lunes, 27 de diciembre de 2010
Los guías de turismo
He aquí algunas anécdotas: un día, fui a Guanajuato, ciudad que se distingue por los chorrocientos escalones con que cuenta la entrada al edificio de la universidad. El grupo se detiene al final de la escalinata y a un interesado turista se le ocurre preguntar: -“Oiga joven, ¿Y cuántos escalones tiene esta escalera?”- A lo que el docto guía le contesta: -“Mire, se estima que en promedio cuenta de 230 a 232 escalones”. Todos se quedaron muy contentos con la respuesta, pero yo no me aguanté las ganas de decirle: - “¿Y eso pasa en tiempo de frío o de calor?”-. Fui fulminada por gélida mirada. En San Juan de Ulúa, que como se sabe, fue una cárcel pero que ahora se ha convertido en atracción turística, podemos encontrar la celda de Juan Charrasqueado y otra que se caracterizaba por entrar vivo y salir muerto a causa de un vinagrillo que en ella habitaba. Bueno, pues el grupo de damas seguía a un guía de lo más pintoresco, con acento “cojteño” y sangre liviana. El grupo se acerca a la tenebrosa celda y el guía le pide a la concurrencia: “Bueno, pues ahora les voy a pedir que cuenten hasta ocho para que vean lo que pasa”. Todos los integrantes del grupo comienzan: “1… 2…3… 8” Y el guía: -“¡¡¡Maaaamboooo!!!”- Dando inicio a un baile sicalíptico como pocos se han visto. De más está decir que el hombre se hizo merecededor de aplausos y copiosa propina. Y les recomiendo que hagan el viaje en el tranvía de esta bella capital potosina, con suerte les toque un conductor-guía que además de saberse el nombre completo de Doña Francisca De la Gándara y Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa les puede amenizar con una regia interpretación en la voz de Pedro Infante de la conocida canción “Acuarela Potosina” al llegar al barrio de San Miguelito. Que hacer turismo en tu ciudad, también es divertido.
viernes, 17 de diciembre de 2010
Frutos del bosque tibios
Ahora que estamos en temporada de festejos navideños y convivios de todo tipo, deseo compartir una inquietud que se me manifiesta cada vez que voy a uno de ellos: los nombres de los platillos en los menús. Me explico: creo que es bueno adjetivar algo para describir o ponderar los atributos o las cualidades de lo que estamos comiendo. Así, nos encontramos en las cartas: “Sabroso mole de olla acompañado de tortillas hechas a mano”; “Delicioso fiambre de la casa”; “Suculentas tiras de pollo bañadas en salsa verde”: “Sabroso”, “delicioso” y “suculento” son cualidades que todo cristiano con dos dedos de frente entiende, de hecho, provocan en el comensal las ganas inmediatas de probar dicho platillo. El problema viene cuando en alguna boda o banquete o convivio de oficina, nos ponen en una mona tarjetita doble lo que vamos a comer en tan magna ocasión. “Mar y montaña”… sólo eso. Hay que pensarle, pero seguro son “frutos del mar” (elegante manera de nombrar a los mariscos) con trozos de res o cerdo bañadas de una salsa que quiso ser de… vayan ustedes a saber. O cuando nos agasajan con una “Suprema de pollo”, que no es más que una pechuga bañada de salsita verde; o la “Sopa con sorpresa de uva verde” que sí resulta sorprendente porque nunca encontramos los dos cuartos de una uva que según el decir del menú, navega en crema, la cual, y según apuestas que se dan entre los contertulios es de ¿piñón? ¿pistache? ¿queso? Lomo “noche y día” para indicarnos que las carnes irán bañadas de salsa blanca y oscura o el “Aperitivo selecto” en donde encontramos en un plato de 30 cm de circunferencia dos micro tomates, una hoja de lechuga escarola y un “cherry corn” navegando de selectísima manera… O uno que me encantó, que presentaban al asistente una ensalada “al Pedro Jiménez”. -¿Y ese señor quién es?- pregunto. El mesero encoge los hombros y contesta: “Pos sabe seño, pero pruébela, está sabrosa”. Suquet de rape sobre fondo de patata; florete de pepino, ensalada de rúcula; Tarrina de tubérculos; Turbot al horno; Meloso de ternera… yo de plano, prefiero las fonditas que me dicen exactamente qué estoy comiendo y que además me ofrecen “tortillitas hechas a mano, acompañadas de frijolitos chinos, salsita de molcajete y cafecito de olla” que como es sabido, así en diminutivo, es más sabrosito… Esta nota se la dedico a mi amiga “M” de León, con quien tuve el gusto de probar mi primera sopa de “Frutos del bosque tibios”.
lunes, 29 de noviembre de 2010
El macalacachimba: historias de taxis
Por caprichos de la vida, he sido condenada al uso del transporte público de mi ciudad. Al principio, me chocaba estar horas parada en la esquina esperando un camión urbano o un taxi que me llevara a mi destino. Después le agarré cariño al asunto, porque, no cabe duda, las películas cuyas historias se desarrollan en Nueva York fueron una gran influencia para mí. Ahora me parece de lo más sofisticado hacer una seña y gritar ¡¡taxi!! con un berrido desesperado porque no sé chiflar como arriero. Además siempre llego a tiempo y no tengo que buscar estacionamiento. De las cosas más apasionantes al subir a un taxi, son las historias que se desencadenan en el interior de la unidad. Decidí entonces crear una clasificación de los abnegados conductores que nos prestan tan eficiente servicio.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Cybermom
El año pasado, mi padre le regaló de navidad a mi madre una laptop. Durante tres meses ella la contempló con escepticismo, miedo y reticencia total. Que le daban miedo tantos botones, que si la iba a echar a perder, que no tenía tiempo, que esa cosa le iba a sacar el alma, que era cosa del diablo… A los tres meses, decidió prenderla. Al principio no entendía nada, pero poco a poco y con la consigna de “nomás pícale, no pasa nada” de sus resignados hijos, que había intentado darle cursos de computación y que sólo obtuvieron lágrimas y rechinidos de dientes con la consabida rasgada de vestiduras por parte de la alumna. Pues comenzó a “picarle” a los botones de la mencionada computadora. Ahora, a ocho meses de esos eventos, les puedo decir que hemos creado un monstruo. Mi madre ya domina el correo electrónico, el skype, el buscador de Google, Youtube y todo el paquete office… incluso ya está inscrita en una red social y ni cuenta se dio.
