sábado, 23 de octubre de 2010

El vivo al pozo y el muerto al gozo

Ahora que se avecina la celebración del día de muertos, viene al caso narrar el triste encuentro con “El Enterrador”. Resulta que en donde trabajo, tuve a bien comprar, descontados en cómodas quincenas, dos servicios funerarios que incluyen agua para nescafé y de la normal. Llevo la mitad de mi vida laboral pagando los dichosos servicios funerarios, que incluyen hacerte talco, como atinadamente dice mi padre al respecto de las cremaciones. No me pregunten por qué dos. Tal vez me quería asegurar para mi siguiente reencarnación.

El caso es que llegó “El Enterrador” como le digo al que vende los paquetes de ida al Valle del Josafat. Ahora el hombre me venía ofreciendo (así dicen: “ahora le vengo ofreciéndo…”) un paquete difícil de rehusar, a saber: traslado de modo “discreto” de mis restos a Valle Ventura; sala de velación con vista a un hermoso jardín; servicio de elevador subterráneo (¿?) que sumerge el ataúd a lo más profundo para luego resurgir en la capilla, donde se celebrarán mis exequias. Todo esto, siempre acompañado de la consabida frase: “Dios no lo quiera, si usted llega a faltar”, dicha cada vez que me aumentaba una de las maravillosas características del paquete. Una vez celebrada la misa, mis restos se vuelven a sumergir para pasar directamente al asador. Un valor agregado importantísimo es que las instalaciones cuentan con ludoteca, para que los pequeños angelitos no anden jugando a la roña alrededor de mis restos. Además, mi cuadrito tendría un mantenimiento impecable y una de las cosas que más me llamó la atención es que ya se eliminaron de esos lugares de santo reposo las imágenes que demuestren pena por nuestra partida. Nada de virgenes llorosas ni ángeles compungidos, cosa que me chocó porque las estatuas de los cementerios son hermosas. Además, si muero, paradójicamente tengo un seguro de vida que pagará mi deuda con ellos, y así me pueda ir con la conciencia tranquila. Me quedé pensando que me la pasaría de poca abuela si me muero, en cambio en vida pasaría el resto de ella pagando todas estas ñoñerías. El pobre hombre por más que trató de venderme el jardín de las delicias, se topó con pared. Yo ya dejé instrucciones precisas de que si me muero, me hagan favor de llevarme como a todo el mundo a la funeraria, cierren la capilla, porque eso de andarse desvelando no opera ya y después de que me hagan talco, vaya por ahí, a algún lugar bonito y me usen sin temor para abonar las plantas. Se pueden quedar con la cajita, ya que es muy útil para guardar lápices y crayolas. Que la verdad, el cajón es ganancia, diría mi padre…

domingo, 17 de octubre de 2010

Aventuras esotéricas

Antes de leer la siguiente nota, deseo hacer una advertencia a los lectores que gustan de las artes esotéricas: yo no creo en absolutamente en nada de esto, pero el placer morboso que me causan es mucho más fuerte que la abstención de incursionar en estos temas. Tengo profundo respeto por quienes creen en chamanes, santones, curanderos, brujas, lectores de tarot, quirománticos, visualizadores de marcianos en el espacio, perceptores de presencias inexplicables, adoradores de la “Santa Muerte” y sus derivados así como creyentes en Malverde y Juan Soldado; seguidores del Niño Fidencio y a los que se encomiendan al “Ánima sola de Juan Minero” tres veces al día. Hecha la mencionada advertencia, me siento con la libertad de explayarme a mis anchas con respecto al tema.

