Acabo de llegar a una reunión en donde la amiga de una amiga que conocí en una comida tuvo a bien invitarme. Es una “demostración”, lo que implica chutarte dos horas escuchando los parabienes y beneficios que acarrea el producto en cuestión. Pienso que ojala estén ricos los bocadillos, o de perdida, que me complazcan con una cubita. En fin, no conozco ni a la mitad de las asistentes. Saludo a la concurrencia con cara de “que amable soy, no represento peligro” y reparto sonrisitas por aquí y acullá. Me siento al lado de una güerita chaparra que inmediatamente voltea hacia mí y me espeta: “¡Hola! Me llama Anaís y soy divorciada. ¿Tú eres divorciada?”. Se me atraganta el canapé y comienzo a toser de forma descontrolada y poco educada. Me le quedo viendo a la chaparrita y pienso en qué lo contestaré. Si le contesto que sí, entonces me obligará a abrir mi corazón y me sacará el mayor número de información posible. Si le contesto que no, me lanzará un extrañamiento cargado de envidia y jamás querrá volver a hablar conmigo, lo cual, en última instancia será de lo más conveniente. Como me gustan las emociones fuertes, la dejo con la duda y pregunto el precio de un menjunje color verde chocolate que sirve para el acné.
¿A ver? ¡Pero qué necesidad de andar caminando por la vida dando exceso de información a gente que una ni conoce! Todavía el caso arriba mencionado pasa, pero cuando te toca alguien con cara de “soy mártir, pero así me tocó vivir” huyo velozmente. Misma situación que el párrafo anterior, pero ahora imaginen que la chaparrita les dice: “¡Hola! Me llamo Anaís y fíjate que está muy incomoda la silla”. Tu amablemente dices: “Si quieres te cambio el lugar”. La otra contesta: “No, gracias. Lo que pasa es que no me siento bien en ningún lado, por la operación de la hernia”. (En este momento huyan, si pueden) Si son como yo, que sienten una gran pena ajena y tienen temor de Dios, seguirán preguntando: -“¿Te operaron de una hernia? –“En realidad, de dos. Y me tengo que sentar semiacostada porque la cicatriz me cala”. –“Aaah, pues que mal, espero que te mejores pronto” –“Pues si, ya me dijo el doctor que me tengo que cuidar más. El otro día me supuró un líquido como amarillo verdoso, no era pus, porque yo sé lo que es la pus, nada de eso, más bien era como una especie de plasma pero babosa, la verdad sí me preocupé porque al rato, ya tenía unos puntitos como rojos con morado medio raros alrededor de la cicatriz. ¡Mira! Todavía me quedan algunos, déjame enseñártelos”. Y abriéndose como de rayo la bragueta del pantalón, me enseña una cicatriz purulenta del tamaño de un ciempiés oriundo de la selva amazónica. ¿En qué momento pensó que yo podía dar mi docta opinión? ¿Me vio cara de experta en puntitos morados? No lo sé, pero de estas plácticas me he chutado dos mastectomías, una histerectomía, una recompuesta de rótula y una operación de túnel carpiano. Y yo, que sin atentar contra la benevolencia de los dioses, sólo tengo en mi haber dos caídas de triciclo y un golpe con un poste, me quedo sin habla. Definitivo, tendré que inventarme un pasado llegador con historial médico incluido.
Nota aclaratoria: este tipo de pláticas sólo se las tolero a mi madre, a hermanas directas, a amigas casi hermanas, primas y a una que otra ajena a mi vida, siempre y cuando vaya acompañada de las jerarquías antes mencionadas.
2 comentarios:
Rima:¿Cómo es que siendo amigas-hermanas y tías de las mismas sobrinas; no te he enseñado la cicatríz que me dejó la operación de vesícula? Nomás me conoces las cicatrices que me han dejado las heridas en el corazón...Aliaschatita
Querida Aliaschatita: cuando quieras hacemos reunión, será un placer platicar de tu cicatriz, contigo soy capaz de invertir unas dos horas en ella. Aunque creo que es una imagen que no quiero tener en la mente, ya bastante tiene una con las apuntadas...
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