martes, 30 de diciembre de 2008
Cada quien jala pa’ su santo...
Ya he platicado que en casa de mi abuela paterna vivían y moraban un gran número de ancianitas piadosas que se habían “logrado” por obra y gracia del altísimo. Haberse logrado quería decir, según mi papá, que no habían conocido varón y que por lo tanto, estaban impolutas, sin mácula alguna. Mi abuela era ferviente seguidora de la causa de San Agustín, mi Tía T era Franciscana, y la tía A, era dominica de hueso colorado, por lo que uno de los placeres de mi padre era contrapuntearlas diciéndoles que Agustín había sido mujeriego, que Francisco había nacido en un pesebre y con una cruz en la espalda y que así que chiste era haber sido santo y a los dominicos los ponía como al perico porque habían organizado la santa inquisición... las pobres mujeres clamaban al altísimo para que mi padre no se condenara, pero cuando se enfermaba venía la revancha, por lo que ahora voy relatar: cuando a alguno de los hermanos les daba el “miserere” –no me pregunten qué clase de enfermedad era esa, pero según investigaciones quiere decir “misericordia” o lo que es lo mismo: enfermedad con pocas posibilidades de recuperación- las tías se volvían locas buscando cuanto remedio había para curar al menor y entre sus remedios estaba, por supuesto, rezar. Entonces mi tía “Viejita” se iba corriendo a la iglesia y le prometía al altísimo que si la creatura se curaba, el agonizante iría de rodillas hasta el santuario a dar gracias, además, ofrecía un “ramillete espiritual” –prometido por ella, pero que tenía que cumplir a carta cabal el enfermito- que consistía en lo siguiente: 12 rosarios; la novena a la virgen Desatanudos (si existe, no la estoy inventando); catorce viacrucis rosariados, uno por cada estación rezando el rosario en cada una de ellas; ciento cincuenta buenas obras; treinta misas con comunión incluida... y así hasta completar los requisitos que consideraba la tía fueran pertinentes para que el pobre angelito recobrara la salud. Cuando mi papá ya estaba restablecido a base de caldos reconstituyentes y jarabes fortificantes, entonces mi tía iba y le decía: “mi’jito, aquí te traigo las promesas que hice durante tu enfermedad para que las cumplas”. Mi papá que por algo nació en día de las mulas, le contestaba que quién le mandaba andar prometiendo ajeno y que él no iba a andar cumpliendo cosas que no prometió. La angustia de la tía no era menor, y la pobre rezaba por los rincones mientras mi papá le cantaba de lejecitos: “Por la señal de la santa canal, perros y gatos en un costal”, o si no: “Salve Regina, mató una gallina; gimiendo y llorando la estuvo pelando; esperanza nuestra le quitó la cresta; vida y dulzura le sacó la asadura...etc.” O ésta otra: “Padre nuestro que estás en los cerros, cuida las vacas y yo los becerros”... ¡Tan piadoso mi apá!
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