viernes, 19 de diciembre de 2008

Una pincelada en los labios: las novelas rosas

Las revistas femeninas pueden ser consideradas por los sociólogos como un objeto de estudio apasionante. Pero viéndolas desde el punto de vista más frívolo, son un entretenimiento inigualable a la hora de querer despejar la mente. Mi papá le compró a mi madre durante más de cincuenta años el “Vanidades”. Juro que los tiene guardados desde el número cero a la fecha. Pero lo que a mí más me gustaba leerle a esta revista era la novela de Corín Tellado. Una vez que hubieras leído unas 3, entonces ya le cachabas que la trama era la misma, nada más cambiaba el contexto, el color del pelo del muchacho y la profesión de la joven. Pero todo era igual. Las descripciones de los protagonistas eran inigualables: él, alto, de espaldas anchas, atlético, no guapo pero con unos profundos ojos verdes –o miel, o azules- con cazadora de ante, pantalón deportivo, en auto de moda; hijo de rico o había llegado a la cúspide a base de esfuerzos mil. Ella por su parte, no era bonita, de ojos almendrados, sin maquillaje, natural, sólo una pincelada en los labios. Siempre era ella la residente y él, médico de urgencias; o secretaria y él, hijo del dueño, pero taaan sencillo que ese pequeño detalle no se sabía por la muchacha hasta bien avanzada la novela. Aparecía un conflicto obvio como que ella había estado casada con el hermano del muchacho, o la habían violado de joven; o el mejor amigo del protagonista se interponía entre ellos. Nada grave que no se pudiera resolver en 5 páginas de la revista. Pero a juzgar por la aceptación de las novelillas, esto no importaba, el chiste era soñar con que algo así nos podría pasar en cualquier momento, que encontraríamos al de la cazadora de ante mientras comprábamos un retazo de tela o anduviéramos en el mercado preguntando el precio del kilo de jitomate bola. Otras que leía con avidez desmesurada eran las historietas “Susy. Secretos del corazón”. Esas me las prestaba una vecina que las compraba a escondidas de su gárgola materna. Me gustaban porque tenían unas ilustraciones muy buenas, estilo pop art –aunque eso lo relacioné después- las historias eran totalmente empalagosas, pero muy ilustrativas... Se distribuían con las insinuantes palabras: “una interesante serie sobre el más hermoso sentimiento humano... que prometía conocer: con apasionada ternura la edad de los románticos idilios, cuando la vida es tan bella y al mismo tiempo tan complicada por sus dulces alegrías y tristezas. 32 páginas a todo color”. Casi ni hace falta aclarar que en Susy no existía posibilidad alguna de que las protagonistas tuvieran relaciones sexuales con sus novios. ¿Sexo dije? ¿Qué es eso? Sólo bailaban y se besaban. Y los besos eran la prueba definitiva para descubrir el amor verdadero. Por ejemplo, en “Entre dos amores”, Ana no sabe si ama a Adán, el formal, o a Jaime, el mundano. Cuando desfallece en brazos de Adán, comprende que él es el hombre de su vida. Sin embargo, en la fiesta de compromiso aparece Jaime. La atracción resurge, Ana se deja engatusar y huye con él. No llega lejos: se quedan sin gasolina, y Jaime hace un comentario despectivo sobre Adán… A ella se le prende el foco y regresa presurosa a la fiesta. El bueno de Adán ya se estaba inquietando: “¿Dónde estabas?”, le pregunta, “¿Te perdiste?”. “Sólo un momento, Adán,”, responde la heroína mirando al espectador, “pero aquí estoy”. Gran beso en los labios. Final feliz. ¿Final feliz, dije? Que alguien me diga si la pincelada en los labios le sirvió de algo...

Nota: confieso para esta nota haber recibido asesoría de "códigoretro.com"

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