viernes, 28 de noviembre de 2008

Frases de familia

Todas las familias tienen dichos y frases populares. Pero las que aquí relato me han creado una fama de retro inigualable. Y todo se lo debo a mi querida tía M. Mi tía M. es una mujer linda, amiga de las antigüedades y de coleccionar fotos familiares. Por ella se ha recuperado mucho de nuestro pasado y los hijos van por el mismo camino… Pues me arranco a ponérselas aquí para que conste en este espacio: ¡Que agraciada! Sirve para decir que alguien es muy lindo o que causa ternura o gracia, pero la palabra ya ni se usa… Cuando se quiere decir que alguien tiene poca sesera entonces decimos: -“Mira pobre, es menor de privilegio”-. Manera por demás elegante de decir otra cosa sin ofender tanto… En mi casa, que es la de ustedes no cantaban mal las rancheras, por ejemplo, para dar las gracias decían: -“Tan agradecida que pensará que quedé”-. Si ustedes le entienden por favor les encargo… O esta otra: “Estoy tan hecha al mal que el bien me causa enfado”… revelador dicho que refleja toda la abnegación de madre mexicana. Cuando se creaba un silencio sepulcral en las conversaciones, mi abuela decía: “Qué frío, que calor ¡pobres de los ahorcados! Dicho jalisciense de la época cristera. Cuando a mi papá le piden un favor “completo” dice: “Si traes tabaco presta la hoja, yo lo que no traigo es mecha”. Y este que me encanta: “Ya no hay ripio de candor…” Para decir que de la inocencia no queda nada. Cuando alguien está ocupado: “Estará el diablo asando un quiote…”. Y bueno “haciendo alarde de facultades”, ya con esta me despido: “Así será para no batallar”.

Era no se que año, de no se que siglo...

…y para lo que voy a relatar, tampoco importa saberlo. Así empezaban los cuentos que me contaba mi abuelita, que dicho sea de paso, si me contaba bien los cuentos y además era una abuelita modelo clásico: chonguito, vestido discreto hasta el huesito, mañanita tejida a gancho… redondita y colorada de las mejillas, una abuelita de cuento. Pues ella nos relataba hermosas historias a mis hermanos y a mí, unos cuentos antiquísimos, de los que ella leía en su rancho, allá por el 19… Me acuerdo de Pedro de Urdemalas y el aguiloncito de oro –yo no sabía qué era eso, pero me sonaba de lo más misterioso- Y uno que hasta la fecha aplico: “Los tres consejos”. El cuento no se los voy a poner, pero los tres consejos sí, a ver si les sirven de algo. El primero era “De lo que veas, ni preguntes ni des razón”; el segundo “A la tierra que fueres haz lo que vieres” y el tercero: “Nunca tomes vereda por camino”. Díganme si no se aplican a la vida diaria, y son de lo más actuales. Yo sigo estos consejos y me olvido de Pablo Cohello y sus libros de superación, llenos de miel y buenas intenciones, que quienes los leen ni los siguen. Mi abuelita Elisa se casó con un hombre adusto, alto y de mirada dura y su romance fue de película, ya que en esa época cuando anunciabas que te ibas a casar hasta te regañaban… Entre ellos se escribían cartas que luego dejaban escondidas en un agujerito de la barda de adobe de casa de mi abuela, tapadas con una piedra. ¡Así le fue cuando anunció su boda! pero finalmente se casaron. Los dos de la Chona… aunque después se vinieron a vivir a S. porque la guerra cristera ya estaba muy cruda y a mi abuelo lo andaban buscando los federales… en fin, esa es la razón por la que acabé en este pueblo quieto, pero siempre con lo Ch… trepado en el alma.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Dos novios para dos hermanas

Como ya me dijeron que quieren que entre en materia, les comenzaré a platicar de los galanes que han pasado por mi corta, pero no por ello, menos intensa vida. Dos amigos conocieron a las dos hermanas C. y empezaron a salir con ellas. El que me tocó en suerte –para mi mala idem- tenía un aire a lo Juan Gabriel. Yo creo que por eso me gustó, porque ya se sabe lo que piensa una mujer cuando conoce a un hombre de ademanes finos: - “yo le quito la maña”. Bueno, pues comenzamos a salir, y una cosa llevó a la otra. Antes se usaba que a la semana de novios se daba un regalo que iba desde algún monillo ñoño de peluche, caramelos o cualquier otra babosada. Eso sí, todo acompañado de rigurosa carta de amor llena de letreritos cursis hechos con plumones de colores. Pues este susodicho, tenía una madre que hacía monos de peluche, así que el hombre tenía de dónde escoger con el pero de que el modelo siempre era el mismo: carita de plástico que era una fusión entre niño y perro –comprada en el Dragón de Oro- y peluche largo en colores vibrante: azul turquesa, amarillo o verde limón. Yo recibía aquél presente con toda la paciencia de que podía hacer acopio y al entrar a casa, lo depositaba inmediatamente en el cuarto de las injurias –léase trebejos-. Un aciago día, el santo varón tuvo a bien, cuando ya habíamos intimado lo suficiente –digamos tres meses- llevarme de regalo, el regalo perfecto para que yo lo mandara con dos yemas a confeccionar monos de peluche con su sacrosanta madre. Nada más y nada menos que una fotografía en blanco y negro tamaño poster de él cuando cumplió un añito de vida. Las manecitas embarradas de pastel, mientras que la mamá lo detenía por atrás. Zapatito de bota blanco y pañal escurrido. Atrás de semejante imagen, una dedicatoria que no quiero recordar. Desconozco los resortes que se dispararon en su cabeza para darme tan horrendo presente, ahora pienso que me estaba insinuando eso de “un niñito de carne mitad tú, mitad yo”. A mí se me congeló la sonrisa, se me revolvió el estómago y sacando todas mis dotes histriónicas, agradecí con lágrimas en los ojos el presente. Le dije que me había conmovido tanto que lo mejor sería que me dejara en mi casa. Entré con aquella cosa y lo primero que hice fue enseñárselo a mi mamá. No dijimos nada, sólo nos comenzó a dar un ataque de risa loca. No le volví a abrir la puerta al hombre, ni siquiera cuando quiso regalarme un disco con el último éxito de Juan Gabriel. Y de aquel poster sólo quedó el recuerdo, porque en cuanto pude, lo reciclé para poner otra cosa encima del bastidor. De verdad que el ego de un varón es infinito.

Por mi madre, poetas...

Cuando mi mamá estudiaba con las Caritinas –que eran dos hermanitas de las de antes que tenían una escuela primaria y que juntaban en el mismo salón a los de primero, segundo y tercero- no faltaba el festival materno, navideño, honores a la bandera o cualquier pretexto para homenajear a terceros. Y yo creo que las dos hermanas estaban enamoradas de Amado Nervo, porque hicieron que esas pobres creaturas, se aprendieran de memoria cuánto poema caía en sus garras. La fatalidad quiso que a mi madre no se olvidaran los versos de don Amadito, que es realmente cursi, y a la menor provocación me los declamara a voz en cuello. Entonces acabé por aprendérmelos yo también. “¡Pasó con su madre, que rara belleza!”, me decía cuando salíamos a comprar el pan. De hecho, todavía lo hace…; “¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”, frase muy recurrente, utilizada cuando le pago algún dinerillo que me presta…; “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía”, aplicada cuando salía con algún galán y me andaba arreglando…; “Si Tú me dices: "¡Ven!", lo dejo todo...”, dicho aplicado cuando le hablaba en un grito para que me fuera a auxiliar en algo…; Pero el peor verso de todos los que me aprendí fue el perteneciente a la sentida poesía “Los niños héroes de Chapultepec”:

Como renuevos cuyos aliños
un viento helado marchita en flor,
así cayeron los héroes niños
ante las balas del invasor.

