miércoles, 31 de diciembre de 2008

Poco y bien

Un querido amigo, me envió recién ésta breve pero no por ello menos profunda reflexión sobre el año que termina:

¡Adiós a la noche vieja!
Adiós a todo eso que nos suena a viejo y bienvenida la oportunidad de ser mejores...
Bueno, de ser más felices...
Bueno, de no pasarla tan mal...
Bueno, que quizás no venga mal quedarnos un poco inmóviles;
¡Va! que mejor ni moverle, que luego qué haremos con todo eso que se ha acumulado por años y que nos ha hecho lo bueno que somos...
¡Ya! ¡Que algo de torpeza también nos hace bien!

Poco y bien. Son aquellas personas que te brindan poco –no cosas materiales, se entiende- su tiempo, su conversación, su presencia, simplemente su “estar ahí”, pero que ese dar, lo otorgan de manera cálida y perfecta. Poco y bien, ese es mi propósito de año nuevo: que quien esté a mi lado se sienta a gusto, en confianza, alegre; que perciba mi buena vibra, que se sientan rodeados de magia a nuestro lado, porque ese es el valor de trascender... ¡Feliz Año Nuevo! Y a mi querido amigo, gracias por compartir tus reflexiones... Rima.

martes, 30 de diciembre de 2008

Cada quien jala pa’ su santo...

Ya he platicado que en casa de mi abuela paterna vivían y moraban un gran número de ancianitas piadosas que se habían “logrado” por obra y gracia del altísimo. Haberse logrado quería decir, según mi papá, que no habían conocido varón y que por lo tanto, estaban impolutas, sin mácula alguna. Mi abuela era ferviente seguidora de la causa de San Agustín, mi Tía T era Franciscana, y la tía A, era dominica de hueso colorado, por lo que uno de los placeres de mi padre era contrapuntearlas diciéndoles que Agustín había sido mujeriego, que Francisco había nacido en un pesebre y con una cruz en la espalda y que así que chiste era haber sido santo y a los dominicos los ponía como al perico porque habían organizado la santa inquisición... las pobres mujeres clamaban al altísimo para que mi padre no se condenara, pero cuando se enfermaba venía la revancha, por lo que ahora voy relatar: cuando a alguno de los hermanos les daba el “miserere” –no me pregunten qué clase de enfermedad era esa, pero según investigaciones quiere decir “misericordia” o lo que es lo mismo: enfermedad con pocas posibilidades de recuperación- las tías se volvían locas buscando cuanto remedio había para curar al menor y entre sus remedios estaba, por supuesto, rezar. Entonces mi tía “Viejita” se iba corriendo a la iglesia y le prometía al altísimo que si la creatura se curaba, el agonizante iría de rodillas hasta el santuario a dar gracias, además, ofrecía un “ramillete espiritual” –prometido por ella, pero que tenía que cumplir a carta cabal el enfermito- que consistía en lo siguiente: 12 rosarios; la novena a la virgen Desatanudos (si existe, no la estoy inventando); catorce viacrucis rosariados, uno por cada estación rezando el rosario en cada una de ellas; ciento cincuenta buenas obras; treinta misas con comunión incluida... y así hasta completar los requisitos que consideraba la tía fueran pertinentes para que el pobre angelito recobrara la salud. Cuando mi papá ya estaba restablecido a base de caldos reconstituyentes y jarabes fortificantes, entonces mi tía iba y le decía: “mi’jito, aquí te traigo las promesas que hice durante tu enfermedad para que las cumplas”. Mi papá que por algo nació en día de las mulas, le contestaba que quién le mandaba andar prometiendo ajeno y que él no iba a andar cumpliendo cosas que no prometió. La angustia de la tía no era menor, y la pobre rezaba por los rincones mientras mi papá le cantaba de lejecitos: “Por la señal de la santa canal, perros y gatos en un costal”, o si no: “Salve Regina, mató una gallina; gimiendo y llorando la estuvo pelando; esperanza nuestra le quitó la cresta; vida y dulzura le sacó la asadura...etc.” O ésta otra: “Padre nuestro que estás en los cerros, cuida las vacas y yo los becerros”... ¡Tan piadoso mi apá!

sábado, 27 de diciembre de 2008

Cancioncitas de la radio y la tv

Esas cancioncitas llamadas “jingles” también forman parte de nuestra memoria colectiva y son un gran aliciente para acordarnos de nuestra niñez y juventud. A continuación les pongo los textos –porque no tengo los anuncios reales y de otros ni me acuerdo completo-, si por ahí alguien recuerda alguno, le agradeceré que me lo mande. Algunos ya los he publicado pero los voy a repetir: Triciclos Apache: “¡Aaaapache, que bonito, aaaapache, ¡yo quiero uno!¡ Duran, duran, duran, Apache!”; “Son bonitos son durables son juguetes Plastimarx”; “Llora y llora y mueve sus manitas, sólo se contenta llevándola a pasear, a comer, a bañarse a dormir, es lagrimitas Lily”; "Con juguetes Mi Alegría, siempre felices estamos, con juguetes Mi Alegría, aprendemos y jugamos"; "Este es el trenecito del chocolate Express alegre y muy bonito y ¡que rápido es! Chocolate Expressssssssss; “Bota bota y no es pelota, tiene Tutsi de amontones y tiene premios juguetones ¿Qué es?”; “¿Por qué llora la princesa? Porque su radio ya no suena”; “Estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo que me importa la muerte dicen en coro si muero con decoro en los productos del fuerte”; “Yo soy la negrita que a todos encanta porque hago los ricos y sabrosos hot cakes”; “Te crees mucho con tu paletón, y por las calles causas sensación”; "Blanco, Blanco, Blanco, Abarata la Vida con sus Precios, Precios Reducidos”; “Pinol pinol, aromatiza, limpia y desinfecta... wowwwww!!”; “Los Pingüinos Marinela, con sabor a chocolate, dales una probadita requete-sabrosos son"; "Oh, la la Sasson, para los jóvenes de corazón"; “Mira a Fabiola la muñeca que camina por si sola”; “Es el Patomóvil, cuac, cuac, cuac...!”; “Yo no uso Selsun Azul porque no tengo caspa ¡Ni pelo!”; “-Me das una probadita de tu Presidente?....Hola me llamo Tere… -y yo me llamo Lalo”, del Chocolate Presidente; “¿Dónde está mi compadre?...Para darle chicharrón”... “Sabritones que ricos chicharrones con chilito…”; “Para ese apetito feroz... Mamut, Mamut”; “A Duvalín no lo cambio por nada... ¡Duvalín!”; “Churrumais con limoncito, tienen mucho más saboooor”; “Si no hace chaca chaca es que no es Ariel”; "Me gusta el de la gorrita- ¿cuál gorrita? Si es su pelo- ¿De veras? Ese no se peina, se pega el pelo"; “¡¡Jorgito!! ¿Quién crees que lava la ropa? Hooover!!”; “-Luciaaaaaaaaaa, ¿Y mi camisa? -Bueno pues te la presto”, de las camisas Mariscal; “Quisiera al mundo darle a hogar y llenarlo de amor… sembrar mil flores de colooor en esta navidad. Hay que compartir, el momento feliz...hay que disfrutar, la chispa de la vida”; “Amanda… ¡Ciérrale!”; “Chiquitibum a la bim bom ba”. Y como ya es tarde “Un recado de parte de la tele, ya va siendo hora de que los peques nos vayamos a la cama... ¡Ale peques! Vamos a la cama, que hay que descansar, para que mañana nos podamos madrugar”. Cancioncita cantada por Cleo y la familia Telerín. ¡Que duerman bien!
Esta entrada se la dedico a mi querida prima Gela, que me anima mucho a seguir escribiendo. ¡Gracias Pimpo! Rima

viernes, 26 de diciembre de 2008

Es difícil ser un bebé

Aqui les pongo el primer video de la temporada, a ver si me sale. Esta canción estuvo de moda en las discos a finales de los 80's. Increible que un niño tan pequeño hablara francés. Que lo disfruten.

¡...que viene el coco!

A todos los niños desde el principio de los tiempos nos han platicado del famoso “Coco”, ese ser inmaterial que se nos aparecerá si no nos dormimos temprano. Te decían por ejemplo: “si te vas sola a la tienda, te va a salir el viejito del saco, que se lleva a los niños que se portan mal y andan solos”. El coco andaba suelto por doquier y lo único que provocaron en mí fue tener un delirio de persecución marca diablo. Cuando mis papás salían de noche y ya mis hermanos estaban en el séptimo sueño, yo me levantaba de mi cama a revisar toda la casa porque escuchaba tronidos y quejidos por todos lados. Sólo cuando oía que llegaban mis papás, me quedaba tranquila. También mi mamá ya ni la amuela, de cuento de buenas noches o me platicaba la caperuza negra o la historia de un asesino en serie como ya he mencionado. Luego andaba soñando que me perseguía una viejita por toda la ciudad, castañeando los dientes –porque mi papá tenía lo suyo: como siempre usó dentadura postiza, se sacaba los maxilares para meternos tremendos sustotes, cosa que nos encantaba-. Con estas bellas imágenes entraba diario al país de los sueños... En el colegio donde estudié mis primeras letras y creo que las últimas, corría la leyenda del “Güero sin cabeza”. Hace mucho tiempo, había internado en el colegio y cuando yo estaba ahí, éste todavía era tenebroso. Paredes altísimas, húmedas y lóbregas. El salón de canto tenía piso de barro muy tallado y paredes de adobe además de sillas de madera pintadas de café oscuro; así no se inspiraba ni Caruso para cantar. La biblioteca era otro boleto: la bibliotecaria era mi cuata, una señora regordeta y simpaticona, hermana de la prefecta que por supuesto era seca y enteca como ella sola. Pues yo me la pasaba en el sagrado recinto leyendo con avidez las aventuras de Pippa Mediaslargas, y por supuesto, todos los libros de Luisa María Alcott: Mujercitas, Hombrecitos, Aquellas Mujercitas... y entre las páginas de los libros me encontraba recados de las alumnas que habían estado de internas en el colegio; así me enteré del famoso personaje sin cabeza. Se decía que el güerito ese violaba la pureza de las damiselas ahí hospedadas y que era terrible. Al cabo del tiempo, ya perdida para siempre la ingenuidad y en un momento de lucidez me cayó el veinte de por qué le decían el “Güero sin cabeza”... si no poseía la blonda cabellera...

