sábado, 17 de mayo de 2014
Echándome a perder
domingo, 11 de mayo de 2014
Arquetipos femeninos: la secretaria
Atrás
quedó la secretaria, aquella leal trabajadora, inspiración del grupo Mocedades,
en donde se narra la historia de la discreción hecha mujer. Si no se acuerdan,
aquí se las pongo:https://www.youtube.com/watch?v=vEEIzUkhd6w
Mi
experiencia con las secretarias ha sido corta pero substanciosa, he de afirmar
que, para tener secretaria, se necesita un perfil de líder, cosa que considero
que ni por asomo tengo. Mi contacto con estas hábiles y abnegadas mujeres se
había limitado a que me dieran los buenos días y a que fuera a recoger mi
cheque “dentro de quince días, porque el Licenciado no los había firmado y
quien sabe si iba a regresar.” Ante tales respuestas aprendí taimadamente a
llegar siempre con una sonrisa, memorizar sus nombres o llamarlas alegremente
con un ¡Hola hermosa! y proceder a apuntar rigurosamente sus cumpleaños en
orden mensual colocando al lado, el nombre de la empresa donde trabajaban para
llamarlas o en su defecto, regalar “un detallito.” El día de la secretaria fue
para mí, más sagrado que Navidad y Día de las Madres juntos.
Luego,
la vida me puso en mi lugar y me premió con no una sino ¡cinco! secretarias a
mi cargo. Nomás porque me dijeron que con este acto podía sacar a varias ánimas
del purgatorio, que si no, me rajo. Pues bien, no sé si el tiempo que duró este
martirio en vida (sí, ya sé que es una expresión redundante, pero se oye de
garra) sea suficiente para tener la autoridad Jungiana de someterlos a la
siguiente clasificación arquetípica de la secretaria, tómenlo como un acto
humanitario por si se ven en esos trances. Me arranco:
La redencionista: La que me tocó a mí, me llevaba el Atalaya todas las semanas y tenía la
sana costumbre de que en los momentos más álgidos de mi trabajo entraba con
cara de “mujer redimida y preocupada a su vez por la redención de mi alma” a
invitarme a un congreso de jóvenes creyentes, o a una reunión de su culto por
la tarde, o a que donara una cantidad de mi sueldo para beneficio de las almas
en pena. Cuando vio que yo era más impenetrable que las murallas de Jericó, su
siguiente jugada fue pedirme permiso de ausentarse para asistir ella, que
alguien en esa oficina debía mantener la cordura ¡carajo! Nunca se lo di, pero
como conocía los entresijos del sistema, todo el reglamento de permisos y
derechos del trabajador y los 330 logros sindicales procedió a tocar las
trompetas divinas y mandarme al infierno con su dedo flamígero. Recuerdo verla
a lo lejos rodeada de un halo de santidad.
La Party Planner: al principio todo es carcajada y armonía: todas
nos llevamos bien, nos damos los buenos días y a trabajar. Pero hete aquí que
los días se convierten en meses y que al ser una oficina con tantísimo
personal, alguien, por fuerza cumple años. Y aquí entra en acción la secre que
lleva una agenda rigurosa de los onomásticos mensuales. Un día antes del ágape,
organiza con velocidad pasmosa qué nos toca llevar o de a cuánto será el
sablazo. Sabe quién cocina una deliciosa cochinita pibil o a quién le sale
mejor la salsa molcajeteada. Pide pastel, velitas, gelatina de mosaico,
cubertería desechable, tostadas, lechuga y jitomate picados, chiles en vinagre,
cebolla morada, patitas de puerco, pollo deshebrado, crema de vaca y queso
rallado. Y ¡a darle que es mole de olla! Dos horas señores, dos horas
encerradas en un cubículo de 2x1 comiendo tostadas de pata y berreando Las mañanitas para homenajear a la
compañera. Si osaba mostrarme al menos contrariada por esta situación y más que
nada porque había una fila ingente de personas buscando ser atendidas, me
salían con que “todas tenían derecho a media hora para lonchar y pues ese día
decidieron juntarlas”. Ahí conocí el significado de la palabra impotencia.
