaron en lo que ya sabemos. El caso es que cuarto tras cuarto, peinábamos todas las vitrinas siempre acompañados de la docta voz de mi madre, quién nos explicaba qué era esto o aquello. Mi hermana, no es precisamente una amante de este tipo de recorridos. Al llegar a la recámara en donde el cura descansaba el cuerpo, el cielo se le abrió. ¡Una cama! ¡Por fin algo sensato! Y ni tarda ni perezosa, o más bien, bastante perezosa, se lanzó en un clavado hacia el ansiado reposo. El brinco provocó un salto en el aire -tal era la fuerza del clavado- mismo que mi madre aprovechó para cacharla en el aire. Creo que esto provocó en mi hermana un trauma infantil que en la actualidad no le permite recorrer museo alguno, pero sí cambiar de colchón cada año.

sábado, 28 de agosto de 2010

Amantes a la antigua (O de la antigüedad)

Siempre me han llamado la atención los tiempos pasados, soy romántica irredenta: desfallezco ante un ramo de flores o una cajita de chocolates en forma de corazón. Pero todo tiene un límite. Haciendo un recuento de experiencias en las que he estado inmersa en un “bucle en el tiempo” no puedo evitar esbozar una sonrisa cargada de sarcasmo. Me explico. Resulta que la prima de la hermana de una amiga decidió casarse. Para evitarse complicaciones y reuniones pomadosas, los novios optaron por ir al registro civil acompañados de amigos y testigos del hecho. Se les hizo entrar al recinto seguidos de un hombrecillo como de 1.50 mt de estatura, rechoncho, morenito y vestido con un traje de color indefinido. Con mirada circunspecta, preguntó a los novios que si iban por libre voluntad. Contestaron que sí. Acto seguido y después de la lectura del acta de rigor, el hombre decidió recitar, sí, recitar la famosa “Epístola de Melchor Ocampo” muy socorrida en el siglo XIX pero que para efectos prácticos dista mucho de ser la mejor lectura en una boda. No puedo dejar de mencionar que el hombre agarró un tonito en la recitación que primero tomó desprevenidos a los asistentes y ya repuestos de la sorpresa, causó conmoción y una risa loca entre ellos: Se arrancó el Licenciado: -“La mujerrrrr… la mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter…”- Todo con voz gangosa y nasal y haciendo énfasis en las “rrrr”. La novia se concentró en una cacarañada que tenía el escritorio, mientras trataba de reprimir la carcajada perdiendo todo atisbo de compasión, abnegación, ternura y belleza. A la mamá de la novia por poco y se le revientan las venas de los cachetes y fue orillada a hiperventilar. En otra ocasión asistí a una conferencia. Mientras esperábamos a que diera inicio, entra un hombre alto y fornido, impecablemente vestido con un traje verde bandera y corbata a juego y se dirige a nosotros: -“Estimado público presente, caballeros y damitas que nos hacen el inmerecido honor de asistir a este humilde recinto, paraninfo de sabiduría y conocimiento, sean todos bienvenidos”-. Y acto seguido, sin darnos tiempo a pestañear, el bardo decimonónico se arrancó a recitar una poesía cuyo tema no sé describir porque en su haber había palabras como “plenilunio”, “larario” y “golas cándidas”, así que casi no le entendí. Estos hombres y mujeres sacados del túnel del tiempo siempre me han llamado la atención. Si de plano no se sienten a gusto con la modernidad habían de vestirse de “época” para poder identificarlos y no andar pasando penas y sinsabores tratando de contener la risa, que dicen que es muy sana, pero que en cantidades tales nos puede provocar un síncope.

domingo, 22 de agosto de 2010

Dulce venganza

Ya he platicado con anterioridad los enredos y desatinos que hace una madre cuando tiene en sus brazos a una pobre primogénita. Éstos abarcan una colorida gama de ocurrencias que van desde ensartar un seguro en la panza de la pequeña sufriente por no saber colocar un pañal como se debe; disfrazar a la pequeña como personaje de Hanna Barbera; obligar al risueño bebé a llorar dándole un dulce para después quitárselo y otras igual de horribles y tortuosos.

Hace algunos lustros, las tiendas por departamentos organizaban concursos que incentivaban a las madres a lucir a sus pequeños demonios, ofreciendo además premios bastante apetecibles: dotación completa de alimento para bebé, pañalera con todo incluido, una andadera y cosas por el estilo. La temática era siempre la exaltación del más… el bebé más bonito, el más gracioso o risueño, y el más gateador. Como en las dos primeras categorías las tenía medio perdidas, mi madre optó por la última opción ya que siempre, con el espíritu crítico que la caracteriza, estaba consciente de que en las otras dos tenía pocas posibilidades. Aclaro que yo era una gateadora consumada. Nomás me ponían en el suelo y ¡¡¡zuuum!!! Salía disparada con rumbo desconocido. Tuvo mi madre la feliz ocurrencia de inscribirme en el mencionado concurso con la certeza absoluta de que iba a ganar. Hasta eso, muy considerada, me compró unas rodilleras. Llegado el gran día, llegamos a la tienda para medir a nuestros contendientes. Los participantes nos removíamos inquietos en los brazos maternos, listos para iniciar la esperada gesta. Como concurso de sapos brincadores, nos colocaron en la línea de salida, algunos se adelantaban, otros chillaron al desconocer el lugar. Ese día, le di a mi madre la alegría más grande que un bebé le puede dar su amorosa madre: caminé.