Nunca he investigado qué son renuevos y mucho menos aliños, pero no pude evitar recitarlo cuando conocí el castillo de Chapultepec y vi la placa conmemorativa del terrible acontecimiento heroico. La amiga con la que iba, pensó que estaba loca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De feos y cromos de mujer...

Tengo una amiga de años ha -hija de los amigos de los tan platicados días de campo- con la que siempre me he identificado de una manera peculiar. Esta amiga y yo, solíamos ir a pasear al centro, a bobear, a ver muchachos, a ver pasar la tarde en la Plaza de Armas del entonces tranquilo y risueño pueblecillo que habitábamos. En esas tardes de ocio, solíamos jugar a un juego por demás cruel y malévolo: ella decía por ejemplo –A ver quién ve pasar al feo más feo. Y esto era entrar en competencia riéndonos de los peatones que cruzaban ante nuestros afilados ojos. Ya por aquí pasaba un dientón con acné que parecía esculpido en piedra pómez; ya por allá un cuate con geta de bembo y nariz ganchuda; de aquél lado un greñudo cachetón. ¡Qué cosa! ¡¡¡ Y nosotras tan guapas, hombre!!! Pero cómo nos divertíamos, podíamos estar horas sentadas en una banca hasta que daban las siete y media y se rompía el hechizo, porque ella tenía que estar a las ocho en punto para hacerle los molletes a toda la familia. Yo creo que se quedó con un gran sentimiento de culpa porque cuando ya estábamos en edad de merecer y salíamos los domingos, discurrió invitar a una amiga de ella –aclaro que no mía- que ahora es descrita como un “cromo” de mujer. Literalmente, un cromo. Tan delgada que de perfil no se notaba, sólo sobresalía su nariz al estilo bruja de Blanca nieves; un tanto jorobada; cutis asfaltado con gruesa capa de maquillaje que llenaba los baches de su adolescencia; se reía y de su delgadísima boca brotaban como doscientos dientes grandes y amarillos; cuando le preguntabas ¿cómo estás? Ella respondía “como mango”, eso no se me olvida ¡la inocente! Bueno pues esto era que me llamara mi amiga para decirme que si salíamos al café un domingo en la tarde y al principio yo me entusiasmaba toda al saber que iba a pasar una tarde deliciosa ante la expectativa de conocer algún galán por ahí. Cuando llegaba a su casa, ella me decía: -“pero también va a ir V”. Y ahí todo se descomponía. Mi educación me impedía recordar a algún pariente suyo, y resignadamente pensaba que lo ofrecería por sacar un ánima del purgatorio. Y allá íbamos, al café de moda –Café y Arte, por supuesto- con mis zapatillas de pulsera y mis medias color “Nude”, a pasar una tarde en la soledad más intensa a pesar de que el lugar estaba abarrotado de galanes pubertos. Nunca se nos acercaba nadie, a lo más, a pedirme el encendedor, hecho lo cual, huían mientras V sonreía ingenuamente… Yo la odiaba, no la soportaba y mi amiga apartaba la vista de mi mirada asesina… así pasé mis mejores años, cargando a V la “Tumba hombres”. Moraleja: siempre pregunten quién va.

El yo que hay en ti o de cómo supe la verdad...

Advertencia: como sé que algunas mamás han puesto a sus pequeñas hijas a leer mi blog, es mi deber advertir que esta nota puede ser catalogada como FCPI (fuera de clasificación por inmoral). Dicho lo cual, me arranco.

Pues resulta que antes -y estoy hablando de hace 25 años aproximadamente- no se usaba eso de la educación sexual. Era tema tabú preguntar de dónde nacen los niños o cualquier diferencia anatómica entre niños y niñas, lo cual sonrojaba a más de una madre... Pues las monjitas, previendo una serie de preguntas bochornosas en el seno familiar y con la ayuda de la marca "Kótex", idearon pasarnos instructiva y didáctica película animada cada año, desde que estaba en cuarto de primaria y hasta bien entrada la secundaria. Nos llevaban al llamado "Salón de actos" -en donde por cierto, hice mi debut como hadita en una canción de cri cri- y nos proyectaban la esperada película. La primera vez, se nos hizo de lo más simpática: describía de manera nebulosa que en "esos días" no debíamos montar a caballo o bañarnos con agua demasiado caliente o fría. Seguro estaba dirigida a niñas con pony en su caballeriza particular. Luego, se nos hacía un recorrido por el interior del cuerpo describiendo de manera muy discreta el proceso de la menstruación... Salíamos con chorrocientas dudas y claro, lo primero que hacíamos era poner en jaque a las mamás durante la merienda... Recuerdo que a la salida nos daban un librito auspiciado por la mencionada marca de toallas femeninas y que en la parte final traía impreso un calendario que debíamos seguir escrupulosamente por el resto de nuestras tristes y coliquientas vidas fértiles.... Entonces comenzaban las competencias entre nosotras: -¿Supiste que a F... ya??? ¡¡Noo, a poco!!! ¡¡Sí y la pobre estaba en la kermesse del Miguel Angel!!! ¡¡Que gacho!! Y era un verdadero calvario cuando pasaban los años y...nada. Cuando a mi me tocó pasar de "niña a mujer", recuerdo que mi mamá me mandó con todo y cólico a comprar mis primeras toallas para que se me "quitara la pena". En la farmacia, las envolvían en papel de estraza para que no se notara lo que habíamos comprado. Y nada de formas aerodinámicas, con alitas y geles superabsorbentes con pestíferos olores a manzanilla ¡Nooo! Las toallas tenían en sus extremos una prolongación de la tela "superabsorbente" que teníamos que atorar en unos ganchitos que traían las pantaletas con protección plástica que se compraban exprofeso para los días difíciles...Me acuerdo que mi hermano un día se las puso como rodilleras para jugar futbol. Yo creo que por eso, nunca quise un pony.

Moda ochentera...

Aquí nomás me voy a arrancar a mencionar todo lo que nos colgabamos cuando eramos jovenzuelas en los ochenta, ahora que está tan de moda lo retro... Pantalones de mezclilla Brittania o Vidal Sasoon; pantalones pegado metidos en bota frucida, cinturón gigantes llenos de estoperoles; tirantes y corbatitas a lo Culture Club; camisas de fuera y hombreras, hombreras gigantes en tooodo; colores fluorescentes en calcetines y accesorios; escarolas en blusas al más puro estilo Luis XVI; zapatos bajitos, con calcetines fosfo y pantalón pegado, calentones arriba del pantalón: baggies; vestidos camiseros de cintura holgada; diademas gigantes, pelos levantados con "superpunk" que era un spray que nos dejaba el cabello al estilo Duncan Dhu; pulseras de mil colores que se llamaban "gummies"; sweteres hasta las rodillas; chamarras con solapotas y brillantinas; los hombres con trajes de tres piezas tipo Travolta en "Fiebre de Sábado por la Noche"; tenis Converse; ropa marca "Aca Joe" y si se combinaban con "Top Siders" sin calcetines, mucho mejor. Mallas, cinturones elásticos... Las más fresas nos queríamos parecer a Ilse la de Flans y otras optaban por el look de Tatiana... Se aceptan sugerencias para aumentar mis recuerdos de moda ochentera...

Zafo Califo, vieja el que lo dijo...

