lunes, 3 de noviembre de 2008
De la Sierra Morena...
Todo mundo está de acuerdo en que los días de campo son maravillosos. Se respira aire puro, se cambia de panorama, mojamos nuestros pies en un riachuelo cantarín, pasamos por poblaciones inhóspitas y parajes remotos... Pero a mí, los días de campo me chocan. Cuando eramos niños, mis papás tenían un grupo de amigos que se juntaban a cenar y a hacer radionovelas ¡Sí! Radionovelas. Ocupación por demás extraña. No podían hace cosas normales, como chismear, o contar chistes colorados ¡No! hacían radionovelas... pero esa es otra historia. En su mente perversa, idearon que cada año fueramos de día de campo a la Sierra de Álvarez. Como mi papá es bien comodino, cargabamos con cazuelas que contenían sopa de fideo, mole, arroz, picadillo, comal, sillas plegables, mesa de madera (en ese tiempo no había todas las comodidades de ahora), termos, caja de refrescos, una hielera de 3 mts. cúbicos de capacidad, toldo, hamaca, colchonetas, papel de baño y, por supuesto, una pelota. Llegabamos al sitio seleccionado después de perdernos entre incontables veredas y prados llenos de cactáceas espinosas: "te dije que donde estaba el elefante a la derecha", "no, me dijiste de unos pinitos, pero nunca los ví". Al fin, todos reunidos, la diversión consistía en instalar todo el campamento a las 2 de la tarde, hora en que ya todos ya ladrabamos de hambre... y a nosotros nos decían: "váyanse a jugar mientras está la comida". Nos ibamos con la ilusión, todos a jugar con la pelota, ávidos de horas de diversión... que se convertían en dos segundos y medio entre la primera patada y que la pelota se perdiera en un abismo con una pendiente de 45° y se situara a 150 métros por debajo del nivel del mar... La diversión, por supuesto, consistía entonces en recuperar el balón y a uno que otro niño atorado en algún pino... Nunca lo recuperamos -al balón, a los niños sí- y regresábamos abatidos, colorados, sudorosos y cansados a comer tacos de mole con arroz, apalancados en una piedra porque todo, todo se ubicaba en el plano inclinado antes mencionado. Odio los días de campo y amo los sandwiches de central camionera: fáciles, prácticos y en bolsita de plástico. Nunca más intenté darle una patada a un balón.
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2 comentarios:
Este es un comentario de prueba
Amiga Rima;
Tal vez no recuerde tan bien como tú, pero si recuerdo a los papás sudando la gota bien gorda al tratar de armar aquel triqueral de jardín, poner todo en perfecto orden, animar a los chiquillos a divertirse y pedir su lonche caliente...yo por eso sólo hago pic nic en el Tangamanga II, ahí,
¡ahí sí hay baños! ¡y no una sóla roca para toda la comunidad paseante...!
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