lunes, 17 de noviembre de 2008
Madre, palabra sublime....
Ya les he platicado que mi madre era un caso peculiar. No celebra el "día de la madre". Pero estoy segura que no lo celebra por la siguiente razón: resulta que en el colegio, teníamos la hora del bordado. Ahí aprendí a hacer puntadas hermosas, formando con ellas florituras mil llenas de colorido, que ahora me sirven para maldita la cosa. Bueno, pues teníamos que hacer una costura para el día de la madre. La maestra nos repartía cualquiera de las siguientes cosas: fundas de tela rasposa, mantelitos individuales, mantel redondo, pijamero, juego de cocina o juego para el baño. Yo quisiera saber quién era el proveedor de semejantes cosas, todas de tela bastante corriente. Me acuerdo que la maestra H tenía una caja de hilos del "Ancla" en doscientos tonos de verde, morado, rosa... según la labor. Cuando se nos acababa el hilo, ibamos a su escritorio y pedíamos el color en cuestión; ella tomaba sus tijeritas marca "Barrilito", medía la porción de hilo, cortaba parsimoniosamente y luego hacia algo realmente asqueroso: babeaba el hilo para poder dividirlo en dos hebras de las seis que componían la madeja. Nos daba aquel hilo mojado, ya listo para ensartar y a coser se ha dicho. Nunca acababamos la dichosa labor, pero yo tenía mi secreto: ML que era una muchacha que vivía en mi casa y ayudaba a mi mamá a las labores del hogar y que tenía su cuarto en las alturas. allá iba yo, a pedirle que me ayudara a acabar la costura, y mientras ella cosía y cosía yo me dedicaba a ver las fotonovelas que compraba en T. A los once años aprendí cómo besaban los artístas, los sufrimentos del abandono por un hijo pecado, la intransigencia de las suegras... De los festivales hablaré después, que eso merece comentario aparte. Por cierto, estoy segura que mi mamá usaba esos bodrios pensando que yo los había hecho con mis manecitas y por eso ahora es tan negada...
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