Por caprichos de la vida, he sido condenada al uso del transporte público de mi ciudad. Al principio, me chocaba estar horas parada en la esquina esperando un camión urbano o un taxi que me llevara a mi destino. Después le agarré cariño al asunto, porque, no cabe duda, las películas cuyas historias se desarrollan en Nueva York fueron una gran influencia para mí. Ahora me parece de lo más sofisticado hacer una seña y gritar ¡¡taxi!! con un berrido desesperado porque no sé chiflar como arriero. Además siempre llego a tiempo y no tengo que buscar estacionamiento. De las cosas más apasionantes al subir a un taxi, son las historias que se desencadenan en el interior de la unidad. Decidí entonces crear una clasificación de los abnegados conductores que nos prestan tan eficiente servicio.
lunes, 29 de noviembre de 2010
El macalacachimba: historias de taxis
lunes, 15 de noviembre de 2010
Cybermom
El año pasado, mi padre le regaló de navidad a mi madre una laptop. Durante tres meses ella la contempló con escepticismo, miedo y reticencia total. Que le daban miedo tantos botones, que si la iba a echar a perder, que no tenía tiempo, que esa cosa le iba a sacar el alma, que era cosa del diablo… A los tres meses, decidió prenderla. Al principio no entendía nada, pero poco a poco y con la consigna de “nomás pícale, no pasa nada” de sus resignados hijos, que había intentado darle cursos de computación y que sólo obtuvieron lágrimas y rechinidos de dientes con la consabida rasgada de vestiduras por parte de la alumna. Pues comenzó a “picarle” a los botones de la mencionada computadora. Ahora, a ocho meses de esos eventos, les puedo decir que hemos creado un monstruo. Mi madre ya domina el correo electrónico, el skype, el buscador de Google, Youtube y todo el paquete office… incluso ya está inscrita en una red social y ni cuenta se dio.
Mi problema es que ahora me manda cartas como la siguiente:
Asunto: Brumas y lejanía (ya desde el título)
sábado, 6 de noviembre de 2010
Cómo sobrellevar un mal de amores
En mis búsquedas para encontrar el remedio a tan terrible epidemia para cuya cura no existe todavía una vacuna, ingresé a la red. Absolutamente nada racional encontré para amortiguar los estragos del “mal de amores” que no conozcamos ya: embrujos, hechizos, actividades distractoras, hablar del problema hasta que tus amigas te dejen de hablar, compras compulsivas, cambio de “look” y así por el estilo. Además, seguir el dicho “un clavo saca a otro clavo” está de la patada, porque el nuevo clavo nunca se igualará al primero y corres el riesgo de quedar clavada en la pared como mariposa de colección.
Durante mi búsqueda, escuchaba la radio: en una hora transmitieron 15 canciones que hablaban de amor: contra él y en su favor, con temas que abarcaban desde el rechazo, nostalgia, saudade, coraje, desengaño, rencor, odio, envidia, mentira, soledad y anhelo… ¡Oh cielos! –me dije- esto sí que es terrible. Llegué hasta sitios en donde tratan de explicar ese sentimiento de manera científica: nombres como dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina llenaron mi cabeza. Llegué a la conclusión de que el amor es una “enfermedad del hipotálamo” y no me gustó. Cuando se está en ese estadio amoroso, lo mejor es revolcarse en él, regodearse en el dolor, escuchar boleros, leer poesía como locos, escribir para encontrar la catarsis, y de pasada experimentar algún embrujo… quien quite ¿no?