Hace poco se suscitó en una red social a la que estoy inscrita el dilema del “eterno femenino” Yo la verdad no tengo ni la más remota idea de cuál sea ese misterio del que hablan los sufridos hombres que tienen la fortuna de acompañarnos por la vida. No es tan complicado como parece. Para beneplácito de los caballeros que me leen y repudio total de las de mi género, presento ante ustedes algunas de esas contradicciones desde mi humilde punto de vista:
Miedos irracionales: este tema es escabroso, porque las mujeres le tenemos miedo a situaciones irracionales que se derivan de los roles sociales que tenemos que jugar. El primero, que nace cuando ya nos encontramos en edad de merecer y nadie nos ha merecido, es a quedarnos solas. Nos visualizamos muertas en una casa rodeadas de gatos -40 para ser exacta- con excremento y bolsas de croquetas tiradas por el suelo, 1,827 revistas viejas y a las personas que por fin nos encontraron en semejante estado comentado: “mira, pobrecilla… se ve que murió desesperada… como nadie se quiso casar con ella…”. Esto lo pensamos de los 15 en adelante…
Los derechos: ahora que por fin nos hizo justicia la sociedad permitiéndonos invadir campos que antes se consideraban de uso exclusivo para varones, queremos estudiar, trabajar, ser independientes. Pero también queremos casarnos, que nos mantengan y tener una casita pintada de rosa, con perro labrador y tres chiquillos que se parezcan a nuestro papá. Esto en tiempo real es absolutamente contradictorio. Las amigas que conozco que se han lanzado a semejante aventura han acabado divorciadas y neurasténicas, tomando píldoras para dormir y pareciendo de 68 cuando apenas tienen 33. Humilde sugerencia: si estudia o trabajan, mejor consíganse un amante que les dé cariño en horas fuera de oficina. Las mujeres que conozco que han optado por esta agradable opción tienen 47 pero parecen de 25.
Las compras: uno de los placeres femeninos es ir de compras. Porque nos sentimos tristes y queremos un “jazmín para el alma”; porque nos queremos ver “diferentes” aunque acabemos comprando lo mismo que todas traen puesto; porque nos lo merecemos; porque compramos un vestido azul plúmbago y no tenemos las zapatillas, la bolsita y el moño que le hagan juego; porque todo está de oferta y además nos dan puntibonos en la tarjeta; y porque sí, nomás porque sí. Los hombres tienen dos opciones ante la inminente visita a la plaza comercial: o se resignan y deciden seguir a su fémina por todos los departamentos de la tienda ofreciendo semejante sacrificio por las ánimas del purgatorio o bien, se arman de valor y no nos acompañan. Esta segunda opción es la mejor para las dos partes, así nosotras no andamos con presiones y ustedes se quedan en casa acompañados de la tv, botanita rica y una cerveza bien helada.
El bolso: objeto criticado ácidamente por los varones, todos ellos se preguntan qué Judas guardamos entre sus recónditos recovecos. Guardamos de todo, señores y lo más seguro es que lo usemos. En el bolso podemos encontrar desde pinzas para las cejas, un cuchillo digno de Rambo, bolsa para cosméticos, pañuelos desechables, monedero, cartera, espejito, toallas húmedas, las llaves del coche, de la casa y las de la casa paterna; gas pimienta, chicles, cigarros, 4 encendedores, cámara digital, estados de cuenta de hace 5 meses, el teléfono móvil, una libretita, un bolígrafo monísimo con brillitos en la punta, lentes para el sol, para ver de cerca, de lejos y algunas otras hasta para ver películas en 3D. Si Chuck Noland, personaje de la película “Náufrago” hubiera rescatado una bolsa femenina, otro gallo le hubiera cantado.
Los gustos varoniles: no sólo los hombres tienen estereotipos con los que sueñan aparejarse, no señor. Yo no conozco una mujer que me haya descrito al hombre de su vida como: “me encantaría encontrarme a un hombre de panza prominente, con el pantalón fajado debajo de las tetillas, piernas flacas y zambas, con pelona de fraile franciscano, nalga caída, cutis esculpido en piedra volcánica y que ronque como trailer de doble cabina”. Esto no lo sueña ni la que tiene miedo a morir con 40 gatos alrededor. ¡Ah! Y si su fémina osa decir que le encanta Tom Cruise o George Clooney o cualquier galán de telenovela, ni se tuerzan, que es lo mismo que cuando ustedes dicen que les encanta Angelina Joly…
El salón de belleza: a este sacrosanto lugar vamos a que nos apapachen, a reafirmar la belleza que ya de por sí nos caracteriza, a leer revistas de chismes de la farándula, a enterarnos de lo que hacen los vecinos de la colonia, en suma, a ser absolutamente frívolas. Pero vamos con miedo, miedo a que nos nos dejen el pelo como escobilla, a que nos duela la uña enterrada y el tinte nos queme el pelo... así que si nos tardamos no salgan con comentarios del tipo: “¿Fuiste al salón de belleza? ¿Estaba cerrado, verdad?
Esta historia continuará….
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