domingo, 15 de febrero de 2009

Alitas de petate

Para continuar con las historias familiares, omití de forma imperdonable a un personaje por demás “Sui generis”: el esposo de mi tía L: el tío B. La mencionada tía, hermana de mi abuela paterna, era una mujer encantadora, de profundos ojos claros y nariz aguileña. Yo ya la conocí en edad madura y cada 12 de diciembre, rigurosamente la íbamos a visitar en convite familiar. Estos tíos vivían en la calle de LDT, a unas cuantas cuadras de la casa de la abuela. Lo que a mí me encantaba de esa casa es que parecía castillo de cuento de terror. Mi tío, era un hombre alto, con una mirada de toro loco que daba cierto resquemor y que siempre hacia bromas con mi ombligo. No se la razón de semejante obsesión, pero invariablemente yo esperaba la dichosa bromita... Pues cuentan los que lo conocieron, que estaba loco. Yo más bien pienso que era sumamente creativo y no se quedaba con la duda de nada. Un día, se le ocurrió que si los pájaros volaban, él también podría revolotear de la misma manera sin ningún problema. Y construyó unas alas de petate. De nada valieron los esfuerzos de quienes lo estimaban o por lo menos, se preocupaban por él, para aclararle que esas inquietudes se manifestaban en el ser humano desde tiempos inmemoriales pasando por Da Vinci, involucrando a los hermanos Wrigth hasta llegar a la era espacial... él se empeñó y allá va, cuál intrépido Ícaro, a subir el cerro más alto que encontró y lanzarse al vacío con la ingenuidad del científico despistado. De más está decir que la fuerza de gravedad hizo muy bien su papel dando como resultado el consiguiente batacazo final. Esta experiencia aérea no mermó en nada su ánimo e iniciativa y decidió que lo mejor era dedicarse a la construcción. La casa en que vivían los tíos era de estilo neoclásico –típica casa de barrio, de techos altos, entresolada. Se pudiera decir que era una casa “normal” viendo la fachada, pero la realidad era que dentro de ella se cocinaban las construcciones más extrañas que mis ojos han visto. Por ejemplo, el tío decidía que se debía hacer una puerta para conectar al baño con el cuarto contiguo: construía entonces la puerta, que al más inspirado modo de los conventos europeos, medía 50 cm de ancho por 1.10 de alto. Uno tenía que inclinarse y pasar de ladito al mencionado recinto, que entonces se desplegaba con majestuosidad versallesca, pues el lugar contaba con araña de cristal, diván para reposar el baño de tina y un espacio de mármol pulido que los mejores bailarines de vals envidiarían. La casa estaba plagada de escaleras que no iban a ninguna parte y si iban, sólo era para subir al cuarto de las “injurias”. Además, agregaba terracitas voladas para tomar el sol con orientación hacia el oeste. Un día se le ocurrió escarbar en la sala y dio con unas puertas que dejaron correr a su ingrata imaginación pensando que eran los consabidos túneles de SLP, pero que luego resultaron ser acceso a las lumbreras de los caños de la ciudad. Construía bóvedas con jarritos de barro y finalmente compró el mesón de San Salvador para seguir volcando en él sus ánimos creadores. Mi tía L, se limitaba a verlo con sus profundos ojos de agüita y reírse de sus puntadas yo creo que por no llorar... estar casada con un hombre tan creativo y emprendedor como él puede resultar de lo más divertido si se mira con buenos ojos...

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