domingo, 12 de septiembre de 2010

En la cama de Hidalgo

Ahora que se acerca el Bicentenario de la Independencia no puedo evitar platicar esta anécdota que pertenece a mi hermana. Resulta que las vacaciones familiares siempre se redujeron a un perímetro no mayor a un estado de la república. Sea porque a mi padre no le gusta viajar o por falta de presupuesto, siempre acabábamos en Taboada o en alguna zona aledaña. En esa ocasión el Valiant rojo de mi padre nos llevó a Dolores Hidalgo, cuna de la Independencia. Las vacaciones consistían en hacer un recorrido por cuanta tienda de cerámica y talavera encontrábamos, haciendo las delicias de mi madre y el aburrimiento de los hijos y, por supuesto, recorrido obligado por la casa museo de nuestro padre de la patria, el cura Hidalgo. No sé cuántos años tendríamos pero creo que yo nueve y mi hermana, siete a lo mucho. El caso es que entramos a la añeja casa y comenzamos a recorrerla observando detenidamente, y cuando digo “detenidamente” es literal. Veíamos cada documento histórico escrito en delicada caligrafía, juegos de escritorio, casullas para oficiar misa primorosamente bordadas en oro y filigranas por alguna beata devota del lugar; el jarro donde el cura depositaba el agua, la cazuela donde le cocinaban el mole; la miniatura pintada a mano; los libros añejos y deshojados por el tiempo; el amplio patio donde el cura debió pasar sus tardes leyendo libros subversivos que desencadenaron en lo que ya sabemos. El caso es que cuarto tras cuarto, peinábamos todas las vitrinas siempre acompañados de la docta voz de mi madre, quién nos explicaba qué era esto o aquello. Mi hermana, no es precisamente una amante de este tipo de recorridos. Al llegar a la recámara en donde el cura descansaba el cuerpo, el cielo se le abrió. ¡Una cama! ¡Por fin algo sensato! Y ni tarda ni perezosa, o más bien, bastante perezosa, se lanzó en un clavado hacia el ansiado reposo. El brinco provocó un salto en el aire -tal era la fuerza del clavado- mismo que mi madre aprovechó para cacharla en el aire. Creo que esto provocó en mi hermana un trauma infantil que en la actualidad no le permite recorrer museo alguno, pero sí cambiar de colchón cada año.

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