Mi problema es que ahora me manda cartas como la siguiente:
Asunto: Brumas y lejanía (ya desde el título)
sábado, 6 de noviembre de 2010
Cómo sobrellevar un mal de amores
En mis búsquedas para encontrar el remedio a tan terrible epidemia para cuya cura no existe todavía una vacuna, ingresé a la red. Absolutamente nada racional encontré para amortiguar los estragos del “mal de amores” que no conozcamos ya: embrujos, hechizos, actividades distractoras, hablar del problema hasta que tus amigas te dejen de hablar, compras compulsivas, cambio de “look” y así por el estilo. Además, seguir el dicho “un clavo saca a otro clavo” está de la patada, porque el nuevo clavo nunca se igualará al primero y corres el riesgo de quedar clavada en la pared como mariposa de colección.
Durante mi búsqueda, escuchaba la radio: en una hora transmitieron 15 canciones que hablaban de amor: contra él y en su favor, con temas que abarcaban desde el rechazo, nostalgia, saudade, coraje, desengaño, rencor, odio, envidia, mentira, soledad y anhelo… ¡Oh cielos! –me dije- esto sí que es terrible. Llegué hasta sitios en donde tratan de explicar ese sentimiento de manera científica: nombres como dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina llenaron mi cabeza. Llegué a la conclusión de que el amor es una “enfermedad del hipotálamo” y no me gustó. Cuando se está en ese estadio amoroso, lo mejor es revolcarse en él, regodearse en el dolor, escuchar boleros, leer poesía como locos, escribir para encontrar la catarsis, y de pasada experimentar algún embrujo… quien quite ¿no?
sábado, 23 de octubre de 2010
El vivo al pozo y el muerto al gozo
Ahora que se avecina la celebración del día de muertos, viene al caso narrar el triste encuentro con “El Enterrador”. Resulta que en donde trabajo, tuve a bien comprar, descontados en cómodas quincenas, dos servicios funerarios que incluyen agua para nescafé y de la normal. Llevo la mitad de mi vida laboral pagando los dichosos servicios funerarios, que incluyen hacerte talco, como atinadamente dice mi padre al respecto de las cremaciones. No me pregunten por qué dos. Tal vez me quería asegurar para mi siguiente reencarnación.
El caso es que llegó “El Enterrador” como le digo al que vende los paquetes de ida al Valle del Josafat. Ahora el hombre me venía ofreciendo (así dicen: “ahora le vengo ofreciéndo…”) un paquete difícil de rehusar, a saber: traslado de modo “discreto” de mis restos a Valle Ventura; sala de velación con vista a un hermoso jardín; servicio de elevador subterráneo (¿?) que sumerge el ataúd a lo más profundo para luego resurgir en la capilla, donde se celebrarán mis exequias. Todo esto, siempre acompañado de la consabida frase: “Dios no lo quiera, si usted llega a faltar”, dicha cada vez que me aumentaba una de las maravillosas características del paquete. Una vez celebrada la misa, mis restos se vuelven a sumergir para pasar directamente al asador. Un valor agregado importantísimo es que las instalaciones cuentan con ludoteca, para que los pequeños angelitos no anden jugando a la roña alrededor de mis restos. Además, mi cuadrito tendría un mantenimiento impecable y una de las cosas que más me llamó la atención es que ya se eliminaron de esos lugares de santo reposo las imágenes que demuestren pena por nuestra partida. Nada de virgenes llorosas ni ángeles compungidos, cosa que me chocó porque las estatuas de los cementerios son hermosas. Además, si muero, paradójicamente tengo un seguro de vida que pagará mi deuda con ellos, y así me pueda ir con la conciencia tranquila. Me quedé pensando que me la pasaría de poca abuela si me muero, en cambio en vida pasaría el resto de ella pagando todas estas ñoñerías. El pobre hombre por más que trató de venderme el jardín de las delicias, se topó con pared. Yo ya dejé instrucciones precisas de que si me muero, me hagan favor de llevarme como a todo el mundo a la funeraria, cierren la capilla, porque eso de andarse desvelando no opera ya y después de que me hagan talco, vaya por ahí, a algún lugar bonito y me usen sin temor para abonar las plantas. Se pueden quedar con la cajita, ya que es muy útil para guardar lápices y crayolas. Que la verdad, el cajón es ganancia, diría mi padre…
domingo, 17 de octubre de 2010
Aventuras esotéricas
Antes de leer la siguiente nota, deseo hacer una advertencia a los lectores que gustan de las artes esotéricas: yo no creo en absolutamente en nada de esto, pero el placer morboso que me causan es mucho más fuerte que la abstención de incursionar en estos temas. Tengo profundo respeto por quienes creen en chamanes, santones, curanderos, brujas, lectores de tarot, quirománticos, visualizadores de marcianos en el espacio, perceptores de presencias inexplicables, adoradores de la “Santa Muerte” y sus derivados así como creyentes en Malverde y Juan Soldado; seguidores del Niño Fidencio y a los que se encomiendan al “Ánima sola de Juan Minero” tres veces al día. Hecha la mencionada advertencia, me siento con la libertad de explayarme a mis anchas con respecto al tema.
