Alicia es una amiga con la que tuve la suerte de encontrarme en los primeros años de kinder. Alta, muy alta desde mi perspectiva; delgada hasta la envidia, de pelo muy negro, blanca y con una carita de muñeca azorada, sus grandes ojos negros son un canto a la vida. Estoy segura que no es consciente de su belleza. Siempre locuaz, alegre, optimista y de risa fácil, Alicia y nuestro grupo de amigas, pasamos miles de aventuras adolescentes. Ella me enseñó a cantar, a coquetear a los muchachos, a disfrutar la vida, a reírnos como locas y a fumar, cosa que no le agradezco a estas alturas. Le gusta la música y cuando habla, todas las enseñanzas de vida las cita con frases de canciones. Miguel Bosé, su ídolo. Menudo, su pasión. Al paso del tiempo, tuvo dos hermosas hijas, igualitas a ella... gracias a Dios. La vida, los quehaceres, nos separaron mucho tiempo. Y la misma vida, nos volvió a unir. Después de 20 años y de dos matrimonios. Porque Alicia, sabe amar demasiado. A Alicia la mataron. De un modo vil y desalmado. Entraron a su casa a robar, y la mataron. La última vez que la vi, fue en una boda, guapísima, contenta con la vida y su circunstancia. La última vez… uno no piensa cuándo será la última vez que verá a una persona. Puede ser en una reunión, cruzando la calle, en la fila de un banco… no sé si esa inconsciencia nos haga la vida más llevadera y amable, pero lo que sí pienso, es que uno no debe tener facturas por pagar; uno no debe salir de casa de sus padres sin decirles que los amas; uno no debe ir al café con una amiga que se chuta todos tus conflictos sin decirle al final que la quieres; uno no debe ir por la vida sin reconocer los logros de los otros, los dones que nos dan con su presencia; uno debe ser agradecido con esa presencia, regocijarse porque esas personas han tocado, aunque sea en un punto, la línea de nuestra vida. La última vez que vi a Alicia, la vi sonriendo, y así la quiero recordar…
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