La madre abnegada: este es un caso difícil, ya que va de por medio el
paradigma madre solo hay una, tan
arraigado en nuestra cultura mexicana. Normalmente tienen de dos a cinco hijos
cuyas edades fluctúan entre 2 meses y 6 años, viven en casa de la suegra y
tienen que llevar a las creaturas en camión a la guardería, al kinder y a la
primaria antes de las 7 de la mañana, lo cual no deja de ser un acto de
abnegación, lo reconozco. Como es de suponer, siempre llegan tarde. Checan
después de su hora y luego van a que les des un pase de salida para justificar
la falta. Diario. Cinco días a la semana. Aquí te amarras la tripa y el resto
de los ovarios que te dejaron las otras dos arriba mencionadas y por supuesto,
le dices que no. Sus ojos comienzan a rasarse, su labio inferior tiembla,
entrelaza las manos en actitud suplicante y te sorraja en la cara: “lo que pasa
es que usted no entiende, como no tiene hijos…”. ”¡Hija de su china madre!”
Pienso para mis adentros. Ante tal argumento, cedo el primer día, tal vez el
segundo. A la tercera vez, ni la recibo, por lo que se echa a andar la
maquinaria llamada La venganza de una
madre, la cual consiste en odiarte y hacerte quedar mal hasta el fin de sus
días, menos en Navidad, que es cuando piden su cuelga.
Por
supuesto, no puedo dejar de mencionar que existen secretarias que son como un
bálsamo para el alma, las que están de tu parte, las que te meten el hombro en
momentos clave. También tuve una así: amable, prudente, eficiente y más lista
que yo. Ella fue una de las personas a quienes debo mi agradecimiento. Gracias
N por estar conmigo, por ayudarme a llegar a donde estoy.
domingo, 4 de mayo de 2014
Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo (De una vez)
Esto
lo hago, porque definitivamente, ya no tenemos privacidad a partir de que
cualquier aplicación que osemos bajar a nuestros dispositivos obliga al usuario
a notificar al público pendiente de dónde estoy, qué como y a qué hora voy al
baño. Así que comienzo:
Música:
lo mismo escucho una sonata de Chopin, que una guacharaca portola cuyo ritmo
sicalíptico me hace fantasear con hombres de músculos marcados y brillo
sudoroso en la piel. Lo mismo escucho a Bach, que me acelero con electrónica Psyhco o caigo en depresión con los Tres
Ases; lo mismo me sale mi lado anarquista con Silvio Rodríguez que me sumerjo
en las profundidades del averno cortándome las venas con Emmanuel y su “Todo se
derrumbó dentro de mí”. Lo mismo escucho música disco que me zumbo 5 horas de
música cubana. Lo único que no soporto es la “Bandamax” y el reguetón, de ahí
en fuera ¡Venga! Ya lo dice Spotify.
Respecto
al cine he de confesar que me gustan los musicales de Hollywood, ya saben, desde Fred y Ginger deslizándose por la pista,
hasta Mickey y Judy cantando Good Morning.
Lloré con Bambi y Dumbo
y soñé (creo que lo sigo haciendo ¡maldición!) con el Principe Azul. Pero
también me reventé todas las ochentenas cursis como Me enamoré de un maniquí, La
chica de rosa (siempre quise toda la ropa que sacaba Molly Ringwald en esa
película), Barquillo de Limón y Porky’s. Mel Gibbson, Rob Lowe y Andrew
McCarthy poblaron mis sueños adolescentes. Confieso que vi todas las de Van
Damme y que Bruce Lee es su padre. Así que la próxima vez que Netflix les anuncie que estoy viendo una
de estas, ni se extrañen.
Confieso
que tengo un morbo rayano en la perversidad para ver videos de animales
tiernos, gente superada, historias de asesinos, moda exótica y trendy y páginas sobre “cómo ser más (lo
que sea)”, contesto test del tipo “Qué significa tu nombre”, “Qué animal eres”
o “Qué fuiste en otra vida”.
Y
bueno, les aviso que como ya bajé la aplicación de Foursquare, próximamente se enterarán de mi apasionante y excitante
vida, nomás les pido que si me ven en la funeraria de moda, no se queden con el
pendiente y pregunten que con quién.
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