Mamita querida

Pues ahora resulta que mi madre le ha encontrado un giro a este blog. Estábamos sentadas viendo la biografía de Betty Davis y platicando que se iba a poner de navidad –a ella le encantan los suéteres con alusiones navideñas, tipo renos, pinitos y hartas chaquiras de colores, gusto que yo no comparto- y sacó un ejemplar digno del “Diario de Bridget Jones”. Me preguntó si no iba a parecer “Baby Jane”, ya saben, ese personaje de la Davis en donde sale una mujer madura vestida de niña, con bucles y toda la cosa. Yo le dije que sí, pero que qué remedio. Seguimos viendo la biografía de Betty y el narrador platica al teleauditorio cómo la hija de la diva escribió un libro revelando cosas innombrables de su madre. Voltea y me ve fijamente diciendo: “Eso precisamente es lo que estás haciendo con tu blog. Estas vengándote de todos tus traumas infantiles a mi lado ¿Verdad?”. Yo le contesté que era totalmente cierto. Una risa cómplice apareció en sus labios y yo se que en el fondo, quedó sumamente satisfecha con mi respuesta, porque le complace ser la protagonista principal de mis escritos; no puede negar que tiene alma de diva joligudense. Reflexionando sobre sus gustos literarios, me pongo a pensar sobre su pasión desmedida por desentrañar los misterios de las mentes de los más terribles asesinos seriales. Si uno le pregunta por la biografía de Ted Bunndy o el “Hijo de Sam”, te la recita de cabo a rabo mucho mejor que el buró de investigaciones gringo. Y qué decir de cuando ocurrió el terrible asesinato de Nicole Brown a manos del jugador de futbol americano O.J. Simpson. Se recetó como quien ve una novela todo el juicio del asesino, tomó partido con Marcia Clark, la fiscal y todo esto acompañado de un cafecito caliente a la par que tejía cobijitas a gancho para sus hijos. Cuando yo llegaba del trabajo, me pasaba la reseña del caso y se indignó terriblemente cuando absolvieron al jugador de toda culpa. “Pero hay un dios...” Clamaba consternada. Libros como “A sangre fría”, “Masacre en Milwaukee” o “Tras la mente asesina”, ocupan un lugar importante en la cabecera de su cama y el otro día le brillaron los ojitos porque le regalé una colección en dvd de los peores crímenes del siglo XX. Y luego se queja porque le digo “Mommie Dearest”.

martes, 23 de diciembre de 2008

Cadenas de amargura: los sanjuditas

Me encanta recibir cartas. Pero de las que mandas por correo certificado, entregadas por un cartero. Excepto las cartas que recibía uno, las llamadas “cadenas”. Eran cartas hechas a mano -la mayoría de las veces- en donde venía un escrito con una serie de narraciones inverosímiles y amenazantes. Si no copiabas 245 veces la dichosa carta, entonces caería sobre ti la maldición gitana, o el dedo flamígero de dios, o te pasarían miles de desgracias. Tengo una amiga que me dijo que ella las dejaba podrir en el frente de su casa hasta que se deshacían, no se daba por enterada y nunca le pasó nada... ¡bendito sea dios! Ahora, con la internet me he dado cuenta de que tengo miles de amigos que están preocupadísimos porque mi alma no se condene... y me hacen el grandísimo favor de mandarme “sanjuditas” como les digo yo a las cadenas por internet... A esas amistades de tan buenas intenciones, a mis hermanos, primas y demás parentela les digo y clamo con fervor: ¡No me manden sanjuditas! Estoy irremediablemente condenada a formar parte de la energía cósmica, así que por favor, cualquier intento de hacerme perder el tiempo leyendo las bondades del santo niño de Colombia, o de san Atilano de Macedonia, el cual dicen que es muy milagroso, será en balde. Además yo no conozco a “Lord Evo” que se ganó 70 millones de dólares y por no mandar la cartita se quedó en la inopia, o a la señorita Ewa Isjhy que por no mandar 20 copias perdió a su novio, pero después la mandó y encontró uno mejor. Ni conozco a la pobre de Alicia Juccio que se murió a los 10 meses estrujando con desesperación la carta en la mano. O a Carlos Daddy que se ganó un auto nuevo y por no mandar su correspondiente número de copias chocó al día siguiente. Espero que el monje latinoamericano que vive en Venecia y que inició la cadena, tenga la conciencia tranquila ¡Hombre! ¡Eso no se le hace a ningún feligrés! Además, se dan el lujo de poner rangos de intensidad benigna. Por ejemplo: si se los mandas a 1-10 personas en una hora, serás feliz; de 11 a 50 te sacarás la lotería; de 50 en adelante Billy Gates se quedará tarado al lado de la fortuna que amasarás. Y están advertidos: si en 96 horas de la llegada de esta nota bloguera no la han mandado a todos sus contactos, iré a sus casas y les jalaré los pies.... Por si las moscas háganlo, no vaya siendo....

Cuando la memoria nos traiciona: los festivales escolares

Parte esencial de la vida escolar de un niño en relación inversamente proporcional al resultado de una madre orgullosa son los festivales escolares. A la menor provocación ¡Zaz! Festival escolar en puerta. Los hay de diversos tipos: el de la primavera donde la que luce es la reina –que normalmente era rubia y de ojos azules-. Las “otras” nos conformábamos con salir a escena llevando hojas en las manos –disfraz de árbol- o el muy abstracto de flor que consistía en pétalos de papel lustre alrededor de la cara. Luego sigue el emotivo festival del día del niño cantando “Al sonar las tres de la mañana...” o “Bombón I” de Cri-Cri. Aún recuerdo que nos pusieron los vestidos de primera comunión con caramelos cosidos en el vestido y salimos a bailar alrededor de la princesa caramelo... Mes de Mayo, el súmmum de los festivales: día de la madre. Aquí las maestras se aplican y declamamos a coro: “Madre, palabra sublime, amor que redime, cariño si par...” o lo que es peor, ponen a un niño a declamar “El brindis del bohemio”, en donde la creatura no sabe ni qué es un bohemio ni por qué brindan en “torno a” una mesa, sin mencionar que la poesía tiene como 37 estrofas a cual más de complicadas y con palabras arcaicas que ya los niños de ahora ni entienden. Mi papá me contó que él tuvo que declamar esta tierna poesía:

Mi pañuelo perfumado/que me trajo mamacita,/planchadito y bien doblado /me lo guardo en mi bolsita. /Cuando lloro sin consuelo,/¡Saco entonces mi pañuelo!/que me trajo mamacita.

Esto fue en 1940 y todavía se acuerda el inocente. Cualquier niño se sentía infeliz con esto: a uno se le olvida todo a la mera hora, tienen que sacar en andas al chiquillo chillándo y apanicado de tener que hablar en público por el resto de sus días... sin mencionar que todo queda registrado en foto o video para beneplácito de la cabecita blanca en cuestión. Fin de año. Otro festivalito consistente en demostrar a los padres de familia todo lo que sus vástagos aprendimos en el año: competencias de aritmética, deletreo y ortografía; preguntas de ciencias sociales y naturales que ni los del National Geographic podrían contestar... Al final, entrega de diplomas por aprovechamiento –diploma que aclaro, nunca me saqué- y dos meses de vacaciones para recuperarnos para el siguiente festival que se lleva a cabo en septiembre, mes de la patria. Chiquillos humillados porque los disfrazan del padre Hidalgo o de doña Josefa Ortiz de Domínguez, usando la mantilla española de la abuelita, con chongo, peineta y un “seis” en cada sien-. Al que le tocaba hacer de “Pípila” le confeccionaban la piedrota de cartón y los demás nos conformábamos con salir de inditos redimidos ¡qué tiempos! Festival de noviembre: la revolución, todos de rancheros con bigotes, carrilleras y las niñas vestidas de Adelitas (Ver “En lo alto de la abrupta serranía”). Lo bueno es que los disfraces y los actores infantiles se pueden reciclar, porque el calzón de manta sirve para tres festivales, los dos mencionados, más el de navidad, donde todo mundo sale de pastorcito y la niñita rubia sale de virgen María o de niño dios... Caso aparte merecen los cuarenta y siete saludos a la bandera que nos chutábamos, jurando al lábaro patrio amor incondicional... amor que, como todo amor, se deteriora con el tiempo... Reflexionando sobre tan apasionante tema, puedo decir con certeza que esto de los festivales se ha convertido en una venganza generacional y los hijos de nuestros hijos seguirán organizando festivales... hasta el día del festival final.

En la foto: Mi cachetón hermano en pose sugestiva, preparando machincuepas para el festival del día del niño, en donde él era un ratón que pertenecía al coro de "El ratón vaquero". Mi mamá confeccionó el disfraz.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Regalo de Coquito recargado...

