Antes de leer la siguiente nota, deseo hacer una advertencia a los lectores que gustan de las artes esotéricas: yo no creo en absolutamente en nada de esto, pero el placer morboso que me causan es mucho más fuerte que la abstención de incursionar en estos temas. Tengo profundo respeto por quienes creen en chamanes, santones, curanderos, brujas, lectores de tarot, quirománticos, visualizadores de marcianos en el espacio, perceptores de presencias inexplicables, adoradores de la “Santa Muerte” y sus derivados así como creyentes en Malverde y Juan Soldado; seguidores del Niño Fidencio y a los que se encomiendan al “Ánima sola de Juan Minero” tres veces al día. Hecha la mencionada advertencia, me siento con la libertad de explayarme a mis anchas con respecto al tema.
He tenido varios acercamientos a las artes esotéricas, sea por curiosidad “científica”, sea porque la naturaleza humana demanda conocer el futuro revelado en el poso de café turco. A todos estos, ya les conozco el modo. Normalmente, alguna amiga te recomienda con una “señora que vive allá por atrás de la última colonia perdida en los suburbios del desierto”. Para ponderar las artes de la adivina, mencionan tres casos de sucedidos que les acontecieron a personas conocidas; te dicen que “no cobran ni un peso” y que a veces vas y no te recibe porque la santa señora está en trance platicando con los ángeles. Mi primera experiencia en estas lides, fue harto truculenta, llena de misterio, con un cierto toque de arte dramático. Fui con una amiga al “consultorio” de la señora adivina, que se hacia llamar por sus seguidores con el apantallante nombre de “Lady Lola”: con ese nombre, ya como que me daba mala espina, pero como ya iba trepada en el coche de mi amiga, la cual no dejaba de ponderar las artes adivinatorias de la Lady, pues le seguí. Dejamos el auto a unos métros de una casa hecha de “material”, que tenía pintados en la fachada unos ojos estilo hindú, con muchos garigoles y florituras. Tocamos la puerta y esta se abrió igualito que como en la casa de los Monsters: rechinando y nadie atrás que la abriera. Después vi que tenía el clásico “hilito” para jalar la chapa. Pero el efecto no deja de ser impresionante. Una nube de humo nos envolvió y reconocí el olor del copal. Las paredes pintadas de blanco mostraban grandes islas descarapeladas que formaban figuras caprichosas parecidas a presencias que no dejaban de observarnos. Del techo colgaban hilos que tenían engarzadas cuentas de colores de todos tamaños y formas: cristales, plástico, conchas, botones… Animales disecados con cara de desesperados poblaban toda la habitación: tlacuaches, armadillos, mofetas y murciélagos. Un venado con cara de “Y yo que estoy haciendo aquí” me miraba fijamente con sus ojos de canica. A estas alturas ya estaba medio intimidada, porque lo que sea de cada quien, le echan ganas a la escenografía. Predeciblemente, de detrás de las cortinas de chaquirones y flores de plástico, hace su entrada triunfal la Lady, vestida con unas enaguas percudidas, blusa étnica, un montón de collares de papelillo, de esos que se usan para bailar el jarabe tapatío y un tocado que dejaría patidifusa a Frida Kahlo. Nos pidió que nos sentaramos en unos cojines y cerraramos los ojos para invocar a los espíritus que la ayudarían con nuestro caso desesperado. He de confesar que en el trayecto hacia la casa de la adivina, me puse a pensar qué le quería preguntar a la señora. Preguntas clásicas como “¿Encontraré al amor de mi vida? ¿Tendré un buen trabajo? ¿Cuántos años viviré? Y cosas por el estilo. Pero cuando vi todo lo que tenía colgado, mi lado periodístico ganó y no pude evitar preguntarle en qué momento decidió ser adivina; qué se necesita para obtener todo lo que tenía colgado ahí; en dónde podía yo tramitar mi licencia de adivina; cómo le hacia para contactar a las presencias de otro plano y en dónde había conseguido las flores del tocado que la adornaban.
Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Usted no cree. Así no puedo trabajar”. “¡Ah jijos!” –pensé- “¡Esta señora si que es adivina!”. Caí de hinojos, convencida de mi error. Pero por más que le insistí, no me dejó ingresar al portal místico. Cuando salí de la casa, sólo alcancé a escuchar a mis espaldas: “Pero, pus…ahí con lo que guste cooperar ¿no?”.
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