viernes, 28 de noviembre de 2008

Era no se que año, de no se que siglo...

…y para lo que voy a relatar, tampoco importa saberlo. Así empezaban los cuentos que me contaba mi abuelita, que dicho sea de paso, si me contaba bien los cuentos y además era una abuelita modelo clásico: chonguito, vestido discreto hasta el huesito, mañanita tejida a gancho… redondita y colorada de las mejillas, una abuelita de cuento. Pues ella nos relataba hermosas historias a mis hermanos y a mí, unos cuentos antiquísimos, de los que ella leía en su rancho, allá por el 19… Me acuerdo de Pedro de Urdemalas y el aguiloncito de oro –yo no sabía qué era eso, pero me sonaba de lo más misterioso- Y uno que hasta la fecha aplico: “Los tres consejos”. El cuento no se los voy a poner, pero los tres consejos sí, a ver si les sirven de algo. El primero era “De lo que veas, ni preguntes ni des razón”; el segundo “A la tierra que fueres haz lo que vieres” y el tercero: “Nunca tomes vereda por camino”. Díganme si no se aplican a la vida diaria, y son de lo más actuales. Yo sigo estos consejos y me olvido de Pablo Cohello y sus libros de superación, llenos de miel y buenas intenciones, que quienes los leen ni los siguen. Mi abuelita Elisa se casó con un hombre adusto, alto y de mirada dura y su romance fue de película, ya que en esa época cuando anunciabas que te ibas a casar hasta te regañaban… Entre ellos se escribían cartas que luego dejaban escondidas en un agujerito de la barda de adobe de casa de mi abuela, tapadas con una piedra. ¡Así le fue cuando anunció su boda! pero finalmente se casaron. Los dos de la Chona… aunque después se vinieron a vivir a S. porque la guerra cristera ya estaba muy cruda y a mi abuelo lo andaban buscando los federales… en fin, esa es la razón por la que acabé en este pueblo quieto, pero siempre con lo Ch… trepado en el alma.

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