Al año siguiente mi cachetón hermano sigue en las mismas. Y si no, vean la foto, él sigue con su aferre, regalito en mano y Coquito muy "fashion" absolutamente frustrada...

viernes, 19 de diciembre de 2008

Una pincelada en los labios: las novelas rosas

Las revistas femeninas pueden ser consideradas por los sociólogos como un objeto de estudio apasionante. Pero viéndolas desde el punto de vista más frívolo, son un entretenimiento inigualable a la hora de querer despejar la mente. Mi papá le compró a mi madre durante más de cincuenta años el “Vanidades”. Juro que los tiene guardados desde el número cero a la fecha. Pero lo que a mí más me gustaba leerle a esta revista era la novela de Corín Tellado. Una vez que hubieras leído unas 3, entonces ya le cachabas que la trama era la misma, nada más cambiaba el contexto, el color del pelo del muchacho y la profesión de la joven. Pero todo era igual. Las descripciones de los protagonistas eran inigualables: él, alto, de espaldas anchas, atlético, no guapo pero con unos profundos ojos verdes –o miel, o azules- con cazadora de ante, pantalón deportivo, en auto de moda; hijo de rico o había llegado a la cúspide a base de esfuerzos mil. Ella por su parte, no era bonita, de ojos almendrados, sin maquillaje, natural, sólo una pincelada en los labios. Siempre era ella la residente y él, médico de urgencias; o secretaria y él, hijo del dueño, pero taaan sencillo que ese pequeño detalle no se sabía por la muchacha hasta bien avanzada la novela. Aparecía un conflicto obvio como que ella había estado casada con el hermano del muchacho, o la habían violado de joven; o el mejor amigo del protagonista se interponía entre ellos. Nada grave que no se pudiera resolver en 5 páginas de la revista. Pero a juzgar por la aceptación de las novelillas, esto no importaba, el chiste era soñar con que algo así nos podría pasar en cualquier momento, que encontraríamos al de la cazadora de ante mientras comprábamos un retazo de tela o anduviéramos en el mercado preguntando el precio del kilo de jitomate bola. Otras que leía con avidez desmesurada eran las historietas “Susy. Secretos del corazón”. Esas me las prestaba una vecina que las compraba a escondidas de su gárgola materna. Me gustaban porque tenían unas ilustraciones muy buenas, estilo pop art –aunque eso lo relacioné después- las historias eran totalmente empalagosas, pero muy ilustrativas... Se distribuían con las insinuantes palabras: “una interesante serie sobre el más hermoso sentimiento humano... que prometía conocer: con apasionada ternura la edad de los románticos idilios, cuando la vida es tan bella y al mismo tiempo tan complicada por sus dulces alegrías y tristezas. 32 páginas a todo color”. Casi ni hace falta aclarar que en Susy no existía posibilidad alguna de que las protagonistas tuvieran relaciones sexuales con sus novios. ¿Sexo dije? ¿Qué es eso? Sólo bailaban y se besaban. Y los besos eran la prueba definitiva para descubrir el amor verdadero. Por ejemplo, en “Entre dos amores”, Ana no sabe si ama a Adán, el formal, o a Jaime, el mundano. Cuando desfallece en brazos de Adán, comprende que él es el hombre de su vida. Sin embargo, en la fiesta de compromiso aparece Jaime. La atracción resurge, Ana se deja engatusar y huye con él. No llega lejos: se quedan sin gasolina, y Jaime hace un comentario despectivo sobre Adán… A ella se le prende el foco y regresa presurosa a la fiesta. El bueno de Adán ya se estaba inquietando: “¿Dónde estabas?”, le pregunta, “¿Te perdiste?”. “Sólo un momento, Adán,”, responde la heroína mirando al espectador, “pero aquí estoy”. Gran beso en los labios. Final feliz. ¿Final feliz, dije? Que alguien me diga si la pincelada en los labios le sirvió de algo...

Nota: confieso para esta nota haber recibido asesoría de "códigoretro.com"

Consejos para señoritas en edad de merecer

Llegada la adolescencia, uno se voltea a ver al espejo y lo que ve es a una niña que intenta ser mujer. Imagínenme con los dientes de fuera, pelo ralo, esponjado e indomable, mirada gacha y cachete ancho. Cuando me vi en la foto del colegio a los 14 años, no tuve más remedio que ponerme a llorar. “¿Qué voy a hacer conmigo?” –Pensaba- “No tengo remedio”. Pues las madres, que como todos sabemos, tienen una sabiduría especial para reafirmar la autoestima de cualquier niña plana por delante y por detrás. Así que en madura plática, mi madre me aconsejó: “date a deseo y olerás a poleo; date a cada rato y olerás a orines de gato”. Para quienes no saben que es el poleo les pongo la definición: m. Planta herbácea anual de la familia de las labiadas, de entre 10 y 30 cm de altura y con flores azuladas o moradas, de olor agradable, con la que se hacen infusiones: el poleo crece en zonas húmedas o en las orillas de los ríos. Espero que no se hayan quedado en las mismas como yo, pero seguro huele rico. Bueno pues ese fue un primer consejo, el cual, por supuesto, NO SEGUÍ AL PIE DE LA LETRA porque ya se sabe que cuando una adolescente conoce y ve las bondades del otro género, lo que uno hace es andar quedando bien, léase: tejer suéteres, hacer pasteles, mandar cartitas cursis, andar los caminos por los que anda el varón deseado y un sinnúmero de tonterías más. Cuando llegaba desolada a platicarle a mi madre que el interfecto no me “pelaba”, ella me miraba y repetía la consabida frasecita:”Date a deseo... etc.” Ya después en un arranque de sabiduría me decía: “Ay hijita, a ese muchacho que se cree mucho y no te hace caso tu nomás imagínatelo en el baño, sentado”. Este consejo si lo seguí y me surtió más efecto que el primero, porque me di cuenta de que no eran semidioses los tales hombres, sino seres humanos como yo, que viven, sufren, tenían miedo de sacarme a bailar en las tardeadas... e iban al baño. Después de este escatológico pero instructivo consejo, seguí haciendo lo mismo, por lo que puedo decir que los orines de gato eran la base de mi perfumería francesa... Al cabo de unos años, una amiga muy querida me platicó que su mamá le decía cuando le enseñaba a caminar como señorita; ya saben un pie adelante del otro para bambolear las caderas como modelo de pasarela: “Tú nada más repite: "soy bella, soy amada y tengo un secreto”. Eso le eleva la autoestima a cualquiera. Lo de soy bella, pues ya se sabe; amada me considero, pero eso de “tengo un secreto” alcanza los bordes del velo de misterio, que subyuga a los hombres y que en resumidas cuentas es: “Date a deseo... etc.” Es mi deber aclarar que en mis investigaciones sobre el poleo encontré que la planta perfumada es buenísima para los males gástricos y propicia el movimiento intestinal. Porque las niñas bonitas, también vamos al baño.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Creatividad paterna

Tengo la fortuna de tener unos padres muy creativos. ¿O será infortunio? Ya no se, por lo que aquí voy a relatar… A los dos les encantaba la fotografía, se la pasaban haciendo experimentos con lentes de “ojo de pescado” y filtros que daban el efecto de múltiples imágenes. Pero la imagen que los consagró como fotógrafos fue una producción escénica digna de película de miedo en donde mi hermana y yo aparecemos como muñecas victorianas. Esta foto hubiera hecho las delicias de Mary Shelley o de cualquiera de los poetas malditos. La describo a continuación: fondo negro, silla de madera con respaldo en cuero repujado sumamente labrada; nosotras vestidas con atuendo de terciopelo negro y pechera de olancitos rematada en la parte del cuello por moño mortuorio. La sesión fotográfica dejó muchas pruebas, de las cuales escogieron dos que montaron en sendos marcos ovalados estilo barroco con acabado en dorado antiguo. No contentos con eso, se pusieron a retocar con óleo las partes de la piel, rostro y pelo, por lo que la mezcla quedó –muy bien hecha, por cierto- pero con un toque de retrato viejo. Procedieron inmediatamente a colocarlos en la sala de la casa y ahí fue dónde… cada vez que llegaba una visita, los comentarios se dejaban oír inmediatamente: “¿Son tus hijas? ¡Qué lindas! Parecen sus bisabuelas…” y cosas por el estilo. Ya entradas en años, hicimos una reunión en casa de mis padres e invité a mis amigos diseñadores. Pero no contaba con que uno de ellos, les diera un tour por toda la casa, incluidas las fotos del terror. Ahora no se qué hacer para satisfacer tantas solicitudes para cortometrajes de suspenso, ya se ha corrido la voz y no me va a quedar otra alternativa más que rentarlas. Así que ya saben, cuando se les ofrezca... se alquilan fotos para cine gore.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Tía Lupe a los 16

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En lo alto de la abrupta serranía…

Pues a mi madre siempre le gustó el baile. Es rumbera de corazón, pero nunca se le hizo, porque se casó. Pero hete aquí que tuvo dos hijitas, y cuando se pudieron sostener en sus extremidades inferiores, ni tarda ni perezosa las metió a estudiar danza. Íbamos a una academia particular que estaba en la calle de Anáhuac, la de la maestra LA, una señoritinga muy restirada y morena, que traía en la mano una especie de cayado, el cual golpeaba en el suelo de duela, para que uno le agarrara el ritmo a la pieza en turno. Aprendí a bailar redova norteña, ballet, sones yucatecos, jarabe tapatío, y el “Rascapetate”. Durante un año nos preparábamos para el festival de gala que se hacía en el teatro de la P. Debo aclarar que yo tenía siete años, así que como siempre, hacían conmigo lo que querían… Pues llegó el ansiado día de la premier y todas las mamás van con sus princesas al dichoso festival. Primer acto: salgo con mis compañeras bailando un fragmento de “El Lago de los Cisnes” con un tutú color pistache y una flor de plástico en el pelo; segundo acto: córrele a cambiarte, hacerte trenzas en el pelo con moñotes colorados del tamaño de un metrobus y salimos al escenario en donde le damos duro a la duela del escenario con los taconcitos rojos de baile al ritmo del conocido corrido “La Adelita”; Tercer acto: me niego a salir. No hubo poder humano que me obligara a salir con el atuendo del pecaminoso, arrabalero y sucio Can Can. Yo todavía tenía ripio de candor a esa edad. ¿La razón? Se me veían los calzones. Y ya se sabe que a esa edad, que se te vieran los calzones era una afrenta mayúscula con pocas posibilidades de recuperar la dignidad. Me disfrazaron de francesita mala pécora con pluma de avestruz y toda la cosa, y yo, negada. Ya lo había ensayado, mi mamá invirtió en mi varios miles de pesos –de los viejos- en mi vestuario y yo, agarrada de la tramoya sin querer salir… me mantuve firme, no hubo mácula alguna en mi honra y nadie me puede recriminar por esto. Excepto mi mamá, que al cabo del tiempo se vengó metiéndose ella a bailar y yo a pasar penas mientras la veía ensayar el mambo “Norma la de Guadalajara”, o peor aún “Caballo Negro” con el caraefoca. Su venganza no terminó ahí: durante mucho tiempo tuve que chutarme sus festivales, vestida ella de mambolera de los 40’s y moviéndose a ritmos sicalípticos y provocadores… lo cual ¡Me encanta!
Esta nota se la dedico a mi mamá, que ahora ya no puede bailar como antes, pero que me enseñó que el baile es la mejor terapia para el alma, y más divertida y barata que ir con un psiquiatra.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Péinate que viene gente: los bucles