Últimamente han llegado correos recordándonos los hermosos tiempos en que se podía jugar en la calle al beisbol, los quemados, la roña, los encantados. Pues yo no era tan aventada para andar trepada por los árboles y corriendo como loca, con peligro de adquirir cicatriz en la rodilla. A pesar de mis cuidados, no podía evitar la tentación de salir a la calle y jugar con cuatro o cinco vecinillos al resorte. Este rudimentario juego sólo requería de un resorte más o menos de unos 25 cm de largo, amarrado con un nudo. Dos niñas eran las encargadas de ponérselo en los tobillos y jalar hasta que el resorte adquiría como 2 mt de largo. Una tercera niña brincaba dentro del espacio formado en el medio del resorte y comenzaba a brincar entre las líneas, a tocer aquí y allá y a pedir cual experta en deportes de alto riesgo que subieran el resorte un poco más. En la pantorrilla, en la corva de las rodillas, cuanto más alto, mejor. Al llegar a la cintura, la niña en cuestión tenía que pegar tales saltos que no se despernancaba por gracia divina... a ese juego nunca le encontré chiste. A mi el que me gustaba era el "brincapie" que consistía en una mangera de plástico conectada en uno de sus extremos a un aro y el otro a una especie de limón con algo de arena en el interior. El aro lo ponías en el tobillo y a darle vueltas para brincar el mencionado limón gigante. El único riesgo con este didáctico juguete era que te dieras un golpe marca diablo en la espinilla, pero no más. Los juegos de piso eran también divertidos. Me acuerdo de uno que se llama "Stop". Aquí se los pongo en una imagen porque es complicado de explicar, pero seguro que se acuerdan. El clásico avión con papel de baño mojado para hacer las tejas, o los juegos de manos como el "Califores", palabreja que quien sabe de dónde se sacaron... Las comiditas, que las hacíamos de lodo, con agua de bugambilia... después mi mamá nos agarraba a manguerazos -de agua, se entiende- porque no quería que entraramos en la casa cuando los pastelillos se convertían en bombas para eliminar al enemigo... El "basta" muy usado en las clases de la maestra Cota porque eran aburridísimas... O cuando jugabamos a los encantados y te dejaban ahí parada hoooras, hasta que alguien decidía tocarte... ¡Qué divertido! Será por eso que ahora en este tiempo de inmediatez tecnológica, prefiero pasar horas al calor de una buena conversación...

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Por qué me quité del vicio...

Yo fui hija del hermano más pequeño de la familia C. Por tal razón, los recuerdos de mi abuela paterna se me borran en la mente, pero hay uno que permanecerá en mi memoria para siempre, pues fue el motivo de que varios de los miembros de mi familia gusten de empinar el codo a la menor provocación y con singular alegría. Me refiero al ropero de la abuela C. Un mastodonte de madera oscura que al abrise dejaba entrever sus maderas perfumadas con cosas como ropa de cama, primores bordados... y cubitos de azúcar. Ustedes conocen los cubitos de azúcar, son esos que dan las señoras elegantes a la hora del té y que son de azúcar refinado. Bueno pues mi abuelita abría el ropero, sacaba los cubitos de azúcar y los mojaba en alcohol -quiero pensar que era del comestible-. El sabor es imborrable, lo pueden probar ahora en la versión de pastilla homeopática; lo que me hace sospechar que mi abuelita les pasó la receta a las farmacias ubicadas en Z. Nosotros a su alrededor como perrillos hambrientos brincábamos pidiendo cubitos de azúcar mojados en alcohol. Nomás era ir a su casa y pedíamos a gritos los dichosos cubitos. Ella nunca sospechó que desde los cinco años todos nos convertimos en alcohólicos conocidos y que al paso de los años, este feo vicio sería difícil de dejar. A los 40 años, tengo primos que son víctimas de cirrósis hepática, pero todos llevamos en nuestra memoria, con mucho cariño, la imagen del ropero de mi abuelita.

martes, 18 de noviembre de 2008

De apodos, besos y santos...

Siguiendo con el tema de las viejitas, les platico que enfrente de la casa de mi abuela paterna vivían tres señoritas de las de antes con todo y apellido impronunciable. Según lo que me cuentan, no eran muy agraciadas por lo que se quedaron para "vestir santos". Y lo hacían con gran encono, porque tejían y bordaban que era un gusto. Yo las conocí cuando era muy pequeña, pero jamás las he podido olvidar por lo que voy a relatar. Resulta que ellas querían que me pusieran el piadoso nombre de Rima del Carmen, a lo que mi mamá se opuso terminantemente, lo cual agradezco porque así no me hice acreedora al sobrenombre de rigor con que obsequiaban las tiernas viejecitas a todos los niños conocidos. Así, mi pobre hermana se convirtió en la "divina infantita", seguro por güerita y de ojitos de miel y mi cachetón hermano se convirtió en el "gran caballero", característica que aún conserva pero que no ejerce. A una de mis primas le tocó "La palomita". De la que me libré, la verdad. Pero de lo que jamás nos libramos era de sus saludos, siempre acompañados de sonoro beso en el cachete con baba y piquete de barba incluido. Otra característica de las tiernas viejecitas era que el día primero del año, la familia de enfrente a su casa era convocada para el sorteo del "Santo del Año", el cual consistía en escribir todo el santoral -basadas en el calendario del más antiguo Galván- en pequeños papelitos que después daban a escoger a los invitados. El problema se suscitaba cuando a uno le tocaba San Aristarco de Tesalónica, que vayan ustedes a saber que hizo ese santo varón, pues con ese nombre, no podía ser otra cosa que santo. Vaya pues un homenaje a estas viejecitas, que para ser sincera me traen buenos recuerdos de mi primera infancia. Dios y San Aristarco las tenga en su santa gloria.

Historias de horror en la familia Chávez

Sigo con mi catársis familiar y ahora toca el turno a la tía Reginita. La verdad yo me hago bolas con tanto pariente que vivía en La Chona, pero resulta que una hermana de mi bisabuelo paterno llamada Regina -Reginita, si no, no era viejita- era la partera del lugar. Un mal día, llegó de noche un carruaje tirado por caballos a llevarse a Reginita para resolver un "apuro" en un rancho cercano al pueblo. Le taparon los ojos y le dijeron que de lo que oyera ni preguntara ni diera razón. Llegaron pues a la dichosa hacienda y la tía fue escoltada a la recámara principal, donde una doncella estaba por dar a luz a un vástago de los llamados "pecado". Al nacer la creatura, el padre ofendido de la muchacha, lo cogió y lo tiró a la chimenea... la mujer vivió aterrorizada por el resto de sus días y en estado catatónico; no hablaba y mal comía. Por otra parte, estaba la tía Cuca, que se volvió loca por lo que la internaron en La Castañeda, hasta que un buen día, se dio cuenta de que no estaba en su casa y gritaba -¡yo no estoy loca!, pero nadie le creía. Finalmente una enfermera le hizo caso porque estando sentada en una banca tejiendo crochet, la tía Cuca le enseñó algunas puntadas y por fin pudo salir del manicomio. Acabó sus días en el pintoresco pueblecillo antes mencionado... Finalmente, para rematar este cuadro de horror, les platico de la comadre de mi abuelita, que casó con un varón que gustaba de las féminas y que al contraer matrimonio con la infortunada se fueron a vivir a Aguascalientes. Al cabo del tiempo, mandó un cable a la familia de la comadre para avisar que ésta llegaba en el tren de las 3.17 pm. Allá va la parentela a recibirla toda emocionada y lo que recibieron fue una castaña con la comadre adentro hecha cachitos... Todas estas historias son verídicas según decires de mi mamá, no aceptadas por las tías por obvias razones y han sido contadas en incontables sobremesas desde que tenía uso de razón, la cual no he perdido por gracia divina y de que todas las noches me encomiendo a Santa Magdalena Sofía...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Madre, palabra sublime....