jueves, 12 de agosto de 2010

La sobremesa

Cuando alguien me invita a comer o viceversa, el momento más esperado por su servidora es la sobremesa. Todo un ritual, para el cual se requiere de tiempo: todo el tiempo del mundo. A mí el hábito me lo inculcaron en mi casa. No hay cosa más sabrosa que después del borullo de hacer la comida, ir por las tortillas o el pan, hacer el agua de limón, menearle a la sopa de fideos y verificar que el mole esté en su punto, burbujeante en su cazuela de barro, se dé la sobremesa. Ésta consiste en quedarse sentado ante la mesa, rodeados los comensales de platos sucios (la “vuelta al ruedo” con un pedacito de pan que se utiliza para limpiar del plato el último vestigio de mole es una costumbre, que si bien no entra en el “Manual de Carreño” si hace las delicias de cualquier comensal) y un buen café acompañando el postre. No se permite recoger la mesa, mucho menos pasar un trapo para limpiarla; la sobremesa exige tiradero, servilletas sucias, moronas de pan, bolitas de migajón, vasos medios vacíos y ningún tipo de recogimiento por parte de la anfitriona, porque entonces corremos el riesgo de borrar la posibilidad de la sobremesa. Si alguien dice: "vamos a tomar el café y el postre a la terraza", ya valió. Es ahí donde se compone al mundo, se opina de todo y de nada, se suscitan conversaciones íntimas, se abren las puertas de los afectos, se desfasen entuertos y se organiza la vida. ¿Cuánto puede durar una sobremesa? Eso es algo que definen los que participan en ella. Puede durar una hora o siete, incluso se pega con la merienda o la cena. En la sobremesa hay fenómenos recurrentes: cuentos picantes y amarillos, comentarios sobre la dieta que no se guardó, monólogos de política: el cafecito, el coñaquito y el cigarrito son obligados. O por lo menos un licor de guayaba, digo yo. De las sobremesas memorables se destacan las utilizadas para dar buenas noticias, que es de pésimo gusto que los comensales en plena digestión reciban malas nuevas, aunque yo las usaba para darles a firmar las calificaciones a mis papás, porque ya estaba medio dormidos o se iban pitando al trabajo. No hay nada más sabroso que dar consejos durante la sobremesa, sobre todo respecto al amor. ¡Ah cómo nos encanta andar aconsejando a la hermana sobre el nuevo chico que la invita a salir! Que si hazle de este modo, o de este otro. En la sobremesa la madre le dice a la hija: “Mijita, nomás fíjate con quien andas, no la vayas a regar”. Mi favorito era: “date a deseo que olerás a poleo”, consejo por demás inútil, porque en cosas del corazón ya se sabe que “está una tan hecha al mal, que el bien causa enfado”…. o aburrimiento. Considero que la conversación es un arte así que acabo esta nota con un texto que le robé a un amigo de su feis: “[…]¿Qué distancia debe servirnos de patrón para dar un veredicto estético sobre una persona?: la distancia de la conversación": Julio Ramón Ribeyro, ‘Prosas apátridas’”. Y las sobremesas son ideales para eso...

miércoles, 4 de agosto de 2010

Un punto para María, un punto para José

Hace ya algunos ayeres me dio por la bordada. Lo aprendí muy bien en mis clases de costura del colegio de monjas. El hilo por supuesto, era muy bien distribuido por mi maestra de sexto de primaria que tenía la bonita costumbre de sacar de la madeja una medida del ancho de su escritorio. Procedía a cortarlo con sus tijeritas y acto seguido, deshebraba en tres partes el hilo, previo recorrido de éste por su boca, para que no se le enredara. Siempre nos entregaba la porción húmeda de babas, la inocente.

Bueno, pues hete aquí, que se me quedó la costumbre de hacer costuritas: yo no sé en cuántos metros de tela dejé bordados mis ojos, pero hice cojines, chalecos, vestidos y cuanta superficie fuera factible de ser primorosamente decorada por mis creativos diseños. Aclaro que también tejía pero como no tenía paciencia para hacer suéteres de por lo menos 70 cm de largo, siempre tejía cuadrados, y de plano lo dejé cuando le hice un suéter estilo danés a un novio que tenía, sin tomar en cuenta el conjuro de “Novio tejido, novio perdido”, el cuál se rompía si entre la urdimbre tejida una intercalaba un cabello. El novio se fue muy contento con su suéter yo me quedé destrozada por los dos grados de hipermetropía adquiridos en esa faena.