He tenido varios acercamientos a las artes esotéricas, sea por curiosidad “científica”, sea porque la naturaleza humana demanda conocer el futuro revelado en el poso de café turco. A todos estos, ya les conozco el modo. Normalmente, alguna amiga te recomienda con una “señora que vive allá por atrás de la última colonia perdida en los suburbios del desierto”. Para ponderar las artes de la adivina, mencionan tres casos de sucedidos que les acontecieron a personas conocidas; te dicen que “no cobran ni un peso” y que a veces vas y no te recibe porque la santa señora está en trance platicando con los ángeles. Mi primera experiencia en estas lides, fue harto truculenta, llena de misterio, con un cierto toque de arte dramático. Fui con una amiga al “consultorio” de la señora adivina, que se hacia llamar por sus seguidores con el apantallante nombre de “Lady Lola”: con ese nombre, ya como que me daba mala espina, pero como ya iba trepada en el coche de mi amiga, la cual no dejaba de ponderar las artes adivinatorias de la Lady, pues le seguí. Dejamos el auto a unos métros de una casa hecha de “material”, que tenía pintados en la fachada unos ojos estilo hindú, con muchos garigoles y florituras. Tocamos la puerta y esta se abrió igualito que como en la casa de los Monsters: rechinando y nadie atrás que la abriera. Después vi que tenía el clásico “hilito” para jalar la chapa. Pero el efecto no deja de ser impresionante. Una nube de humo nos envolvió y reconocí el olor del copal. Las paredes pintadas de blanco mostraban grandes islas descarapeladas que formaban figuras caprichosas parecidas a presencias que no dejaban de observarnos. Del techo colgaban hilos que tenían engarzadas cuentas de colores de todos tamaños y formas: cristales, plástico, conchas, botones… Animales disecados con cara de desesperados poblaban toda la habitación: tlacuaches, armadillos, mofetas y murciélagos. Un venado con cara de “Y yo que estoy haciendo aquí” me miraba fijamente con sus ojos de canica. A estas alturas ya estaba medio intimidada, porque lo que sea de cada quien, le echan ganas a la escenografía. Predeciblemente, de detrás de las cortinas de chaquirones y flores de plástico, hace su entrada triunfal la Lady, vestida con unas enaguas percudidas, blusa étnica, un montón de collares de papelillo, de esos que se usan para bailar el jarabe tapatío y un tocado que dejaría patidifusa a Frida Kahlo. Nos pidió que nos sentaramos en unos cojines y cerraramos los ojos para invocar a los espíritus que la ayudarían con nuestro caso desesperado. He de confesar que en el trayecto hacia la casa de la adivina, me puse a pensar qué le quería preguntar a la señora. Preguntas clásicas como “¿Encontraré al amor de mi vida? ¿Tendré un buen trabajo? ¿Cuántos años viviré? Y cosas por el estilo. Pero cuando vi todo lo que tenía colgado, mi lado periodístico ganó y no pude evitar preguntarle en qué momento decidió ser adivina; qué se necesita para obtener todo lo que tenía colgado ahí; en dónde podía yo tramitar mi licencia de adivina; cómo le hacia para contactar a las presencias de otro plano y en dónde había conseguido las flores del tocado que la adornaban.

Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Usted no cree. Así no puedo trabajar”. “¡Ah jijos!” –pensé- “¡Esta señora si que es adivina!”. Caí de hinojos, convencida de mi error. Pero por más que le insistí, no me dejó ingresar al portal místico. Cuando salí de la casa, sólo alcancé a escuchar a mis espaldas: “Pero, pus…ahí con lo que guste cooperar ¿no?”.