He tenido varios acercamientos a las artes esotéricas, sea por curiosidad “científica”, sea porque la naturaleza humana demanda conocer el futuro revelado en el poso de café turco. A todos estos, ya les conozco el modo. Normalmente, alguna amiga te recomienda con una “señora que vive allá por atrás de la última colonia perdida en los suburbios del desierto”. Para ponderar las artes de la adivina, mencionan tres casos de sucedidos que les acontecieron a personas conocidas; te dicen que “no cobran ni un peso” y que a veces vas y no te recibe porque la santa señora está en trance platicando con los ángeles. Mi primera experiencia en estas lides, fue harto truculenta, llena de misterio, con un cierto toque de arte dramático. Fui con una amiga al “consultorio” de la señora adivina, que se hacia llamar por sus seguidores con el apantallante nombre de “Lady Lola”: con ese nombre, ya como que me daba mala espina, pero como ya iba trepada en el coche de mi amiga, la cual no dejaba de ponderar las artes adivinatorias de la Lady, pues le seguí. Dejamos el auto a unos métros de una casa hecha de “material”, que tenía pintados en la fachada unos ojos estilo hindú, con muchos garigoles y florituras. Tocamos la puerta y esta se abrió igualito que como en la casa de los Monsters: rechinando y nadie atrás que la abriera. Después vi que tenía el clásico “hilito” para jalar la chapa. Pero el efecto no deja de ser impresionante. Una nube de humo nos envolvió y reconocí el olor del copal. Las paredes pintadas de blanco mostraban grandes islas descarapeladas que formaban figuras caprichosas parecidas a presencias que no dejaban de observarnos. Del techo colgaban hilos que tenían engarzadas cuentas de colores de todos tamaños y formas: cristales, plástico, conchas, botones… Animales disecados con cara de desesperados poblaban toda la habitación: tlacuaches, armadillos, mofetas y murciélagos. Un venado con cara de “Y yo que estoy haciendo aquí” me miraba fijamente con sus ojos de canica. A estas alturas ya estaba medio intimidada, porque lo que sea de cada quien, le echan ganas a la escenografía. Predeciblemente, de detrás de las cortinas de chaquirones y flores de plástico, hace su entrada triunfal la Lady, vestida con unas enaguas percudidas, blusa étnica, un montón de collares de papelillo, de esos que se usan para bailar el jarabe tapatío y un tocado que dejaría patidifusa a Frida Kahlo. Nos pidió que nos sentaramos en unos cojines y cerraramos los ojos para invocar a los espíritus que la ayudarían con nuestro caso desesperado. He de confesar que en el trayecto hacia la casa de la adivina, me puse a pensar qué le quería preguntar a la señora. Preguntas clásicas como “¿Encontraré al amor de mi vida? ¿Tendré un buen trabajo? ¿Cuántos años viviré? Y cosas por el estilo. Pero cuando vi todo lo que tenía colgado, mi lado periodístico ganó y no pude evitar preguntarle en qué momento decidió ser adivina; qué se necesita para obtener todo lo que tenía colgado ahí; en dónde podía yo tramitar mi licencia de adivina; cómo le hacia para contactar a las presencias de otro plano y en dónde había conseguido las flores del tocado que la adornaban.
Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Usted no cree. Así no puedo trabajar”. “¡Ah jijos!” –pensé- “¡Esta señora si que es adivina!”. Caí de hinojos, convencida de mi error. Pero por más que le insistí, no me dejó ingresar al portal místico. Cuando salí de la casa, sólo alcancé a escuchar a mis espaldas: “Pero, pus…ahí con lo que guste cooperar ¿no?”.
domingo, 10 de octubre de 2010
La última vez
Alicia es una amiga con la que tuve la suerte de encontrarme en los primeros años de kinder. Alta, muy alta desde mi perspectiva; delgada hasta la envidia, de pelo muy negro, blanca y con una carita de muñeca azorada, sus grandes ojos negros son un canto a la vida. Estoy segura que no es consciente de su belleza. Siempre locuaz, alegre, optimista y de risa fácil, Alicia y nuestro grupo de amigas, pasamos miles de aventuras adolescentes. Ella me enseñó a cantar, a coquetear a los muchachos, a disfrutar la vida, a reírnos como locas y a fumar, cosa que no le agradezco a estas alturas. Le gusta la música y cuando habla, todas las enseñanzas de vida las cita con frases de canciones. Miguel Bosé, su ídolo. Menudo, su pasión. Al paso del tiempo, tuvo dos hermosas hijas, igualitas a ella... gracias a Dios. La vida, los quehaceres, nos separaron mucho tiempo. Y la misma vida, nos volvió a unir. Después de 20 años y de dos matrimonios. Porque Alicia, sabe amar demasiado. A Alicia la mataron. De un modo vil y desalmado. Entraron a su casa a robar, y la mataron. La última vez que la vi, fue en una boda, guapísima, contenta con la vida y su circunstancia. La última vez… uno no piensa cuándo será la última vez que verá a una persona. Puede ser en una reunión, cruzando la calle, en la fila de un banco… no sé si esa inconsciencia nos haga la vida más llevadera y amable, pero lo que sí pienso, es que uno no debe tener facturas por pagar; uno no debe salir de casa de sus padres sin decirles que los amas; uno no debe ir al café con una amiga que se chuta todos tus conflictos sin decirle al final que la quieres; uno no debe ir por la vida sin reconocer los logros de los otros, los dones que nos dan con su presencia; uno debe ser agradecido con esa presencia, regocijarse porque esas personas han tocado, aunque sea en un punto, la línea de nuestra vida. La última vez que vi a Alicia, la vi sonriendo, y así la quiero recordar…
domingo, 3 de octubre de 2010
A veces se me olvida que existe Vivaldi
Aunque a muchas personas que se consideran cultas y conocedoras de la música clásica juzgan a Vivaldi como un compositor simplón y bonachón en contrapartida del barroquísimo y complejo Bach, a mi me encanta escucharlo. No cabe duda que la música alimenta el espíritu: Vivaldi tiene a mi parecer, composiciones que elevan el espíritu y le otorgan un descanso al alma cansada o adolorida. Pero a veces se me olvida que existe.