Volviendo a los bordados y después de un tiempo, decidí volver a las andadas. “Voy a hacer un cojín para mi casa” –me dije- “Necesito terapia ocupacional” –me insistí-. Así que presurosa fui a una tienda donde venden unos primores para elaborarlos en punto de cruz. La señora, muy amable, me dio todos los pormenores del caso: que si la malla era de la más alta calidad, que si los estambres eran de lana pura, de esa que no pica… Escogí el diseño menos barroco posible y la mujer procedió a hacerme un patrón de cómo bordar el punto de cruz, al cual confieso, no soy muy afecta. Me dio un color de lana, casi del mismo tono de la malla, por lo que comencé a dudar de seguir. El problema fue cuando me presentó con las damas ahí reunidas: todas provectas señoras que se pasaban tips sobre cómo bordar de un modo o de otro. Me saludaron como si hubiera ingresado a un grupo de Al-Anon diciendo a coro: “¡Hola Rimaaaa! ¡Bienvenida!” Me acordé de mi clase de lectura y de las Parcas, ya saben, esas señoras que le tienen medida la vida a una: una sacaba el hilo, otra devanaba la bolita que me iba a llevar y una tercera ya estaba lista con las tijeritas para cortar donde le dijeran… Ahí fue dónde de plano me rajé… no vaya siendo que cuando acabe el cojín… me dé por comenzar a bordar una escena de "La Bella y la Bestia".

martes, 20 de julio de 2010

De veras que somos… el misterio femenino 1

Hace poco se suscitó en una red social a la que estoy inscrita el dilema del “eterno femenino” Yo la verdad no tengo ni la más remota idea de cuál sea ese misterio del que hablan los sufridos hombres que tienen la fortuna de acompañarnos por la vida. No es tan complicado como parece. Para beneplácito de los caballeros que me leen y repudio total de las de mi género, presento ante ustedes algunas de esas contradicciones desde mi humilde punto de vista:

Miedos irracionales: este tema es escabroso, porque las mujeres le tenemos miedo a situaciones irracionales que se derivan de los roles sociales que tenemos que jugar. El primero, que nace cuando ya nos encontramos en edad de merecer y nadie nos ha merecido, es a quedarnos solas. Nos visualizamos muertas en una casa rodeadas de gatos -40 para ser exacta- con excremento y bolsas de croquetas tiradas por el suelo, 1,827 revistas viejas y a las personas que por fin nos encontraron en semejante estado comentado: “mira, pobrecilla… se ve que murió desesperada… como nadie se quiso casar con ella…”. Esto lo pensamos de los 15 en adelante…

Los derechos: ahora que por fin nos hizo justicia la sociedad permitiéndonos invadir campos que antes se consideraban de uso exclusivo para varones, queremos estudiar, trabajar, ser independientes. Pero también queremos casarnos, que nos mantengan y tener una casita pintada de rosa, con perro labrador y tres chiquillos que se parezcan a nuestro papá. Esto en tiempo real es absolutamente contradictorio. Las amigas que conozco que se han lanzado a semejante aventura han acabado divorciadas y neurasténicas, tomando píldoras para dormir y pareciendo de 68 cuando apenas tienen 33. Humilde sugerencia: si estudia o trabajan, mejor consíganse un amante que les dé cariño en horas fuera de oficina. Las mujeres que conozco que han optado por esta agradable opción tienen 47 pero parecen de 25.

Las compras: uno de los placeres femeninos es ir de compras. Porque nos sentimos tristes y queremos un “jazmín para el alma”; porque nos queremos ver “diferentes” aunque acabemos comprando lo mismo que todas traen puesto; porque nos lo merecemos; porque compramos un vestido azul plúmbago y no tenemos las zapatillas, la bolsita y el moño que le hagan juego; porque todo está de oferta y además nos dan puntibonos en la tarjeta; y porque sí, nomás porque sí. Los hombres tienen dos opciones ante la inminente visita a la plaza comercial: o se resignan y deciden seguir a su fémina por todos los departamentos de la tienda ofreciendo semejante sacrificio por las ánimas del purgatorio o bien, se arman de valor y no nos acompañan. Esta segunda opción es la mejor para las dos partes, así nosotras no andamos con presiones y ustedes se quedan en casa acompañados de la tv, botanita rica y una cerveza bien helada.

El bolso: objeto criticado ácidamente por los varones, todos ellos se preguntan qué Judas guardamos entre sus recónditos recovecos. Guardamos de todo, señores y lo más seguro es que lo usemos. En el bolso podemos encontrar desde pinzas para las cejas, un cuchillo digno de Rambo, bolsa para cosméticos, pañuelos desechables, monedero, cartera, espejito, toallas húmedas, las llaves del coche, de la casa y las de la casa paterna; gas pimienta, chicles, cigarros, 4 encendedores, cámara digital, estados de cuenta de hace 5 meses, el teléfono móvil, una libretita, un bolígrafo monísimo con brillitos en la punta, lentes para el sol, para ver de cerca, de lejos y algunas otras hasta para ver películas en 3D. Si Chuck Noland, personaje de la película “Náufrago” hubiera rescatado una bolsa femenina, otro gallo le hubiera cantado.