Ya les he platicado que mi madre era un caso peculiar. No celebra el "día de la madre". Pero estoy segura que no lo celebra por la siguiente razón: resulta que en el colegio, teníamos la hora del bordado. Ahí aprendí a hacer puntadas hermosas, formando con ellas florituras mil llenas de colorido, que ahora me sirven para maldita la cosa. Bueno, pues teníamos que hacer una costura para el día de la madre. La maestra nos repartía cualquiera de las siguientes cosas: fundas de tela rasposa, mantelitos individuales, mantel redondo, pijamero, juego de cocina o juego para el baño. Yo quisiera saber quién era el proveedor de semejantes cosas, todas de tela bastante corriente. Me acuerdo que la maestra H tenía una caja de hilos del "Ancla" en doscientos tonos de verde, morado, rosa... según la labor. Cuando se nos acababa el hilo, ibamos a su escritorio y pedíamos el color en cuestión; ella tomaba sus tijeritas marca "Barrilito", medía la porción de hilo, cortaba parsimoniosamente y luego hacia algo realmente asqueroso: babeaba el hilo para poder dividirlo en dos hebras de las seis que componían la madeja. Nos daba aquel hilo mojado, ya listo para ensartar y a coser se ha dicho. Nunca acababamos la dichosa labor, pero yo tenía mi secreto: ML que era una muchacha que vivía en mi casa y ayudaba a mi mamá a las labores del hogar y que tenía su cuarto en las alturas. allá iba yo, a pedirle que me ayudara a acabar la costura, y mientras ella cosía y cosía yo me dedicaba a ver las fotonovelas que compraba en T. A los once años aprendí cómo besaban los artístas, los sufrimentos del abandono por un hijo pecado, la intransigencia de las suegras... De los festivales hablaré después, que eso merece comentario aparte. Por cierto, estoy segura que mi mamá usaba esos bodrios pensando que yo los había hecho con mis manecitas y por eso ahora es tan negada...

Por qué me volví atea

El colegio en donde mis padres decidieron que yo podía tener una formación cristiana, educada en los valores y ser una mujer íntegra y piadosa en toda la extensión de la palabra, tenía varios asegunes que lo único que lograron fue que me volviera atea. Los ennumero uno por uno con todo el respeto que me merecen los que si creen todavía:

1. Las mamás catequistas: estas santas mujeres, normalmente madres de alguna de mis compañeras, invirtieron parte de su vida marital en impartir clases de religión a las niñas ávidas de alcanzar la salvación. Nada más que había un problema. Yo no era Exasac (traducción: hija de exalumna del Sagrado Corazón), por lo que las preferencias maternas iban en este orden: hija directa; prima de hija directa; amiga hija de Exasac; hija de amiga Exasac de otro colegio; niñas comúnes y corrientes. O sea, yo.

2. Misa de viernes primero: todos los viernes primero de mes, misa en la capilla quisieramos o no, durante trece años de mi infeliz niñez; zape en la cabeza si voltebamos atrás o no comulgabamos;

3. Canciones como "Santa María del Camino" y, por supuesto el himno a Magdalena Sofía. Por cierto, la mitad de mis compañeras se llamaban así;

4. Incursión en retablo vivo sobre la vida de Mater: yo salí con un hábito de monja decimonónica color negro, y un tocado que parecía tira de galletas Gamesa en la cabeza diciéndo: -¡Qué horror, esto es un adefesio! ¡Que lo tapen! Quienes sepan de esta historia sabrán a lo que me refiero;

5. Monjitas "buena onda" que andaban incursionando en la teología de la liberación, pero que eran "pellizquito de pulgita" por debajo del agua;

6. Memorización del catecismo de Ripalda: "Todo buen cristiano, está muy obligado...etc".

A la fecha, sigo soñando con monjas que me persiguen en aquel colegio de paredes altas y salones húmedos; todavía tengo la sensación tener que volver al colegio los domingos en la noche... hay cosas que uno no olvida...

Libros prohibidos

Cuando estaba en tercero de Kinder mi maestra discurrió que ya era hora de aprender a leer. Nos encargaron el "Libro Mágico", cuaderno de trabajo con hojas de papel de china en donde copiabamos meticulosamente frases de lo más pensadas, al estilo silabario: "La pipa de papá", "El oso Susú" y la ya clásica "Mi mamá me mima". Tenía el libro ilustraciones y abajo de éstas, una serie de sílabas: ma, me, mi, mo, mu, etc. Pues a mí esto se me hacia de lo más complicado de entender... al grado de que cuando me tocó pasar al frente a dar la lección, recuerdo que le dije a la maestra Gelos: -No maestra, yo no puedo leer, soy ciega, no veo. Si le causé gracia a la abnegada docente, se la aguantó, porque me agarró de la media cola y me jaló al frente para que leyera la lección. Al paso del tiempo, le agradezco a mi maestra esas muestras de disciplina medieval. Luego ya nadie me paró. Leía todo lo que se me ponía enfrente y lo devoraba con la obsesión de una piraña hambrienta... cuando ibamos al supermercado, yo me quedaba atorada durante el tiempo de la compra en donde vendían libros y revistas; mi mamá ni se preocupaba por mí. En otra ocasión, leyendo un libro en casa de una amiga de mi mamá, salió un perro de ojos inyectados y dientes afilados, babeante y malvado y yo, en mi mundo de letras. Se podía caer el mundo a mi alrededor y yo impávida. Llegó un tiempo en que ya había leído todos los libros de la casa de mis papás, excepto los prohibidos. Los libros prohibidos estaban ubicados en un gran librero, colocados atrás de los libros de enseñar: Imitación de Cristo de Kempis, Platón, Aristóteles y Homero... Cuando quería leer algo, mi mamá me decía que se lo comunicara y ella buscaría algo de acuerdo a mi edad -cronológica, porque a estas alturas yo ya tenía como treinta años-. Demás está decir que me trepaba y sacaba los libros de "atrás". Me acuerdo de uno que se llamaba "Una casa no es un hogar" sobre una casa "non Santa" y que se ahora si lo leen, está de lo más ingenuo. Me enteré de asesinos seriales, amores prohibidos, biografías no autorizadas, vidas tormentosas y fenómenos como los gemelos de Siam. Aunque estoy consciente de que estoy poniendo en evidencia a mi madre... ahora entiendo por qué me contaba los cuentos al revés.