domingo, 26 de septiembre de 2010
Esperanzas con “porte pagado”
Uno de mis más preciados recuerdos infantiles entrados a la adolescencia es la llegada de la revista “Selecciones”. Muchas personas que conozco la alucinan por sus relatos lacrimosos y sensibleros, pero lo cierto es que todo mundo la ha leído alguna vez. Además, es una lectura para el baño fabulosa: breve, concisa y precisa. Pero lo que más me gustaba de esta revista era su publicidad por correo, toda una aventura. Llegaba en un sobre con porte pagado y bien rellenito de ilusiones. No sé cuántos papeles contenía, pero era divertidísimo juntarnos en familia y comenzar el largo proceso de cumplir con todas las indicaciones precisas para ganarse un auto. Primero te decían que de entre los 6 millones de suscriptores TU HABÍAS SIDO SELECCIONADO POR UNA COMPUTADORA –lo cual sonaba de lo más sofisticado-PARA PARTICIPAR EN EL MAGNO SORTEO DE 25 AUTOS ÚLTIMO MODELO. Eso, por supuesto, ya te hacía sentir orgulloso. Ahora pienso que la dichosa computadora que nos seleccionaba era la de Blas Pascal, porque después me enteré que a todo mundo le mandaban lo mismo. Posterior a esto, tenías que despegar una llave de metal, que era la llave del auto de tus sueños. Con esa llave te ibas al segundo papel en donde venían una serie de 8 recuadros platinados que debías rascar para saber si te salía tres veces la palabra “ganador”. Siempre salía, así que podías continuar con el mercado de sueños. Pasada la primera prueba “crispa nervios”, debías buscar una plantilla de cuadritos de colores con líneas desprendibles que mostraba la disponibilidad de colores del coche en cuestión: vino, plata, rojo, verde… escogías el tuyo y lo pegabas en otra plantilla, llenabas un formato con tus generales y metías todo en un sobre –incluidas tus esperanzas de ganar- también con porte pagado. Y córrele al super “El Águila” para mandarlo cuanto antes. Me acuerdo que también mandaban plantillas con todos los libros que podías comprar o con las colecciones de discos disponibles: “28 joyas musicales”, “Lo mejor de Ray Conniff” o “Serenatas con rondalla”. Nunca nos ganamos nada, pero esos momentos alrededor de la mesa armando el numerito, fueron de lo más divertidos. Y como quiera, eso se agradece.
domingo, 12 de septiembre de 2010
En la cama de Hidalgo
Ahora que se acerca el Bicentenario de la Independencia no puedo evitar platicar esta anécdota que pertenece a mi hermana. Resulta que las vacaciones familiares siempre se redujeron a un perímetro no mayor a un estado de la república. Sea porque a mi padre no le gusta viajar o por falta de presupuesto, siempre acabábamos en Taboada o en alguna zona aledaña. En esa ocasión el Valiant rojo de mi padre nos llevó a Dolores Hidalgo, cuna de la Independencia. Las vacaciones consistían en hacer un recorrido por cuanta tienda de cerámica y talavera encontrábamos, haciendo las delicias de mi madre y el aburrimiento de los hijos y, por supuesto, recorrido obligado por la casa museo de nuestro padre de la patria, el cura Hidalgo. No sé cuántos años tendríamos pero creo que yo nueve y mi hermana, siete a lo mucho. El caso es que entramos a la añeja casa y comenzamos a recorrerla observando detenidamente, y cuando digo “detenidamente” es literal. Veíamos cada documento histórico escrito en delicada caligrafía, juegos de escritorio, casullas para oficiar misa primorosamente bordadas en oro y filigranas por alguna beata devota del lugar; el jarro donde el cura depositaba el agua, la cazuela donde le cocinaban el mole; la miniatura pintada a mano; los libros añejos y deshojados por el tiempo; el amplio patio donde el cura debió pasar sus tardes leyendo libros subversivos que desencadenaron en lo que ya sabemos. El caso es que cuarto tras cuarto, peinábamos todas las vitrinas siempre acompañados de la docta voz de mi madre, quién nos explicaba qué era esto o aquello. Mi hermana, no es precisamente una amante de este tipo de recorridos. Al llegar a la recámara en donde el cura descansaba el cuerpo, el cielo se le abrió. ¡Una cama! ¡Por fin algo sensato! Y ni tarda ni perezosa, o más bien, bastante perezosa, se lanzó en un clavado hacia el ansiado reposo. El brinco provocó un salto en el aire -tal era la fuerza del clavado- mismo que mi madre aprovechó para cacharla en el aire. Creo que esto provocó en mi hermana un trauma infantil que en la actualidad no le permite recorrer museo alguno, pero sí cambiar de colchón cada año.
sábado, 28 de agosto de 2010
Amantes a la antigua (O de la antigüedad)
domingo, 22 de agosto de 2010
Dulce venganza
Ya he platicado con anterioridad los enredos y desatinos que hace una madre cuando tiene en sus brazos a una pobre primogénita. Éstos abarcan una colorida gama de ocurrencias que van desde ensartar un seguro en la panza de la pequeña sufriente por no saber colocar un pañal como se debe; disfrazar a la pequeña como personaje de Hanna Barbera; obligar al risueño bebé a llorar dándole un dulce para después quitárselo y otras igual de horribles y tortuosos.
jueves, 12 de agosto de 2010
La sobremesa
Cuando alguien me invita a comer o viceversa, el momento más esperado por su servidora es la sobremesa. Todo un ritual, para el cual se requiere de tiempo: todo el tiempo del mundo. A mí el hábito me lo inculcaron en mi casa. No hay cosa más sabrosa que después del borullo de hacer la comida, ir por las tortillas o el pan, hacer el agua de limón, menearle a la sopa de fideos y verificar que el mole esté en su punto, burbujeante en su cazuela de barro, se dé la sobremesa. Ésta consiste en quedarse sentado ante la mesa, rodeados los comensales de platos sucios (la “vuelta al ruedo” con un pedacito de pan que se utiliza para limpiar del plato el último vestigio de mole es una costumbre, que si bien no entra en el “Manual de Carreño” si hace las delicias de cualquier comensal) y un buen café acompañando el postre. No se permite recoger la mesa, mucho menos pasar un trapo para limpiarla; la sobremesa exige tiradero, servilletas sucias, moronas de pan, bolitas de migajón, vasos medios vacíos y ningún tipo de recogimiento por parte de la anfitriona, porque entonces corremos el riesgo de borrar la posibilidad de la sobremesa. Si alguien dice: "vamos a tomar el café y el postre a la terraza", ya valió. Es ahí donde se compone al mundo, se opina de todo y de nada, se suscitan conversaciones íntimas, se abren las puertas de los afectos, se desfasen entuertos y se organiza la vida. ¿Cuánto puede durar una sobremesa? Eso es algo que definen los que participan en ella. Puede durar una hora o siete, incluso se pega con la merienda o la cena. En la sobremesa hay fenómenos recurrentes: cuentos picantes y amarillos, comentarios sobre la dieta que no se guardó, monólogos de política: el cafecito, el coñaquito y el cigarrito son obligados. O por lo menos un licor de guayaba, digo yo. De las sobremesas memorables se destacan las utilizadas para dar buenas noticias, que es de pésimo gusto que los comensales en plena digestión reciban malas nuevas, aunque yo las usaba para darles a firmar las calificaciones a mis papás, porque ya estaba medio dormidos o se iban pitando al trabajo. No hay nada más sabroso que dar consejos durante la sobremesa, sobre todo respecto al amor. ¡Ah cómo nos encanta andar aconsejando a la hermana sobre el nuevo chico que la invita a salir! Que si hazle de este modo, o de este otro. En la sobremesa la madre le dice a la hija: “Mijita, nomás fíjate con quien andas, no la vayas a regar”. Mi favorito era: “date a deseo que olerás a poleo”, consejo por demás inútil, porque en cosas del corazón ya se sabe que “está una tan hecha al mal, que el bien causa enfado”…. o aburrimiento. Considero que la conversación es un arte así que acabo esta nota con un texto que le robé a un amigo de su feis: “[…]¿Qué distancia debe servirnos de patrón para dar un veredicto estético sobre una persona?: la distancia de la conversación": Julio Ramón Ribeyro, ‘Prosas apátridas’”. Y las sobremesas son ideales para eso...
