A veces pienso que mi casa se confabula contra mí. Despliega todas sus armas para ponerme en peligro de muerte de la manera más evidente posible. Todo comenzó con el timbre de la puerta. De repente, un día cobró vida. Comenzó a emitir un zumbido insoportable; tuve que desconectarlo y darle unos diez chanclazos para que se callara. Días después, estaba yo muy quitada de la pena enchinandome las pestañas cuando de repente, la bombilla de vidrio de mi recamara se desprende de su soporte y cae sobre mi cama, rebota dando un salto mortal digno de los hermanos Wallenda y se estrella estrepitosamente en el suelo, haciéndose añicos. Me quedé helada. Y me felicité por haberme levantado temprano ese día. A la media hora –sí señor, del mismo día- se va la luz mientras seguía con mi reconstrucción matutina, que he de aclarar no es mucha ni demasiada, sólo tengo que domar diariamente mi pelambre chino para obtener rizos naturales con un adminículo diseñado para tal efecto. Pues se va la luz y tarda bastante en volver. Me tengo que ir a trabajar. Dejo la secadora sobre el tocador que dicho sea de paso, tiene un vidrio para proteger la superficie de madera. Cuando llego del trabajo, 8 horas después, un ruido llama mi atención: la secadora se quedó prendida como cinco horas, emitiendo aire caliente sobre el vidrio que para ese entonces ya se había roto y enroscado, formando una bonita escultura de concepto. Estoy pensando en venderle los derechos a Tiffany ya que es un diseño único en su tipo. Se me encogió el estómago, imaginen que llego y encuentro mi casita hecha un montoncillo de carbón… porque lo que no les he dicho, es que desde hace diez días tengo una fuga de gas de flujo constante y como no tengo tiempo de esperar al técnico, le cierro la llave de paso, pero ese día se me olvidó, sin contar que fumo como chacuaco… Les doy permiso de vender los derechos de mis percances a “1000 maneras de morir”, por lo menos, alguien se verá beneficiado…
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