Todas las mamás que se preciaron de serlo en los años sesenta querían que sus quirrirrus se parecieran a Shirley Temple. No importaba si eran hombres o mujeres. El chiste era que los caireles cayeran en cascada sobre sus hombros y si los rizos eran güeritos, pues tanto mejor. En ese tiempo, no existían pinzas y tenazas con iones y tratamientos para no maltratar el pelo. Si uno nacía como yo, de pelito ralo, escaso y grifo, la cosa se ponía mal, porque había que someterse a la “Tortura del rizo” que narro a continuación: Se colocaba banco de madera, de preferencia alto cerca de la estufa. Mi mamá sacaba unas tenazas difíciles de describir, pero puedo decir de ellas que cualquier sacerdote perteneciente a la santa inquisición estaría feliz y orgulloso de poseer unas como éstas. Pues las tenazas en cuestión se calentaban directamente en la estufa hasta que adquirían la bonita temperatura de 60° C, o al rojo vivo, lo que ocurriera primero; se procedía a tomar una porción de pelo del infante, se envolvía en papel de estraza o de china, lo que se tuviera a mano. El pelo se enroscaba en la tenaza y cuando el olfato detectara cierto olor a chamusquina era que el bucle estaba listo; así con todo el pelo. Ya que se tenía toda la cabeza del sufriente coronada con caireles enmarañados, se procedía a bañarlos con una capa de laca. La laca, para quien no lo sepa, es un líquido de consistencia viscosa, de color ambarino que utilizaban las señoras para sostener en alto los tupés y cabellos encrespados muy en boga en la década mencionada. Ya que se tenía el pelo enrulado y endurecido, entonces ya la peinaban a una de media cola, con el consabido moñito haciendo juego con el vestido de primera comunión. O de pajecito de boda. O para fiesta familiar. Igualita a Shirley Temple. Hace como dos navidades, mi mamá me regaló un aparato que no se diferencia mucho de las tenazas inquisitoriales, y que funge para lo mismo. La dedicatoria, por demás sugestiva decía: “Con éste aparato espero verte llena con rizos, bucles, ondas y tirabuzones. ¡Ya péinate mi’jita!”. Conociendo a mi madre, esto suena harto irónico, porque de los tres pelos que tenía, ya nomás me quedan dos. Le vi los ojitos cuando me entregó el regalo, y un resplandor rojizo destelló en su mirada…

La piñata de salón. Jala, jala, jala…

Ya les he platicado de mi tía M. Un día, próximo a la navidad, la mencionada tía y sus hijos nos invitaron a una posada en casa de una prima. Estábamos todos departiendo gentilmente, tomando ponche y tamales, cuando mi tía dice: “vamos a jugar a la piñata de salón”. He conocido toda clase de piñatas, desde las que se hacían con olla de barro, que son las efectivas porque te das tus buenas cortadas con los tepalcates que quedan en el suelo, hasta las que hacen ahora de cartón, que no se rompen ni aunque lo quiera dios padre, por lo que la diversión puede durar horas y horas, hasta que algún invitado desesperado la desgarra hasta con los dientes. Estas tradicionales piñatas, van rellenas de dulces de todo tipo (ver “dulces secretos”) o de harina o de agua, según el humor festivo del dueño de la casa. Pues todos los ajenos a la familia CC, nos quedamos con cara de interrogación. ¿Qué es la “piñata de salón”? A continuación doy las instrucciones de cómo se elabora una piñata de salón:

1 caja de cartón de tamaño regular con tapa separable (las de papel bond son buenísimas)
Papel lustre de colores; papel metálico; cualquier adorno que sirva para decorar
Pensar un concepto: puede ser un regalo, un tambor, un angelito… el chiste es decorar la caja


Se decora la caja al gusto de la persona, pero es importante que la tapa sea parte del decorado, pero que NO ESTÉ PEGADA A ÉL. Se voltea la caja al revés (tapa para abajo) y se le hace un orificio a ésta en el centro, en donde posteriormente se colocará un mecate, listón o cable para tendedero; se sujeta el mencionado mecate al interior de la caja con un regalo sorpresa en el otro extremo. A la tapa se le hacen varios orificios con un picahielos y se le insertan a los agujeros listones de colores. Pero sólo uno estará sujeto a la tapa por medio de un palillo de dientes o palito de madera. Cuando está lista, la piñata se cuelga de donde se pueda: viga de madera, porta jaula de perico (aportación de M, mi prima) o cualquier otro lugar que pueda mantener en alto el artefacto.
Ya ubicada la piñata, se conmina a los invitados a pasar uno por uno y jalar un listón, hasta que el “agraciado” ganador jala el hilo que sujeta la tapa, la cual caerá y dejara ver en el interior el mencionado regalo sorpresa.
Si usted está aburrido de las clásicas piñatas de picos; tiene más de sesenta años; tiene frío y no quiere salir a dar y recibir catorrazos; no pretende cortarse con los tepalcates ni que lo apachurren; cuenta con casa de interés social y el único patio lo ocupa la lavadora, esta es la piñata ideal. La emoción no es la misma, ya se sabe, pero es una opción muy válida para sorprender a los invitados y le aseguro que será el goce de chicos y grandes. Bueno, más para los grandes. Otra variante puede ser comprar varios regalos sorpresa, numerarlos como en tómbola y que los listones tengan en el extremo oculto el número correspondiente, así todos ganan y se van rete contentos.
Le dedico esta nota a mi querida tía M. que siempre ha sido una mujer muy entusiasta, muy ocurrente, simpática y a la que quiero mucho. ¡Feliz Navidad!

martes, 9 de diciembre de 2008

Cartita al Santiclos

Cuando la navidad se acercaba, mis papás nos llevaban a ver juguetes de la “Juguetería Félix”. Este establecimiento muy querido de mi niñez se encontraba ubicado en donde ahora está el centro joyero, frente a plaza de F. Tenía un escaparate largo, largo y en él se exhibían todos los juguetes que se anunciaban por tv. Tenían por ejemplo a Titti la mamá, que mece y arrulla a su bebé con tonada musical. Es el “Pato móvil, cuac, cuac, cuac”, carrito para que los niños se pasearan en él. El pizarrón “mágico”, que se borraba al sacudirlo; Fabiola, la “muñeca que camina por si sola”; el Hornito mágico y la máquina para hacer raspados multisabores; la “Comiditas”, que comía su papilla y en el colmo del realismo, manchaba su pañal; la más famosa de todas “Lagrimitas”… para los niños, pistas Excalectrix, castillos Exin, Avalanchas, triciclos “Apache” que “…duran, duran, duran…”; los “Aristochoques”y el famoso “Chutagol”; “Cosquillitas”, “Caritas” y “Ríe Ricitos” –me imagino a los creativos pensando los nombres de estas infantas-. Pues llegábamos a la casa con los ojos llenos de muñecas mil y a ¡Pedir se ha dicho! Confieso que hacíamos unas cartas kilométricas, pero claro que Santa no es tonto y bien que sabía que tenía que repartir muchos regalos a todos los niños del mundo… aún así, cuando despertábamos el día 25 de diciembre, el árbol estaba repleto de juguetes que habían llegado ahí con mucho amor y esfuerzo… En la foto que publico se ve a mi cachetón hermano, feliz en su carrito de pedales, al fondo, la siniestra cuna de la cual ya he escrito… Entre los regalos que recuerdo con más cariño: un pianito de cola miniatura en donde sólo aprendí a tocar “Martinillo”; una muñeca trompuda que tenía un biberón que se vaciaba sólo ¡Y se volvía a rellenar! Una Mafalda de trapo muy bien hecha; un Baby Beans color de rosa; una muñeca con ropa; una “Barbie” con botón en la panza y a la cual le crecía el pelo; juegos de té; un “molde milagro” con el cual hice pasteles de verdad con mi mamá. Recuerdo a mi hermana con su aferre por una abejita y un Topo Gigio gigante de plástico duro al que nos encantaba morderle las orejas… A todos les deseo una navidad llena de amor y hermosos recuerdos…

