Desde que vivo frente a un minisúper de conocida cadena, me entró la nostalgia por las tienditas de la esquina. Esos negocios gélidos con luces artificiales día y noche, en donde puedes encontrar comida rápida lista para comerse en tres minutos, con señoritas de uniforme y preguntando “¿En qué te puedo servir?” me deprimen terriblemente.
Cuando iba a casa de mi abuelita, una de las salidas obligadas después de recibir el anhelado “domingo” –un peso de plata, grandote y brillante- era ir a “La Lluvia de Oro”, prestigioso y añoso comercio ubicado cual debe, en una esquina de la calle. “¡Vamos a la tiendita de la esquina!” era el grito cuando mi abuela nos daba el consabido peso. Esas tienditas no podían estar ubicadas en otro lugar que no fuera la esquina, si estaban en medio de la cuadra, fracaso seguro. Normalmente, eran atendidas por dos viejitas que tenían un hermano flojo el cual se la pasaba horas mosqueándose afuera de la tienda, sentado en una piedra filosofal ubicada a la entrada del comercio, tomándose un “Pep”, fumando “Faros” y pensando en la inmortalidad del cangrejo. Las dos viejitas llamábanse Cuquita y Amalita, así, en diminutivo porque ya eran viejitas, aunque yo tengo la teoría de que así nacieron, viejitas.
¿Qué podíamos encontrar en esas tienditas? Vitroleros con todos los dulces imaginables, mis favoritos eran los “Barrilitos” de Constanzo. “Me da diez centavos de Barrilitos”. Cuquita desprendía de un gancho un pedazo de papel de estraza con el que elaboraba un “cucurucho” para despachar a la escuincla que veía con ojos golosos como los dulces eran trasladados al rústico empaque. Otros contenían una mezcla opaca y blancuzca consistente en cueritos en vinagre, chiles jalapeños y zanahorias que eran usados para la deliciosa torta estilo “albañil”. Los mostradores eran pintados de color verde pistacho, producto del patrocinio del refresco de cola. Había banquitos de madera con patas torcidas de alambrón que servían para que los clientes se tomaran un respiro mientras los despachaban. Lo mismo vendían zacate para bañarse que cartuchos para el calentador –aserrín y petróleo empacados en bolsa de papel-; escobas de popotillo y tierra para las macetas o lavar los trastes; frascos llenos de microbolsitas de shampoo marca “Vanarth” con clara de huevo o hierbas del campo; cold cream “Tres Caritas” o pomada de “La Campana”; pan dulce puesto en una charola de “La rubia que todos quieren” cubierto con un plástico polvoso que dejaba mucho qué desear respecto a la higiene. Y claro, no podía faltar la imagen de San Martín Caballero como protección para el negocio. Pinole suelto, huevo y frijol “Flor de Mayo” nuevo. Como casi nadie tenía teléfono, algunas hasta caseta de madera y una banquita
Y ni hablar de los nombres: “El Tepeyac”; “El Cubilete”; “El Águila de Oro”; “El Porvenir”; “Fe en Dios”; “La Esperanza”; “Las Quince Letras”; “Don Darío”; “La Guadalupana”; “La Provinciana”... Tal parece que aludiendo a nombres religiosos aseguraban el éxito comercial. Todo mundo conocía a los dueños, y los clientes se estaban horas platicando cuando pardeaba la tarde. Por eso, cuando sea viejita, quiero tener una tiendita de estas, llena de cositas para vender pero sobre todo, como pretexto para platicar con los vecinos, los niños me llamen “Doña Rimita” y piensen que nací así, viejita.
3 comentarios:
Rimita:
Tú serás niña siempre, tus "clientitos" dirán: "Vamos a la tienda de la "Niña Rima", y en efecto, pensarán que naciste niña.
Gracias por guiarme de retorno a una tiendita de la esquina...Ahí estuve,¡Sí que sí!
Uy, por casa de mi abüela (A un lado de Patinerama Mundo Feliz, enfrente del mercado República) estaba la famosa tiendita de "Don Toño". A Don Toño yo le vendía bolsas de cartuchos para el boiler. (Ahora que lo pienso, ¿qué abuelo o padre pone a su hijo o nieto de 8 o 10 años a rellenar bolsas con aserrín y petróleo?)
Nunca me había puesto a pensar en el porqué del verde de los mostradores, ¡gracias por la iluminación! A las tortas que dices "estilo albañil" (bolillo con cueritos y un chile en vinagre) siempre se les ha dicho "Kalimán" (me da un "Kalimán" don Toño) y otra versión era el mismo bolillo, pero con una bolita de chirizo, así, crudo (¡YAK!).
Cuando uno no llevaba cascos para el refresco, entonces, o pagaba el importe o se lo llevaba en bolsa de plástico con popote. Don Toño apuntaba en una libreta el nombre y el monto del "importe". Varias veces me hice pato y regresé a cobrar esos importes para quedármelos, jajaja.
Cuando pongas tu miscelánea avisas. Para pasar a comprar una palanqueta, una ristra de bolsitas de Chilito con sal y limón o un chocolate de esos de "enanitos"...
Saludos.
Perdón:
chirizo=chorizo
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