miércoles, 4 de agosto de 2010
Un punto para María, un punto para José
Hace ya algunos ayeres me dio por la bordada. Lo aprendí muy bien en mis clases de costura del colegio de monjas. El hilo por supuesto, era muy bien distribuido por mi maestra de sexto de primaria que tenía la bonita costumbre de sacar de la madeja una medida del ancho de su escritorio. Procedía a cortarlo con sus tijeritas y acto seguido, deshebraba en tres partes el hilo, previo recorrido de éste por su boca, para que no se le enredara. Siempre nos entregaba la porción húmeda de babas, la inocente.
Bueno, pues hete aquí, que se me quedó la costumbre de hacer costuritas: yo no sé en cuántos metros de tela dejé bordados mis ojos, pero hice cojines, chalecos, vestidos y cuanta superficie fuera factible de ser primorosamente decorada por mis creativos diseños. Aclaro que también tejía pero como no tenía paciencia para hacer suéteres de por lo menos 70 cm de largo, siempre tejía cuadrados, y de plano lo dejé cuando le hice un suéter estilo danés a un novio que tenía, sin tomar en cuenta el conjuro de “Novio tejido, novio perdido”, el cuál se rompía si entre la urdimbre tejida una intercalaba un cabello. El novio se fue muy contento con su suéter yo me quedé destrozada por los dos grados de hipermetropía adquiridos en esa faena.
Volviendo a los bordados y después de un tiempo, decidí volver a las andadas. “Voy a hacer un cojín para mi casa” –me dije- “Necesito terapia ocupacional” –me insistí-. Así que presurosa fui a una tienda donde venden unos primores para elaborarlos en punto de cruz. La señora, muy amable, me dio todos los pormenores del caso: que si la malla era de la más alta calidad, que si los estambres eran de lana pura, de esa que no pica… Escogí el diseño menos barroco posible y la mujer procedió a hacerme un patrón de cómo bordar el punto de cruz, al cual confieso, no soy muy afecta. Me dio un color de lana, casi del mismo tono de la malla, por lo que comencé a dudar de seguir. El problema fue cuando me presentó con las damas ahí reunidas: todas provectas señoras que se pasaban tips sobre cómo bordar de un modo o de otro. Me saludaron como si hubiera ingresado a un grupo de Al-Anon diciendo a coro: “¡Hola Rimaaaa! ¡Bienvenida!” Me acordé de mi clase de lectura y de las Parcas, ya saben, esas señoras que le tienen medida la vida a una: una sacaba el hilo, otra devanaba la bolita que me iba a llevar y una tercera ya estaba lista con las tijeritas para cortar donde le dijeran… Ahí fue dónde de plano me rajé… no vaya siendo que cuando acabe el cojín… me dé por comenzar a bordar una escena de "La Bella y la Bestia".
martes, 20 de julio de 2010
De veras que somos… el misterio femenino 1
Hace poco se suscitó en una red social a la que estoy inscrita el dilema del “eterno femenino” Yo la verdad no tengo ni la más remota idea de cuál sea ese misterio del que hablan los sufridos hombres que tienen la fortuna de acompañarnos por la vida. No es tan complicado como parece. Para beneplácito de los caballeros que me leen y repudio total de las de mi género, presento ante ustedes algunas de esas contradicciones desde mi humilde punto de vista:
lunes, 12 de julio de 2010
Lección 2 para solteros: Tu amigo el refrigerador
Es una verdad absoluta que no venden porciones de nada para una persona en el super. Cuando se vive solo, se hace uno el propósito de comprar cosas sanas y que tengan alto contenido alimenticio. Buenos propósitos. Así, vamos al super y compramos un kilo de manzanas, media papaya, otro tanto de sandía, 5 kilos de naranja, uvas, plátano, lechuga orejona y escarola –porque es la que sale en las películas cuando preparan una ensalada- arándanos, mermelada de dos sabores, carnes y cortes selectos, quesos finos y con hoyitos, jitomáte, cebolla, cilántro y un laaaargo etcétera de cosas. Llegamos entusiasmados a nuestro hogar y comenzamos a acomodar todo en su respectivo lugar. Y comienza el paso inexorable del tiempo…. Al transcurrir de dos semanas, abrimos el refrigerador porque “ahora sí me voy a hacer yo de comer”… El espectáculo que contemplamos entonces es digno de cualquier película de terror, en el mejor de los casos. El Dr. Fleming moriría de felicidad y nos convertiría en sus proveedores oficiales para la elaboración de penicilina de primera calidad. Nos damos cuenta de que no estamos solos, estamos frente a un ecosistema plagado de pequeños monstruos que han dado cuenta de nuestras “delicatessen” de la manera más oprobiosa posible. Con la leche, ya podemos hacer un delicioso requesón, los jitomátes tienen una consistencia engañosa porque siempre vemos el lado lindo, pero por abajo están negros como capa de vampiro; el cilántro tiene consistencia de lirio desmayado y los quesos están listos para que se los coma un francés… Nos da coraje tanto desperdicio, fruto de la flojera por cocinar. En nuestra desesperación por hacernos un bocadillo madrugador, raspamos el queso, le cortamos la orilla al jamón y lo enjuagamos cuando ya está medio “baboso”. Tengo un amigo soltero que me dice que él ha llegado a “fusionar”una serie de alimentos que en su sano juicio jamás probaría, por ejemplo, patitas de cerdo en vinagre sobre galletas Marías, papas con mermelada de fresa o lechuga con frijoles de lata. He aquí los básicos de una persona que vive consigo misma:
- Cervezas, muchas…
- Refrescos embotellados
- 1 queso fresco
- 1 paquete de queso amarillo
- 200 gr de jamón
- Tortillas de harina
- Salsa casera
- 2 bolitas de chorizo
- 6 huevos
- 12 yogurths líquido
- Hielo (el congelador lleno)
Esto si es un refrigerador digno de un soltero. Y la comida mejor la compran en la cocina económica de su preferencia o se abonan con un amigo casado, aunque corren el riesgo de ser corridos a la semana por la ñora de la casa. Y de vez en cuando, el refri se limpia y descongela...