domingo, 7 de diciembre de 2008

Monografías...oráculo de antaño

¿Quién no recuerda las monografías? Nomás entraba uno a la primaria y las maestras se arrancaban pidiendo toda clase de cromos de los temas más variados: sistema planetario, el agua, los héroes de la independencia, civismo, el aparato reproductor. Y todos los días era dar la vuelta a la papelería a comprar las monografías que fungían como ilustración del trabajo, el cual consistía en copiar íntegro el reverso de misma –normalmente una redacción de dudosa calidad- y a pegar la estampita en la libreta… No imagino cuál sería parámetro para calificar este tipo de trabajos por demás antipedagógicos, pero las maestras calmaban sus sentimientos de culpa por no acabar el libro de texto gratuito de ese año en especial… Los dibujos se parecían a los monitos del libro vaquero y siempre estaban movidas, mal impresas. Había de dos tipos: las sencillas que mostraban la cara del héroe patrio en cuestión y al reverso su microbiografía. Las había más grandes, con muchas ilustraciones: éstas me gustaban más porque me ponía a recortar y cuando me sobraban ilustraciones hacía historietas en donde se veía al padre Hidalgo cabalgando con el estandarte de la Guadalupana sobre el ecosistema del bosque húmedo… Pero si uno no se ponía aguzado, corría el riesgo de recortar la valiosa información del reverso, porque nada más tenía un solo párrafo, grandote. Y que no se nos ocurriera decirle a los pobres padres a las 9 pm: “Papá, me dejaron hacer un resumen del sistema nervioso parasimpático” –porque he de especificar que las monografías son más efectivas que la enciclopedia Británica y el Larousse Ilustrado; tienen tooodoooos los temas en sus catálogos. Yo me sorprendía de esto; incluso pensaba: “No, seguro no hay monografía” y ¡Zas! Que la señorita con un profesionalismo de bibliotecaria y mirada cínica, iba a buscaba en orden alfabético en las cajas de madera, y ahí estaba, el comportamiento monogámico de los pingüinos Emperador… Estoy segura, al paso del tiempo, que las maestras de primaria se juntaban en cónclave secreto para decidir qué monografía pedir, mientras se tomaban su cafecito. Aquí les pongo una que me encontré de las fiestas decembrinas por si quieren sacar a algún hijo del apuro ahora que viene el puente Guadalupe-Reyes…

sábado, 6 de diciembre de 2008

Divina confusión

Pues esto que voy a platicar no es para darle orgullo a nadie, pero juro que verdaderamente me sucedió. Resulta que un galán me invitó a salir a cenar. Pasé una tarde emperifollándome y arreglándome el pelo a la más "natural" moda ochentera. Pelo crespo y chino, superpunk en las laterales y copete parado, cual debe ser... salgo con mi blusa llena de olancitos, pantalón apretado y tacón pulsera... Fuimos a cenar a los tacos del S. Resulta que el mismo día, se presenta en la ciudad la cantante Tatiana, que en esas épocas no cantaba para niños... Sentada en la taquería con mi amigo, se me acerca una chiquilla y me pide un autógrafo... ¿Pueden creer que me confundió con la Tatiana? No supe que decir, a mi amigo le dio un ataque de risa, pero muy... nunca me volvió a invitar a salir, supongo que no pudo soportar mi "fama". Yo me trabé, pero por supuesto que no podía quitarle la ilusión a la niña y firmé la servilleta con gran determinación y dominio de mi misma... Lo único que me pregunto es: ¿En qué cabeza cabe que Tatiana iba a estar en una taquería echándose unas gringas?

Lupita Ferrer y José Bardina en...

Así empezaba las novelas venezolanas de los años setenta. Me acuerdo de dos: “La Zulianita” y “Una muchacha llamada Milagros”. Todas esas historias estaban basadas en Cenicienta, no aportaban absolutamente nada y esa fórmula se ha repetido año tras año hasta la actualidad. Me acuerdo que mis papás tenían una televisión con mueble de madera acabado “piano” en blanco y negro, pero juro que yo la veía a colores. A las cuatro de la tarde comenzaban las novelas, que en otros lados les dicen “comedias”, aunque sean unos dramones infernales. Pero las novelas venezolanas marcaron un hito en la televisión mexicana. La Lupita Ferrer, con su carita de “no rompo un plato”, su vocecita tipluda y dulce y sus ojos de vaca enamorada arrebataron el alma de más de alguna fámula, que se veía reflejada en esa vida llena de pesares e incomprensiones por parte de la familia del muchacho, éste último caracterizado por el galán copetón José Bardina. La Zulianita, humilde provinciana llega a casa de su prima, la cual regentea un lugar de no muy buena reputación –para que se den una idea, nomás quítenle el prefijo a la palabreja- y la ingenua niña finalmente acaba enlodada en el arrabal, hasta que entra a trabajar al servicio de la familia Arocha… el resto es historia y ya no se las cuento para que se acuerden… En cuanto a “Una muchacha llamada Milagros” puedo decir que es la novela más completa desde que leí Dostoievski… tiene violaciones, naufragios, locos, hijas desaparecidas y reencontradas, pumas tigrones… En una escena, cuando se casa por fin con el galán, reconoce que él fue el violador de su juventud. Me pregunto cómo lo reconoció, seguro tenía una marca en forma de media luna en salva sea la parte, que sólo los de su familia poseían… Y siempre encomendándose a la virgencita de la Chiquinquirá….Y cómo olvidar la novela para niños “Mundo de Juguete”, ñoñísima, pero no perdíamos capítulo mis hermanos y yo. En fin… estas comedias y los cuentos de hadas son los responsables de que yo ahora ande como ando… queriéndome enlodar en el arrabal.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Viejitas y más viejitas...

Escarbando en mi submundo inconciente, me he dado cuenta de que soy retro por varios factores que definieron mi personalidad. Uno de los más importante fue tener una abuela paterna que proporcionaba cobijo a una serie de octogenarias desvalidas que no tenían casa ni sustento, o habían sido abandonadas a su suerte por los familiares más cercanos. En casa de mi abuela, siempre había una viejita... Ya fuera al inicio de la provecta edad o en fase terminal, ahí se le proporcionaba todo lo que manda la santísima trinidad: casa, vestido y sustento. Mi agustina abuela tenía muchas recámaras en su casa, pero las que usaba para dar tales hospedajes rayaban en el surrealismo... por ejemplo, tenía hospedada a una viejita que fumaba Faros, en un cuartito debajo de la escalera que daba a una azotehuela. En ésta última, vivía mi tía T, mejor conocida como la "Tía Viejita", ustedes pensarán: "la señora tendría setenta y cinco". Nada más lejano a la realidad, porque esta clase de señoras, nacidas entre 1900 y 1920, al cumplir veinte años, ya parecían de sesenta y dos, pero como nada más tenían veinte duraban con esa imagen como noventa y siete años, así que las abuelas de fichú rendían horrores. Una prima me contaba que un día mi abuela le dijo: "L, por favor ve a despertar a M para su desayuno". y ahí va mi prima muy argente, abre la puerta del cuartito y se encuentra a la mujer con los ojos pelones -igualita a la abue de Pedro Infante, la del Torito- y con un farito entre los labios a medio terminar. Sustote que se llevó la pobre... En cuanto a la Tía Viejita, me acuerdo de ella entre nubes, tenía todo su cuarto lleno de figuras piadosas, estampitas de sacramentos diversos: bautizos, bodas, presentaciones al templo, esquelas... Todavía conservo algunas de estas oraciones "tocadas al santo sepulcro" a las cuales me encomiendo regularmente con pocos resultados... Varias de la familia hemos llegado a la conclusión de que mi tía V, estuvo siempre muy desperdiciada... los productores de la "Familia Adams" hubiera brincado de gusto de haberla conocido antes.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Mi primera comunión

Ya he platicado de por qué me volví atea. El día que escribí ese texto, olvidé mencionar un factor de suma importancia en mi formación cristiana: la preparación de mi Primera Comunión. Cuando tenía la cándida edad de 8 añitos, las monjas decidieron que era hora de recibir el cuerpo de Cristo en mi corazón, concepto que a la fecha no entiendo, como otros tantos misterios de la religión que jamás me han sido develados y que a estas alturas, tampoco pienso investigar. Pues dentro de los ejercicios de formación, las santas madres decidieron que era de suma importancia sensibilizar a toda la bola de "moritos" proyectándonos con toda buena intención, películas de las llamadas "piadosas". En el salón de actos del colegio, instalaban el proyector de 8mm y nos soplabamos películas de la talla de "Marcelino Pan y Vino" -en la versión española con Pablito Calvo- y una en especial que merece mención aparte llamada "Primera Comunión", estelarizada por Juliancito Bravo, ídolo de todas las niñas de mi edad. La historia narra las peripecias de un niño sumamente pobre que quiere hacer su primera comunión vestido con albo traje. Salía con el simpático chiquillo una niña de cejas pobladas y trenza gruesa, rica por supuesto porque era rubia platino y vestía trajecito blanco de encaje. Esta historia, además de lacrimógena a rabiar nos concientizaba espléndidamente sobre las ventajas de tener papás que se preocupaban porque nosotros tuvieramos con gran facilidad un traje de primera comunión. Tuve que aprender oraciones como el "Señor mío, Jesucristo", cuya primera frase decía muy fuerte y posteriormente comenzaba a bisbear porque de plano nunca la pude retener en mi infantil memoria. El día de mi primera confesión me preguntaba qué pecados podía tener una niña de 8 años, como no fuera matar a mi hermanito en años pasados, o arrebatarle el lonche a alguna compañerita díscola. Seguro ese día dije puras mentiras, pero mi lógica infantil me dijo que todas ellas me fueron perdonadas. Así de fácil, pecaba, me confesaba y listo, el alma sanforizada para comenzar el cíclo. Confieso que ningún sacramento tomado por mí hasta ahora se puede calificar como "el día más feliz de mi vida". A mí la oblea se me pegaba en el paladar y me quedaba con ganas de darle un buen trago al vinillo de consagrar, que sabía muy bueno. De los regalos ni hablar, creo que el mejor fue "Florecillas de San Francisco". Y me chocan las películas de Juliancito Bravo.