Chupadedo a mucha honra

Ningún niño nace perfecto, esa es la realidad. Unos tienen las rodillas juntas, otros los pies chuecos; los más, los dientes para afuera y como si se los hubieran aventado a la boca a ver en donde caen. Pues lamentablemente, yo tenía todas esas cualidades y más. Me confieso niña chupadedo desde temprana edad. Con los dientes de leche, no hubo bronca, pero después de que me salieron los definitivos todo fue como la Magnífica: chirriando los dientes, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas... De tanto chuparme el dedo, logré con gran tenacidad, hacerme los dientes para adelante, de manera que no podía cerrar la boca. Tenía doce años y todavía me chupaba el dedo. De nada sirvió que mi mamá me untara los más extraños ungüentos y menjurges ideados por ella y aconsejados por amigas de buenas intenciones: extracto de ajo, cebolla, Yodex, mezclas de hierbas... Lo único que me hizo reacionar fue que ella me dijera: -Y cuando estés con tu esposo ¿Te seguirás chupando el dedo? Eso me caló en lo más hondo de mi orgullo y coquetería femenina. Me imaginaba a mi esposo diciendome: ¡¿Cómo, te chupas el dedo?! Me lo hubieras dicho antes de casarnos... Así que dejé de chuparme mi amado dedo gordo de la mano derecha, que ya parecía dedo de bruja de tan flaco, largo y arrugado... Pero los dientes, ni remedio. Estaban echados para adelante y separados como los de Luismi... Mi papá decidió hacer algo por mí y fuimos al dentista para que me pusieran frenos. Primero me sacaron cuatro muelas para hacer espacio. Una tortura. Y en ese tiempo la naciente ortodoncia que seguro estaba inspirada en los peores tormentos inquisitoriales me propuso un "paladar gigante" hecho de plástico con alambres que yo sentía como de puas. No funcionó. Luego me pusieron brackets, con liguitas de colores que yo usaba para peinar a mis muñecas, pero me caí, se me salió un diente y se me reventaron todos los alambritos.. No funcionó. Tres años duré con esa tortura... ya ni las promesas de mi mamá de que los muchachos me iban a querer más por mi dentaura a lo Farrah funcionaron. Abandoné el tratamiento, pero al final, por fin pude cerrar la boca. Para comer se aclara... no para decir toda esta sarta de tonterías...

El cuartito de G.

Cuando mis papás nos llevaban a casa de mis primos -lo cual no era muy seguido- ibamos los tres hermanos con la expectativa de pasarnos una tarde deliciosa. Tenía mi tía M. una casa de lo más apetecible: tapancos, cuartitos recónditos, roperos, una escalera negra muy imponente que remataba en una especie de jaula para pájaros "para que los niños no nos fueramos de cuernos por la escalera". Bueno, pues tengo un primo que tenía algo que todos los niños añoramos: ¡un cuartito para él sólo! El club de Tobi se quedaba corto. En ese lugar guardaba él trique y medio, pero lo que nos tenía apantalladisimos a mis hermanos y a mí eran sus dotes de alquimista. Llenaba una pipeta con alcohol y cual lanzallamas en potencia, le prendía fuego y soplaba hacia la escalera ante el asombro de los peques que lo observábamos con deleite. Claro que nosotros no sabíamos que era alcohol... el hacía fuego al más puro estilo cavernícola. Otra de sus fascetas era el de perfumista. Recolectaba plantas y hierbas de la alameda y hacia unos potingues que a nosotros se nos hacían mágicos y misteriosos y que no le pedían nada a Coco Chanel... Este primo mío, al cual quiero mucho, le dedico esta nota y le digo que es uno de los recuerdos más hermosos de mi niñez.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Twins

Como ya he platicado, a mi hermana y a mí nos vestían igual. Nomás era cosa de tener que salir, y mi mamá nos sambutía el modelito en cuestión: vestido de tablitas, mallas, zapato Canadá, Jumpers, HotPants, pantalones y blusita de cuello de tortuga, lo que fuera, todo teníamos igual mi hermana y yo. Y era lo único que teníamos en común mi hermana y yo. Pero la gente se empeñaba en decirle a mi mamá: -¿Son tus hijas? ¡Pero si están igualitas! Yo me quedaba pasmada ante la poca observación de la persona en cuestión. Y eso le deja maltrecha la identidad a cualquiera. Cuando en 1988 sale la película Twins -si, confieso que la vi-, todo en mi mente se aclaró. Las personas SI ME VEÍAN IGUAL QUE MI HERMANA. Para que sepan lo que afirmo le voy a pedir su autorización para que pueda publicar su foto en este espacio y vean de lo que estoy hablando. Ya adolescentes, nos revelamos, y lo único que nos quedó igual fue la voz y por teléfono... aprovechamos esta situación para vacilarnos a los galanes que comenzaron a rondar nuestra ventana. ¿Que alguna no quería salir, ni hablar con el galán? Ahí estaba la otra para hacerle el paro. Publico su foto, pero nada más prométanme una cosa: nada de andar comparando qué actor es cada quién, eso sería lamentable...

miércoles, 12 de noviembre de 2008

De una casita que tengo...

Mi padre siempre fue muy dedicado con hijos. Cuando era soltero había hecho una casita para las primas de los United, niñas muy bonitas y emprendedoras que irremediablemente crecieron. Nos heredaron pues, la casita. Era una hermosa casita de muñecas estilo victoriano que mi papá recontruyó con mucha dedicación. La pintó de lila, le hizo sus ventanitas, pasto de alfombra, helechos y florecitas la rodeaban. Tenía pórtico y un barandal hecho de alambre, pintado de blanco. Hermosa que le quedó. El detalle final lo componían los mueblecitos que la habitaban. Tenía detalles como cuadros en las paredes, focos en todas las habitaciones que prendían, un tocadiscos con todo y su disquito LP negro, un perchero con un sombrero colgado, baño completo, dos recámaras, estudio con escritorio de cortina y silla giratoria, sala, comedor con reloj de piso, cocina equipada y hasta perro. Bueno, pues en esa casita jugamos mi hermana y yo por horas; teníamos dos muñequitas que vivían felices con tantas comodidades. Ahora, lo que más valoro de este hermoso recuerdo es la dedicación de mi papá por hacernos ésto, por pasar horas en su "carpintería" dándole al serrucho, retorciendo el alambre, pintando todo para que quedara hermosa, hermosa para que sus dos muñecas jugaran en ella...

martes, 11 de noviembre de 2008

Huevos Poché

Mi padre es un hombre del siglo XIX. Nomás le faltaba usar leontina, porque los sombreros de copa, todavía los tiene. Como podrán imaginar, esto acarreaba una serie de contratiempos cuando de viajar se trataba, en una familia con madre de imaginación peculiar y tres inquietos hijitos. Pues mi padre no es un hombre que se distinga por que le guste viajar. Nuestras vacaciones nunca llegaban más allá del estado de Guanajuato. Es más, ni a Guanajuato llegabamos. Lo más lejos fue San Miguel Allende o el balneario "Taboada", y siempre viajabamos con los mismos amigos de los infaustos días de campo. Mi papá para viajar, tenía que cargar más cosas que Livinsgton al continente africano. Tenía una maletita de cuero color miel con más de doscientos compartimentos para poner en ellos píldoras, remedios para la tos, parches León, curitas, merthiolate del que ardía, aspirinas, pastillas para la diarrea y por si nos tapabamos, pomada de la Campana, Yodex, gasas, vendas, rasuradora, espuma, brocha para la espuma, y una serie de bártulos engorrosos de ennumerar aquí por aburridos. Pues un día, nos fuimos a San Miguel Allende y llegamos al hotel ese que era de Cantinflas. A la mañana siguiente fuimos a desayunar al restaurante y ya instalados, llega el mesero que ingenuamente le pregunta a mi papá: ¿Les tomo su orden? Mi papá volteó a verlo y le planta de sopetón la siguiente pregunta: -Disculpe, joven ¿A que altura sobre el nivel del mar nos encontramos? El joven se le quedó viendo, se le trabó la lengua, sacó un dedo como para ver si hacía viento, miró a ambos lados como pidiendo ayuda... -Porque fíjese que le quiero encargar unos huevos tibios. Pero tengo que saber la altura porque el agua no hierve igual. ¡Noooo! En mi casa tienen que ser tres minutos, porque... y le soltó un tratado sobre el huevo tibio al mejor estilo de Chepina Peralta. Nosotros fingimos demencia, mi mamá se fue al baño para no tener que disculparse y a mi nunca se me ha olvidado semejante anécdota a pesar de que en ese tiempo tenía como 8 años... No cabe duda que Fito Girón tenía razón al afirmar que estas situaciones estaban "más allá del huevo tibio"...

