lunes, 17 de noviembre de 2008
El cuartito de G.
Cuando mis papás nos llevaban a casa de mis primos -lo cual no era muy seguido- ibamos los tres hermanos con la expectativa de pasarnos una tarde deliciosa. Tenía mi tía M. una casa de lo más apetecible: tapancos, cuartitos recónditos, roperos, una escalera negra muy imponente que remataba en una especie de jaula para pájaros "para que los niños no nos fueramos de cuernos por la escalera". Bueno, pues tengo un primo que tenía algo que todos los niños añoramos: ¡un cuartito para él sólo! El club de Tobi se quedaba corto. En ese lugar guardaba él trique y medio, pero lo que nos tenía apantalladisimos a mis hermanos y a mí eran sus dotes de alquimista. Llenaba una pipeta con alcohol y cual lanzallamas en potencia, le prendía fuego y soplaba hacia la escalera ante el asombro de los peques que lo observábamos con deleite. Claro que nosotros no sabíamos que era alcohol... el hacía fuego al más puro estilo cavernícola. Otra de sus fascetas era el de perfumista. Recolectaba plantas y hierbas de la alameda y hacia unos potingues que a nosotros se nos hacían mágicos y misteriosos y que no le pedían nada a Coco Chanel... Este primo mío, al cual quiero mucho, le dedico esta nota y le digo que es uno de los recuerdos más hermosos de mi niñez.
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