sábado, 4 de marzo de 2017

Y yo ni salgo






Recién me he dado cuenta que la vida en una pequeña ciudad muchas veces aparentemente no ofrece la oportunidad de tener vivencias que conmueven o permite tener contacto con personajes de del mundillo social. Pues fíjense que no. Esto es una vil mentira. Les voy a platicar un caso que considero fue un encuentro inesperado y asombro, nomás este, porque he tenido muchos.
Desde mi computadora y en la comodidad de mi hogar tuve la oportunidad de ingresar a la «aldea global». Evito nombres por respeto a los protagonistas, bueno al otro protagonista, que ya goza de los privilegios de la gloria del Señor.

Resulta que hace ya algunos años, cuando se usaban los famosos «salones de chat» andaba yo a la caza de personas interesantes y un señor ya entrado en años me contacta por ese medio. Ya ni me acuerdo cómo era ese asunto, pero pasamos al contacto por correo electrónico. Ya saben, me dijo que me quería conocer, que si patatín patatán. Y pues una que siempre gusta de la curiosidad y el morbo, no tiene más remedio que contestar. El primer correo muy ingenuo de mi parte: —¿a qué te dedicas?—, a lo que él me contestó muy propio: «soy escritor y periodista». Me dio su nombre y yo me quedé impávida, pero con mucha curiosidad, así que lo busqué en la limitada red que en esos días había. Lo que me encontré me dejó boquiabierta. El señor era un eminente periodista, tenía chorrocientos libros publicados, tuvo su propio programa de televisión en conocido canal cultural por varios años y fue una figura muy reconocida en el medio ambiente editorial por ser parte aguas en publicaciones que antes no se hacían en México. Ya saben, yo con cara de suela de zapato, pero honradísima de que un personaje de su talla me haya manifestado su deseo de conocerme, a mí, pobre mortal refundida en risueño pueblecillo del interior de la república.

Llegué con mi madre, que siempre es mi referencia ante personajes de esta naturaleza y me dijo: —«¿Recuerdas los recortes de revista que alguna vez te mostré? Pues él es el autor de tan bellos textos»—. Rauda, le escribí un correo para platicarle de tamaña coincidencia. Esos textos, le dije, reflejaban un conocimiento íntimo de la naturaleza femenina y me encantaban. De hecho, todavía los guardo con celo, le comenté. Bueno, pues para no hacerles el cuento largo, me dijo que ya los había vuelto un libro y que no se habían publicado porque lo vetaron del mundo periodístico por motivos oscuros. De esas cosas que jamás pasan en nuestro México.


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Tuvo a bien compartirme su libro en formato PDF con la consigna de que no lo compartiera hasta su publicación, cosa que he llevado a cabo, por ser su voluntad. La amistad terminó cuando al querer entablar una plática más profunda con él, le pregunté: —¿Cree usted posible que se pueda dar una amistad sincera entre un hombre y una mujer?—. A ver, pero que sonsa. Jamás me volvió a escribir, pero guardo la anécdota con mucho cariño. Para que vean que desde la comodidad de nuestro hogar, pasan cosas de gran intensidad, porque la verdad, yo ni salgo.