Cuando alguien me invita a comer o viceversa, el momento más esperado por su servidora es la sobremesa. Todo un ritual, para el cual se requiere de tiempo: todo el tiempo del mundo. A mí el hábito me lo inculcaron en mi casa. No hay cosa más sabrosa que después del borullo de hacer la comida, ir por las tortillas o el pan, hacer el agua de limón, menearle a la sopa de fideos y verificar que el mole esté en su punto, burbujeante en su cazuela de barro, se dé la sobremesa. Ésta consiste en quedarse sentado ante la mesa, rodeados los comensales de platos sucios (la “vuelta al ruedo” con un pedacito de pan que se utiliza para limpiar del plato el último vestigio de mole es una costumbre, que si bien no entra en el “Manual de Carreño” si hace las delicias de cualquier comensal) y un buen café acompañando el postre. No se permite recoger la mesa, mucho menos pasar un trapo para limpiarla; la sobremesa exige tiradero, servilletas sucias, moronas de pan, bolitas de migajón, vasos medios vacíos y ningún tipo de recogimiento por parte de la anfitriona, porque entonces corremos el riesgo de borrar la posibilidad de la sobremesa. Si alguien dice: "vamos a tomar el café y el postre a la terraza", ya valió. Es ahí donde se compone al mundo, se opina de todo y de nada, se suscitan conversaciones íntimas, se abren las puertas de los afectos, se desfasen entuertos y se organiza la vida. ¿Cuánto puede durar una sobremesa? Eso es algo que definen los que participan en ella. Puede durar una hora o siete, incluso se pega con la merienda o la cena. En la sobremesa hay fenómenos recurrentes: cuentos picantes y amarillos, comentarios sobre la dieta que no se guardó, monólogos de política: el cafecito, el coñaquito y el cigarrito son obligados. O por lo menos un licor de guayaba, digo yo. De las sobremesas memorables se destacan las utilizadas para dar buenas noticias, que es de pésimo gusto que los comensales en plena digestión reciban malas nuevas, aunque yo las usaba para darles a firmar las calificaciones a mis papás, porque ya estaba medio dormidos o se iban pitando al trabajo. No hay nada más sabroso que dar consejos durante la sobremesa, sobre todo respecto al amor. ¡Ah cómo nos encanta andar aconsejando a la hermana sobre el nuevo chico que la invita a salir! Que si hazle de este modo, o de este otro. En la sobremesa la madre le dice a la hija: “Mijita, nomás fíjate con quien andas, no la vayas a regar”. Mi favorito era: “date a deseo que olerás a poleo”, consejo por demás inútil, porque en cosas del corazón ya se sabe que “está una tan hecha al mal, que el bien causa enfado”…. o aburrimiento. Considero que la conversación es un arte así que acabo esta nota con un texto que le robé a un amigo de su feis: “[…]¿Qué distancia debe servirnos de patrón para dar un veredicto estético sobre una persona?: la distancia de la conversación": Julio Ramón Ribeyro, ‘Prosas apátridas’”. Y las sobremesas son ideales para eso...
6 comentarios:
Dan ganas de reunir amigos para una sobremesa... La cena o comida? ah! sí! otro día...
Es más, creo que abriré una tienda de artículos para sobremesa...
Me intriga que venderás: ¿conversaciones interesantes? ¿moronas de pan? ¿consejos amorosos? ¿tiempo para la sobremesa?
Más sencillo: platos y vasos sucios, servilletas, saleros vacíos, ceniceros llenos de bachichas, etc
jajajajajajaja!!!! ¡¡Será un éxito! Seguro...
Buena entrada. Me consta que eres buena para la sobremesa. La pasamos muy bien en la cena que hice en agosto. Mi hermana me dijo que "qué simpática tu amiga, sabe de todo y es muy alegre". Un beso, y espero que podamos compartir la mesa pronto.
Gracias Guillermo, sí fue una reunión de esas que se disfrutan... yo también la pasé muy bien... Y gracias por las flores!!!!
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