1. Las mamás catequistas: estas santas mujeres, normalmente madres de alguna de mis compañeras, invirtieron parte de su vida marital en impartir clases de religión a las niñas ávidas de alcanzar la salvación. Nada más que había un problema. Yo no era Exasac (traducción: hija de exalumna del Sagrado Corazón), por lo que las preferencias maternas iban en este orden: hija directa; prima de hija directa; amiga hija de Exasac; hija de amiga Exasac de otro colegio; niñas comúnes y corrientes. O sea, yo.
2. Misa de viernes primero: todos los viernes primero de mes, misa en la capilla quisieramos o no, durante trece años de mi infeliz niñez; zape en la cabeza si voltebamos atrás o no comulgabamos;
3. Canciones como "Santa María del Camino" y, por supuesto el himno a Magdalena Sofía. Por cierto, la mitad de mis compañeras se llamaban así;
4. Incursión en retablo vivo sobre la vida de Mater: yo salí con un hábito de monja decimonónica color negro, y un tocado que parecía tira de galletas Gamesa en la cabeza diciéndo: -¡Qué horror, esto es un adefesio! ¡Que lo tapen! Quienes sepan de esta historia sabrán a lo que me refiero;
5. Monjitas "buena onda" que andaban incursionando en la teología de la liberación, pero que eran "pellizquito de pulgita" por debajo del agua;
6. Memorización del catecismo de Ripalda: "Todo buen cristiano, está muy obligado...etc".
A la fecha, sigo soñando con monjas que me persiguen en aquel colegio de paredes altas y salones húmedos; todavía tengo la sensación tener que volver al colegio los domingos en la noche... hay cosas que uno no olvida...
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