Dulces secretos

No, no crean que voy a develar algún pasado oscuro. Ni tampoco mis secretos más dulces. En esta ocasión les platicaré sobre algunas recetas a base de polvos y pastas acarameladas que hacíamos mis hermanos y yo con gran dedicación y entrega, y que dieron como resultado que ahora tenga principios de úlcera gástrica. En aquellos tiempos mozos, había un tendajón llamado "El Cubilete". Este lugar jugaba el papel de santuario para todos los niños de la cuadra. En sus vitrinas mosqueadas podíamos encontrar "Ticos", "Brinquitos", "Chilim" y su pareja inseparable el "Salim"; "Frescolín y su gran surtido de sabores a agua en polvo y que nos dejaban simpático rodete rojo o verde alrededor de la boca; "Rielitos", pulpas y jarritos de barro rellenos de tamarindo picoso; "Seltz soda" que cuando lo chupábamos propiciaba en la boca una espuma blanca parecida a la de la rabia y que horrorizaba a nuestras nanas; pinole en cucurucho del cual comprabamos cinco o seis porque salían planchitas y cucharas de plomo -dicen mis primas que antes no morimos envenenadas-, kilométricos chicles "Bombero", o los "Motita" sabor fresa o plátano; Chamoys líquidos y en polvo y unos dulces horribles y que podían ayudar a cualquier dentista a extirpar piezas dentales en los que venía un letrero pegajoso que decía "Sorpresa, te ganaste otro caramelo". Bueno, con estos ingredientes, les pongo la receta para obtener la mencionada úlcera, ideal para faltar al colegio al día siguiente:

2 Rielitos partido en cuadritos. Se puede sustituir por "Pulparindo"
2 limones
3 Ticos
2 sobres de Chilim
2 sobres de Salim
3 pulpas de tamarindo marca propia
4 Brinquitos de chabacano -los de limón también sirven-.
Una pizca de salsa "Búfalo"

Se toma recipiente de vidrio -de preferencia los usados en la industria química- y se exprime el jugo de los dos limones en el interior. Se agregan los cuadros de Rielito y se dejan reposar durante 10 minutos aproximadamente hasta que aflojen. Se proceden a agregar el resto de los ingredientes poco a poco hasta que se incorporen a la mezcla, la cual debe tomar el conocido punto de "listón". Se acompaña con paleta "Enchilada" de mango verde o cualquier dulce que tenga palito. No falla.

Me acuerdo de una prima que hacía una mezcla de ácido cítrico con chile de árbol en polvo. A ella si le guardo un cierto respetillo, era toda una master. ¡Ah! Los dulces de mi niñez, un tormento que no le debemos a los chinos, por cierto.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Frases de familia

Todas las familias tienen dichos y frases populares. Pero las que aquí relato me han creado una fama de retro inigualable. Y todo se lo debo a mi querida tía M. Mi tía M. es una mujer linda, amiga de las antigüedades y de coleccionar fotos familiares. Por ella se ha recuperado mucho de nuestro pasado y los hijos van por el mismo camino… Pues me arranco a ponérselas aquí para que conste en este espacio: ¡Que agraciada! Sirve para decir que alguien es muy lindo o que causa ternura o gracia, pero la palabra ya ni se usa… Cuando se quiere decir que alguien tiene poca sesera entonces decimos: -“Mira pobre, es menor de privilegio”-. Manera por demás elegante de decir otra cosa sin ofender tanto… En mi casa, que es la de ustedes no cantaban mal las rancheras, por ejemplo, para dar las gracias decían: -“Tan agradecida que pensará que quedé”-. Si ustedes le entienden por favor les encargo… O esta otra: “Estoy tan hecha al mal que el bien me causa enfado”… revelador dicho que refleja toda la abnegación de madre mexicana. Cuando se creaba un silencio sepulcral en las conversaciones, mi abuela decía: “Qué frío, que calor ¡pobres de los ahorcados! Dicho jalisciense de la época cristera. Cuando a mi papá le piden un favor “completo” dice: “Si traes tabaco presta la hoja, yo lo que no traigo es mecha”. Y este que me encanta: “Ya no hay ripio de candor…” Para decir que de la inocencia no queda nada. Cuando alguien está ocupado: “Estará el diablo asando un quiote…”. Y bueno “haciendo alarde de facultades”, ya con esta me despido: “Así será para no batallar”.

Era no se que año, de no se que siglo...

…y para lo que voy a relatar, tampoco importa saberlo. Así empezaban los cuentos que me contaba mi abuelita, que dicho sea de paso, si me contaba bien los cuentos y además era una abuelita modelo clásico: chonguito, vestido discreto hasta el huesito, mañanita tejida a gancho… redondita y colorada de las mejillas, una abuelita de cuento. Pues ella nos relataba hermosas historias a mis hermanos y a mí, unos cuentos antiquísimos, de los que ella leía en su rancho, allá por el 19… Me acuerdo de Pedro de Urdemalas y el aguiloncito de oro –yo no sabía qué era eso, pero me sonaba de lo más misterioso- Y uno que hasta la fecha aplico: “Los tres consejos”. El cuento no se los voy a poner, pero los tres consejos sí, a ver si les sirven de algo. El primero era “De lo que veas, ni preguntes ni des razón”; el segundo “A la tierra que fueres haz lo que vieres” y el tercero: “Nunca tomes vereda por camino”. Díganme si no se aplican a la vida diaria, y son de lo más actuales. Yo sigo estos consejos y me olvido de Pablo Cohello y sus libros de superación, llenos de miel y buenas intenciones, que quienes los leen ni los siguen. Mi abuelita Elisa se casó con un hombre adusto, alto y de mirada dura y su romance fue de película, ya que en esa época cuando anunciabas que te ibas a casar hasta te regañaban… Entre ellos se escribían cartas que luego dejaban escondidas en un agujerito de la barda de adobe de casa de mi abuela, tapadas con una piedra. ¡Así le fue cuando anunció su boda! pero finalmente se casaron. Los dos de la Chona… aunque después se vinieron a vivir a S. porque la guerra cristera ya estaba muy cruda y a mi abuelo lo andaban buscando los federales… en fin, esa es la razón por la que acabé en este pueblo quieto, pero siempre con lo Ch… trepado en el alma.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Dos novios para dos hermanas

Como ya me dijeron que quieren que entre en materia, les comenzaré a platicar de los galanes que han pasado por mi corta, pero no por ello, menos intensa vida. Dos amigos conocieron a las dos hermanas C. y empezaron a salir con ellas. El que me tocó en suerte –para mi mala idem- tenía un aire a lo Juan Gabriel. Yo creo que por eso me gustó, porque ya se sabe lo que piensa una mujer cuando conoce a un hombre de ademanes finos: - “yo le quito la maña”. Bueno, pues comenzamos a salir, y una cosa llevó a la otra. Antes se usaba que a la semana de novios se daba un regalo que iba desde algún monillo ñoño de peluche, caramelos o cualquier otra babosada. Eso sí, todo acompañado de rigurosa carta de amor llena de letreritos cursis hechos con plumones de colores. Pues este susodicho, tenía una madre que hacía monos de peluche, así que el hombre tenía de dónde escoger con el pero de que el modelo siempre era el mismo: carita de plástico que era una fusión entre niño y perro –comprada en el Dragón de Oro- y peluche largo en colores vibrante: azul turquesa, amarillo o verde limón. Yo recibía aquél presente con toda la paciencia de que podía hacer acopio y al entrar a casa, lo depositaba inmediatamente en el cuarto de las injurias –léase trebejos-. Un aciago día, el santo varón tuvo a bien, cuando ya habíamos intimado lo suficiente –digamos tres meses- llevarme de regalo, el regalo perfecto para que yo lo mandara con dos yemas a confeccionar monos de peluche con su sacrosanta madre. Nada más y nada menos que una fotografía en blanco y negro tamaño poster de él cuando cumplió un añito de vida. Las manecitas embarradas de pastel, mientras que la mamá lo detenía por atrás. Zapatito de bota blanco y pañal escurrido. Atrás de semejante imagen, una dedicatoria que no quiero recordar. Desconozco los resortes que se dispararon en su cabeza para darme tan horrendo presente, ahora pienso que me estaba insinuando eso de “un niñito de carne mitad tú, mitad yo”. A mí se me congeló la sonrisa, se me revolvió el estómago y sacando todas mis dotes histriónicas, agradecí con lágrimas en los ojos el presente. Le dije que me había conmovido tanto que lo mejor sería que me dejara en mi casa. Entré con aquella cosa y lo primero que hice fue enseñárselo a mi mamá. No dijimos nada, sólo nos comenzó a dar un ataque de risa loca. No le volví a abrir la puerta al hombre, ni siquiera cuando quiso regalarme un disco con el último éxito de Juan Gabriel. Y de aquel poster sólo quedó el recuerdo, porque en cuanto pude, lo reciclé para poner otra cosa encima del bastidor. De verdad que el ego de un varón es infinito.

Por mi madre, poetas...

Cuando mi mamá estudiaba con las Caritinas –que eran dos hermanitas de las de antes que tenían una escuela primaria y que juntaban en el mismo salón a los de primero, segundo y tercero- no faltaba el festival materno, navideño, honores a la bandera o cualquier pretexto para homenajear a terceros. Y yo creo que las dos hermanas estaban enamoradas de Amado Nervo, porque hicieron que esas pobres creaturas, se aprendieran de memoria cuánto poema caía en sus garras. La fatalidad quiso que a mi madre no se olvidaran los versos de don Amadito, que es realmente cursi, y a la menor provocación me los declamara a voz en cuello. Entonces acabé por aprendérmelos yo también. “¡Pasó con su madre, que rara belleza!”, me decía cuando salíamos a comprar el pan. De hecho, todavía lo hace…; “¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”, frase muy recurrente, utilizada cuando le pago algún dinerillo que me presta…; “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía”, aplicada cuando salía con algún galán y me andaba arreglando…; “Si Tú me dices: "¡Ven!", lo dejo todo...”, dicho aplicado cuando le hablaba en un grito para que me fuera a auxiliar en algo…; Pero el peor verso de todos los que me aprendí fue el perteneciente a la sentida poesía “Los niños héroes de Chapultepec”:

Como renuevos cuyos aliños
un viento helado marchita en flor,
así cayeron los héroes niños
ante las balas del invasor.

