Una de las quejas más asiduas que escucho de mis congéneres féminas es la sarta de imprudencias cometidas por el género masculino cuando de reuniones se trata. Pondré en evidencia dos de ellas, con su posible solución, con la esperanza de que mis lectores masculinos caigan en conciencia y las femeninas puedan imprimir esta versión para que se la dejen a la pareja discretamente en el buró de su recámara... a ver si así:
Situación 1: 7 pm. Reunión de amigas, tías o sobrinas. Sala de la casa. Café y pastel. Plática sabrosa. Llega el marido de la anfitriona y saluda amablemente. Todas voltean a verlo con cortesía y emiten el “buenas tardes” de rigor. Él –visiblemente emocionado por la recepción, y en un alarde de masculinidad- se instala en la única silla disponible y avienta la siguiente pregunta al aire: “Y, ¿Cómo han estado?”. Silencio sepulcral. Nadie se anima a contestar, porque TODAS SABEN LO QUE PASARÁ. El hombre no se moverá de su asiento ni con grúa. El problema es que siempre hay un “alma caritativa” entre nuestras invitadas que gustosa responde a tan trascendental pregunta porque “¡pobrecito!”. Error. La solución es continuar la plática con un: “...como te iba diciendo Perengana, la puntada de macramé que me pasaron es facilísima, sólo tienes que anudar 5 veces de ida y 5 de vuelta... pasar el lazo por debajo del nudo superior y atarlo al punto de inicio....”. No falla, después de cinco minutos de oírlas hablar sobre los sobresaltos del macramé, el hombre se retirará discretamente con un: “Bueno, las dejo, para que hablen de sus cosas....”. Jamás se les ocurra hablar de enfermedades. Seguro tienen al hombre instalado hasta el anochecer.
Situación 2: Recibidor de la casa. Mujer al teléfono. Plática sabrosa con una amiga. Llevará... ¿Treinta minutos al teléfono? El marido o pareja se para frente a ti, con mirada asesina y te pregunta con señas o moviendo la boca: “¿Con quién hablas tanto?”. Esto te distrae y pierdes el hilo de la plática. Le dices a tu amiga que te permita tantito. Tu le contestas enojada: “¿Qué quieres?”. “Nomás saber con quién hablas”. Esto desquicia a cualquiera... ¿Para qué o por qué quieren “saber”? ¿Tendrán algún recado urgente que darle a nuestra interlocutora? ¿Nos conocen algo y desconfían? Nada causa mayor placer a una fémina que ponerse al día sobre la vida de alguna amiga, quejarse con ella de lo que sea o simplemente comentar el suceso de la semana. Lo sé, es plática ociosa pero es un goce hacerlo. Para este caso parece no haber solución... la hay. Procedan a colgar el auricular no sin antes informarle a nuestra interlocutora que tenemos a un hombre en estado contemplativo frente a nosotras y que la llamamos después. El hombre se pondrá hecho un basilisco porque lo “ventaneamos”, pero a las diez veces del suceso, no se volverá a parar frente a nosotras mientras nos “comunicamos”.
Si desean vengarse de manera sutil aquí les pongo un tip: en la próxima carne asada a la que asistan diríjanse al asador e instálense ahí durante unas dos horas: no hay nada que desquicie más a los hombres que una fémina invadiendo terrenos “masculinos” cuando realizan el cavernícola ritual de asar carne. Y luego dicen que la venganza es un plato que se come frío; por lo menos así, las despacharán rápido.
Ilustración: Luciana Carossia
3 comentarios:
Aquí si disiento contigo... asar carne es un ritual milenario, maestra. Es la representación del poderío del hombre ante la naturaleza, de su triunfo viril ante los elementos y la subordinación de éstos... por eso la mujercita no tiene NADA que hacer alrededor de un asador... jajajaja... Para eso tienen su versión light y segura: la esfufita.
En adelante, más respeto, por favor.
Jajajajajajaja mi estimado Sivoli, ese es el chiste... invadir el espacio del otro para que vean lo que se sienteeeee!!!! Caló, caló....
Jajajaja buenísimo post jajajajaaja ayyy sigo riendome del "poderío viril" recordé a Tim Allen de Mejorando la casa y sus "masculinidades". ¡saludos!
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