martes, 18 de noviembre de 2008

De apodos, besos y santos...

Siguiendo con el tema de las viejitas, les platico que enfrente de la casa de mi abuela paterna vivían tres señoritas de las de antes con todo y apellido impronunciable. Según lo que me cuentan, no eran muy agraciadas por lo que se quedaron para "vestir santos". Y lo hacían con gran encono, porque tejían y bordaban que era un gusto. Yo las conocí cuando era muy pequeña, pero jamás las he podido olvidar por lo que voy a relatar. Resulta que ellas querían que me pusieran el piadoso nombre de Rima del Carmen, a lo que mi mamá se opuso terminantemente, lo cual agradezco porque así no me hice acreedora al sobrenombre de rigor con que obsequiaban las tiernas viejecitas a todos los niños conocidos. Así, mi pobre hermana se convirtió en la "divina infantita", seguro por güerita y de ojitos de miel y mi cachetón hermano se convirtió en el "gran caballero", característica que aún conserva pero que no ejerce. A una de mis primas le tocó "La palomita". De la que me libré, la verdad. Pero de lo que jamás nos libramos era de sus saludos, siempre acompañados de sonoro beso en el cachete con baba y piquete de barba incluido. Otra característica de las tiernas viejecitas era que el día primero del año, la familia de enfrente a su casa era convocada para el sorteo del "Santo del Año", el cual consistía en escribir todo el santoral -basadas en el calendario del más antiguo Galván- en pequeños papelitos que después daban a escoger a los invitados. El problema se suscitaba cuando a uno le tocaba San Aristarco de Tesalónica, que vayan ustedes a saber que hizo ese santo varón, pues con ese nombre, no podía ser otra cosa que santo. Vaya pues un homenaje a estas viejecitas, que para ser sincera me traen buenos recuerdos de mi primera infancia. Dios y San Aristarco las tenga en su santa gloria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen relato, me encanta como escribes, suena interesante =)