lunes, 10 de noviembre de 2008

El regalo de Coquito

Vivía cerca de nuestra casa una encantadora niña llamada Coquito. Sus padres y los míos eran amigos y por supuesto, cada cumpleaños de la nena, nosotros estabamos invitados a celebrar con ella. ¿Se acuerdan de las fiestas infantiles de antaño? Iba a nuestra casa el titiritero a contarnos cuentos como Caperuzita, o Cenicienta con toda su compañía de teatro guiñol. Nada de tomblins, ni discos miniatura. Las invitaciones nos las llevaban a nuestra casa en sobrecito blanco y al salir nos obsequiaban una caja de cartón con personajes de caricatura... las mamás más creativas guardaban los frascos de papilla Gerber y hacian con estambre, cartón y ojos comprados en el "Dragón de Oro" unos perros french de colores tan exóticos como el azul plúmbago... El menú no ha cambiado mucho: sandwiches cortados a la mitad, untados de queso amarillo o paté, con su respectiva rajita de pimiento morrón, gelatina y pastel, los cuales siempre acababan embarrados en el piso. Casi todas las fiestas eran en casa del festejado y se adornaban con globos y serpentinas; para rematar el cuadro, a todos los invitados nos atornillaban gorro de cartón con liga, lo que nos hacía vernos de lo más graciosos para nuestros padres, no así para nosotros. Bueno pues en esta foto que consigno, vemos a mi hermana y a mí -vestidas iguales con el horroroso traje de cuero que ya platiqué en nota anterior, viendo con benevolencia al encaprichado hermanito que no le quiso dar su regalo a Coquito, mientras la niña, con rostro lacrimoso, llora desconsolada. Observen la cara de mi cachetón hermano, llena de culpabilidad, negándose rotúndamente a obsequiar el presente. Seguro eran unos aretitos.

Historias de Familia...Juan Chávez

La primera vez que me enteré de la existencia de Juan Chávez, fue porque mi abuelita materna tenía una foto, de esas que son postales, en donde aparecía un hombre desparramado, con los ojos cerrados y un agujero en el pecho. Me platicaron la historia: En las cercanías de "El Tablero" rancho de la familia Chávez ubicada cerca de "La Chona" (Encarnación de Díaz, Jalisco), había una cueva denominada "Los gallos", que servía como potrero para el ganado del lugar. Pero la tal cueva también resguardaba de la ley al peligroso abigeo, ladrón y matón Juan Chávez, peligroso personaje dedicado a tan bajos menesteres. El pueblo se encontraba asolado por sus actos vandálicos y dicen las lenguas pueblerinas que mi bisabuelo andaba con él y era este hombre el único de fiar para este detestable personaje. Pues un mal día en que él se encontraba dormido, dos de sus compinches lo mataron a bayonetazos. La única forma de dar a conocer al poblado que el hombre había muerto, fue tomarle la foto ya muertito y repartirla por condados aledaños para que la gente ya pudiera transitar los caminos a su gusto y contento. De más esta decir que yo pelaba chicos ojotes oyendo a mi abuelita contar semejante historia y que cada vez que iba a su casa le pedía que me enseñara la foto. Ya se sabe de mis antecedentes morbosos. Como en la familia no tenemos personajes célebres, un buen día un primo me pidió que le hiciera un poster tamaño 60x90 para ponerlo en su oficina. Su justificación fue que si no teníamos antepasados gloriosos, por lo menos iba a presumir de éste, para que la gente se fuera con tiento con él. Yo me quedé con una reproducción pequeñita y después me enteré que este hombre era todo un personaje en la región entre Jalisco y Aguascalientes. Vaya pues un homenaje a este hombre que, sin ser mi pariente (al menos es lo que dicen mis tías) forma parte de mi pasado y me hizo desarrollar gran imaginación, gusto por leer sobre asesinos seriales y comprar de vez en cuando, prensa amarillista.

Querida Anónima:

Hoy escribo la respuesta a los comentarios que me dejaron en el blog. En relación con el cigarro: más bien pienso que me quedé en la etapa oral, eso es lo que dicen los psicólogos expertos sobre una persona que necesita tener algo en la boca para sentirse segura. Pero lo confieso: SI ME COMPRABAN CIGARROS DE CHOCOLATE, por lo que tal vez sea causa de esta incalificable adicción por mi parte. Este vicio además de ser feo, apestoso y malo para la salud, es, lo confieso, mi único vicio, así que espero no se me cuestione al respecto o me denuncien ante la PFP. Respecto a los animaluchos fraudulentos llamados "Sea Monkeys" pongo a su consideración el sitio oficial que encontré: http://www.sea-monkey.com/ Sólo pido no se me culpe por andar fomentando la compra de estos productos, que creo son dinero mál invertido, peor que el cigarro, creo. En cuanto a la felicitación de cumpleaños, a estas alturas seguramente ya todos intuyeron cuántos años tengo, por lo que es evidente que ya no lo festejo, sin embargo, siempre es hermoso que se acuerden de una en cualquier época del año. Aprovecho para mandar un sentido agradecimiento a todos(as) los que me leen, seguiré escribiendo. La Rima

sábado, 8 de noviembre de 2008

Álbumes: un vicio atroz

Cada fin de semana, mi papá me daba mi "domingo". Era una cantidad exhorbitante en aquella época, digamos cinco pesos. Se suponía que debía durarme toda la semana, pero otro de mis aciagos días de niñez, descubrí los álbumes. Es evidente que las empresas crean este tipo de cosas cuando algún monillo está de moda para para sacar la mayor ganancia posible. La duración de la publicación: a lo sumo dos meses. Primero junté un álbum de artístas de cine, me acuerdo que era negro, con estampitas con un filito rojo. Después, el de los personajes de Hanna-Barbera: el oso Yogui, Pingui, Tiroloco Mcgrow. Pero cuando salió el de "Amor es..." enloquecí. Era un álbum cuadradito, de color rosa, que trataba de qué es el amor. Indicaba mediante pequeñas lecciones cómo demostrarlo. Eran dos monillos desnudos, que no tenían nombre, que podían ser cualquier persona... Mi hermana y yo a cual más a ver quien llenaba su album primero... pero las condenadas estampitas salían repetidas... En el colegio se creó un mercado negro de estampitas. Ya, ya, ya, ya ¡No! gritaba una cuando una amiga las barajaba frente a tí para hacer el intercambio de rigor. Había unas difíciles de conseguir y esas te las intercambiaban de a dos por una o hasta tres estampitas... Las niñas de más recursos traían cientos de estampitas; las malditas podían llenar el álbum cuatro veces con la mano en cintura. Dolorosamente, comprendí el valor del dinero, yo compraba 3 o 4 paquetes de estampitas a la semana que salían repetidas... Entonces decidí hacer mi propio álbum, pero era de Mafalda, que siempre me gustó más...

viernes, 7 de noviembre de 2008

Donny my baby

Tenía yo una amiga, que era mi vecina, fanática de Donny Osmond. Ella, como de 15 años, yo, de 10. Todo su cuarto estaba tapizado con carteles de Donny Osmond recortados de revistas musicales. En ese tiempo era dificilísimo tener una foto del artísta favorito porque no llegaban muchas publicaciones a la ciudad. El show de los Osmond pasaba los domingos en la noche y era motivo de reunión familiar. Trajes lentejueleados y ¡¡¡muchos dientes!!! Todo el programa consistía en que los hermanos grandes le tomaban el pelo al pequeño de la familia -Donny- incluyendo a su hermana Marie. El galán de la familia, entonaba canciones cursilisimas como "Puppy Love" o "I never fall in love again". Las quinceañeras enamoradas de Donny, babeabamos por él, por conocerlo y por tener un disco de acetato para tocarlo en aparato portatil rojo o en la consola de la casa. Llegué a tener varias fotos de Donny, y creo que él fue el motivo por el que durante largo tiempo soñé con tener un galán dientón. Terminé mi amistad con la vecina porque por primera vez conocí los celos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Zapatitos Canadá

