viernes, 21 de noviembre de 2008

De feos y cromos de mujer...

Tengo una amiga de años ha -hija de los amigos de los tan platicados días de campo- con la que siempre me he identificado de una manera peculiar. Esta amiga y yo, solíamos ir a pasear al centro, a bobear, a ver muchachos, a ver pasar la tarde en la Plaza de Armas del entonces tranquilo y risueño pueblecillo que habitábamos. En esas tardes de ocio, solíamos jugar a un juego por demás cruel y malévolo: ella decía por ejemplo –A ver quién ve pasar al feo más feo. Y esto era entrar en competencia riéndonos de los peatones que cruzaban ante nuestros afilados ojos. Ya por aquí pasaba un dientón con acné que parecía esculpido en piedra pómez; ya por allá un cuate con geta de bembo y nariz ganchuda; de aquél lado un greñudo cachetón. ¡Qué cosa! ¡¡¡ Y nosotras tan guapas, hombre!!! Pero cómo nos divertíamos, podíamos estar horas sentadas en una banca hasta que daban las siete y media y se rompía el hechizo, porque ella tenía que estar a las ocho en punto para hacerle los molletes a toda la familia. Yo creo que se quedó con un gran sentimiento de culpa porque cuando ya estábamos en edad de merecer y salíamos los domingos, discurrió invitar a una amiga de ella –aclaro que no mía- que ahora es descrita como un “cromo” de mujer. Literalmente, un cromo. Tan delgada que de perfil no se notaba, sólo sobresalía su nariz al estilo bruja de Blanca nieves; un tanto jorobada; cutis asfaltado con gruesa capa de maquillaje que llenaba los baches de su adolescencia; se reía y de su delgadísima boca brotaban como doscientos dientes grandes y amarillos; cuando le preguntabas ¿cómo estás? Ella respondía “como mango”, eso no se me olvida ¡la inocente! Bueno pues esto era que me llamara mi amiga para decirme que si salíamos al café un domingo en la tarde y al principio yo me entusiasmaba toda al saber que iba a pasar una tarde deliciosa ante la expectativa de conocer algún galán por ahí. Cuando llegaba a su casa, ella me decía: -“pero también va a ir V”. Y ahí todo se descomponía. Mi educación me impedía recordar a algún pariente suyo, y resignadamente pensaba que lo ofrecería por sacar un ánima del purgatorio. Y allá íbamos, al café de moda –Café y Arte, por supuesto- con mis zapatillas de pulsera y mis medias color “Nude”, a pasar una tarde en la soledad más intensa a pesar de que el lugar estaba abarrotado de galanes pubertos. Nunca se nos acercaba nadie, a lo más, a pedirme el encendedor, hecho lo cual, huían mientras V sonreía ingenuamente… Yo la odiaba, no la soportaba y mi amiga apartaba la vista de mi mirada asesina… así pasé mis mejores años, cargando a V la “Tumba hombres”. Moraleja: siempre pregunten quién va.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Ser una Amiga así...
o tener una Amiga así"...
¡no se compara con nada!
¡Como tú, por supuesto!
¡Invitaré a "V" a leer tu blog!
Ciao