martes, 6 de julio de 2010
Instrucciones para solteros: Lección 1
A un año de vivir en un departamento en calidad de soltera, he decidido compartir mis experiencias para todos aquellos que deseen seguir mis pasos y tener ¡por fin! Un espacio en donde el único amo y señor (o señora) seamos nosotros. Primero que nada, cuando uno es chavo, ensueña con tener un espacio propio, cuantimás si se comparte recámara con el hermano latoso, la que ronca o la que lee hasta altas horas de la noche –hermana, perdón por eso-. Hacemos construcción de castillos en el aire, hagan de cuenta como cuando soñamos con sacarnos la lotería: repartimos espacios, soñamos con muebles de firma, decoración finísima –nada de las horribles figuritas de Lladró bailando minuete sobre una carpetita de gancho que tiene nuestra madre sobre la televisión de la casa-. Unos sueñan con un “lounge” tipo New York con un toque industrial posmoderno, otros, con una casita de cerca blanca y perro saliendo a recibirlos; otros sueñan con el clásico “Pent House” en las alturas de moderno edificio; los que tienen alma de artista, anhelan vivir en la clásica buhardilla del centro histórico de su ciudad.
Permítanme desmentirlos, ni modo, esto es como cuando el amigo acomedido les dice quién es Santa Claus. La verdad, es que comenzaremos por buscar un lugar de acuerdo a nuestro presupuesto, que en nada se parece a lo planeado. Primero debemos hacer un examen de conciencia y contestarte estas sencillas preguntas:
¿Me gusta la jardinería?
Este punto es importante porque tal vez tengas ganas de rentar una casa con jardín y eso implica cortar el pasto, regar, abonar, etc. En mi caso, el único ser vivo en mi casa soy yo, no tengo mano ni para los cactus y las plantas de plástico me parecen horrendas, aunque los seguidores del Feng Chui se molesten conmigo…
¿Me gusta lavar y planchar?
Compra básica: una lavadora y ropa que no se planche. Detectar la lavandería más cercana.
¿Disfruto enormemente ir al super?
Aquí tendrán un serio problema con las raciones: No venden raciones para personas solas. Ubiquen la tiendita de la esquina más cercana y hagan compra hormiga. Sale un poco más carillo pero pueden comprar 4 huevos en lugar de la docena completa.
¿Me encanta la cocina?
Si se están imaginando que su cocina será como en las películas en donde todos los días hacen pastas exóticas, mientras le menean a la salsa al tiempo que beben una copa de Merlot, ni se emocionen. Mejor busquen la cocina económica más cercana a su casa.
¿Compro sin pensar en las consecuencias?
Cada ves que compran un aparato eléctrico tienen que, o leer las instrucciones, o poner taquetes para algo, o ponerle pilas al control, o instalar algo, así que vayan pensando si no son muy hábiles en ese rubro…
Si deciden vivir en una casa o buhardilla vieja del centro de su ciudad: compren un buen paraguas, para cruzar en tiempo de lluvias del comedor a la cocina y un buen jorongo para ir al baño a altas horas de la madrugada –funciona bien una bacinica-. Lo barato de la renta se compensa con lo caro de la luz y las fugas de agua. En algunos casos, no llega el cable para tv.
Si deciden vivir en un departamento: estén dispuestos a soportar a la vecina de arriba que taconea por toda la casa al más puro estilo de Michel Flatley o la que decide cambiar la distribución de sus muebles cada tercer día… ¡Ah! Y los vecinos compartidos que ponen su música a 127 decibeles, cuantimás si son fanáticos del ballenato o la cumbia alteña… Lo mejor es valorar y seguir con la posibilidad de quedarnos en casa de la madre otros quince años...