Los gustos varoniles: no sólo los hombres tienen estereotipos con los que sueñan aparejarse, no señor. Yo no conozco una mujer que me haya descrito al hombre de su vida como: “me encantaría encontrarme a un hombre de panza prominente, con el pantalón fajado debajo de las tetillas, piernas flacas y zambas, con pelona de fraile franciscano, nalga caída, cutis esculpido en piedra volcánica y que ronque como trailer de doble cabina”. Esto no lo sueña ni la que tiene miedo a morir con 40 gatos alrededor. ¡Ah! Y si su fémina osa decir que le encanta Tom Cruise o George Clooney o cualquier galán de telenovela, ni se tuerzan, que es lo mismo que cuando ustedes dicen que les encanta Angelina Joly…

El salón de belleza: a este sacrosanto lugar vamos a que nos apapachen, a reafirmar la belleza que ya de por sí nos caracteriza, a leer revistas de chismes de la farándula, a enterarnos de lo que hacen los vecinos de la colonia, en suma, a ser absolutamente frívolas. Pero vamos con miedo, miedo a que nos nos dejen el pelo como escobilla, a que nos duela la uña enterrada y el tinte nos queme el pelo... así que si nos tardamos no salgan con comentarios del tipo: “¿Fuiste al salón de belleza? ¿Estaba cerrado, verdad?

Esta historia continuará….

lunes, 12 de julio de 2010

Lección 2 para solteros: Tu amigo el refrigerador

Es una verdad absoluta que no venden porciones de nada para una persona en el super. Cuando se vive solo, se hace uno el propósito de comprar cosas sanas y que tengan alto contenido alimenticio. Buenos propósitos. Así, vamos al super y compramos un kilo de manzanas, media papaya, otro tanto de sandía, 5 kilos de naranja, uvas, plátano, lechuga orejona y escarola –porque es la que sale en las películas cuando preparan una ensalada- arándanos, mermelada de dos sabores, carnes y cortes selectos, quesos finos y con hoyitos, jitomáte, cebolla, cilántro y un laaaargo etcétera de cosas. Llegamos entusiasmados a nuestro hogar y comenzamos a acomodar todo en su respectivo lugar. Y comienza el paso inexorable del tiempo…. Al transcurrir de dos semanas, abrimos el refrigerador porque “ahora sí me voy a hacer yo de comer”… El espectáculo que contemplamos entonces es digno de cualquier película de terror, en el mejor de los casos. El Dr. Fleming moriría de felicidad y nos convertiría en sus proveedores oficiales para la elaboración de penicilina de primera calidad. Nos damos cuenta de que no estamos solos, estamos frente a un ecosistema plagado de pequeños monstruos que han dado cuenta de nuestras “delicatessen” de la manera más oprobiosa posible. Con la leche, ya podemos hacer un delicioso requesón, los jitomátes tienen una consistencia engañosa porque siempre vemos el lado lindo, pero por abajo están negros como capa de vampiro; el cilántro tiene consistencia de lirio desmayado y los quesos están listos para que se los coma un francés… Nos da coraje tanto desperdicio, fruto de la flojera por cocinar. En nuestra desesperación por hacernos un bocadillo madrugador, raspamos el queso, le cortamos la orilla al jamón y lo enjuagamos cuando ya está medio “baboso”. Tengo un amigo soltero que me dice que él ha llegado a “fusionar”una serie de alimentos que en su sano juicio jamás probaría, por ejemplo, patitas de cerdo en vinagre sobre galletas Marías, papas con mermelada de fresa o lechuga con frijoles de lata. He aquí los básicos de una persona que vive consigo misma:

  • Cervezas, muchas…
  • Refrescos embotellados
  • 1 queso fresco
  • 1 paquete de queso amarillo
  • 200 gr de jamón
  • Tortillas de harina
  • Salsa casera
  • 2 bolitas de chorizo
  • 6 huevos
  • 12 yogurths líquido
  • Hielo (el congelador lleno)

Esto si es un refrigerador digno de un soltero. Y la comida mejor la compran en la cocina económica de su preferencia o se abonan con un amigo casado, aunque corren el riesgo de ser corridos a la semana por la ñora de la casa. Y de vez en cuando, el refri se limpia y descongela...

martes, 6 de julio de 2010

Instrucciones para solteros: Lección 1

A un año de vivir en un departamento en calidad de soltera, he decidido compartir mis experiencias para todos aquellos que deseen seguir mis pasos y tener ¡por fin! Un espacio en donde el único amo y señor (o señora) seamos nosotros. Primero que nada, cuando uno es chavo, ensueña con tener un espacio propio, cuantimás si se comparte recámara con el hermano latoso, la que ronca o la que lee hasta altas horas de la noche –hermana, perdón por eso-. Hacemos construcción de castillos en el aire, hagan de cuenta como cuando soñamos con sacarnos la lotería: repartimos espacios, soñamos con muebles de firma, decoración finísima –nada de las horribles figuritas de Lladró bailando minuete sobre una carpetita de gancho que tiene nuestra madre sobre la televisión de la casa-. Unos sueñan con un “lounge” tipo New York con un toque industrial posmoderno, otros, con una casita de cerca blanca y perro saliendo a recibirlos; otros sueñan con el clásico “Pent House” en las alturas de moderno edificio; los que tienen alma de artista, anhelan vivir en la clásica buhardilla del centro histórico de su ciudad.

