sábado, 29 de junio de 2013

Ad Litteram (A la letra)

Yo no sé por qué, pero las primeras letras siempre son muy dolorosas. He aquí, unos vagos recuerdos de cómo me embarqué en este mundo de páginas por leer. ¿Quién no se acuerda de los cuadernos Scribe de doble raya? Siempre que me acuerdo de ellos, lo hago no sin un poco de angustia. Y de la buena. “Saquen su cuaderno de doble raya” decía la maestra. Yo abría la tapa de aquél pupitre añoso mal pintado de un color indefinido y buscaba entre mis “útiles escolares” el dichoso cuadernito. Y ahí nos tienen, haciendo palito y bolita con esmero… planas y planas de palito, bolita. Luego, a juntarlos para formar esos signos desconocidos que representaban sonidos. La “S” nunca me salía bien y mucho menos la “F” así me las compararan con una foca o una serpiente. Yo fui de los millones de niños mexicanos que llevaron “El libro mágico” para aprender a leer y escribir. Frases clásicas como “La pipa de papá”, “Ese oso se asea” y la nunca olvidada “mi mamá me mima” son más clásicas que cualquier clásico literario. El papel traslúcido que servía para copiar tan profundas frases se llenaba de garabatos sin sentido y yo sufría y lloraba, al punto de que un día, como ya he platicado, declaré ceguera total a mi maestra de 3º de Kinder para no leer un párrafo del odiado libro. Pero hete aquí que ni en mis peores pesadillas infantiles pude imaginar lo que me deparaba el destino. Al entrar a primaria, apareció en mi vida un señor muy derechito, formal y de bombín –así me lo imaginaba– cuyo nombre todavía lo tengo grabado en mi memoria: Don Emilio Marín. Este señor, cuya vida desconozco pero imagino, se dio a la engorrosa tarea de escribir un libro que tituló “Gramática Española”. El mencionado libro contenía todos los saberes y entresijos para el correcto uso del idioma español. Imaginen a una pequeña niñita de largas trenzas, de 6 años y uniforme muy planchado, ingenua ella y muy sonriente que llegaba todos los días con la sensación de que las paredes del añoso colegio se le venían encima. Porque a primera hora y después de hacer fila para entrar al salón, comenzaba la tortura de Don Emilio. “Niñas –decía la maestra con fingida inocencia– saquen su libro de Español”. Punzada en el estómago. Sacaba el mencionado libro, que a continuación describo brevemente, para que no vivan agobiados por el resto de sus días, como yo. En primero lugar, Don Emilio era todo un caballero, yo creo que sus papás eran españoles refugiados y seguro él estudio en la Benemérita Normal para obtener el título de maestro. Así que todo su libro estaba escrito en 2ª persona del plural. Imaginen pues, la lección de los tiempos verbales en este tenor:
“¿Vos sabéis qué se entiende por tiempo verbal? No os preocupéis queridos niños, aquí os lo voy a decir” Y así todas las instrucciones, por lo que no me quedaba claro si estaba leyendo un cuento de hadas o un documento de la época de María Canica. Los textos para definir cualquier elemento de la oración, eran como para suicidarse. Por ejemplo, veamos la definición de adjetivo indefinido:
“ Los adjetivos indefinidos limitan la significación del sustantivo de un modo vago o general”; o ésta, que es una joya: “Accidentes gramaticales son las alteraciones que experimentan las palabras en sus desinencias”. ¡Seis años, por Dios! Digo, agradezco a mis maestras la confianza de pensar que yo sabía que era desinencia a tan tierna edad, pero se pasan. Especial merecimiento es otorgado a los ejemplos y ejercicios que Don Emilio pensó con dedicación y esmero, usando todos sus conocimientos de pedagogo experimentado. Veamos algunos párrafos.

EJERCICIO DE APLICACIÓN. Entresacar los sustantivos e indicar su género y número: ¡Loor te sea dado, oh valerosa y magnánima mano, escogida por el cielo para descubrir el nuevo mundo y unir, con eterno vínculo, dos hemisferios, antes tan desconocidos como separados! O estos ejercicios de reflexión: Un buen consejo: se ha cometido una falta en clase. El maestro va a castigar a todos si el culpable no se da a conocer. Sois varios en saber quién es el culpable, escribidle para aconsejarle que confiese su falta. ¡Madre pura! O este: Explicad el proverbio siguiente: Se ha de romper la cáscara para tener la almendra. A los seis años cumplidos ni Sócrates hubiera reflexionado tanto. Y luego las autoridades se quejan de que en México sus habitantes no leen.

3 comentarios:

El Navegante dijo...

Hermoso Rima!
Aún conservo ése, para mi, mágico volúmen de "Gramática Española".

Mil felicidades;escribes muy bien.

Rodolfo.

El Navegante dijo...

Y,desde luego,también,incomprensible.

R.

Lady Godina dijo...

Irma!!! me encanta tu blog, llevo varias semanas esperando una nueva puntada tuya espero pronto publiques entradas frescas. Un abrazo!!!