martes, 29 de junio de 2010
Sentimientos de la nación
jueves, 24 de junio de 2010
En la cola del diablo
Muchas veces me ha pasado que de repente, no sé ni cómo ni cuándo, bueno, ni a qué hora llegué al lugar en donde estoy. No me refiero precisamente a la vida. Me explico: Decido ir al super, me encuentras con una amiga que hace mucho no veías, me invita a comer, acepto emocionada y me dice: - “Nomás vamos a entregar un paquete anca mi tía y vamos”-. Malo. De repente, me encuentras con que la tía vive en la punta de la cola del diablo, tomando un camino de terracería que me aleja cada vez más de la metrópoli y cuando acuerdo, la mujer echando chisme familiar, yo aburrida, perdiendo soberanamente el tiempo y sin poder regresar porque me fuiste en su coche… ¿Qué estoy haciendo aquí? Esa pregunta me la he he hecho infinidad de veces. Una vez tuve la peregrina idea de ir a pasear en un yatecito de esos que contratas con otros dos mil turistas dizque para pasar un día de locura y diversión. La cita: ocho de la mañana. Y Ahí voy, en traje de baño con pareo, bolsa tejida a mano, pamela, lente oscuro y chancla de hule. Absolutamente “fashion”. Subí a la barcaza con la dignidad de una diva y comenzó la “diversión”. De entrada me zumbé como tres tequilas “Sunrise” bajo los acordes de “El Venao” melodía emanada de un aparatejo que sí andaba levantando más o menos unos 175 decibéles de potencia… Una vez que nos atarugaron con bebida y música, nos hicieron bajar en medio del mar a darle de comer pedazos de papaya a unos pececillos muy simpáticos, pero que al rato ya me andaban comiendo los dedos gordos de los pies… No acabó ahí la cosa. Arribamos a una isla habitada por comerciantes que bajo la sombra de las palapas vendían pescado sarandeado y bolsitas con charales enchilados. El guía nos indicó que ibamos a conocer unas cascadas de ensueño. Caminamos un trecho y llegamos a un lugar en donde se encontraban estacionados unos burros famélicos y con cara de resignación. El guía nos pidió que escogieramos a nuestro burro porque comenzaría la travesía al soñado paraíso. Trepé al pollino con extrema precaución, cuidando que mi “look” playero no se dehiciera al compás del trotecillo del animal. Entramos en terreno pantanoso: lodo resbaladizo y pegajoso rodeaba a los alegres turistas entre escarpadas rocas y pendientes de 45°. No exagero, así era la cosa. Los burros marchaban en vez de trotar -yo ya había perdido la pamela, las gafas las traía colgando de una oreja y el pareo se me enredó a manera de babero-. Llegamos a la cascada de ensueño, que por supuesto, era un hilillo de agua porque no había llovido. Ahí fue donde me hice LA PREGUNTA. No platico el regreso para no aburrirlos pero lo mismo me pasó cuando estaba agarrada como gato de las cuerdas de un puente colgante en Xico, Veracruz mientras unos chiquillos brincaban como locos encima de él; en una lancha cruzando los rápidos de un río huasteco y en el interior de una casa de campaña que resumaba sudor por estar a 42° C grados a la sombra en un rancho de Tampico… ahí si de plano, lloré.
lunes, 21 de junio de 2010
Catálogo Lili Ledy
viernes, 18 de junio de 2010
De Calendarios y tormentos...
Para quien no lo conozca, el "Calendario del más Antiguo Galván" es un librillo del tamaño de un cuarto de hoja carta, encuadernado en rústica – portada en cartoncillo de colores e interiores en papel de revolución, grapado por un lado- que , como dice la leyenda interior: “…[fue]fundado el año de 1826 y publicado desde entonces sin interrupción con las debidas licencias”. El ejemplar que yo tengo data del año 1981. El librillo tenía absolutas tendencias religiosas, ya que el contenido de tan piadoso ejemplar para ser un calendario brincaba de temas como todas las fechas para la obtención de indulgencias y jubileo, el santoral diario, las fiestas de precepto en la República Mexicana y las fiestas movibles; las lecturas bíblicas dominicales, la Exposición circular de las 40 horas –ignoro qué es esto último, pero me suena a alguna procesión santísima- y el índice alfabético de los santos. Entre los datos “profanos” podemos consultar en él el horario oficial y los fenómenos astronómicos que ocurrirán durante el año: los eclipses, fases de la luna, inicio de estaciones, conjunciones y aproximaciones de los astros más importantes, acompañados de interesantes comentarios que facilitan su observación…
Y ustedes se preguntarán: -¿Por qué Rima nos habla de este librillo extraído de otro siglo? A lo que yo contesto: el morbo ni más ni menos. Me explico. Resulta que mi abuela materna tenía la santa costumbre de leernos o platicarnos unas historias de santos que harían temblar de miedo al mismísimo Freddy Krueger… -“Rimita –decía mi abue- ven que te cuento uno historia piadosa”- Y ahí voy, temerosa pero siempre con la idea de aprender de aquellos santos varones y vírgenes mártires, ejemplos de vida. Luego, como me quedaba picada sobre el tema, me remitía al Calendario de Galván para completar mi educación: “Era muy común el tormento del Ecúleo, el cual era un instrumento de madera, a manera de caballete, para estirar y descoyuntar al mártir… los apaleaban y azotaban con plomadas de hierro los malvados verdugos, que despedazaban los cuerpos de los Santos Mártires, con tanta perseverancia y crueldad que muchas veces quedaban más cansados que los mismos mártires de ser heridos, por la fortaleza que les daba el Señor.” Yo leía semejante lectura educativa pelando chicos ojotes, mientras proseguía: -“Los tiranos contaban con muchos instrumentos para rasgar y despedazar las carnes, con uñas de hierro aceradas, a manera de tenazas, con las que surcaban la carne y sacaban pedazos de ella… también contaban con peines de hierro y garfios con los que arrastraban los cuerpos de los santos inocentes…”. El relato daba cuenta de peroles de plomo hirviendo en donde asaban a los caballeros y doncellas a fuego lento porque osaban defender a Cristo; el librillo describía con lujo de detalles todas las formas de crucifixión posibles: pesas, tenedores, ruedas, ganzúas y demás lindezas para atormentar las carnes y doblegar el alma. Ahora me explico por qué no me gustan las películas de miedo: ya me sé todos los tormentos posibles, para mí, son películas “predecibles”, como dicen los conocedores.