Permítanme desmentirlos, ni modo, esto es como cuando el amigo acomedido les dice quién es Santa Claus. La verdad, es que comenzaremos por buscar un lugar de acuerdo a nuestro presupuesto, que en nada se parece a lo planeado. Primero debemos hacer un examen de conciencia y contestarte estas sencillas preguntas:

¿Me gusta la jardinería?

Este punto es importante porque tal vez tengas ganas de rentar una casa con jardín y eso implica cortar el pasto, regar, abonar, etc. En mi caso, el único ser vivo en mi casa soy yo, no tengo mano ni para los cactus y las plantas de plástico me parecen horrendas, aunque los seguidores del Feng Chui se molesten conmigo…

¿Me gusta lavar y planchar?

Compra básica: una lavadora y ropa que no se planche. Detectar la lavandería más cercana.

¿Disfruto enormemente ir al super?

Aquí tendrán un serio problema con las raciones: No venden raciones para personas solas. Ubiquen la tiendita de la esquina más cercana y hagan compra hormiga. Sale un poco más carillo pero pueden comprar 4 huevos en lugar de la docena completa.

¿Me encanta la cocina?

Si se están imaginando que su cocina será como en las películas en donde todos los días hacen pastas exóticas, mientras le menean a la salsa al tiempo que beben una copa de Merlot, ni se emocionen. Mejor busquen la cocina económica más cercana a su casa.

¿Compro sin pensar en las consecuencias?

Cada ves que compran un aparato eléctrico tienen que, o leer las instrucciones, o poner taquetes para algo, o ponerle pilas al control, o instalar algo, así que vayan pensando si no son muy hábiles en ese rubro…

Si deciden vivir en una casa o buhardilla vieja del centro de su ciudad: compren un buen paraguas, para cruzar en tiempo de lluvias del comedor a la cocina y un buen jorongo para ir al baño a altas horas de la madrugada –funciona bien una bacinica-. Lo barato de la renta se compensa con lo caro de la luz y las fugas de agua. En algunos casos, no llega el cable para tv.

Si deciden vivir en un departamento: estén dispuestos a soportar a la vecina de arriba que taconea por toda la casa al más puro estilo de Michel Flatley o la que decide cambiar la distribución de sus muebles cada tercer día… ¡Ah! Y los vecinos compartidos que ponen su música a 127 decibeles, cuantimás si son fanáticos del ballenato o la cumbia alteña… Lo mejor es valorar y seguir con la posibilidad de quedarnos en casa de la madre otros quince años...

martes, 29 de junio de 2010

Sentimientos de la nación

Hace poco recibí una cadenita en mi correo electrónico. Decía más o menos así: “Eres una amiga increíble, lo mejor que me ha pasado: leal, siempre estás cuando te necesito… etcétera.” Continuaba el meloso recado: “Mándalo a doce de tus amigas más queridas y pídeles que te lo reenvíen para comprobar que en verdad son tus amigas”. Por supuesto, se me revolvió el estómago. No sé que es peor, si esto o las cadenas de San Expedito Bendito. Entré en estado de “shock”: “ Si se lo mando de retache, va contra uno de mis principios cibernéticos: 1. No reenviarás cadenas a tu prójimo por muy mal que te caiga. Si no se lo mando, va a creer que ya no la quiero….” Hasta que me puse a reflexionar: “bueno pues que piense lo que quiera, total, no creo que se sienta…. Es una persona madura y no creo que dude de nuestra amistad sincera y desinteresada”. Pues no. La amiga en cuestión me ha mandado un correo de miedo reclamándome que por qué no le había reenviado el dichoso correo, que ella me había “seleccionado” de entre sus seis mil contactos; que le había costado mucho hacer esa selección, bla, bla, bla… Las personas “sentidas” son una de las plagas más dañinas; peor que los cuatro jinetes del Apocalipsis. Si se te olvida su cumpleaños, arde Troya y en venganza, ellas no te llaman en el tuyo; si se te ocurre hacer guayabate con el fruto del único árbol de tu raquítico jardín estás obligada a guardarle un trozo a la comadre, a la amiga, a la amiga de la amiga, a tus hijos y por lo menos a tres tías en línea directa: “¿Este año no hiciste guayabate?” –te preguntan con cola- “Si tía, ¿Por qué?” –contesta una, ingenuamente- “¿Y no me guardaste tantito? Como cada año me das, pues pensé….” –te contesta con cara de puchero y lagrimita en el ojo- “¡En la m….!” – piensa una, y ahora ¿qué le contesto? Se me va a sentir….” Se te va a sintió, porque incluso esas malévolas personas SABEN PERFECTAMENTE que ya repartiste toda la cosecha y no las tomaste en cuenta. ¿Qué me dicen los caballeros de las novias “sentidas”?: “Lo que pasa es que tú ya no me quieres. No significo nada para ti. ¡Ah! Pero eso sí, verdad, cuando te hablan tus amigotes, coooorreees….” Para mi gusto, formas de control demasiado obvias y baratas que lo único que logran es que el susodicho efectivamente, corra con sus amigos… Si yo consintiera en incrementar estos “sentimientos de la nación” me la pasaría visitando hospitales, funerarias, haciendo pasteles y reuniones; hubiera tenido que hacer tres fiestas de boda para todos aquellos que me reclamaron porque “no me invitaste a tu fiesta”; mi presupuesto quincenal apenas y alcanzaría para comprar todos los regalitos para homenajear a cumpleañeros, bautizados, primocomulgantes y presentados al templo… No señor, no se le puede dar gusto a toda la concurrencia que se incluye en nuestras vidas por causalidades de la vida. Así que si no les mando la cadena de retache, no duden de mi cariño; si me ven por la calle y no los saludo, seguro andaba pensando en la inmortalidad del cangrejo; si no escribo bien en el “messenger” y omito la coma que cambiará el sentido de la frase, han de disculpar; si no les hablo en su cumpleaños, seguro andaba resolviendo cómo pagar la renta; si escribo verdades en este blog y ofendo sus buenas conciencias, ofrezco disculpas. Y de pasada les aviso que los ates los doy a $25.00 la pieza.

