
Al fin de vacaciones y asistiendo a algunas festividades navideñas, he observado algunas aberraciones características de las tradiciones navideñas y que no puedo evitar mencionar a manera de advertencia y que si fuera posible, las evitaría:
Las “preposadas”: eso no existe, todo buen cristiano que se precie sabe que las posadas comienzan el 16 de diciembre y que éstas duran 9 días culminando el día de Nochebuena, que es cuando los cansados peregrinos llegan para instalarse en su portal. Eso de las preposadas es como el dichoso “precopeo” que nomás sirve para entonarse de manera gratuita...
Pedir posada: esta bella tradición -con la cual estoy totalmente de acuerdo- tiene sus asegunes... el peor y más riesgoso es andar danzando con una velita minúscula entre el índice y el pulgar, una luz de bengala en la mano izquierda y la letra del canto tradicional –que a estas alturas ya todo mundo se debería saber, pero que pasa como el Himno Nacional, que todo mundo se sabe el primer verso y el estribillo y ya- anclado en el dedo anular y el meñique de la mano derecha... normalmente uno se quema los dedos, le quemas el pelo al de adelante y te queman los de atrás.... los cantantes, se entiende;
Los intercambios de regalos: se supone que esta práctica tradición nace de la iniciativa de algún codo de la oficina que decidió que no podía ser dadivoso con todo mundo, así que para quedar bien y poco gastado, organiza los papelitos y los reparte entre todos, quiérase o no entrarle al evento institucional. Durante diez días tiene una que dejar “regalitos misteriosos” en el escritorio del “amigo secreto”, los cuales consisten en unas papas fritas, un chocolate cremoso de coco o una paleta con centro de chicle y emotivos mensajitos tales como: “felicidades”, “Te quiero mil”; “XoXoXo” (que según entiendo, son besos y abrazos). Posterior a esto, se organiza reunión en casa de algún entusiasta. La cuota se fija entre los cien y doscientos pesos, pero nunca falta el que compra el presente amistoso en “Tocho de a Cinco” y lleva de regalo un espejito-peine-labial o un porta celular de peluche o un juego de damas y palillos chinos, los cuales son bienvenidos por el receptor para jugar al vudú con el obsequiante –en sus más dulces sueños-;
El beso al Niño Dios: Se acuesta al Niño en un lecho de colaciones –de esas de rajita de naranja en el centro y que saben a puro azúcar rancio- y luego de emotiva sesión de oraciones y canciones de cuna, se rola a la criatura para que todos presenten sus respetos mediante un “besito”, lo cual le da a uno el derecho de tomar de la charola un puño de colaciones. De más está decir que al último de la fila le llega el Niño todo besuquiado y la merma de la colación. Yo siempre me fijo en dónde lo besan... no vaya a ser que me dé la influenza...
La piñata de cartón: Sí, lo sé, las piñatas con alma de jarro son muy caras, pero no hay nada como romper el cántaro y lanzarse sobre el lecho de tepalcates y dulces... que sienta el cuerpo lo que recibe, que finalmente el rollo debe ser catártico y que invite al desfogue....
Las canciones tradicionales: En mis no muy lejanos años de tierna infancia, al romper la piñata se cantaba la clásica canción de “Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino...” y se completaba con el “Ándale Juana no te dilates con la canasta de los cacahuates”. Ahora se canta una versión que habla de un “Conejo Blas” que seguro tiene una cara horrible porque amenazan con tener la cara de él...
Por lo pronto, les deseo felices fiestas y un año de lo mejor....