Nunca he investigado qué son renuevos y mucho menos aliños, pero no pude evitar recitarlo cuando conocí el castillo de Chapultepec y vi la placa conmemorativa del terrible acontecimiento heroico. La amiga con la que iba, pensó que estaba loca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De feos y cromos de mujer...

Tengo una amiga de años ha -hija de los amigos de los tan platicados días de campo- con la que siempre me he identificado de una manera peculiar. Esta amiga y yo, solíamos ir a pasear al centro, a bobear, a ver muchachos, a ver pasar la tarde en la Plaza de Armas del entonces tranquilo y risueño pueblecillo que habitábamos. En esas tardes de ocio, solíamos jugar a un juego por demás cruel y malévolo: ella decía por ejemplo –A ver quién ve pasar al feo más feo. Y esto era entrar en competencia riéndonos de los peatones que cruzaban ante nuestros afilados ojos. Ya por aquí pasaba un dientón con acné que parecía esculpido en piedra pómez; ya por allá un cuate con geta de bembo y nariz ganchuda; de aquél lado un greñudo cachetón. ¡Qué cosa! ¡¡¡ Y nosotras tan guapas, hombre!!! Pero cómo nos divertíamos, podíamos estar horas sentadas en una banca hasta que daban las siete y media y se rompía el hechizo, porque ella tenía que estar a las ocho en punto para hacerle los molletes a toda la familia. Yo creo que se quedó con un gran sentimiento de culpa porque cuando ya estábamos en edad de merecer y salíamos los domingos, discurrió invitar a una amiga de ella –aclaro que no mía- que ahora es descrita como un “cromo” de mujer. Literalmente, un cromo. Tan delgada que de perfil no se notaba, sólo sobresalía su nariz al estilo bruja de Blanca nieves; un tanto jorobada; cutis asfaltado con gruesa capa de maquillaje que llenaba los baches de su adolescencia; se reía y de su delgadísima boca brotaban como doscientos dientes grandes y amarillos; cuando le preguntabas ¿cómo estás? Ella respondía “como mango”, eso no se me olvida ¡la inocente! Bueno pues esto era que me llamara mi amiga para decirme que si salíamos al café un domingo en la tarde y al principio yo me entusiasmaba toda al saber que iba a pasar una tarde deliciosa ante la expectativa de conocer algún galán por ahí. Cuando llegaba a su casa, ella me decía: -“pero también va a ir V”. Y ahí todo se descomponía. Mi educación me impedía recordar a algún pariente suyo, y resignadamente pensaba que lo ofrecería por sacar un ánima del purgatorio. Y allá íbamos, al café de moda –Café y Arte, por supuesto- con mis zapatillas de pulsera y mis medias color “Nude”, a pasar una tarde en la soledad más intensa a pesar de que el lugar estaba abarrotado de galanes pubertos. Nunca se nos acercaba nadie, a lo más, a pedirme el encendedor, hecho lo cual, huían mientras V sonreía ingenuamente… Yo la odiaba, no la soportaba y mi amiga apartaba la vista de mi mirada asesina… así pasé mis mejores años, cargando a V la “Tumba hombres”. Moraleja: siempre pregunten quién va.

El yo que hay en ti o de cómo supe la verdad...

Advertencia: como sé que algunas mamás han puesto a sus pequeñas hijas a leer mi blog, es mi deber advertir que esta nota puede ser catalogada como FCPI (fuera de clasificación por inmoral). Dicho lo cual, me arranco.

Pues resulta que antes -y estoy hablando de hace 25 años aproximadamente- no se usaba eso de la educación sexual. Era tema tabú preguntar de dónde nacen los niños o cualquier diferencia anatómica entre niños y niñas, lo cual sonrojaba a más de una madre... Pues las monjitas, previendo una serie de preguntas bochornosas en el seno familiar y con la ayuda de la marca "Kótex", idearon pasarnos instructiva y didáctica película animada cada año, desde que estaba en cuarto de primaria y hasta bien entrada la secundaria. Nos llevaban al llamado "Salón de actos" -en donde por cierto, hice mi debut como hadita en una canción de cri cri- y nos proyectaban la esperada película. La primera vez, se nos hizo de lo más simpática: describía de manera nebulosa que en "esos días" no debíamos montar a caballo o bañarnos con agua demasiado caliente o fría. Seguro estaba dirigida a niñas con pony en su caballeriza particular. Luego, se nos hacía un recorrido por el interior del cuerpo describiendo de manera muy discreta el proceso de la menstruación... Salíamos con chorrocientas dudas y claro, lo primero que hacíamos era poner en jaque a las mamás durante la merienda... Recuerdo que a la salida nos daban un librito auspiciado por la mencionada marca de toallas femeninas y que en la parte final traía impreso un calendario que debíamos seguir escrupulosamente por el resto de nuestras tristes y coliquientas vidas fértiles.... Entonces comenzaban las competencias entre nosotras: -¿Supiste que a F... ya??? ¡¡Noo, a poco!!! ¡¡Sí y la pobre estaba en la kermesse del Miguel Angel!!! ¡¡Que gacho!! Y era un verdadero calvario cuando pasaban los años y...nada. Cuando a mi me tocó pasar de "niña a mujer", recuerdo que mi mamá me mandó con todo y cólico a comprar mis primeras toallas para que se me "quitara la pena". En la farmacia, las envolvían en papel de estraza para que no se notara lo que habíamos comprado. Y nada de formas aerodinámicas, con alitas y geles superabsorbentes con pestíferos olores a manzanilla ¡Nooo! Las toallas tenían en sus extremos una prolongación de la tela "superabsorbente" que teníamos que atorar en unos ganchitos que traían las pantaletas con protección plástica que se compraban exprofeso para los días difíciles...Me acuerdo que mi hermano un día se las puso como rodilleras para jugar futbol. Yo creo que por eso, nunca quise un pony.

Moda ochentera...

Aquí nomás me voy a arrancar a mencionar todo lo que nos colgabamos cuando eramos jovenzuelas en los ochenta, ahora que está tan de moda lo retro... Pantalones de mezclilla Brittania o Vidal Sasoon; pantalones pegado metidos en bota frucida, cinturón gigantes llenos de estoperoles; tirantes y corbatitas a lo Culture Club; camisas de fuera y hombreras, hombreras gigantes en tooodo; colores fluorescentes en calcetines y accesorios; escarolas en blusas al más puro estilo Luis XVI; zapatos bajitos, con calcetines fosfo y pantalón pegado, calentones arriba del pantalón: baggies; vestidos camiseros de cintura holgada; diademas gigantes, pelos levantados con "superpunk" que era un spray que nos dejaba el cabello al estilo Duncan Dhu; pulseras de mil colores que se llamaban "gummies"; sweteres hasta las rodillas; chamarras con solapotas y brillantinas; los hombres con trajes de tres piezas tipo Travolta en "Fiebre de Sábado por la Noche"; tenis Converse; ropa marca "Aca Joe" y si se combinaban con "Top Siders" sin calcetines, mucho mejor. Mallas, cinturones elásticos... Las más fresas nos queríamos parecer a Ilse la de Flans y otras optaban por el look de Tatiana... Se aceptan sugerencias para aumentar mis recuerdos de moda ochentera...

Zafo Califo, vieja el que lo dijo...

Últimamente han llegado correos recordándonos los hermosos tiempos en que se podía jugar en la calle al beisbol, los quemados, la roña, los encantados. Pues yo no era tan aventada para andar trepada por los árboles y corriendo como loca, con peligro de adquirir cicatriz en la rodilla. A pesar de mis cuidados, no podía evitar la tentación de salir a la calle y jugar con cuatro o cinco vecinillos al resorte. Este rudimentario juego sólo requería de un resorte más o menos de unos 25 cm de largo, amarrado con un nudo. Dos niñas eran las encargadas de ponérselo en los tobillos y jalar hasta que el resorte adquiría como 2 mt de largo. Una tercera niña brincaba dentro del espacio formado en el medio del resorte y comenzaba a brincar entre las líneas, a tocer aquí y allá y a pedir cual experta en deportes de alto riesgo que subieran el resorte un poco más. En la pantorrilla, en la corva de las rodillas, cuanto más alto, mejor. Al llegar a la cintura, la niña en cuestión tenía que pegar tales saltos que no se despernancaba por gracia divina... a ese juego nunca le encontré chiste. A mi el que me gustaba era el "brincapie" que consistía en una mangera de plástico conectada en uno de sus extremos a un aro y el otro a una especie de limón con algo de arena en el interior. El aro lo ponías en el tobillo y a darle vueltas para brincar el mencionado limón gigante. El único riesgo con este didáctico juguete era que te dieras un golpe marca diablo en la espinilla, pero no más. Los juegos de piso eran también divertidos. Me acuerdo de uno que se llama "Stop". Aquí se los pongo en una imagen porque es complicado de explicar, pero seguro que se acuerdan. El clásico avión con papel de baño mojado para hacer las tejas, o los juegos de manos como el "Califores", palabreja que quien sabe de dónde se sacaron... Las comiditas, que las hacíamos de lodo, con agua de bugambilia... después mi mamá nos agarraba a manguerazos -de agua, se entiende- porque no quería que entraramos en la casa cuando los pastelillos se convertían en bombas para eliminar al enemigo... El "basta" muy usado en las clases de la maestra Cota porque eran aburridísimas... O cuando jugabamos a los encantados y te dejaban ahí parada hoooras, hasta que alguien decidía tocarte... ¡Qué divertido! Será por eso que ahora en este tiempo de inmediatez tecnológica, prefiero pasar horas al calor de una buena conversación...