Ahora que está de moda todo lo "retro", me pongo realmente nostálgica. Tenemos una moda medio ecléctica, quiero decir, que todo está de moda: camisetas impresas con imágenes que van desde el Pop Art hasta las que todavía andan anunciando que El Ché no a muerto... o los pantalones untados de los ochenta, o los vestidos tipo campana... Pues confieso que uno de mis peores recuerdos de niña, es la ropa que me ponía mi mamá. Para empezar, a mi hermana y a mi nos vestían iguales. Como eran los horrorosos 70s, pues estaba el boom del plástico, para ser más exacta el "cuerhule". Se usaban unos vestiditos cuadrados imitación piel, en vibrantes y fluorescentes colores, con cadenas por todos lados y que se complementaban con mallas de acrílico y, por supuesto, zapatitos de tres colores marca Canadá: rojo, azul y blanco. Pues yo odiaba que me visitieran igual que mi hermana y ella confiesa lo mismo; sudaba como negra en cañaveral con el dichoso vestido, y para rematar, esos zapatitos, duros, ridículos y de charol que rompían con toda mi estética personal. En la foto que acompaña la nota estamos mi hermana y yo, aparentemente felices a orillas del lago de los patos de Morales. Muy agarradas de la mano -típica pose materna-. En realidad ella me está encajando una uña, porque yo le dí una patada en la espinilla con mis zapatitos Canadá.

Con juguetes Mi alegría....

Yo creo que toda niña que se precie, tuvo en su infancia algún juguete de la marca "Mi Alegría". Para ser sincera, esa marca de juguetes era bien chafa, pero tenía tanta variedad que se antojaba tenerlos tooodoooos. ¿Quién no soñó con el juego de química para hacer bombitas con olor a huevo podrido? ¿O tener el volcán que aventaba lava por doquier? ¿O el juego de doctor con maletín y todo? Me acuerdo que cualquier objeto de esos juguetes era de plástico. Así, que por fin me hice del juego de belleza mi alegría. Tenía polvera con espejo y borla, decorada al estilo art noveau; varios labiales en distintos tonos del rojo al rosa -de plástico-, una bolsita monisima parecida a la que usa la Pequeña Lulú, ídolo de mi niñez como ya lo especifiqué en nota anterior. Bueno, pero lo que a mi más me gustaba eran los zapatitos de tacón -por supuesto, de plástico- que un aciago día mi mamá nos compró a mi hermana y a mí. Y digo aciago por lo que a continuación relato: yo tengo patita de tamal; mi papá me decía que eran mis pequeños pies como unos nopales con tunitas, nomás para que se den una idea. Y las zapatillas "Mi alegría", se convirtieron en "Mi desgracia" porque éstas eran largas y estilizadas. Y se amarraban con un pedazo de elástico igualito al que usábamos las niñas para jugar al "resorte". Las de la foto que ilustra esta nota nada que ver con las mías. Largas, estilizadas, de tacón, de plástico y con amarre dudoso. Pues mis piececillos no podían mantenerse firmes dentro de ellas, me sudaba la patilla y se me resbalaban, quería caminar y se me torcía el tobillo. Aún así, pasé mi niñez jugando a la señora curra, vistiéndome con la ropa de mi mamá y sacando vajilla y copas de cristal de la vitrina del comedor para hacer simulacro de banquete elegante, mientras mis abnegados padres salían a cenar... Seguro por eso tengo obsesión por comprar zapatos, aunque lamentablemente sigo con mis patas de tamal.

Monstruos marinos...

Ahora que escribí la nota anterior, me acordé de los dichosos Sea Monkeys. Los anunciaban en las historietas de editorial Novaro y causaron un boom en los años setenta entre niños y adultos. Todo mundo quería comprarlos y yono era la excepción. pero claro que mis papás se negaron rotundamente, aunque un tío los pidió. Llegaron en un paquete que contenía un sobre con un polvo extraño, una especie de pecera con jueguitos adentro y un revolvedor. Tenías que vaciar el polvo en agua limpia con sal y ¡Puff! como por arte de magia, aparecerían los dichosos monos de agua. Unas míseras larvitas que bailaban de un lado a otro... la verdad eran más interesantes los maromeros que pescaba con mi papá para alimentar a los peces. Bueno, pues durante días, estuvimos al pendiente del crecimiento de los monos esos y claro, al poco tiempo ya decíamos: ¡Mira, se subió a la resbaladilla! ¡Si clarito se ve que están platicando! igualito a la familia del anuncio, todos sonriendo y esperanzados a ver cómo tras esa pecera de plástico se desarrollaban los monitos esos. Lomás increible, es que buscando la imagen que ilustra esta nota, me di cuenta de que ¡todavía existen y la gente los compra! En realidad el polvillo ese son huevos de camarón, tienen una vida bastante efímera y no sirven para nada... pero eso sí, por unos días uno podía tener la esperanza de tener al monstruo de la laguna verde en casa.

La Pequeña Lulú... mi gurú

Teníamos en mi casa una caja de cartón guardada en el closet con un número bastante significativo de cuentos o historietas, de los que ahora son llamados "comics". Impresos en un formato grande, digamos, tamaño oficio. La editorial "Novaro", aquella del triangulito en la esquina superior izquierda del cuento, editaba historietas de un gran número de personales: Periquita, Lorenzo y Pepita y sus emparedados de 5 pisos; Sal y Pimienta, que sólo entre ellos se entendían; Archi y sus amigos, sueño dorado de toda niña de vivir en Riverdalle, ir a una escuela así y andar con Carlos -que guapo, pero era sólo un ¡monito!-. Me acuerdo que en casa de unos primos, conocí historietas del bajo mundo: Fantómas y sus voluptuosas mujeres con nombres de zodiaco; Rarotónga, Kalimán, Memín Pingüín, etc. El Pájaro Loco -y en eso si difiero de mi querida "Mafalda"- me caía gordo, así que casi nunca lo escogía; La Zorra y el Cuervo, donde "Zorri" siempre salía mal; El Conejo de la suerte, Mickey, el Pato Donald; Trompín y Colita; Daniel el Travieso. Mención aparte merecen los anuncios que aparecían en ellos: Charles Atlas y su método reductivo; ahí aprendí la palabra "enclenque". También se anunciaban métodos para aprender a dibujar por correspondencia, lentes de rayos "X"; los famosos Sea Monkeys, que eran una especie de larvas que nunca pude ver, pero que supuestamente hacían trucos circenses (te vendían trampolín, rueda de la fortuna, etc. El fraude más grande de la historia...). ¿Se acuerdan del anuncio del "Cochinón"? Apareció en esos cuentos y creo que fue el primer intento por concientizar sobre el problema de la basura.