jueves, 24 de junio de 2010

En la cola del diablo

Muchas veces me ha pasado que de repente, no sé ni cómo ni cuándo, bueno, ni a qué hora llegué al lugar en donde estoy. No me refiero precisamente a la vida. Me explico: Decido ir al super, me encuentras con una amiga que hace mucho no veías, me invita a comer, acepto emocionada y me dice: - “Nomás vamos a entregar un paquete anca mi tía y vamos”-. Malo. De repente, me encuentras con que la tía vive en la punta de la cola del diablo, tomando un camino de terracería que me aleja cada vez más de la metrópoli y cuando acuerdo, la mujer echando chisme familiar, yo aburrida, perdiendo soberanamente el tiempo y sin poder regresar porque me fuiste en su coche… ¿Qué estoy haciendo aquí? Esa pregunta me la he he hecho infinidad de veces. Una vez tuve la peregrina idea de ir a pasear en un yatecito de esos que contratas con otros dos mil turistas dizque para pasar un día de locura y diversión. La cita: ocho de la mañana. Y Ahí voy, en traje de baño con pareo, bolsa tejida a mano, pamela, lente oscuro y chancla de hule. Absolutamente “fashion”. Subí a la barcaza con la dignidad de una diva y comenzó la “diversión”. De entrada me zumbé como tres tequilas “Sunrise” bajo los acordes de “El Venao” melodía emanada de un aparatejo que sí andaba levantando más o menos unos 175 decibéles de potencia… Una vez que nos atarugaron con bebida y música, nos hicieron bajar en medio del mar a darle de comer pedazos de papaya a unos pececillos muy simpáticos, pero que al rato ya me andaban comiendo los dedos gordos de los pies… No acabó ahí la cosa. Arribamos a una isla habitada por comerciantes que bajo la sombra de las palapas vendían pescado sarandeado y bolsitas con charales enchilados. El guía nos indicó que ibamos a conocer unas cascadas de ensueño. Caminamos un trecho y llegamos a un lugar en donde se encontraban estacionados unos burros famélicos y con cara de resignación. El guía nos pidió que escogieramos a nuestro burro porque comenzaría la travesía al soñado paraíso. Trepé al pollino con extrema precaución, cuidando que mi “look” playero no se dehiciera al compás del trotecillo del animal. Entramos en terreno pantanoso: lodo resbaladizo y pegajoso rodeaba a los alegres turistas entre escarpadas rocas y pendientes de 45°. No exagero, así era la cosa. Los burros marchaban en vez de trotar -yo ya había perdido la pamela, las gafas las traía colgando de una oreja y el pareo se me enredó a manera de babero-. Llegamos a la cascada de ensueño, que por supuesto, era un hilillo de agua porque no había llovido. Ahí fue donde me hice LA PREGUNTA. No platico el regreso para no aburrirlos pero lo mismo me pasó cuando estaba agarrada como gato de las cuerdas de un puente colgante en Xico, Veracruz mientras unos chiquillos brincaban como locos encima de él; en una lancha cruzando los rápidos de un río huasteco y en el interior de una casa de campaña que resumaba sudor por estar a 42° C grados a la sombra en un rancho de Tampico… ahí si de plano, lloré.

lunes, 21 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

De Calendarios y tormentos...

