jueves, 24 de junio de 2010

En la cola del diablo

Muchas veces me ha pasado que de repente, no sé ni cómo ni cuándo, bueno, ni a qué hora llegué al lugar en donde estoy. No me refiero precisamente a la vida. Me explico: Decido ir al super, me encuentras con una amiga que hace mucho no veías, me invita a comer, acepto emocionada y me dice: - “Nomás vamos a entregar un paquete anca mi tía y vamos”-. Malo. De repente, me encuentras con que la tía vive en la punta de la cola del diablo, tomando un camino de terracería que me aleja cada vez más de la metrópoli y cuando acuerdo, la mujer echando chisme familiar, yo aburrida, perdiendo soberanamente el tiempo y sin poder regresar porque me fuiste en su coche… ¿Qué estoy haciendo aquí? Esa pregunta me la he he hecho infinidad de veces. Una vez tuve la peregrina idea de ir a pasear en un yatecito de esos que contratas con otros dos mil turistas dizque para pasar un día de locura y diversión. La cita: ocho de la mañana. Y Ahí voy, en traje de baño con pareo, bolsa tejida a mano, pamela, lente oscuro y chancla de hule. Absolutamente “fashion”. Subí a la barcaza con la dignidad de una diva y comenzó la “diversión”. De entrada me zumbé como tres tequilas “Sunrise” bajo los acordes de “El Venao” melodía emanada de un aparatejo que sí andaba levantando más o menos unos 175 decibéles de potencia… Una vez que nos atarugaron con bebida y música, nos hicieron bajar en medio del mar a darle de comer pedazos de papaya a unos pececillos muy simpáticos, pero que al rato ya me andaban comiendo los dedos gordos de los pies… No acabó ahí la cosa. Arribamos a una isla habitada por comerciantes que bajo la sombra de las palapas vendían pescado sarandeado y bolsitas con charales enchilados. El guía nos indicó que ibamos a conocer unas cascadas de ensueño. Caminamos un trecho y llegamos a un lugar en donde se encontraban estacionados unos burros famélicos y con cara de resignación. El guía nos pidió que escogieramos a nuestro burro porque comenzaría la travesía al soñado paraíso. Trepé al pollino con extrema precaución, cuidando que mi “look” playero no se dehiciera al compás del trotecillo del animal. Entramos en terreno pantanoso: lodo resbaladizo y pegajoso rodeaba a los alegres turistas entre escarpadas rocas y pendientes de 45°. No exagero, así era la cosa. Los burros marchaban en vez de trotar -yo ya había perdido la pamela, las gafas las traía colgando de una oreja y el pareo se me enredó a manera de babero-. Llegamos a la cascada de ensueño, que por supuesto, era un hilillo de agua porque no había llovido. Ahí fue donde me hice LA PREGUNTA. No platico el regreso para no aburrirlos pero lo mismo me pasó cuando estaba agarrada como gato de las cuerdas de un puente colgante en Xico, Veracruz mientras unos chiquillos brincaban como locos encima de él; en una lancha cruzando los rápidos de un río huasteco y en el interior de una casa de campaña que resumaba sudor por estar a 42° C grados a la sombra en un rancho de Tampico… ahí si de plano, lloré.

2 comentarios:

Keny dijo...

y lo peor de todo, es que siempre terminamos diciendo lo mismo que un domingo a las 8 de la mañana despues de una noche de reven... "no lo vuelvo a hacer"... y sin embargo, no se como, pero terminamos embarradas en una "aventurita" peor que la anterior... jajaja
Saludos Rima..!

Medusa dijo...

jajajajajaja... así es Keny... de nada vale el arrepetimiento, seguimos en las mismas, pero eso... nos hace sentir vivos!!! Gracias por tu comentario!!!