Pero la que a mi más me gustaba era "La Pequeña Lulú". Con sus bucles y muy restirada, salía Lulú a realizar algún encargo de su pechugona madre, la Sra. Mota, con su gorrito y bolsa de mano.. Siempre se encontraba a Tobi y sus amigos - Fito y Tino, que tenían un club en donde no se admitían niñas. Lulú y la dientona Anita, intentaban entrar y ver que había dentro del club; nunca lo lograban. Le encargaban cuidar a Memo, un niño malcriado que siempre se aplacaba ante los cuentos de Lulú, en donde la bruja Ágata y Alicia su sobrina eran las protagonistas malvadas que hacían rabiar a una niñita pobre... Lulú, gracias a tí, empecé a dibujar, a hacer historieta, a inventar mis propios cuentos, a querer ser diseñadora... ¡Dios mío! a ser tan ñoña...

lunes, 3 de noviembre de 2008

De la Sierra Morena...

Todo mundo está de acuerdo en que los días de campo son maravillosos. Se respira aire puro, se cambia de panorama, mojamos nuestros pies en un riachuelo cantarín, pasamos por poblaciones inhóspitas y parajes remotos... Pero a mí, los días de campo me chocan. Cuando eramos niños, mis papás tenían un grupo de amigos que se juntaban a cenar y a hacer radionovelas ¡Sí! Radionovelas. Ocupación por demás extraña. No podían hace cosas normales, como chismear, o contar chistes colorados ¡No! hacían radionovelas... pero esa es otra historia. En su mente perversa, idearon que cada año fueramos de día de campo a la Sierra de Álvarez. Como mi papá es bien comodino, cargabamos con cazuelas que contenían sopa de fideo, mole, arroz, picadillo, comal, sillas plegables, mesa de madera (en ese tiempo no había todas las comodidades de ahora), termos, caja de refrescos, una hielera de 3 mts. cúbicos de capacidad, toldo, hamaca, colchonetas, papel de baño y, por supuesto, una pelota. Llegabamos al sitio seleccionado después de perdernos entre incontables veredas y prados llenos de cactáceas espinosas: "te dije que donde estaba el elefante a la derecha", "no, me dijiste de unos pinitos, pero nunca los ví". Al fin, todos reunidos, la diversión consistía en instalar todo el campamento a las 2 de la tarde, hora en que ya todos ya ladrabamos de hambre... y a nosotros nos decían: "váyanse a jugar mientras está la comida". Nos ibamos con la ilusión, todos a jugar con la pelota, ávidos de horas de diversión... que se convertían en dos segundos y medio entre la primera patada y que la pelota se perdiera en un abismo con una pendiente de 45° y se situara a 150 métros por debajo del nivel del mar... La diversión, por supuesto, consistía entonces en recuperar el balón y a uno que otro niño atorado en algún pino... Nunca lo recuperamos -al balón, a los niños sí- y regresábamos abatidos, colorados, sudorosos y cansados a comer tacos de mole con arroz, apalancados en una piedra porque todo, todo se ubicaba en el plano inclinado antes mencionado. Odio los días de campo y amo los sandwiches de central camionera: fáciles, prácticos y en bolsita de plástico. Nunca más intenté darle una patada a un balón.

De chuchulucos y otras fruslerías...

Siguendo con las maternales historias, relato a continuación la siguiente. Mi mamá solía salir los jueves con un grupo de amigas a tomar café y verle los dobladillos a toda la ropa que vendían en la calle Hidalgo -según palabras de mi padre-. Siempre se iba con la promesa de traernos un "chuchuluco". La tal palabreja significaba desde unos chicles de "Mary Gelo", profética pitonisa de maquinita que revelaba sus encriptados mensajes, previa quemadura de papel, -seguro los escribían con limón- o bien, algún chocolate, cuento de Periquita o la Pequeña Lulú. De más está decir, que esperabamos a que dieran las ocho de la noche para que mi mamá llegara con el consabido chuchuluco. Un día, a mi madre se le olvidaron las llaves y tocó el timbre, yo salí a abrir la puerta. Se me queda viendo y me dice: -"¡Hija mía! Tanto tiempo ha pasado. ¿Ya no me recuerdas? Soy tu madre". Imagínense mi reacción. Primero pensé que estaba media loca, que se le había olvidado toda su familia en dos horas y pensé en correr a llamar al 911 de haber existido en esa época. Luego me acordé de sus dotes histriónicas y le seguí la corriente, con cierto recelo. Ahora doy gracias por no ser alcohólica o drogadicta.

Idolos de juventud

La familia solía ir al teatro en compañía de unos queridos amigos. Ibamos a la obra, y después era usual que nos fueramos a cenar al restaurant Tokio una de sus afamadas "orejas de elefante". Ese día fuimos a ver una obra, cuyo protagonista era el galán ochentero Juan Ferrara. Seguro era una de esas obras que se derivan de la novela televisa de moda, ya no recuerdo. El caso es que mi amiga y yo salímos extasiadas ante tal portento de guapura, fineza y caballerosidad y flotamos con toda la energía que nuestras 17 primaveras nos podían dar. Al llegar al restaurante, cual no sería nuestra sorpresa al darnos cuenta de que Juan Ferrara y compañía estaba cenando en ese lugar. Decidimos mi amiga y yo, ir a pedirle el consabido autógrafo, animadas por nuestras respectivas madres y padres, creo que también. Vamos las dos con un mantelito de papel en mano y todos nuestros nervios hechos trizas por la emoción. Todo él, con su voz tan viril, voltea a vernos con mirada despectiva y nos dice: -"me trae un café con leche y unos tamales señorita". Todo se derrumbó dentro de nosotras, tartamudeando le aclaramos que no eramos las meseras aunque tuvieramos tipo -supongo- y finalmente, a regañadientes, plazmó su firma atrás del mantelito... Conservo todavía el mantelito, no por la firma de Ferrara, sino para acordarme de cuando nos confundieron con el digno trabajo de meseras....

De asesinatos y cumpleaños

Tendría yo cuatro añitos –ingenua chiquitina, pensarán ustedes- cuando llegó a nuestro hogar, vía cigüeña, un “querido hermanito”. Yo no se en qué estaba pensando, que torcidos recovecos psicópatas recorrieron mi pequeño cerebro, el caso es que a la salida del colegio, llegó mi papá por mi. Y la monjita que entregaba a los niños le dice a mi papá: -¡Ay Señor C….! ¡Cuánto siento la pérdida de su hijito! Rimita nos acaba de decir… ¡Me saluda mucho a su esposaaaa!, que dios le de santa resignación… Por supuesto que mi pobre padre ha de haber sufrido un colapso nervioso y posteriores convulsiones; terror y espanto en su rostro. Me jaló de la coleta, me trepó al coche y nos fuimos volados a mi casita… en donde corroboró que mi chachetón hermano dormía en santa paz… Tengo borrados los momentos posteriores, pero de seguro me fue como en feria, al grado de que –doy gracias de hinojos- no me convertí en la asesina serial que prometía ser… Y luego dicen que los celos no matan… Ahí no para la cosa, no están para saberlo pero mi cumple es en verano, por lo que NUNCA, así como lo leen, NUNCA me felicitaban en las mañanas en las filas del colegio. La monjita pedía por medio de un magnetófono que ampliaba su tipluda voz: ¡Silencio chicos!, hagan filas, guarden su distancia, 1, 2, 3 ,4… ¡A ver, ¿quién cumple años hoy?! Cuatro o cinco chiquillos y chiquillas corrían al frente y todos entonábamos las mañanitas mientras los ruborizados chiquitines se jalaban de las trenzas o del mandil entre sí… y yo, nomás mirando… Hasta que un día me armé de valor y decidí decir que mi cumple era hoy, o mañana, o el mes que entra, el caso es que acumulé varias felicitaciones en el año y la satisfacción de ser el centro de atención una vez más… ¡maldito ego!