domingo, 10 de octubre de 2010

La última vez

Alicia es una amiga con la que tuve la suerte de encontrarme en los primeros años de kinder. Alta, muy alta desde mi perspectiva; delgada hasta la envidia, de pelo muy negro, blanca y con una carita de muñeca azorada, sus grandes ojos negros son un canto a la vida. Estoy segura que no es consciente de su belleza. Siempre locuaz, alegre, optimista y de risa fácil, Alicia y nuestro grupo de amigas, pasamos miles de aventuras adolescentes. Ella me enseñó a cantar, a coquetear a los muchachos, a disfrutar la vida, a reírnos como locas y a fumar, cosa que no le agradezco a estas alturas. Le gusta la música y cuando habla, todas las enseñanzas de vida las cita con frases de canciones. Miguel Bosé, su ídolo. Menudo, su pasión. Al paso del tiempo, tuvo dos hermosas hijas, igualitas a ella... gracias a Dios. La vida, los quehaceres, nos separaron mucho tiempo. Y la misma vida, nos volvió a unir. Después de 20 años y de dos matrimonios. Porque Alicia, sabe amar demasiado. A Alicia la mataron. De un modo vil y desalmado. Entraron a su casa a robar, y la mataron. La última vez que la vi, fue en una boda, guapísima, contenta con la vida y su circunstancia. La última vez… uno no piensa cuándo será la última vez que verá a una persona. Puede ser en una reunión, cruzando la calle, en la fila de un banco… no sé si esa inconsciencia nos haga la vida más llevadera y amable, pero lo que sí pienso, es que uno no debe tener facturas por pagar; uno no debe salir de casa de sus padres sin decirles que los amas; uno no debe ir al café con una amiga que se chuta todos tus conflictos sin decirle al final que la quieres; uno no debe ir por la vida sin reconocer los logros de los otros, los dones que nos dan con su presencia; uno debe ser agradecido con esa presencia, regocijarse porque esas personas han tocado, aunque sea en un punto, la línea de nuestra vida. La última vez que vi a Alicia, la vi sonriendo, y así la quiero recordar…

domingo, 3 de octubre de 2010

A veces se me olvida que existe Vivaldi

Aunque a muchas personas que se consideran cultas y conocedoras de la música clásica juzgan a Vivaldi como un compositor simplón y bonachón en contrapartida del barroquísimo y complejo Bach, a mi me encanta escucharlo. No cabe duda que la música alimenta el espíritu: Vivaldi tiene a mi parecer, composiciones que elevan el espíritu y le otorgan un descanso al alma cansada o adolorida. Pero a veces se me olvida que existe.

¿Cuántos correos recibe usted con mensajes alentadores, pensamientos positivos, decretos, reglas de vida, juicios acertados, afirmaciones, proverbios, refranes, poesías, acuerdos, frases célebres, sentencias aleccionadoras y ejemplos de vida? Esa es una de las actividades más frecuentes en la red. ¿Cuántos libros ha leído al respecto? Me he dado cuenta que las librerías son un indicador excelente para ver lo que aqueja al ser humano, sólo con ver los títulos de los libros de autoayuda y temas afines que se encuentran en sus estantes. Es chistoso, pero yo en lo personal creo que toda esa ayuda la tenemos frente a nuestras narices y no la vemos ni de reojo. Sucede que compramos un libro con la esperanza de encontrar respuestas a nuestros estados de ánimo, a situaciones difíciles por las que pasamos, cuando la respuesta se encuentra en nuestro interior. Y sucede que se compra el libro, se lee con avidez, se subrayan los párrafos que a nuestro entender puedan resultar significativos para sobrellevar la depresión, o las relaciones con nuestros próximos, o para mejorar nuestra calidad de vida o simplemente para tener una “filosofía de vida personal”. Conozco personas que se la pasan citando frases célebres o párrafos enteros de libros para otorgar al que escucha una “lección de vida”. Se me figura como cuando alguien va a comulgar y saliendo de la Iglesia le lanza un reperiquete a la esposa porque algo no se hizo como debía ser…

Reconozco que he leído libros de autoayuda. Y como los he leído, puedo decir sin temor a equivocarme que me chocan, tanto como me molesta que ocupen un espacio precioso en una librería. Opinión muy personal, pero así es. Me intriga saber cómo vive una persona siguiendo reglamentariamente los cuatro acuerdos, o las premisas de ¿Quién se ha robado mi queso? En el momento de la lectura lloramos conmovidos, pero al apagar la computadora, la información se queda perdida en la red, sin nadie que la rescate. Todo este rollo viene al caso porque a veces se nos olvida que existe Vivaldi…, y la sobremesa con la familia…, y la plática sabrosa con una amiga… y los días de campo…, y la alegría de un perro que nos recibe gustoso…, y la risa ante un buen chiste…, y el sonido de la lluvia y los truenos, que me encantan…, y sentirme chiquita ante la inmensidad del cielo. Y como estas, podría mencionar mil formas de sentirnos bien, de querer seguir adelante. Y que no se me olvide, también me gusta Bach.