viernes, 10 de abril de 2009

Sacado del cuarto de las injurias

Llamase cuarto de las injuria -según definición sustentada en su aplicación por mi padre- a aquél espacio de la casa ubicado en lugar alejado, bodega o lugar abandonado donde ponemos todo “lo que nos puede servir pero que en este momento nos estorba”. Toda casa que se precie, tiene un cuarto de las injurias, mal llamado desván, sótano o ático. En mi casa, cuando nuestra mucama ML nos cambió por dar seguimiento a un varón, su cuarto se convirtió en esto, puras injurias. Pero de verdad que cómo sirven... durante un tiempo, claro. En esos cuartos se guardan las cosas más inútiles e insospechadas, absolutamente inservibles, pero como los mexicanos le tenemos miedo al vacío y somos bastante ingeniositos para inventar soluciones al más puro estilo MacGyver, pues no nos resignamos a tirar nada. Y así, guardamos tablas y tablones de todos tamaños, tornillos que pertenecieron a un librero que armamos sin seguir instrucciones y que luego no supimos en dónde iban; pantallas de lámparas rotas “porque el alambrito está bueno, seguro que yo hago una mucho mejor”, toda la parafernalia navideña, por supuesto sin rotular, así que cuando llega la fecha tenemos que mover como doscientas cajas para dar con los santos peregrinos; tubos de cartón; marcos para fotografías; un espejo Luis XV roto; los retratos de los abuelos al carboncillo; los disfraces de los niños –que seguro no se ocuparán hasta que se tengan nietos; y para entonces el Oso Yogui ya no estará de moda-. Revistas viejas de belleza, cine, tejido en crochet y manualidades mil que siempre tuvimos la intención de hacer para dar a nuestra casa un toque “acogedor”; todos los regalos del 10 de mayo ocultos por una madre desesperada al no saber qué hacer con esos bodrios; regalos de boda que luego una anda “ropereando” para salir del paso (no lo nieguen). Finalmente, todo sirve, aunque no tengamos la certeza si será en este año o dentro de veinte. Cuando yo estudiaba diseño gráfico ¡como me sirvieron estos trebejos! Mi amiga Yan y yo teníamos unos papás cargapalitos (otro término paterno, definitivamente sin ánimo de albur) que tenían de todo lo necesario para subsistir a una carrera demandante de trique y medio. ¿Qué un libro de arte? Mi apá; ¿Qué un alambre galvanizado del No. 8? El apá de Yan; ¿Qué una musiquita del medioveo tempranillo? Mi apá; ¿Qué uno mono de ventrílocuo? El apá de Yan... todo mundo nos envidiaba por eso, la verdad nunca tuvimos que ir a la biblioteca o andar de aquí para allá en mercerías o tlapalerías consiguiendo cuanta cosa para las entregas. Así que si les llegan correos sobre desprenderse de lo humano, cultura del desapego, liberarse de cargas inútiles, desafanarse de tiliches, hagan caso omiso... el mexicano alcanzará el Satori cargando con todo lo imaginable...

1 comentario:

Daniel R. Moore dijo...

jajajaja
que gracioso es todo esto
y me encanta ver como somos tan iguales los mexicanos
cuando yo vine a estudiar a San Luis, mi cuarto se convirtio en el de los triques o las injurias
ahora cada que voy tengo que dormir entre maquetas, rollos de peyon, ropas ochenteras, cajas de libros de texto (posiblemente mios) y mil cosas que segun los viejos de la casa, algun dia seran de provecho...

Nos seguimos leyendo maestra!