Para quien no lo conozca, el "Calendario del más Antiguo Galván" es un librillo del tamaño de un cuarto de hoja carta, encuadernado en rústica – portada en cartoncillo de colores e interiores en papel de revolución, grapado por un lado- que , como dice la leyenda interior: “…[fue]fundado el año de 1826 y publicado desde entonces sin interrupción con las debidas licencias”. El ejemplar que yo tengo data del año 1981. El librillo tenía absolutas tendencias religiosas, ya que el contenido de tan piadoso ejemplar para ser un calendario brincaba de temas como todas las fechas para la obtención de indulgencias y jubileo, el santoral diario, las fiestas de precepto en la República Mexicana y las fiestas movibles; las lecturas bíblicas dominicales, la Exposición circular de las 40 horas –ignoro qué es esto último, pero me suena a alguna procesión santísima- y el índice alfabético de los santos. Entre los datos “profanos” podemos consultar en él el horario oficial y los fenómenos astronómicos que ocurrirán durante el año: los eclipses, fases de la luna, inicio de estaciones, conjunciones y aproximaciones de los astros más importantes, acompañados de interesantes comentarios que facilitan su observación…

Y ustedes se preguntarán: -¿Por qué Rima nos habla de este librillo extraído de otro siglo? A lo que yo contesto: el morbo ni más ni menos. Me explico. Resulta que mi abuela materna tenía la santa costumbre de leernos o platicarnos unas historias de santos que harían temblar de miedo al mismísimo Freddy Krueger… -“Rimita –decía mi abue- ven que te cuento uno historia piadosa”- Y ahí voy, temerosa pero siempre con la idea de aprender de aquellos santos varones y vírgenes mártires, ejemplos de vida. Luego, como me quedaba picada sobre el tema, me remitía al Calendario de Galván para completar mi educación: “Era muy común el tormento del Ecúleo, el cual era un instrumento de madera, a manera de caballete, para estirar y descoyuntar al mártir… los apaleaban y azotaban con plomadas de hierro los malvados verdugos, que despedazaban los cuerpos de los Santos Mártires, con tanta perseverancia y crueldad que muchas veces quedaban más cansados que los mismos mártires de ser heridos, por la fortaleza que les daba el Señor.” Yo leía semejante lectura educativa pelando chicos ojotes, mientras proseguía: -“Los tiranos contaban con muchos instrumentos para rasgar y despedazar las carnes, con uñas de hierro aceradas, a manera de tenazas, con las que surcaban la carne y sacaban pedazos de ella… también contaban con peines de hierro y garfios con los que arrastraban los cuerpos de los santos inocentes…”. El relato daba cuenta de peroles de plomo hirviendo en donde asaban a los caballeros y doncellas a fuego lento porque osaban defender a Cristo; el librillo describía con lujo de detalles todas las formas de crucifixión posibles: pesas, tenedores, ruedas, ganzúas y demás lindezas para atormentar las carnes y doblegar el alma. Ahora me explico por qué no me gustan las películas de miedo: ya me sé todos los tormentos posibles, para mí, son películas “predecibles”, como dicen los conocedores.

Si quieren conocer el calendario, les pongo el vínculo: Calendario del más antiguo Galván


viernes, 11 de junio de 2010

¿Por qué te nos fuiste Manuelito? Usos y costumbres repugnantes…

Advertencia: para aquellos lectores sensibles a las asquerosidades y bajezas del cuerpo humano, advierto que esta nota tiene contenidos que podrían ofender dicha sensibilidad. Hecha la aclaración, no respondo chipote con sangre…

Entre los libros con que cuenta mi familia en sus doctos libreros, se encuentra el nunca bien ponderado “Manual de Carreño” cuyo verdadero título es: "Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre", cuya autoría es de Don Manuel Carreño, educadísimo caballero decimonónico. El mencionado libro cuenta con una relación exhaustiva

En ésta ocasión hablaré no sin un dejo de nostalgia, sobre los usos y costumbres socialmente rechazados, pero que la gente sin boleto sigue haciendo de la manera más descarada posible. A continuación, la consabida lista:

  1. Sacarse los mocos en público y no contentos con esta repugnante acción, hacer “pildoritas” con las sustancias emanadas de sus narices; o peor, hay quien se los come…
  2. Emanaciones flatulentas en público, en cualquiera de sus modalidades: susurro, motor fuera de borda, silencioso y metralleta;
  3. Escupir por la ventanilla del coche a toda velocidad. Casi siempre, el afectado es el que va en el asiento posterior de la unidad móvil;
  4. Eructo acompañado de un rugido salido de las entrañas, similar a un rugido selvático;
  5. Carraspear desde lo más recóndito del ser, para después escupir sustancias verdes y sanguinolentas en el pavimento;
  6. Sacarse el calzón, pensando que nadie lo ve a uno;
  7. Apretarse un “barro” de esos que ya están “maduritos” hasta sacarse el “mole”. Una variación es la mujer que gusta de espulgar el rostro amado para ejecutar dicha acción;
  8. Estornudar sin pañuelo;
  9. Limpiarse la nariz después de la acción anterior, con los dedos;
  10. O sonarse con un pañuelo para después proceder a examinar el resultado obtenido;
  11. Llenarse la boca de alimento en exceso y hablar al mismo tiempo de manera que fracciones del bolo alimenticio ya procesado salgan despedidos por el orificio bucal;
  12. Meterse los dedos a la boca para sacarse una hebra de carne que se encajó entre los dientes o peor aún, después de haberle entrado al pan dulce con chocolate, introducir la mano hasta el fondo para sacar los fragmentos de masa escondidos entre las encías y las hileras dentales;
  13. Sorber la sopa con fruición;
  14. Rascarse continuamente la cabeza y otras partes del cuerpo;
  15. Meterse un dedo a la oreja y moverla furiosamente para rascarse.

