Recién me he dado cuenta que la vida en
una pequeña ciudad muchas veces aparentemente no ofrece la oportunidad de tener
vivencias que conmueven o permite tener contacto con personajes de del mundillo
social. Pues fíjense que no. Esto es una vil mentira. Les voy a platicar un
caso que considero fue un encuentro inesperado y asombro, nomás este, porque he
tenido muchos.
Desde mi computadora y en la comodidad de
mi hogar tuve la oportunidad de ingresar a la «aldea global». Evito nombres por
respeto a los protagonistas, bueno al otro protagonista, que ya goza de los
privilegios de la gloria del Señor.
Resulta que hace ya algunos años, cuando
se usaban los famosos «salones de chat» andaba yo a la caza de personas
interesantes y un señor ya entrado en años me contacta por ese medio. Ya ni me
acuerdo cómo era ese asunto, pero pasamos al contacto por correo electrónico.
Ya saben, me dijo que me quería conocer, que si patatín patatán. Y pues una que
siempre gusta de la curiosidad y el morbo, no tiene más remedio que contestar.
El primer correo muy ingenuo de mi parte: —¿a qué te dedicas?—, a lo que él me
contestó muy propio: «soy escritor y periodista». Me dio su nombre y yo me
quedé impávida, pero con mucha curiosidad, así que lo busqué en la limitada red
que en esos días había. Lo que me encontré me dejó boquiabierta. El señor era
un eminente periodista, tenía chorrocientos libros publicados, tuvo su propio
programa de televisión en conocido canal cultural por varios años y fue una
figura muy reconocida en el medio ambiente editorial por ser parte aguas en
publicaciones que antes no se hacían en México. Ya saben, yo con cara de suela
de zapato, pero honradísima de que un personaje de su talla me haya manifestado
su deseo de conocerme, a mí, pobre mortal refundida en risueño pueblecillo del
interior de la república.
Llegué con mi madre, que siempre es mi
referencia ante personajes de esta naturaleza y me dijo: —«¿Recuerdas los
recortes de revista que alguna vez te mostré? Pues él es el autor de tan bellos
textos»—. Rauda, le escribí un correo para platicarle de tamaña coincidencia.
Esos textos, le dije, reflejaban un conocimiento íntimo de la naturaleza
femenina y me encantaban. De hecho, todavía los guardo con celo, le comenté.
Bueno, pues para no hacerles el cuento largo, me dijo que ya los había vuelto
un libro y que no se habían publicado porque lo vetaron del mundo periodístico
por motivos oscuros. De esas cosas que jamás pasan en nuestro México.
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Tuvo a bien compartirme su libro en
formato PDF con la consigna de que no lo compartiera hasta su publicación, cosa
que he llevado a cabo, por ser su voluntad. La amistad terminó cuando al querer
entablar una plática más profunda con él, le pregunté: —¿Cree usted posible que
se pueda dar una amistad sincera entre un hombre y una mujer?—. A ver, pero que
sonsa. Jamás me volvió a escribir, pero guardo la anécdota con mucho cariño.
Para que vean que desde la comodidad de nuestro hogar, pasan cosas de gran
intensidad, porque la verdad, yo ni salgo.