Si quieren conocer el calendario, les pongo el vínculo: Calendario del más antiguo Galván
viernes, 11 de junio de 2010
¿Por qué te nos fuiste Manuelito? Usos y costumbres repugnantes…
Advertencia: para aquellos lectores sensibles a las asquerosidades y bajezas del cuerpo humano, advierto que esta nota tiene contenidos que podrían ofender dicha sensibilidad. Hecha la aclaración, no respondo chipote con sangre…
Entre los libros con que cuenta mi familia en sus doctos libreros, se encuentra el nunca bien ponderado “Manual de Carreño” cuyo verdadero título es: "Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los deberes morales del hombre", cuya autoría es de Don Manuel Carreño, educadísimo caballero decimonónico. El mencionado libro cuenta con una relación exhaustiva
En ésta ocasión hablaré no sin un dejo de nostalgia, sobre los usos y costumbres socialmente rechazados, pero que la gente sin boleto sigue haciendo de la manera más descarada posible. A continuación, la consabida lista:
- Sacarse los mocos en público y no contentos con esta repugnante acción, hacer “pildoritas” con las sustancias emanadas de sus narices; o peor, hay quien se los come…
- Emanaciones flatulentas en público, en cualquiera de sus modalidades: susurro, motor fuera de borda, silencioso y metralleta;
- Escupir por la ventanilla del coche a toda velocidad. Casi siempre, el afectado es el que va en el asiento posterior de la unidad móvil;
- Eructo acompañado de un rugido salido de las entrañas, similar a un rugido selvático;
- Carraspear desde lo más recóndito del ser, para después escupir sustancias verdes y sanguinolentas en el pavimento;
- Sacarse el calzón, pensando que nadie lo ve a uno;
- Apretarse un “barro” de esos que ya están “maduritos” hasta sacarse el “mole”. Una variación es la mujer que gusta de espulgar el rostro amado para ejecutar dicha acción;
- Estornudar sin pañuelo;
- Limpiarse la nariz después de la acción anterior, con los dedos;
- O sonarse con un pañuelo para después proceder a examinar el resultado obtenido;
- Llenarse la boca de alimento en exceso y hablar al mismo tiempo de manera que fracciones del bolo alimenticio ya procesado salgan despedidos por el orificio bucal;
- Meterse los dedos a la boca para sacarse una hebra de carne que se encajó entre los dientes o peor aún, después de haberle entrado al pan dulce con chocolate, introducir la mano hasta el fondo para sacar los fragmentos de masa escondidos entre las encías y las hileras dentales;
- Sorber la sopa con fruición;
- Rascarse continuamente la cabeza y otras partes del cuerpo;
- Meterse un dedo a la oreja y moverla furiosamente para rascarse.
Estoy segura que a estas alturas, ya algunos han cerrado mi blog. Los que lograron llegar hasta aquí recibirán de mi parte como compensación, algunos consejillos extraídos del libro de Don Manuel, para que las puedan compartir con personas que cometen estas barbaridades:
“Rascarse la cabeza al hablar o cuando se está con otro sin hablar, es muy indecoroso e indigno de una persona bien nacida: es al mismo tiempo efecto de grave negligencia y desaseo, ya que ordinariamente es consecuencia de no haber puesto bastante cuidado en peinarse y tener la cabeza limpia”.
“La modestia y la honestidad exigen que no se deje acumular mucha suciedad en las orejas; convendrá, pues, limpiarlas de cuando en cuando con un instrumento adecuado, llamado por eso mondaoídos. Es muy descortés servirse para ello de los dedos o de un alfiler; hacerlo en presencia de otras personas es contrario al respeto que se les debe; este mismo respeto se debe a los lugares sagrados”.
“Evítese servirse de las uñas o de los dedos, o de un cuchillo para limpiarse los dientes: está bien visto hacerlo con un instrumento a propósito, llamado mondadientes, o con un fragmento de pluma cortado al efecto, o con un paño grueso”.
“Se considera muy grosero hurgar continuamente las narices con el dedo, y mucho más el meter en la boca lo que se ha sacado de las narices, o incluso el dedo que se metió en ellas: este proceder es capaz de dar náuseas a los que lo presencian”.
Si ustedes no cuentan con un ejemplar del “Manual de Carreño”, aquí les pongo este enlace:
lunes, 7 de junio de 2010
Contando borreguitos
Vivir la vida hoy con dignidad es sumamente complejo. Me deprime medir 1.57 de estatura, tener más curvas que líneas rectas y que no me dé la gana ir al gimnasio ni llevar una dieta rica en potasio; saber que en la cochera de mi depa no me está esperando la camioneta 4x4 que siempre he querido. No tener la más remota idea de qué trató el último capítulo de “Lost” y tener que soplarme las novecientas veintisiete pláticas al respecto con cara de “what”; mi inglés me deprime más que la profusión de curvas y sí, me la paso “guachaguayando” las canciones en inglés ochenteras, porque lo que es que de grupos actuales estoy en la olla. Me exaspera tener que comprar siete marcas de shampoo para “reavivar rizos”, obtener “liso extremo” y salir peinada con onditas al frente y ralo por atrás, porque “así se usa”. No he ido a ver “Iron Man 2” ni “Furia de Titanes”. Dejé de ver cine de “arte” porque la mayoría de las películas son oscuras, depresivas y dirigidas por directores de nombres impronunciables y en vez de disfrutarlas, las sufro. Intuyo que necesito un iPhone, un iPad o de perdida un “Blue Berry”, lo intuyo, pero no sé como para qué siendo que yo uso mi celular para llamar y mandar mensajitos. Y estoy de luto porque el nuevo modelo no tiene lamparita. No he leído todo Gabo García Márquez, y me molesta la literatura de Saramago –pésele a quien le pese-. No uso ropa “animal print” ni ando por la vida causando lástimas a mis tobillos con los zapatos de plataforma “glam” cuyo tacón mide lo mismo que mis piernas… Ignoro cómo se describe el sabor de un vino tinto y no entiendo qué quieren decir con: “tiene un cuerpo robusto, juguetón, con ciertos tonos frutales, seco y de buena persistencia, además de que hace excelente maridaje con las carnes rojas y la salsas espesas”… si con que me sepa rico, tengo. Ya no le puedo abrir el seguro del carro a mi acompañante por dentro porque los automóviles se abren solos y me cuesta trabajo localizar cómo bajar la ventanilla de los coches eléctricos. Tengo que saber de ópera, de música clásica pero también dominar la guacharaca y el pasito tun tun… Se me exige tomar tres litros de agua diarios, frutas y verduras, dejar de fumar, comer menos chocolates y consumir productos “light”. Tengo que dominar 35 aplicaciones en la computadora: saber “bajar” música, “subir” archivos, “blogear” sitios, dominar el lenguaje “emoticón” y pertenecer a 15 redes sociales… Tengo que saber poco de todo y mucho de poco… y eso me tiene frita… ¿Tengo que…? Agradar a los demás, saber de qué hablan, qué compran, soplarme tips, indicaciones de qué ponerme, qué ver, qué comer, cómo hacerle para… Si tienen una columna que les sobre entre sus tiliches, se las compro, que hoy ando con ánimos de treparme y a ver quién me baja….