Estoy segura que a estas alturas, ya algunos han cerrado mi blog. Los que lograron llegar hasta aquí recibirán de mi parte como compensación, algunos consejillos extraídos del libro de Don Manuel, para que las puedan compartir con personas que cometen estas barbaridades:

“Rascarse la cabeza al hablar o cuando se está con otro sin hablar, es muy indecoroso e indigno de una persona bien nacida: es al mismo tiempo efecto de grave negligencia y desaseo, ya que ordinariamente es consecuencia de no haber puesto bastante cuidado en peinarse y tener la cabeza limpia”.

“La modestia y la honestidad exigen que no se deje acumular mucha suciedad en las orejas; convendrá, pues, limpiarlas de cuando en cuando con un instrumento adecuado, llamado por eso mondaoídos. Es muy descortés servirse para ello de los dedos o de un alfiler; hacerlo en presencia de otras personas es contrario al respeto que se les debe; este mismo respeto se debe a los lugares sagrados”.

“Evítese servirse de las uñas o de los dedos, o de un cuchillo para limpiarse los dientes: está bien visto hacerlo con un instrumento a propósito, llamado mondadientes, o con un fragmento de pluma cortado al efecto, o con un paño grueso”.

“Se considera muy grosero hurgar continuamente las narices con el dedo, y mucho más el meter en la boca lo que se ha sacado de las narices, o incluso el dedo que se metió en ellas: este proceder es capaz de dar náuseas a los que lo presencian”.

Me pregunto que diría Don Manuel de personas que escriben en sus blogs este tipo de calamidades.

Si ustedes no cuentan con un ejemplar del “Manual de Carreño”, aquí les pongo este enlace:

http://www.protocolo.org/familiar/virtudes_modales_y_educacion/el_manual_de_carreno.html

lunes, 7 de junio de 2010

Contando borreguitos

Vivir la vida hoy con dignidad es sumamente complejo. Me deprime medir 1.57 de estatura, tener más curvas que líneas rectas y que no me dé la gana ir al gimnasio ni llevar una dieta rica en potasio; saber que en la cochera de mi depa no me está esperando la camioneta 4x4 que siempre he querido. No tener la más remota idea de qué trató el último capítulo de “Lost” y tener que soplarme las novecientas veintisiete pláticas al respecto con cara de “what”; mi inglés me deprime más que la profusión de curvas y sí, me la paso “guachaguayando” las canciones en inglés ochenteras, porque lo que es que de grupos actuales estoy en la olla. Me exaspera tener que comprar siete marcas de shampoo para “reavivar rizos”, obtener “liso extremo” y salir peinada con onditas al frente y ralo por atrás, porque “así se usa”. No he ido a ver “Iron Man 2” ni “Furia de Titanes”. Dejé de ver cine de “arte” porque la mayoría de las películas son oscuras, depresivas y dirigidas por directores de nombres impronunciables y en vez de disfrutarlas, las sufro. Intuyo que necesito un iPhone, un iPad o de perdida un “Blue Berry”, lo intuyo, pero no sé como para qué siendo que yo uso mi celular para llamar y mandar mensajitos. Y estoy de luto porque el nuevo modelo no tiene lamparita. No he leído todo Gabo García Márquez, y me molesta la literatura de Saramago –pésele a quien le pese-. No uso ropa “animal print” ni ando por la vida causando lástimas a mis tobillos con los zapatos de plataforma “glam” cuyo tacón mide lo mismo que mis piernas… Ignoro cómo se describe el sabor de un vino tinto y no entiendo qué quieren decir con: “tiene un cuerpo robusto, juguetón, con ciertos tonos frutales, seco y de buena persistencia, además de que hace excelente maridaje con las carnes rojas y la salsas espesas”… si con que me sepa rico, tengo. Ya no le puedo abrir el seguro del carro a mi acompañante por dentro porque los automóviles se abren solos y me cuesta trabajo localizar cómo bajar la ventanilla de los coches eléctricos. Tengo que saber de ópera, de música clásica pero también dominar la guacharaca y el pasito tun tun… Se me exige tomar tres litros de agua diarios, frutas y verduras, dejar de fumar, comer menos chocolates y consumir productos “light”. Tengo que dominar 35 aplicaciones en la computadora: saber “bajar” música, “subir” archivos, “blogear” sitios, dominar el lenguaje “emoticón” y pertenecer a 15 redes sociales… Tengo que saber poco de todo y mucho de poco… y eso me tiene frita… ¿Tengo que…? Agradar a los demás, saber de qué hablan, qué compran, soplarme tips, indicaciones de qué ponerme, qué ver, qué comer, cómo hacerle para… Si tienen una columna que les sobre entre sus tiliches, se las compro, que hoy ando con ánimos de treparme y a ver quién me baja….