lunes, 1 de marzo de 2010

Retiros espirituales o de cómo no darle gusto al cuerpo

Ahora que estamos en época de mortificación y recogimiento por cuaresma, he recordado –no sin horror- aquellos retiros espirituales a los que asistía cuando aún pensaba que me cuidaba mi angelito de la guarda. Haciendo un recuento, puedo afirmar ahora, que las monjas tienen un lado oscuro perverso y malévolo y si no, niéguenme esto:

Las instrucciones para asistir al retiro espiritual consistían en llevar ropa cómoda y un almuerzo elaborado por nuestras abnegadas madres. La mía se esmeraba, de tal manera que siempre llevaba un delicioso sándwich de jamón y queso amarillo, un bolillo con cajeta, fruta picada en un “toper” y una cantimplora de esas de plástico con tapita roja que había antes, llena con limonada en su punto. Todo esto debidamente empaquetado en una bolsa de pan blanco “Bimbo” cerrada con su correspondiente liga. Las muy curras tenían unas loncheras de metal impresa con la serie de tv de moda y un termo miniatura haciendo juego que se guardaba dentro de la maletita.

La perspectiva de pasar un sábado desde las 10 de la mañana y hasta las 6 de la tarde con las compañeras de la primaria y ¡sin uniforme! era ya bastante atractiva por lo que yo estaba como flecha, lista para emprender una nueva aventura... religiosa.

La primera actividad del día era la misa de bienvenida en la capilla de la escuela, entrabamos todas, muy derechitas, formadas en fila por estaturas y nos sentábamos en las bancas de a seis en seis, pero ¡guay de nosotras si volteábamos para atrás! Zape seguro en la cabeza. Las compañeras del coro entonaban entonces “¡Señor permite que te haaaable hoy, del dulce encuentro que me cambióooo...! Canción que francamente a mi me parecía más un bolero tormentoso que melodía incitadora al recogimiento espiritual... Y las del coro siempre me cayeron gordas porque se sentían con voz privilegiada de ángeles, mientras que yo cantaba como Ganso Coco.

Una vez ejecutada la misa, nos íbamos al patio y comenzaban las pláticas del retiro, que fluctuaban entre temas como la Pentecostés, que sigo sin entender y “el niño perdido y hallado en el templo”, que entiendo mucho menos. Me maravillaba cómo el padrecito reflexionaba sobre un versículo de la Biblia durante horas sin aburrirse... él, porque nosotras a la media hora ya estábamos como leones enjaulados y queriendo salir a correr. Me acuerdo de un sacerdote que cuando hablaba siseaba porque tenía frenillo y por supuesto, mi atención morbosa se centraba en la forma de hablar del hombre más que en sus palabras, achaco este sucedido al hecho de no entender el misterio de la santísima trinidad.

Finalmente, llegaba la hora de comer. Entonces una monjita pequeña, blanca y con ojitos aguanositos nos decía: “Queridas niñas, ahora vamos a la comida. Como uno de los objetivos es que sean compartidas con las demás, vamos a intercambiar los lonches entre todas. Escojan una lonchera que no sea la suya por favor”. Eso y una puñalada trapera eran una y la misma cosa, porque por supuesto, a mí siempre me tocaba el lonche de una niña cuya madre desnaturalizada había puesto en la engañosa lonchera de metal un plátano pasado, una “Bonafina” y un chupirul.
De lejecitos, las monjas nos observaban complacidas, regodeándose en su malévolo plan. En esos retiros espirituales dejé mis recuerdos más queridos quemados en una pira inquisitorial, mis lonches más sabrosos y recojo los restos de mi espíritu. Después de años de ir a las misas de viernes primero, usar el escapulario durante veinte años y ofrecer sacrificios al niñito Jesús, ya puedo afirmar sin temor a equivocarme que puedo pecar tranquila.

2 comentarios:

Sivoli dijo...

jajajajaja "Ganso Coco"...

Los retiros espirituales eran la ocasión perfecta para acercarse a esa niña que tanto te intimidaba en la escuela, burlarte de algunos padrecitos y dejarte consentir por las monjas.

Pero eso sí. Hay mamás que están convencidas de que un escuincle va a disfrutar un "Frutsi" y un "Chocotorro" como un desayuno de campeones.

Los chocotorros son la neta. Muy superiores a los gansitos, eso sí.

Anónimo dijo...

jajajjaja q risa My loveee , me acordee de mis retiross del verbo encarnadoo, habia cada compañeritaa que emocionada con no usar uniforme sacaba cada vestimentaaa , habia una q siempre aprovechaba para llevarse una playera de magneto en conciertoo Estadio 20 de noviembre y presumir que ella si habia idooo , y no eso de cambiar lonchera no me toco , si compartir pero cambiarla no , que bueno porq de seguro se hubieran dado cuenta de lo egoista q soy en cuestiones de sandwich jajaja es q mi madre se excedeee podria vivir como millonaria si hiciera "lonches".
Karinaaa.