Con motivo del fin de año, me invitaron a una cena elegante. Como soy egresada de colegio de monjas y pertenezco a una familia fina y educada, no me preocupé. Llegué con mucho aplomo, saludé a la concurrencia con corrección y amabilidad y cada vez que alguien decía algo gracioso, colocaba mi mano frente a la boca para que mi risilla no molestara a los demás. Llegado el momento, pasamos a la mesa que estaba dispuesta para veinticuatro comensales. Llamó mi atención la bella mantelería bordada a mano, las servilletas de lino –impecables- y la pequeña tarjetita impresa con el nombre de cada asistente. A mí me tocó sentarme entre una señora de peinado alto y collar de perlitas y un señor que se la pasó carraspeando durante toda la cena. Dos absolutos desconocidos. Después supe que eran matrimonio pero que andaban en broncas, así que la anfitriona me puso en medio de los dos conociendo, por supuesto, mis dotes para la diplomacia.
Muy derechita examiné lo que tenía frente a mí. Cinco tenedores del lado izquierdo, todos de diferente tamaño y forma, unas pinzas de aspecto amenazante y unos “pinchos”, que después supe para qué eran. A mi derecha, en rigurosa formación cucharas y cucharones y uno que otro cuchillo, todos de formas por demás exóticas. Dos copas para vino en fila frente a mí esperaban ser escanciadas con el fino vino de mesa con que nos regaló el anfitrión. La servilleta estaba doblada en forma de flor sobre el plato y cuando la desdoblé me fijé cómo estaba armada, pero era peor que origami japonés. Como hors d'oeuvre nos sirvieron un paté Lorrain con unas galletitas muy simpáticas acompañándolo y adornado con un jitomatito en forma de rosa y un pedacito de perejil chino -no de China, sino enchinado-. Como plat de résistance nos sirvieron unos caracolitos en su concha (escargots au vin) –que para esto eran los pinchos- y que yo comí, como dice el nombrecito franchute, con “harta resistencia” porque me imaginaba los del jardín de mi casa, viéndome con sus ojitos en las antenas. Ya el segundo plato, hasta me dieron ganas de darle la “vuelta al ruedo” con un pedacito de croissant porque estaba bien bueno el Chateubriand ese. A esas alturas yo ya cantaba la Marsellesa y todavía faltaba el Fromage que es una charola con quesos de lo más fino –entre más apestosos, más apetecibles- y más vino, por supuesto. Ya para cuando llegaron las Ciruelas al Cognac, yo tomaba prestado el tenedor de la señora de perlitas que me veía de fea forma por platicar con su carrasposo marido. No cabe duda que prefiero los tacos del “Fugi” en donde la única elegancia es levantar la parte trasera del taco y elevar con gracia el dedito meñique, porque, como ya sabemos, en la forma de tomar el taco, se nota el que es tragón.
Esta nota se la dedico con todo respeto a mis amigos franceses cuyo “frañol” es genial y de quienes he aprendido a degustar mil delicias de la cocina francesa.
2 comentarios:
Querida Rima: Recién comienza el año y ya animaste el deleitoso momento de mi "local" desayuno, que consistió en quesadillas con harto queso de la "B" y café del Uruapan...¡A que se le antojó! Si no es así, pos ya me la están cambiando sus cuates "franchuteries"
¡Claro que los tacos me gustan! Es más, me encantan, pero...que bien cae de vez en cuando algunos platillos fraceses, o los elaborados platillos mexicanos. Y, aunque la mayoría no lo crea, hasta los ingleses tienen alguna que otra cosa buena. ¡Salud!
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