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Por qué me quité del vicio...

Yo fui hija del hermano más pequeño de la familia C. Por tal razón, los recuerdos de mi abuela paterna se me borran en la mente, pero hay uno que permanecerá en mi memoria para siempre, pues fue el motivo de que varios de los miembros de mi familia gusten de empinar el codo a la menor provocación y con singular alegría. Me refiero al ropero de la abuela C. Un mastodonte de madera oscura que al abrise dejaba entrever sus maderas perfumadas con cosas como ropa de cama, primores bordados... y cubitos de azúcar. Ustedes conocen los cubitos de azúcar, son esos que dan las señoras elegantes a la hora del té y que son de azúcar refinado. Bueno pues mi abuelita abría el ropero, sacaba los cubitos de azúcar y los mojaba en alcohol -quiero pensar que era del comestible-. El sabor es imborrable, lo pueden probar ahora en la versión de pastilla homeopática; lo que me hace sospechar que mi abuelita les pasó la receta a las farmacias ubicadas en Z. Nosotros a su alrededor como perrillos hambrientos brincábamos pidiendo cubitos de azúcar mojados en alcohol. Nomás era ir a su casa y pedíamos a gritos los dichosos cubitos. Ella nunca sospechó que desde los cinco años todos nos convertimos en alcohólicos conocidos y que al paso de los años, este feo vicio sería difícil de dejar. A los 40 años, tengo primos que son víctimas de cirrósis hepática, pero todos llevamos en nuestra memoria, con mucho cariño, la imagen del ropero de mi abuelita.

martes, 18 de noviembre de 2008

De apodos, besos y santos...

Siguiendo con el tema de las viejitas, les platico que enfrente de la casa de mi abuela paterna vivían tres señoritas de las de antes con todo y apellido impronunciable. Según lo que me cuentan, no eran muy agraciadas por lo que se quedaron para "vestir santos". Y lo hacían con gran encono, porque tejían y bordaban que era un gusto. Yo las conocí cuando era muy pequeña, pero jamás las he podido olvidar por lo que voy a relatar. Resulta que ellas querían que me pusieran el piadoso nombre de Rima del Carmen, a lo que mi mamá se opuso terminantemente, lo cual agradezco porque así no me hice acreedora al sobrenombre de rigor con que obsequiaban las tiernas viejecitas a todos los niños conocidos. Así, mi pobre hermana se convirtió en la "divina infantita", seguro por güerita y de ojitos de miel y mi cachetón hermano se convirtió en el "gran caballero", característica que aún conserva pero que no ejerce. A una de mis primas le tocó "La palomita". De la que me libré, la verdad. Pero de lo que jamás nos libramos era de sus saludos, siempre acompañados de sonoro beso en el cachete con baba y piquete de barba incluido. Otra característica de las tiernas viejecitas era que el día primero del año, la familia de enfrente a su casa era convocada para el sorteo del "Santo del Año", el cual consistía en escribir todo el santoral -basadas en el calendario del más antiguo Galván- en pequeños papelitos que después daban a escoger a los invitados. El problema se suscitaba cuando a uno le tocaba San Aristarco de Tesalónica, que vayan ustedes a saber que hizo ese santo varón, pues con ese nombre, no podía ser otra cosa que santo. Vaya pues un homenaje a estas viejecitas, que para ser sincera me traen buenos recuerdos de mi primera infancia. Dios y San Aristarco las tenga en su santa gloria.

Historias de horror en la familia Chávez

Sigo con mi catársis familiar y ahora toca el turno a la tía Reginita. La verdad yo me hago bolas con tanto pariente que vivía en La Chona, pero resulta que una hermana de mi bisabuelo paterno llamada Regina -Reginita, si no, no era viejita- era la partera del lugar. Un mal día, llegó de noche un carruaje tirado por caballos a llevarse a Reginita para resolver un "apuro" en un rancho cercano al pueblo. Le taparon los ojos y le dijeron que de lo que oyera ni preguntara ni diera razón. Llegaron pues a la dichosa hacienda y la tía fue escoltada a la recámara principal, donde una doncella estaba por dar a luz a un vástago de los llamados "pecado". Al nacer la creatura, el padre ofendido de la muchacha, lo cogió y lo tiró a la chimenea... la mujer vivió aterrorizada por el resto de sus días y en estado catatónico; no hablaba y mal comía. Por otra parte, estaba la tía Cuca, que se volvió loca por lo que la internaron en La Castañeda, hasta que un buen día, se dio cuenta de que no estaba en su casa y gritaba -¡yo no estoy loca!, pero nadie le creía. Finalmente una enfermera le hizo caso porque estando sentada en una banca tejiendo crochet, la tía Cuca le enseñó algunas puntadas y por fin pudo salir del manicomio. Acabó sus días en el pintoresco pueblecillo antes mencionado... Finalmente, para rematar este cuadro de horror, les platico de la comadre de mi abuelita, que casó con un varón que gustaba de las féminas y que al contraer matrimonio con la infortunada se fueron a vivir a Aguascalientes. Al cabo del tiempo, mandó un cable a la familia de la comadre para avisar que ésta llegaba en el tren de las 3.17 pm. Allá va la parentela a recibirla toda emocionada y lo que recibieron fue una castaña con la comadre adentro hecha cachitos... Todas estas historias son verídicas según decires de mi mamá, no aceptadas por las tías por obvias razones y han sido contadas en incontables sobremesas desde que tenía uso de razón, la cual no he perdido por gracia divina y de que todas las noches me encomiendo a Santa Magdalena Sofía...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Madre, palabra sublime....

Ya les he platicado que mi madre era un caso peculiar. No celebra el "día de la madre". Pero estoy segura que no lo celebra por la siguiente razón: resulta que en el colegio, teníamos la hora del bordado. Ahí aprendí a hacer puntadas hermosas, formando con ellas florituras mil llenas de colorido, que ahora me sirven para maldita la cosa. Bueno, pues teníamos que hacer una costura para el día de la madre. La maestra nos repartía cualquiera de las siguientes cosas: fundas de tela rasposa, mantelitos individuales, mantel redondo, pijamero, juego de cocina o juego para el baño. Yo quisiera saber quién era el proveedor de semejantes cosas, todas de tela bastante corriente. Me acuerdo que la maestra H tenía una caja de hilos del "Ancla" en doscientos tonos de verde, morado, rosa... según la labor. Cuando se nos acababa el hilo, ibamos a su escritorio y pedíamos el color en cuestión; ella tomaba sus tijeritas marca "Barrilito", medía la porción de hilo, cortaba parsimoniosamente y luego hacia algo realmente asqueroso: babeaba el hilo para poder dividirlo en dos hebras de las seis que componían la madeja. Nos daba aquel hilo mojado, ya listo para ensartar y a coser se ha dicho. Nunca acababamos la dichosa labor, pero yo tenía mi secreto: ML que era una muchacha que vivía en mi casa y ayudaba a mi mamá a las labores del hogar y que tenía su cuarto en las alturas. allá iba yo, a pedirle que me ayudara a acabar la costura, y mientras ella cosía y cosía yo me dedicaba a ver las fotonovelas que compraba en T. A los once años aprendí cómo besaban los artístas, los sufrimentos del abandono por un hijo pecado, la intransigencia de las suegras... De los festivales hablaré después, que eso merece comentario aparte. Por cierto, estoy segura que mi mamá usaba esos bodrios pensando que yo los había hecho con mis manecitas y por eso ahora es tan negada...

Por qué me volví atea

El colegio en donde mis padres decidieron que yo podía tener una formación cristiana, educada en los valores y ser una mujer íntegra y piadosa en toda la extensión de la palabra, tenía varios asegunes que lo único que lograron fue que me volviera atea. Los ennumero uno por uno con todo el respeto que me merecen los que si creen todavía:

1. Las mamás catequistas: estas santas mujeres, normalmente madres de alguna de mis compañeras, invirtieron parte de su vida marital en impartir clases de religión a las niñas ávidas de alcanzar la salvación. Nada más que había un problema. Yo no era Exasac (traducción: hija de exalumna del Sagrado Corazón), por lo que las preferencias maternas iban en este orden: hija directa; prima de hija directa; amiga hija de Exasac; hija de amiga Exasac de otro colegio; niñas comúnes y corrientes. O sea, yo.

2. Misa de viernes primero: todos los viernes primero de mes, misa en la capilla quisieramos o no, durante trece años de mi infeliz niñez; zape en la cabeza si voltebamos atrás o no comulgabamos;

3. Canciones como "Santa María del Camino" y, por supuesto el himno a Magdalena Sofía. Por cierto, la mitad de mis compañeras se llamaban así;

4. Incursión en retablo vivo sobre la vida de Mater: yo salí con un hábito de monja decimonónica color negro, y un tocado que parecía tira de galletas Gamesa en la cabeza diciéndo: -¡Qué horror, esto es un adefesio! ¡Que lo tapen! Quienes sepan de esta historia sabrán a lo que me refiero;

5. Monjitas "buena onda" que andaban incursionando en la teología de la liberación, pero que eran "pellizquito de pulgita" por debajo del agua;

6. Memorización del catecismo de Ripalda: "Todo buen cristiano, está muy obligado...etc".

A la fecha, sigo soñando con monjas que me persiguen en aquel colegio de paredes altas y salones húmedos; todavía tengo la sensación tener que volver al colegio los domingos en la noche... hay cosas que uno no olvida...